Razones para leer (o no) a Murakami

A Murakami o le odias o le amas. O te lamentas amargamente porque le den el Nobel o bailarás con los brazos en alto el día que eso ocurra diciendo «se ha hecho justicia». En El Buscalibros tenemos lectores para todos los gustos y, por eso, te ofrecemos cinco razones por las que odiarle y cinco razones por las que dedicar horas a conocerle.

Murakami está encantado de conocerse

Por molinos

Estoy muy a favor de tener mucho amor propio, quererse y no regodearse en una falsa modestia que no sirve para nada, pero de eso al ego estratosférico que cultiva el Señor Murakami hay un mundo. Aun así, esto no sería un problema si solo se le notara en entrevistas, en promociones o en su web personal… pero el problema es que ese tono de superioridad moral impregna todos sus libros. Da igual que la novela vaya sobre adolescentes pirados que pululan por el mundo sin encontrar su lugar, o sobre almas torturadas que se convierten en gatos, o que hable de sus sensaciones cuando corre… Murakami tiene tanto ego que se le ve, que se le escapa en cada costura, en cada coma, en cada palabra de sus escritos. Es un escritor al que se ve demasiado, cuando le estás leyendo no estás dentro de una historia, de unos personajes, siempre sientes, sabes, que estás en una historia de Murakami, en personajes que son de su creación. Es un creador todopoderoso que hace todo lo posible por que el lector no se olvide de su existencia.

Los fanes de Murakami

Por molinos

Todo el mundo tiene derecho a tener fanes. Todo el mundo tiene derecho a ser fan de alguien, faltaría más. El problema de los fanes de Murakami es que, a veces y algunos, se pasan de frenada. Para ellos que no te guste Murakami se debe a que eres un cenutrio. Que no te guste Murakami equivale en el mundo de sus fanes a que eres un ser insensible, incapaz de valorar el mensaje filosófico y vital del escritor y, muchas veces, te acusan incluso de estar intoxicado por el materialismo consumista del capitalismo occidental. Tratar de explicar a estos fanes que no te gusta Murakami porque su escritura te parece plúmbea, elaboradamente confusa, falsamente intensa y carente del más mínimo sentimiento real es completamente imposible. Y muy desesperante.

— No me gusta Murakami.

— Eso es porque no lo entiendes, no haces por entenderlo.

— No. Lo entiendo, me aburro y no me lo creo.

Escribe cosas muy aburridas

Por Violeta Tomás

En un mundo lleno de libros por leer, elegir a Murakami, y su dosis de más de quinientas páginas de intensismo sin resolver, supone perder interesantes oportunidades. Sus personajes son planos. Que parece que tienen auras misteriosas y son presa de imbricadas dificultades psicológicas, pero la realidad es que son planos y, además, se perpetúan de un libro a otro, con cuatro rasgos fundamentales, y nada más. Pero claro, así es fácil identificarse. Cualquiera que tenga fantasías sexuales, piernas, orejas, hambre tres veces al día y cuarto y mitad de angustia existencial se parece a un personaje de Murakami. Y anda que no mola sentirse así. Si además la historia en cuestión se salpica de citas, de menciones a los Beatles y de silencios, tenemos el cóctel completo para sacar al mercado un best seller disfrazado de exclusividad.

Utiliza fórmulas

Por Violeta Tomás

Murakami tiene guardado el «1080 recetas de literatura» y lo saca cuando quiere escribir su libro. Que por lo demás es casi siempre el mismo. Gente rara, amores por encima del bien y del mal, infancias traumáticas a punto de ser purificadas, situaciones extrañas a medio camino entre el sueño y la realidad. Y ya cuando la historia se le está yendo de las manos, aparece un personaje inesperado, se cierra el triángulo amoroso, sale, si no ha salido aún, un gato que piensa, que no se nos olvide mencionar las ciruelas encurtidas y, por fin, inventamos un pozo, real o imaginario, donde meterse para no salir. Su forma de escribir recuerda a ese juego infantil en el que hay que sacar al azar unos dados de una bolsita y tratar de inventar una historia con lo que salga. Solo que él los saca todos al mismo tiempo y los alinea a lo largo de un número de páginas completamente innecesario, describiendo minuciosamente ropa, comida, ciruelas encurtidas, gato, disco, ropa, comida, más ciruelas, tofu, disco, gato, ropa.

