La canción de Yeyé

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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3 min readDec 30, 2022

Un día cualquiera pienso en estas historias mientras cuido exámenes de Historia en un pre de La Habana y casi por casualidad leo una pregunta: Caracterice a Haydée Santamaría con dos elementos…

Por Dailene Dovale

Hay nervios, sí, en el instante en que abre la puerta y recibe, de par en par, a los esbirros. A ellos, que venían por una supuesta delación a requisar la casa, les brindaría café. Yeyé tendría la calma para colaborar con quienes podían reprimirla, de ir paso a paso mostrando espacios, cuartos que no habían visto — para que no tengan que volver otra vez, les diría — y en el camino volverles invisibles los doble fondos de las cortinas y otros escondites demasiado secretos. Detrás de esa mirada tranquila y una voz suave puede que haya existido un temor profundo; pero mientras Vilma Espín — batas blancas, cabellos sueltos y ondulados — saltó la tapia y fue recibida por un hogar religioso como si se tratara de la aparición de una virgen, Yeyé se quedó junto a la familia que las había acogido, también del Movimiento 26 de Julio, para darles un recorrido inusual a los policías.

En otra ocasión, caminaba junto a Armando Hart por La Habana. Iban de regreso a Santa Clara por la terminal. Es ese instante en que los guardias se dicen que sí, son ellos: Yeyé y Armando. El guardia pronuncia Yeyé como si fuera un nombre conocido y familiar, con la confianza de los viejos amigos. Y ella se ofende. Serán frescos, piensa. Armando fue detenido ese día. Recordará luego en entrevistas y explicará que ella fingió estar embarazada y en peligro de aborto, para que un chofer pudiera trasladarla a un lugar seguro y con teléfono. Armando escaparía el día de su juicio por la entrada principal.

No quiso dejar de consultar a sus muertos. Esos que llegaban justo a la hora de tomar decisiones. Tampoco quiso abandonarlos en esa otra muerte que es el olvido. A su hermano Abel Santamaría lo consultaría con especial frecuencia, con la avidez de quien necesita su voz, desde el afecto y la admiración, y lo haría mucho. Muchas veces. Al punto que Frank País, jefe de acción y sabotaje del movimiento en Santiago de Cuba, se lo reprocharía. Reproche que luego se volvería pedir disculpas, cuando él mismo tendría que consultar a su hermano asesinado, Josué.

Iría por la lucha y por la vida con ese tono calmo que, es probable, haya ocultado tantas emociones. A ella nunca le hizo falta subir a la Sierra para preservar su vida. No volverían a tomarla presa desde la época del asalto al Moncada en que sufrió tanto la muerte de Abel y de Boris, en que se volvió cada vez más cercana a Melba Hernández y a la par más menuda. Tal vez esa habilidad confesada de subir y bajar de peso, rápida y eficazmente, le ayudaría a ir coleccionando rostros e identidades que escaparían a la imaginación de la dictadura.

Cuando montó en el avión, aquel muchacho la había ayudado mucho. Él sabía que su pasaporte era falso, pero en lugar de exponerla, le facilitó el truco. Pudo viajar a Estados Unidos para ayudar a la Revolución desde allí: a gestionar armas y municiones, por ejemplo. Él, luego del triunfo se le presentaría como aquel muchacho quien, a pura intuición, decidió que aquella mujer debía llegar a su destino.

Un día cualquiera pienso en estas historias mientras cuido exámenes de Historia en un pre de la Habana y casi por casualidad leo una pregunta: Caracterice a Haydée Santamaría con dos elementos.

Al estudiante en cuestión se le ocurrió escribir: fundadora de Casa de las Américas y guerrillera. Otros dirán: militante del partido y participante del Asalto al Cuartel Moncada.

Con qué facilidad se pretende resumir una vida.

La trovadora Marta Campos habla sobre la cantata homenaje a Haydeé Santamaría en su centenario. Sobre este concierto ampliaremos próximamente con testimonios de otros trovadores entrevistados por Fidelito Díaz.

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