Cruzada Teatral: una gran escuela en la montaña

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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19 min readSep 10, 2019

Por: Isabel Cristina López Hamze

Fotos: Cortesía de la autora

Espero que, en vez de dejar de existir, las Cruzadas Teatrales se aumenten,

porque así aumentará el caudal, el potencial de la cultura.

Sin la cultura no puede haber desarrollo, sin la cultura no puede haber un país,

el símbolo de identidad de cualquier nación, de cualquier barrio, está en la cultura.

Elidio Mazón, campesino de Patana.

Entre lo más hermoso que he hecho en la vida está haber participado varias veces en la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, el más importante proyecto teatral de acción comunitaria en Cuba. El 28 de enero los artistas salen desde el parque Martí de la ciudad del Guaso a las serranías de los municipios montañosos.

Cada año, participan diferentes grupos de Cuba y el extranjero. Los colectivos guantanameros que lideran la Cruzada son Guiñol de Guantánamo, Teatro Ríos y La Barca. De otras provincias se suman muchos y pueden estar una o dos semanas, en dependencia del tiempo que les resten a sus vidas en la ciudad.

El evento, apoyado por las instituciones territoriales, se desarrolla en la provincia más montañosa del país, pues solo el 23% de su territorio es llano. Cada año los cruzados viajan por una Cuba profunda, haciendo teatro y descubriendo las maravillas naturales de Manuel Tames, Imías, Yateras, San Antonio del Sur, Maisí y Baracoa. Las comunidades que integran el recorrido son aproximadamente 210 y el público de la Cruzada todos los años es de unos sesenta y cinco mil espectadores.

Me contaron los fundadores que la idea se le ocurrió al difunto Carlos Alberto, en medio de un entrenamiento en Teatro Esopo. Los otros actores del grupo se enamoraron de la aventura y salieron por primera vez el 28 de enero de 1991, en homenaje al nacimiento de José Martí. En poco tiempo, aún en pleno Período Especial y condiciones muy precarias, la Cruzada se convirtió en una tradición que, hasta hoy, mantiene viva la pasión por el teatro en la montaña.

En los primeros años se viajaba a pie y los artistas tenían que caminar hasta cuatro horas para llegar a los lugares donde harían la función. La comida la trasladaban en un arria de mulos que, a veces, tardaba más tiempo en llegar que los cruzados. Y de ahí sale el famoso cuento de los actores que terminaron la función y pasaron horas y horas esperando la comida, muertos de hambre, en medio del monte. Entonces llegó un campesino que los había visto actuar y les ofreció lo único que tenía: una lata de agua de coco. Y así esperaron felices e hidratados por el mulo que traía los frijoles y el arroz.

Cuando uno sale hoy del Parque Martí, hay que pensar en los cruzados de aquella época, esos que pernoctaban a la orilla de los ríos, dormían sobre frazadas y,cuando el frío les apretaba, tenían que envolverse los pies en periódicos y acostarse muy juntos para entrar en calor. Hay que pensar con orgullo en los viejos cruzados que pasaban hambre y frío, pero al día siguiente salían a actuar con amor y con bomba.

Afortunadamente, los avances en la logística, la coordinación y el apoyo institucional hacen la travesía mucho menos difícil; sin embargo, yo que la he vivido intensamente creo que la idea del difunto Carlos Alberto aún sigue siendo una locura.

Para mí, lo mejor de la Cruzada es, al mismo tiempo, lo más duro: su carácter itinerante. Puede ser que estemos en un sitio muy húmedo, y al día siguiente lleguemos a un semidesierto, porque la región donde más llueve en el país está en Guantánamo, y también la de mayor sequía. En ocasiones solo nos quedamos una noche en los lugares; otras, hasta tres días. A lo largo de la Cruzada tenemos un día libre siempre en los mismos sitios: Vega del Toro, Playa Imías y Boca de Yumurí.

Por lo general, las escuelas nos sirven de techo. Eventualmente, una casa de cultura, un campamento de pioneros, una sala de video o la casa de los pobladores. Cada uno de nosotros tiene su colchón y sobre él dormimos plácidamente entre los mosquitos, el frío, las ranas, las cucarachas, el calor, el polvo, la humedad, las arañas y cuánta cosa rara le dé por aparecer en aquellos extraños lares. Nos bañamos en ríos, en las casas de los campesinos, en baños de escuelas con agua helada, y cuando la cosa se complica demasiado nos brincamos el baño del día.

Hacia algunos lugares, por las condiciones del terreno, hay que ir a pie, a caballo, en mulo, en carreta de bueyes, en volanta o en tractor, pero ahora tenemos un camión Kamaz de último modelo que sube un árbol si le das duro al acelerador. El camión distribuye en poco tiempo a los grupos por las comunidades. Cada día salimos temprano en la mañana y se realizan alrededor de seis o siete funciones simultáneas en diferentes poblados. El camión va repartiendo a la gente y luego vuelve por ellos. En el mismo camión vamos a las funciones nocturnas que se realizan en el lugar más poblado de la zona. Muchas veces encontramos pobladores al borde del camino y los montamos con nosotros hasta el lugar del espectáculo. Entonces ellos llegan emocionados porque han estado muy cerca de los actores.

