‘Submundo’, de Don DeLillo

Una novela que recorre más de cincuenta años de historia americana a través de una prosa envolvente y personajes inolvidables.

Franco Santos
El Buscalibros
5 min readJun 22, 2017

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Submundo es una obra autodestructiva, decadente, regresiva, un suicidio literario que moldea a su antojo el espacio-temporal inalterable desde lo real pero posible desde las letras. Don DeLillo nos ha obsequiado un magnum opus que recorre cincuenta años de historia, manipulando cuerpos solitarios con un temor inquebrantable hacia la muerte y la falta de respuestas, que va a hacer del lector un dolido testigo de lo que no quiere ver; todo esto a partir de un juego narrativo en el que el autor nos presenta las consecuencias de la historia y luego sus causas, una aproximación de 900 páginas a aquello que intenta darle una solución a la pregunta: ¿Cuándo fue el momento en que nos equivocamos?

Todo libro tiene su inicio, sin importar lo mucho que juegue con la linealidad. Submundo abre con un prólogo de una calidad insuperable que relata el mítico partido entre los Giants de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn del 51. Un buceo en los miedos y los sueños de la sociedad americana retratada en setenta páginas de pura maestría literaria. Este prólogo, titulado «El triunfo de la muerte», es una novelette que actúa por si sola, no necesita de un contexto que la sustente. En particular me sentí fascinado y hasta asfixiado por tanto la tensión como por su inquietante avance hacia su párrafo final. En este prólogo hay dos realidades, dos líneas paralelas que no se ven entre sí: la euforia, la felicidad colectiva, y en el trasfondo, como un secreto que nadie quiere oir, el inicio de la guerra.

Luego Submundo se quiebra, y de esa rotura se escapan cuarenta años y surgen decenas de personajes, desde reales, como el director del FBI Edgar Hoover, Frank Sinatra o el polémico humorista Lenny Bruce (con su famoso grito de «¡Vamos a morir todos!»), hasta ficticios aunque no por eso menos palpables, como Nick Shay o Klara Sax, o el encantador Albert Bronzini, el maestro de ciencias y ajedrez. En esos personajes se verán vestigios de una sociedad trémula ante la guerra y la inminencia de la muerte, con algunas escenas que personalmente me han hecho estremecer. DeLillo ha sabido formar personajes — debido en parte a un manejo brillante de la autorreflexión — complejos y profundamente entrañables que habitan tanto en la mente del lector como en su entorno.

Y así Submundo se dobla y se desdobla, se estira, se tuerce y se achata, deformando el tiempo. Comienza una regresión hasta los 50, pasando por la Guerra Fría, por la Crisis de los Misiles, por el asesinato del presidente Kennedy, por las protestas contra la guerra de Vietnam, por la experimentación nuclear, la segregación racial, el abuso de drogas duras y blandas, las mafias y los suburbios de Nueva York, que presentan una realidad tapada por rascacielos que arañan la fantasía. Personajes nacen y mueren a lo largo de los años que pasan en Submundo, crecen en diferentes contextos sociales y se adueñan de diferentes culturas ligadas a las épocas. Así se presenta una red polifónica que hace mella de lo que somos, que no ignora sino enfrenta el aislamiento que nos separa los unos de los otros y la superficialidad del consumismo salvaje en un claro desafío hacia la muerte. Un camino por la bondad y por el dolor inseparable de vivir.

La escritura de DeLillo es de lo mejor que me he encontrado en mi vida. DeLillo trata las palabras con cuidado, no escribe por escribir; cada oración tiene una consciencia aparte, una identidad que corresponde a otro relato, al relato del lenguaje. Todavía no me puedo quitar de la piel el capítulo que da inicio a la parte dos, sobre el Asesino de la Autopista de Texas y una niña sin nombre que filmó uno de los asesinatos de casualidad. Ese capítulo es de lo mejor que he leído en mi vida. Escalofríante desde su inicio hasta su última frase, no solo por lo que se narra, sino también por cómo está narrado. Submundo es de esa clase de obras que pueden abrirse en cualquier página y con solo leer un párrafo aleatorio ya te conmueve.

En cuanto a los diálogos, carecen de un elemento lineal o progresivo, puesto que funcionan como una reproducción de la soledad inherente a cada personaje. Los diálogos en Submundo son minimalistas, se superponen, se chocan entre sí, se rozan hasta desgastarse y frustran la verdadera conexión, y muchas veces salen de la boca de su emisor sin llegar nunca a su receptor. Son soliloquios demasiado personales de los que desprenden solo unos pocos fragmentos de información capaces de llegar al oído de su oyente. Esto, lejos de volverse desesperante, me resultó un recurso (aunque ya lo había visto antes en otro gran libro de DeLillo, Ruido de fondo) que renueva un poco lo que puede hacer un escritor en una obra de ficción.

Pocas veces me ha ocurrido de estar leyendo un libro y ya sentir que me va a acompañar por años. Hay libros que marcan, y Submundo se ha marcado a fuego en mi memoria. Submundo es todo lo que no vemos, todo lo que ocurre detrás de la prensa amarillista y de las ondas electromagnéticas salidas de la radio y de la televisión. Submundo es lo que se oculta detrás de nuestros deshechos, de la podredumbre, de nuestra mirada hacia lo que carece de sentido. Una búsqueda de la verdad, de lo que constantemente tratamos de tapar con objetos sin vida, porque encontramos consuelo en figuras preconcebidas que le hacen sombra a la esencia humana. Unos hermanos sufriendo de diferentes formas la desaparición de su padre, un anciano juntando las piezas de un pasado más dichoso o una monja en plena crisis religiosa. Esto es lo que no vemos. Esto también respira. Esto es historia.

Submundo. Don DeLillo. Traducción de Gian Castelli Gair. Seix Barral. España, 2014. 912 páginas. 13,95 euros. Comprarlo en Amazon.

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Franco Santos
El Buscalibros

23 años. De Buenos Aires, Argentina. Colaboro en El Buscalibros. Dos cosas me ayudan a respirar: los pulmones y los libros.