Es japonés

Por C_Jimenez10

Si las cuatro razones anteriores todavía no te parecen suficiente, o si aún tienes dudas sobre si leer o no a este plasta, aquí tienes un argumento poco discutible: Murakami es japonés. Y Japón es un país incomprensible. Yo me haría alguna pregunta sobre un autor que ahora, sí, tiene fama mundial, cosmopolita, bla, bla, bla, pero cuyo universo literario se encuentra, como el de cualquier escritor, en sus vecinos, conocidos, sus compañeros de colegio, colegas y familiares. Y estos son todos japoneses. Y los japoneses, aparte de ser muchos y de viajar en racimos, se convierten en seres inexplicables cuando te los encuentras en cualquier país occidental. Y si no, dime, ¿qué se te pasa por la cabeza cuando ves un barullo de turistas japoneses haciendo fotos rarunas en la Plaza Mayor de tu pueblo? Pues, amigo, ten en cuenta que Murakami escribe sobre esas mismas personas cuando vuelven a Japón.

Verás, si quieres experimentar algo de Japón porque te parece misterioso, enigmático y fascinante, casi mejor cómete un plato de sushi o un rollo vegetal cualquiera. En leerse un libro de Murakami se tarda mucho más y, además, se sufre lo indecible.

Efectivamente, «es japonés»

Por ruizmaso

Algunos dicen que Japón es un país incomprensible, cerrado e inaccesible… Quizá es porque no tienen la mente abierta a entender una cultura milenaria llena de costumbres tan atávicas que, para un europeo, acostumbrado a una sociedad amoral y expuesta al público, son difíciles de entender. Murakami consigue abrirte las claves de una forma de entender la vida donde lo más valioso es la persona. Las aspiraciones individuales son la gasolina de los personajes de sus novelas. Hacia ellas enfocan su vida y da igual si realmente es una opción de futuro o no, si quieres estudiar una «carrera con salidas» o no. Trabajan y luchan por encontrar su sueño. El propio Murakami es su mejor ejemplo: regente de un bar de jazz, cierra el local y decide perseguir su verdadera vocación: ser escritor. Y para ello concentra todas sus fuerzas. Y para ello se levanta todas las mañanas y corre veinte o treinta kilómetros que le permiten seguir conectado a sus verdaderos deseos. Un nivel de autoexigencia que hace que Japón sea uno de los países con el índice más alto de suicidio. Murakami nos muestra el lado más humano de esa autoexigencia, así como el camino para no fracasar en el intento y ser capaces de caer y levantarse tantas veces como sea necesario.

Preguntar nunca está de más

Por ruizmaso

Leer a Murakami brinda la oportunidad de preguntar «por qué» a muchas de las cosas que a lo largo de la vida se han ido quedando en el cajón de las cosas sin respuesta o, simplemente, no era el momento de responderlas. Pero ahí están, agazapadas, esperando a ser respondidas. Sin embargo, no siempre tienen una respuesta clara y, en muchas ocasiones, llevan a más preguntas. No es cuestión de autocomplacencia ni de autobombo. Es una forma de construir tu personalidad, superando aquellos pequeños o grandes traumas que un día te marcaron y ahora necesitan ser resueltos para seguir hacia delante. Personalizo y utilizo la segunda persona del singular porque, en más de una ocasión, el lector se siente reflejado e identificado en los libros de Murakami. Aunque Murakami no hace libros de autoayuda, solo que nosotros, sus lectores, cogemos los pedazos de sus obras que más nos interesan y los hacemos nuestros. Para mí, el siguiente párrafo recoge una máxima en mi vida:

«Que yo sea yo y no otra persona, es para mí uno de mis más preciados bienes. Las heridas incurables que recibe el corazón son la contraprestación natural que las personas tienen que pagar al mundo por su independencia». — De qué hablo cuando hablo de correr

Por eso que preguntar no está de más… Solo debes estar dispuesto a responder y ser capaz de asumir las respuestas.

