Regalar cultura es clasista (parece ser)

Cuando una cree que no va a haber tontería capaz de sorprenderla parece que el mundo (o Twitter) se lo toma como un reto y lo consigue.

Bettie
El Buscalibros
4 min readJun 9, 2017

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Hoy he leído, a raíz de un tuit de una librera a la que sigo, Silvia Broome, una discusión de lo más insólito. El resumen de la historia es que Silvia Broome cuenta una historia sobre un niño que adora la Antigüedad y que va a la librería con su madre. Ella, que es especialista en historia antigua, le enseña de todo al niño y el niño alucina. Y la madre se gasta ochenta euros en regalarle al niño los libros que le han gustado.

El tuit de marras

¿Reacción lógica? Pues si hay que tener alguna, yo creo que es aplaudir y decirle a la madre que olé sus ovarios. No sé cuál es la situación de esa madre, pero gastarse ochenta euros en libros y cultura para su hijo no me parece una mala inversión. Pero, ¡vaya!, resulta que esta reacción es clasista, supongo que porque no todos los padres y madres del universo pueden gastarse ese dineral en libros para sus hijos. Y es cierto, no estoy ciega. Pero hoy en día, en España, eso puede dificultar, pero no impedir, que estos niños tengan acceso a la cultura. Y lo sé, porque yo he sido una de esas niñas.

Sí, ahora viene una anécdota ñoña sobre mi infancia.

Mi familia ha sido siempre pobre. No pongo paños calientes. Para mí utilizar ropa de segunda mano ha sido lo normal (y no me he muerto, ojo). Por supuesto, los libros siempre de segunda mano (si era posible). Desde muy niña recuerdo, vagamente, a mis padres haciendo cábalas sobre de dónde iban a sacar el dinero para pagar esto o aquello (mis gafas nuevas, las de mi hermano, mis aparatos para las piernas…). Así que, evidentemente, todo lo que no era necesario, era superfluo. Cuestión de supervivencia.

No hablo de esto con amargura, ya no. De hecho, esta circunstancia vital mía me ha dado algunas alegrías (como esta) e, indudablemente, me ha hecho, en parte, ser quien soy. Pero yo no quería hablar de esto en concreto.

A lo que yo iba. Mis padres no podían gastarse ochenta euros en libros. Los libros eran, para mí, un premio. Cuando iba al médico y me portaba bien me regalaban algún cuentecillo. Los Reyes traían libros. En mi cumpleaños, libros. Pero mi hambre lectora, que era voraz, no se satisfacía con aquello, así que hubo que buscar una solución. Y allí estaba: la biblioteca. Yo tenía cinco años, casi seis. Mi madre se hizo socia de la biblioteca municipal y se venía conmigo cada tarde un rato a la biblioteca. Puede que no le veáis mérito, pero mi madre siempre tenía algo importantísimo que hacer o, mejor dicho, que limpiar. Ya entonces supe valorar esa hora o algo más que pasaba conmigo en la biblioteca, y lo he hecho más aún con el tiempo. No duró demasiado: en cuanto la bibliotecaria se dio cuenta de que yo no iba a dar ningún problema, mi madre me dejaba allí y pasaba a recogerme luego. No fallaba: me encontraba igual que me dejó, esto es, con la nariz metida en algún libro.

Yo no era una lectora exquisita. No leía a Stevenson ni buscaba cosas «de mayores». No tenía criterio. Simplemente leía todo lo que se me ponía por delante y siempre tenía ganas de más. Y mis padres siempre se preocuparon de que, a pesar de los pocos medios que teníamos, esas ganas nunca quedasen insatisfechas.

¿Es clasista eso? ¿Intentar que tus hijos tengan cultura si la quieren? Llamadme lo que queráis, pero a mí me parece todo lo contrario. Esta es mi manera de hacer lucha de clases: aprender. Esta ha sido mi manera: formarme. No quedarme ignorante, sino ir más allá para llegar a sitios en los que se suponía que no tenía que estar.

¿En qué mierda de sociedad estamos si acceder a la cultura es clasista? ¿Qué no es clasista, permanecer ignorantes? ¿Cuándo se han pervertido tanto los conceptos?

Y, por último, una pregunta más… ¿Soy yo o el número de tontos por metro cuadrado está aumentando preocupantemente?

Publicado originalmente en Cuaderno de Retales.

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Bettie
El Buscalibros

Ser pensante y escribiente.Profe. Ravenclaw. De pequeña me decían que me iba a volver loca de tanto leer. Debían de tener razón.