10 tontos de libro

Tontos, absurdos, prescindibles y, lo que es peor, completamente incomprensibles.

El Buscalibros
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7 min readJan 18, 2016

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L a historia de la literatura está llena de personajes que en la vida real podrían considerarse «tontos». Desde un tonto sabio como Sancho Panza hasta un tonto raro como Ignatius J. Reilly en La conjura de los necios o un tonto necio como Harry Conejo Angstrom, protagonista de muchas novelas de Updike; muchos son los tontos que han aparecido en grandes historias.

El problema de los tontos es que es un material muy sensible sobre el que escribir. Hace falta ser un grandísimo escritor para hacer un tonto creíble y con el que el lector pueda empatizar de alguna manera. La línea que separa un tonto bueno de un absurdo melifluo e intenso es muy delgada y, lamentablemente, son innumerables los autores que han hecho de auténticos patanes sin sustancia ni interés protagonistas de sus historias.

Hoy traemos una selección de tontos de libro. Tontos, absurdos, prescindibles y, lo que es peor, completamente incomprensibles.

1. Wilt, del libro homónimo de Tom Sharpe

Por ruizmaso

Un insulso profesor de literatura en una universidad politécnica donde sus alumnos prefieren todo menos leer El señor de las moscas durante sus tediosas clases. Ese ambiente solo puede engendrar a un ser indolente, sin altura de miras, sometido a la dictadura emocional de Eva, su mujer, que no duda en abandonarlo y enrollarse con su profesor de yoga para que Wilt comprenda que no puede vivir sin ella. Wilt, el prototipo del hombre blandengue que decía el Fary, envuelto en los más insospechados malentendidos que él contempla sin intervenir ni hacer nada por prevenirlo. Su incapacidad para decidir sobre su vida lo hace un antihéroe ridículo del que solo se puede extraer una conclusión: lo puedes hacer mal en tu vida, pero Wilt siempre te superará.

2. Toru Watanabe, de ‘Tokio Blues’

Por C_Jimenez10

En esta lista de protagonistas tontos, o lánguidos, de tipos cuyas vidas te interesan lo mismo que el resultado de un partido de curling, no podía faltar algún tardoadolescente atribulado por su propia juventud que, a falta de carácter, no dispone de experiencia como antídoto contra la crudeza de la vida. Con frecuencia los autores abordan estos personajes mirando a través de un retrovisor averiado, es decir, entre la desmemoria y el arrepentimiento. Y así les salen estos personajes tan pelmazos.

Si además el autor es japonés, el estado de nervios en el que deja el libro es el adecuado para ensayar un solo de pandereta. Es el caso de Toru Watanabe, el protagonista de la incomprensiblemente celebrada Tokio Blues, al que te imaginas beodo perdido, tocando el Norvegian Blues con la guitarra, debajo de una fina lluvia y planificando su próximo episodio onanista. Murakami compone un personaje dubitativo, melifluo y un poco pasmado, que pasaba por allí con la única intención de hacer preguntas a las mujeres que le rodeaban mientras se dejaba sobar un rato.

Huyan de los autores japoneses como del Apocalipsis, amigos. En especial cuando anuncien jovencitos en contraportada.

3. Adam, de ‘Invisible’

Por molinos

Adam tiene el dudoso honor de ser el protagonista más idiota de la trayectoria de Paul Auster. Invisible es una historia sin pies ni cabeza que comienza cuando Adam, con veinte años, conoce a un profesor que le ofrece montar una revista literaria. Adam no se cree la suerte que tiene, el lector tampoco y desde ahí todo es un bajar aceleradamente por la pendiente de las tonterías que Adam va haciendo. No estoy en contra de los personajes que hacen tonterías, todos las hacemos, pero, en Invisible y con Adam, Auster lleva la tontería hasta extremos que provocan muchísima vergüenza ajena. Y eso es intolerable.

4. Harry Potter, de la saga homónima de J.K. Rowling

Por Bettie

Vale, sujetad vuestras varitas, por las barbas de Dumbledore, que yo a la saga Harry Potter le tengo ley: he pasado unos momentos geniales entre sus páginas. Pero una cosa no quita la otra: a Harry Potter le falta una hostia a rodabrazo con la mano abierta.

Harry, a sus once años, descubre que es un mago y no solo eso, sino que es el niño que vivió, el responsable de la «derrota» de Lord Voldemort. En consecuencia, se trata de todo un personaje en el mundo mágico, una celebrity. ¡Ay, hermosos! El refrán funciona: cría fama y échate a dormir. El pobre se pasa las novelas quejándose y lamentándose por su suerte (vale, reacciona hacia el final). Si no fuera por la multitud de protectores que le salen y por sus amigos (benditos amigos) no sé yo qué habría sido de él… Aunque quizá eso es lo que hace grande la saga. Sin embargo, yo no puedo dejar de preguntarme, ¿cómo habría sido con Neville?

5. Edward Cullen, de la saga ‘Crepúsculo’

Por Dra Silvi

Ya llegamos a la conclusión de que Stephenie tiene un serio problema con sus protagonistas femeninas, pero es que los masculinos también se las traen.

