Resaca de feria

Los libros han pasado de las casetas a nuestra pila de pendientes y, con ellos, una pila de ilusiones y una buena dosis de resaca.

Violeta Tomás
El Buscalibros
4 min readJun 12, 2017

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A primera hora de esta mañana (todavía) fresca de junio, el silencio del Retiro se interrumpe con el ruido de las máquinas que empiezan a desmontar sistemáticamente las casetas de la Feria del Libro.

Ya no quedan libros. Se los han llevado.

El Retiro vuelve, poco a poco, a ser nuestro, de los de siempre: los jubilados, las madres recientes, las nannys y los que preparan maratones para otoño. Un niño del Hospital Niño Jesús se asoma despacito. Hoy le dejan salir a tomar un poco el aire y su madre y la enfermera empujan lentamente una silla de ruedas con gotero.

Y los libros ya no están.

No están los libros, ni las muchedumbres ni el calor, no se oye al señor de siempre cantando autores y números. Las casetas lentamente van reduciéndose a montones de pladur y perfiles metálicos, y se las van llevando.

Nadie diría que apenas ayer el Paseo de Coches estaba lleno de gente, bullicio y niños. Parece mentira que ayer hubiera cientos de miles de libros a lo largo de un kilómetro y medio. Ayer la gente se arremolinaba delante de casetas, hacían cola, buscaban sombras, se abanicaban con cartones, miraban libros, soñaban.

Esta mañana el Retiro está en silencio, y se oye el ruido fresco de los aspersores y los libros y los libreros y los lectores y todos los demás se han marchado. Aquí y allá, un punto de libro pisoteado.

Mientras trabajan los señores que desmontan las casetas, quieren desvanecerse las promesas. La del que se propuso terminar de una vez su novela. Volver como autor. Firmar. Las láminas de pladur que caen metódicamente sobre los propósitos del que compró libros de running, de dietas, de mindfulness. Y aplastan, perdón, y quieren aplastar la ilusión de aquella que compró un libro para el bebé que aún no tiene, y de la que compró veinte para los que sí. Con los restos de la feria se van las emociones del editor pequeñito que este año consiguió una caseta compartida y a pleno sol y que sueña con tener mejor suerte el año que viene, y del editor aún más pequeñito que necesita aumentar el catálogo para probar suerte la próxima vez.

Ya no están los libros en el Retiro. Han vuelto a sus almacenes, y muchos otros se amontonan ahora en las pilas de pendientes de los lectores, voraces u ocasionales. Otros esperan su momento envueltos en papel de regalo, otros ya están doblados y esperan boca abajo que su dueño vuelva a ellos esta noche.

A mí siempre me da como pena que la feria termine. Me vuelve loca de ilusión verla empezar, se lo cuento a todo el mundo, como si fuera algo mío, y al final siempre se me hace corta. Echo de menos haberla pateado más, aunque, aquí en confianza, eso tampoco es buena idea, ya que en realidad no tengo dinero para comprar todos esos libros que me gustan y que me limito a fotografiar con el móvil prometiéndome que cuando me ponga al día con mi(s) pila(s) de pendientes, ESTE sin falta será el siguiente. (Este, y en la siguiente caseta es este otro, y unos metros más allá un tocho de mil páginas es algo que necesito imperiosamente, y así las trescientas casetas. Todas. Y. Cada. Una).

Como si los libros no estuvieran a mi alcance en cualquiera de mis librerías favoritas. Como si no pudiera tenerlos de un día a otro gracias a mi amigo Amazon Premium y a Bookdepository.

Ya no están los libros, y nosotros, los de siempre (los abuelos y las madres y los runners y los parados) volvemos a tomar posesión de «nuestro» parque sintiendo esa pesadez muscular de las cosas buenas, pero que cansan mucho, de las cosas divertidas cuyo fin se agradece para volver a la rutina, a nuestra rutina casi diaria de parque. Sintiendo cansancio, melancolía y una saturación indescriptible.

Sintiendo, en fin, lo que viene siendo una resaca. Resaca de feria.

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Violeta Tomás
El Buscalibros

Leer, cocinar, criar, escribir, ordenar, el derecho administrativo y el café.