Los lugares, el clima y el público varían a diario. Lo mejor es que la comida también es diferente, con una sazón distinta en cada lugar, pues son los mismos pobladores los que cocinan para nosotros. En una guagua almacén cargamos la comida cruda y se cocina en las escuelas o en la casa de la gente que espera cada año la oportunidad de ser parte de la Cruzada.

Entre lo más emocionante está la reacción del público. Cuando los cruzados llegan a las escuelas, ya es tradición recibir el regalo de los niños, que cantan, bailan y presentan obras de teatro. Al terminar las funciones, siempre hay una mesa cubana preparada con dulces caseros, café, refresco, frutas y vegetales. En algunas hay hasta almohadillas sanitarias, hipoclorito, metronidazol y otros medicamentos. La mayoría de las personas se disculpan por la austeridad de la mesa y nos hacen los cuentos del ciclón Matthew, que para nosotros ya está lejos, pero para ellos aún está muy presente.

Cuando nos dan lo poco que tienen y además lo hacen con un cariño entrañable, yo entiendo porqué los actores siguen llegando hasta allí, sin importarles las adversidades. Y entonces me afecta menos estar lejos de mi familia por más de un mes y me importan menos los golpes y las picadas de bichos y las malezasde barriga y los refriados y la sensación de que mi vida está en peligro constante, por lo agreste del paisaje y por el riesgo de los caminos. Es por la gente de la montaña, por los niños de las escuelas, que entiendo cómo la idea loca de difunto Carlos Alberto puede seguir enamorando.

POR PRIMERA VEZ EL TEATRO LLEGA A LA ESCUELA DE POTOSÍ

Aunque la Cruzada lleva 29 años llegando hasta lugares inimaginables, aún quedan sitios muy intrincados donde la gente nunca ha visto el teatro. A veces por las inclemencias del tiempo, por la falta de un transporte seguro o porque sencillamente el camino trazado por la Cruzada desde hace muchos años es el idóneo para llegar a un mayor número de comunidades.

Cuando el teatro llegó a Potosí, fue por pura suerte, porque este lugar del municipio Manuel Tames está fuera de la ruta, pero como amaneció lloviendo mucho ya no se podían visitar las comunidades previstas para ese día. Entonces Rafael, quien es fundador de la Cruzada y aún mantiene ese espíritu de conquistar nuevos corazones, se montó en el camión y fue directo hasta Potosí.

En Manuel Tames los caminos están de truco. Los choferes no les temen a las alturas, le temen al fango. El supercamión Kamaz se hundía hasta la parte de arriba de la llanta y se quedaba como colgando de un costado. No se puede medir la profundidad de un cráter lleno de agua y fango en medio del camino, a eso le temen los choferes sobre todo en los fanguizales de La Tagua, Alto de Tagua y Potosí.

Después del camino peligroso y los sobresaltos llegamos a un apacible pueblito de solo 46 personas donde antiguamente se secaba café; hoy, uno de esos secaderos es la escuela. En las montañas, las escuelas son el centro de la vida y los maestros muchas veces han enseñado a hijos y padres, a generaciones de campesinos que aún con más de cuarenta años le siguen llamando Maestro a sus antiguos profesores de la escuela. Y por eso la gente siempre regresa a esa pequeña “casa” de tablas, pintadita, arreglada, con flores en los bustos de Martí. La gente regresa también por La Cruzada, porque las escuelas son el escenario más común de las obras, son el sitio de encuentro por excelencia entre la gente y el teatro.

Como es usual en las montañas, la de Potosí es una escuela multigrado de 7 niños que comparten una misma pizarra y un mismo maestro. Ninguno de ellos había visto el teatro, ni siquiera en el televisor, pues allí no tienen corriente eléctrica y los paneles solares no son tan potentes para alimentar los televisores.

Cuando llegamos los niños estaban retraídos, amontonados en una esquinita del aula, temerosos de las caras extrañas, de la cámara, del teatro que llegaba de pronto sin avisar. Rafael se convirtió en el payaso Quirimbolo y, por casi dos horas, hizo reír a los niños de 0 a 120 años, pues llegaron también los pobladores curiosos y se quedaron todos en la escuela, la misma que antes era un secadero de café.

Y Rafael me contó cómo fueron aquellas primeras veces, al principio de la Cruzada, cómo iban a pie hasta los lugares cruzando los ríos y escalando montañas, hundiendo sus botas en el fango con el jolongo de los títeres en la espalda. La experiencia fue tremenda, pues a 29 años de haber comenzado la Cruzada Teatral, no todos tienen el privilegio de actuar en un poblado virgen. Yo estuve allí y pude ver las mariposas sobrevolando la escuelita, escuché las canciones de Quirimbolo acompañadas por la guitarra y el sonido del agua chocando contra las piedras del rio, vi la alegría infinita y las lágrimas de la gente hermosa de Potosí, creí en la fuerza inmensa del arte y me grabé en la memoria los rostros de esos siete niños que por primera vez vieron el teatro.

