10 novelas epistolares

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El Buscalibros
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Recibir y escribir una carta es lo más parecido a entablar una conversación con alguien querido que no está físicamente con nosotros.

Escribir cartas, un hábito casi perdido. Tiempo dedicado a la otra persona, tiempo dedicado a pensar qué queremos contar al destinatario y cómo hacerlo. Las cartas son pensar en qué sensaciones, sentimientos, ideas y respuestas provocará en el destinatario lo que escribimos. Escribir una carta no debe ser tiempo robado a otra cosa, sino tiempo dedicado a ordenarnos para poder contarnos.

Ya nadie escribe cartas, los mails, en el mejor de los casos, y la mensajería instantánea, en el peor, han sustituido a la magia de sentarse con un papel y un boli a escribir cartas interminables.

Quizá en el futuro habrá grandes novelas escritas a partir de mails (las escritas hasta el momento son muy malas) o mensajes de WhatsApp, pero maravillosos libros escritos a través de cartas hay muchísimos. Recuperamos unos cuantos para volver a encontrarse con el encanto de la correspondencia.

1. ‘Las amistades peligrosas’, de Choderlos de Laclos

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Tal vez porque desde su publicación en 1782 (o sea, antes de la Revolución francesa) se consideró una obra libertina y peligrosa para la moral, la novela de Laclos es una de las pocas de su época que siguen siendo leídas en el XXI. Tal vez ahora escandalicen menos que hace unas décadas las infidelidades y seducciones que describe, pero lo que nunca pasa de moda es su lúcido retrato de la depravación moral, que lo convierte en una especie de libro de instrucciones del perfecto manipulador. El género epistolar era muy popular en el XVIII, y Laclos consiguió llevarlo a la cima de su perfección. Aquí, ante la ausencia de un narrador, el lector es rey y la sutileza del autor está en hacer que este pueda percibir, a través de las cartas de los distintos personajes, aspectos que estos ignoran, como la duplicidad de Madame de Merteuil — verdugo y víctima a un tiempo — o los dobles sentidos que Valmont se complace en emplear, consciente de que su destinataria no será capaz de desentrañarlos. Hay muchas adaptaciones cinematográficas de esta obra — algunas muy buenas — , pero nada puede sustituir el refinado estilo de Laclos ni el disfrute que sus juegos y sobrentendidos proporcionan al lector.

2. ‘Drácula’, de Bram Stoker

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Basta con evocar el nombre de Drácula para que pensemos en un vampiro envuelto en su capa, enseñando sus puntiagudos colmillos, de los que cae un hilillo de sangre fresca… sea, una imagen de cine. Pero el libro de donde procede esta imagen, el Drácula del irlandés Bram Stoker es mucho más que una novela de vampiros. O tal vez no es ni siquiera una novela de vampiros. La historia se narra a través de los diarios, notas y cartas de una serie de personajes que la cuentan cada cual desde su punto de vista. Es más, a medida que la historia se desarrolla, podemos acceder a los mismos hechos vistos por diferentes personajes. Por tanto, los hechos que se describen no tienen por qué haber sucedido tal y como le llegan al lector. En realidad, podrían ser perfectamente el producto de delirios y pensamientos paranoicos. Como corresponde a la época en que fue escrita, la novela está llena de rasgos románticos: noches oscuras, cementerios en la neblina, el amor como elemento indisoluble de la muerte. Al mismo tiempo, hay en ella un gran peso de lo onírico y dos de los principales personajes (Van Helsing y Seward) son eminentes médicos estudiosos de la mente y sus oscuros recovecos. ¿Es real el vampiro o es producto de los delirios de sus protagonistas? Como ocurre en todas las novelas epistolares, la respuesta queda en manos del lector. En cualquier caso, su lectura constituye un viaje tan placentero como inquietante.