Ayuda a entender la sociedad post-humanista

Por Charo Bejarano Canterla

Cuando leí El juego de los abalorios, de Herman Hesse, pensé que ya estaba escrita la novela que hablaba de la sociedad post-humanista actual; del nihilismo que diagnosticaba Nietzsche y que, como la nada de La historia interminable, nos consumía sin ser conscientes de ello. Pero aun así la fórmula me resultó demasiado culta; un escrito plagado de referencias de alto nivel y con un estilo literario que, dentro de Hesse, no se disfrutaba con el mismo ritmo que el resto de su obra. Pero al cabo del tiempo llegó Murakami. Y Kafka en la orilla. Y 1Q84. Y ahí, de repente, con la claridad de quien sabe contar y el peso de quien sabe lo que está contando, se plasmaba qué supone venir de vuelta de los valores humanistas occidentales — también transmutados a Oriente — y adentrarse en las incógnitas de cómo se entiende la sociedad actual. Y esto Murakami no lo hace porque deje las novelas plagadas de elementos mistéricos, que no encuentran explicación porque en sí mismos es imposible que la encuentren — noches con dos lunas; gatos que hablan — . Esto Murakami lo hace porque su lenguaje, en sí mismo, relata lo inusual con fórmulas de sencillez. Con estructuras limpias y emociones claras. Como tragedias griegas traducidas a la lengua actual. Y, entonces, en esa necesidad de respuesta, de encontrar una razón — universal, omnipotente, como debe ser una razón verdaderamente explicativa y fundamentadora — , es cuando se hace patente que el mundo actual ha dado un giro de tal manera que nos ha dejado sin entender algo. Y ahí es cuando el lector se asoma, asustado, a su ventana, y teme encontrar dos lunas. Pero, a lo mejor, hasta eso era una solución. Esa es la narración nihilista de Murakami. Esa es su vuelta de tuerca perfecta.

Nos muestra el imaginario común

Por Charo Bejarano Canterla

En una reseña del verano pasado, de un libro infantil — Los incursores, de Mary Norton — contaba la teoría de August Comte, cuando señala que la estructura mental del ser humano pasa por varias etapas, siendo las primeras de ellas una especie de explicación imaginativa donde el animismo es la base de todo; donde cualquier cosa de la naturaleza está dotada de la suficiente vida, inteligencia y poder como para ser la causa de casi cualquier cosa que ocurra. Así, ese fetichismo poderoso nos hace ser cómplices de lo cotidiano, descargar responsabilidades en él, y descansar en la magia, como elemento verdaderamente sustentador de lo posible. «¡Claro, eso era!». Y quedarnos tranquilos. Pues esa tendencia humana general, ese confiar en la conciencia colectiva del mundo porque el ser humano, de manera individual, no puede encontrar las respuestas de todo — porque no tiene por qué hacerlo — , es lo mismo que justifica a los personajes de Murakami. Pero no solo lo poco resolubles que parecen los humanos, sino la necesidad de que aparezcan universos paralelos, animales con voz, fantasmas migratorios, superposición de todos los niveles posibles. Con todos ellos consigue el autor japonés que conectemos con una especie de imaginario común, que no atiende a fronteras culturales, porque en todas las lenguas y bajo todas las traducciones son la clave para entender la novela. Y no podrían ser de otra forma. Esa impregnación de los elementos fantasiosos infantiles no es la salida sin sentido de la novela. No es el absurdo del que presume el autor como si fuese el traje invisible del emperador, que se reviste de ingenio cuando en realidad está vacío. Es el recurso artístico que desde siempre ha manejado la humanidad para hacer arte y que este tenga la verdadera función catártica que posee; la palabra «persona» deriva de «máscara», esa que se colocaban los actores en los teatros, y que hacía sonar sus voces huecas, como cantos de la humanidad al completo, como voces de conciencia colectiva. Lo que somos, lo que tratamos de explicarnos a nosotros mismos no es más que eso, una máscara que nos colocamos cada vez y que puede venir vestida de muchas maneras. Hasta de gato. Y todos lo entendemos así porque de esa manera, alguna vez, nos lo hemos explicado.

Entender que el amor salva de casi todo

Por Charo Bejarano Canterla

Tokio blues es la novela de amor de Murakami por excelencia. Y lo tiene muy bien merecido. Es excelente. Pero es que Murakami siempre habla de amor. Y quizá hasta podría decirse que arrastra una especie de romanticismo exacerbado, porque le da al amor la importancia que este verdaderamente tiene; la de redentor del mundo. Es la única vía salvífica que queda. El último reducto de fe. El problema es que lo disfraza de otras tantas cosas, y el canto no parece alegre ni sano. Casi ni noble. Pero es todo lo contrario. Confía en el poder de la unión como el bálsamo subsanador que recoge cicatrices y las hace caminos. Y ahí Murakami no cae en la autoayuda. Ni es una letanía de elementos concatenados absurdos. Es la celebración de un renacer permanente. De un confiar en que, después de lo imposible, solo queda la celebración de uno mismo y del otro. Más allá de las dos lunas o de canciones de los Beatles en la melancolía. Para eso, y para otras muchas cosas, siempre está Murakami.

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