Tenemos a un vampiro de más de cien años, con superfuerza y ultravelocidad, que puede leer el pensamiento de la gente y que, además, puede salir de día. Mira que con esas características iba a ser difícil estropearlo, pero no, Stephenie no se amedranta ante un buen desafío y convierte al pobre Edward en un soso redomado. Cabezota, ñoño, pardillo e iluso, lo tiene todo. Un poco más de sangre es lo que le hacía falta, en todos los sentidos de la palabra. Si Drácula levantara la cabeza…

6. Christian Grey, de la saga ‘Cincuenta sombras’

Por Aroa Parras

Christian Grey tenía que aparecer en esta lista. El protagonista de Cincuenta sombras de Grey es tonto, por mucho que la autora de la saga se haya empeñado en construir a un guapo y rico seductor. ¡Pero venga, quién se lo cree! Este niñato de alto standing, con más calle que el director de la revista Play Boy, resulta que cae rendido en el primer impacto ante los pies de una tímida universitaria, virgen para más sorna, con la que «echa polvos de vainilla». ¡No había otra más espabilada, no señor!

Para justificar sus gustos «sadomasoquistas» (lo pongo entre comillas porque los entendidos argumentan que de sado no tiene más que la famosa habitación) la autora del libro inventa un personaje con una turbia infancia marcada por los malos tratos. Vamos, lo que viene a ser mezclar churras con merinas. ¿Hay algo que mate más la atracción que el sentimiento de pena?

Además es celoso, controlador y no le gusta que bebas… ¡nada de cogorzas!

Si no te convencen estos argumentos, estarás conmigo en que el lenguaje de este jovencito no resulta nada seductor. ¿O acaso te gustaría que alguien te llamara «nena»?

Simplemente, patético.

7. Sébastien Pages, de ‘Mi color favorito es verte’

Por Eva Quevedo

A ver, Sébastien, o como demonios se llame usted en realidad, ¿puede decirme qué necesidad hay, en los tiempos que corren, de hacerse pasar por aguerrido reportero bélico para ganarse los favores de una escritora talludita? ¿No le parece suficiente exhibir músculo por la arena de la Costa Brava sabiendo que la talludita hiperventilará con solo atisbar la goma de su bañador? Entendería que organizara tal despliegue de espía ruso (huida a Siria, móvil perdido, mensajes cifrados, invención de personajes que sustenten su absurda identidad…) para zumbarse a Gisele Bündchen, pero resulta a todas luces sobreactuado hacerlo frente a una mujer normal, ávida de amor, emociones y un buen plato de lentejas, que sería capaz de perdonarle cualquier vileza a cambio de saberse mínimamente amada.

Amigo, es usted un timador de barrio, una mala versión de galán venido a menos, un chulazo de los que sacan de quicio, el contrapunto perfecto, por otro lado, para una mujer sin fuerza, en exceso romántica para la edad que aguanta, que bien podría enamorarse de usted o del surtidor diesel de una estación de servicio.

8. Hardin Scott, de la serie ‘After’

Por Claudia PM

No sé si a Hardin Scott podemos meterlo en una lista de tontos de campeonato. Yo más bien lo metería en la de cabrones de manual. Hardin Scott es un guapo chico universitario, lleno de tatuajes, borde, agresivo, cuyo modo de vida es ir de juerga en juerga y acostarse con todo lo que se mueva. Cuando conoce a Tessa (esta pobre sí que es tontica perdida) empieza a utilizarla para ganar una sucia apuesta, pero supuestamente se enamora de ella. Y digo supuestamente porque el modo en que la trata deja bastante que desear: la engaña, la maltrata psicológicamente, le hace pasar las mil y una, y la ingenua de Tessa siempre lo perdona. El carácter de Hardin viene determinado por lo que sufrió de niño (típico en este tipo de personajes), pero no debería servir para pasarle todas las putadas que hace. Lo más nauseabundo de este personaje es que muchísimas jovencitas lo vean como el novio ideal, por mucho que al final el muchacho se reforme.

9. Ricardo Somocurcio, de ‘Travesuras de la niña mala’

Por Carolina Carranza

Mario Vargas Llosa consigue con Ricardo Somocurcio un personaje capaz de ponerte de los nervios como lector. Un personaje tan romántico, inocente y bueno no podría provocar otra reacción por nuestra parte al juntarse con esa niña mala tan manipuladora, aprovechada y sin ninguna capacidad de amar. Cada vez (y son muchas) que ella le utiliza para después abandonarlo y dejarle triste y deprimido, te dan ganas de meterte en el libro y decirle que no sea tan tonto y que se olvide de ella de una vez por todas. Un amor tan enfermizo no puede traer nada bueno, aunque en este caso, al menos, nos lleva a uno de los finales más bonitos que he leído nunca. Eso sí, las dos bofetadas a Ricardito cada vez que ves que vuelve a beber los vientos por ella a pesar de todo no se las quita nadie.

10. Beto, de ‘Blitz’

Por molinos

Un protagonista que se llama Beto es imposible que sea inteligente. Los nombres son importantes y si te llamas Beto solo puedes ser un patán. Trueba, no contento con elegir mal el nombre, hace de Beto un personaje completamente absurdo. Un tipo de veintiocho años que se pasa toda la novela autocompadeciéndose por estupideces sin sentido, es agresivo a ratitos, bobalicón todo el tiempo, estúpido en sus razonamientos, débil en sus sentimientos, rastrero en sus relaciones y, por si esto fuera poco, es egocéntrico, snob y engreído.

El lector no entiende cómo no muere en la página dos apuñalado salvajemente por el resto de los personajes de la trama, ahorrando así al planeta el innecesario pensamiento que lleva a preguntarse: ¿Es Blitz autobiográfica?

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