3. ‘Papa Piernaslargas’, de Jean Webster

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Recientemente reditado por Turner, es un libro bonito, precioso, para releer una y otra vez. Una historia sencilla contada con mucho humor y mucho encanto. Escrito en 1912, cuenta una situación que ahora mismo nos chirría en muchos aspectos, pero en otros es increíblemente moderna. La actitud de la protagonista que con dieciocho años en 1912 quiere ser independiente, quiere ser escritora, no depender de nadie y el benefactor que la ayuda para que llegue a ser todo eso, no para que sea simplemente un ama de casa. Es un libro fabuloso y si tenéis hijas adolescentes es muy posible que les guste.

4. ‘Paradero desconocido’, de Kressman Taylor

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A principios de los años treinta, dos socios y amigos se escriben entre Californa y Múnich. Uno de ellos, con raíces alemanas, ha decidido volver a Alemania para abrirse camino allí. Ante él se abre un futuro prometedor. «Llegas a una Alemania democrática, a una tierra profundamente culta, donde la preciosa libertad política está en sus comienzos», le dice su amigo. Pero, a medida que las circunstancias políticas vayan evolucionando la relación entre ambos se hará más tensa, hasta llegar a un final devastador. En muy pocas páginas — apenas ochenta — , esta vibrante novela resume a la perfección la transformación ideológica que el nazismo operó en los alemanes, y te hace entender cómo el discurso de Hitler pudo ser interiorizado por millones de ciudadanos de a pie. No se trata de un libro más sobre el Holocausto, no es una sencilla división entre buenos y malos, sino una aguda y escalofriante reflexión sobre lo fácil que es manipular a las personas, sobre todo en momentos de crisis. Una reflexión que también podríamos aplicar a nuestros días.

5. ‘La sociedad literaria y el pastel de piel de patata’, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows

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No todos los libros construidos sobre cartas son trágicos. Esta novela es entretenida, tierna, entrañable y dulce. La acción transcurre en 1946 en Inglaterra, la escritora de una columna de éxito en un periódico durante la guerra traba amistad con los habitantes de la isla de Guernsey, que había estado ocupada por los alemanes desde el principio de la II Guerra Mundial. Todo el libro es un intercambio de cartas entre la escritora, los distintos habitantes de la isla que forman la sociedad literaria, el editor, amigos, etc. Amor, excéntricos ingleses y hasta Oscar Wilde van apareciendo por las páginas de este libro que se lee sonriendo. Es una historia sencilla, donde todos son monísimos, tiernos y simpáticos y te dan ganas de adoptarlos.

«Esto es lo que me encanta de la lectura; en un libro encuentras un detalle diminuto que te interesa, y este detalle diminuto te lleva a otro libro, y algo en ese te lleva a un tercer libro. Es matemáticamente progresivo; sin final a la vista y sin ninguna otra razón que no sea por puro placer».

6. ‘84, Charing Cross Road’, de Helene Hanff

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Aunque pueda parecerlo, esta obra no es una novela, sino una historia real. En los años cuarenta, Helene Hanff, era una chica neoyorquina sin un céntimo que, mientras esperaba conseguir algún día su sueño de ser autora teatral, leía y leía. Enamorada de la literatura y la cultura inglesa, se aficionó a hacer sus pedidos a través de una respetable librería anticuaria de Londres, Marks & Co., regentada por un amable librero de nombre Frank Doel. Se inició así una relación epistolar que duraría más de veinte años y que daría lugar a una gran amistad, siempre con un océano de por medio. Cuando en 1968 Helene recibió la inesperada noticia de la muerte de Doel, decidió poner por escrito la historia de su relación. El libro se publicó en 1971 y se convirtió en un éxito instantáneo en Estados Unidos; más que eso, en un libro de culto, para sorpresa de la propia autora, quien creía haber escrito una historia muy neoyorquina y muy modesta («my little nothing book»). Cuando se publicó en Inglaterra, Hanff logró por fin su siempre acariciado sueño de visitar Londres y «sentir sus sucias aceras bajo los pies». Para entonces, sin embargo, Marks & Co. había cerrado sus puertas. En 1980, una obra teatral basada en 84, Charing Cross Road se estrenó en el West End de Londres. La ironía final es que, aunque el sueño de Hanff era escribir para el teatro, la única de sus obras que llegó — a lo grande — a los escenarios fue un «modesto» libro sobre su amistad con un oscuro librero londinense.

7. ‘Nubosidad variable’, de Carmen Martín Gaite

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Dos amigas de infancia, Sofía y Mariana, se reencuentran por casualidad después de treinta años. Este encuentro fortuito encenderá en ambas el deseo de retomar esa relación que dejaron por algo que ha dejado de tener importancia. Como novela epistolar, Nubosidad variable puede parecer un poco atípica, porque Sofía llena páginas y páginas de su diario con la ilusión de regalárselas algún día a Mariana, mientras que esta le escribe a Sofía innumerables cartas, que luego no llega a echar al buzón. Son dos personas ahogadas por su vida cotidiana, que se aferran a esa amistad ausente para seguir nadando y encuentran en la escritura el vehículo ideal para hacerlo. La novela es pues ante todo una reivindicación de la escritura íntima y personal, del placer de escribir para uno mismo al tiempo que para un lector, ya sea real o imaginario. Reivindicación también de la amistad, de esa complicidad que solo un profundo conocimiento del otro puede aportar. Llena de referencias literarias, es asimismo una novela que reivindica la importancia de la fantasía para hacer tolerable el mundo que nos rodea.

8. ‘La caja negra’, de Amos Oz

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Las cartas que se escriben Iliana y su exmarido Alexander, junto con las del actual marido de Iliana, Michael Samo, y otros personajes secundarios, van construyendo una historia de pasión, traición, odio, violencia y amor. Oz consigue transmitir la fuerza de la pasión, la imposibilidad de olvidar a pesar del daño y las heridas, la conexión entre dos personas más allá de cualquier razonamiento, lógica o compromiso. La fuerza de unos personajes que se conocen, se saben «malos», se aceptan y aprenden a vivir como son sin pretender ser otra cosa. Todo construido a través de una correspondencia múltiple que va dando forma a la historia y a los personajes desde distintos puntos de vista.

9. ‘Contra el viento del norte’, de Daniel Glattauer

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Un libro regulero. Literariamente tiene poco, por no decir ningún mérito, pero engancha como la mejor tv movie de sobremesa. Un mail enviado por error (¿a quién no le ha pasado?) deriva en una correspondencia electrónica entre dos desconocidos que descubren, poco a poco, que se han enganchado a esos mails, a esas cartas y que quieren conocerse poniendo patas arriba toda su vida. Correspondencia electrónica con la que, ahora mismo, nos sentimos más identificados.

10. ‘La vida en la puerta de la nevera’, de Alice Kuipers

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Una muestra de que hay infinitas formas de contar historias y de que todas pueden ser válidas es esta novela, construida exclusivamente a base de las notas que las dos protagonistas — una madre divorciada y muy ocupada y su hija quinceañera — van dejando en la puerta de la nevera. ¿Quién no ha dejado alguna vez, porque tenía prisa o porque resultaba más fácil, un post-it con un mensaje que debería haber dado en persona? Incluso los hay que comunican la ruptura a su pareja de este modo… A través de las dichosas notitas amarillas podemos asistir a las dificultades de la relación madre-hija y a cómo ambas deben aprender a aceptar y superar un acontecimiento trágico en sus vidas. Claro que nunca llegamos a saber de qué color tienen el pelo, ni siquiera de que marca es la nevera, pero queda demostrado que, aún con estas limitaciones, es posible contar una historia emotiva, y la novela de Kuipers — que recibió diversos premios — logra conectar con sus lectores y conmoverlos. Un libro recomendable para adolescentes, pero también para los que tienen hijos en esa complicada edad.

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