LO QUE APRENDÍ DEL MAESTRO DE PATANA

La Cruzada está llena de gente linda, pero lo maravilloso es que no paras de sorprenderte con su sabiduría y su mundo, que es muy distinto al tuyo. Patana es uno de esos lugares que te fascinan, un sitio mágico. Allí conocí a Ramón, el maestro.

Patana está 5 kilómetros al noroeste de La Punta de Quemado, el extremo oriental de la Isla.Allí viven 58 personas y la escuela multigrado tiene 6 niños. Es uno de los pocos lugares en Cuba donde aún quedan vestigios de la cultura aborigen, incluso algunos de sus habitantes conservan los rasgos faciales de los antiguos pobladores de la zona.

Ramón es de La Máquina y todos los días hace un viaje de 4 kilómetros para dar sus clases. Para llegar a Patana hay dos vías de acceso, una por el sendero de las flores, que es la vía principal de 7 kilómetros, y la otra es La Asunción, por donde se corta camino y llegas directo desde La Máquina. Pero Ramón descubrió un atajo: el camino del maestro. Desde 1975 baja y sube una de cuatro terrazas marinas de la Gran Tierra, entre las mejor delineadas a nivel mundial. Llegar cada día al aula se ha convertido en una verdadera aventura donde se entrelazan naturaleza y sabiduría desafiando al diente de perro.

A Ramón a veces le dicen Mongo, y su escuela se llama Julio Antonio Mella. En un aula hay niños de prescolar,segundo, cuarto y sexto grados. Cuando la Cruzada llegó a dar las funciones solo aparecieron los niños, el maestro y el delegado. Los otros estaban sembrando café o encerrados en sus casas, escuchando rancheras en la radio. Patana me pareció un lugar misterioso, cargado con energías extrañas. Entonces decidí quedarme y dejar ir el camión con los actores. Ramón me mostró su camino y mientras escalábamos me contó las historias del lugar.

El maestro me presentó a Elidio, el delegado, que es biznieto de Narciso Mosqueda, el fundador de Patana. Dicen que el bisabuelo era español y vino huyendo del barrio de Yara, en la desembocadura del río Miel, porque allí había cometido alguna fechoría. Otros dicen que era desertor de la guerra del 68 y vino con un hermano desde la Jalda del Macho, en Vertientes. Lo cierto es que llegaron huyendo de algo y se internaron en el monte para no ser descubiertos. Entonces se encontraron una india que quedaba viva desde el tiempo de las matanzas, de cuando los indios se daban candela y se tiraban del cañón de Yumurí para que no los atraparan los españoles. Narciso Mosqueda se enamoró de la india y le puso de nombre Carmen. Se casó con ella y ahí nacieron los pataneros.

Dice Ramón que los Mosqueda no tenían caballos ni mulas, que producían sobre todo para el consumo propio. Vendían miel y cera y llevaban los barriles a pie a los mercados, por eso nunca construyeron un camino. Yo creo que tal vez tenían miedo de ser descubiertos y se mantuvieron siempre aislados. Dicen que en Patana se casaban entre ellos: hermanos con hermanas y padres con hijas, y todavía hay alguna gente con problemas. Yo vi un hombre ciego que es hijo de primos hermanos. Dice el maestro que los pataneros de una época eran caníbales y si llegaba un forastero con una mujer de paso por allí, ellos se robaban la mujer y tiraban por un farallón al forastero.

Dice Ramón que hay una Patana Arriba y una Patana Abajo. En la primera es donde vive la gente; y en la segunda quedan solo las mariposas, las cuevas y los espíritus de los indios.

Dice Ramón que las cuevas de Patana Abajo son famosas desde que don Carlos de la Torre y Huerta las mencionó en una crónica de viaje de estudios naturalistas. Que ha venido mucha gente a visitarlas y se han encontrado reliquias aborígenes. Me contó que en una de las cuevas del Pesquero de La Yuraguana hay un niño de oro que está mirando al mar, que la gente ha intentado encontrarlo pero los indios lo escondieron muy bien. Dice que el niño recibe los primeros rayos de sol de la mañana y que todo el que va por esa zona anda muy avispado en el cueverío, por si se lo encuentra.

Dice Ramón que antes Patana era un lugar próspero y que allí vivían muchas familias, pero poco a poco se fueron todos. Yo imagino que los espíritus espantaron a la gente: la india encueros con el pelo por las caderas que salía de entre la maleza y las siluetas que se formaban en la candela. Creo que los espíritus reclamaron su tierra y echaron de Patana Abajo a los invasores. Pero dice Mongo que no fueron los espíritus, que fue el hambre y la necesidad los que obligaron a los pataneros a irse de allí en el Período Especial. Algunos se fueron a La Máquina; otros, a Punta de Maisí y a sitios menos alejados. Sea como sea, en Patana Abajo ya no queda nadie, solo los aparecidos y las luces de las almas en pena y, alguna vez al año, los restauradores, arqueólogos y antropólogos que visitan las cuevas.

El maestro me habló de los muertos vivos de Patana, de esa gente que con treinta y pico de años ya tiene la piel apergaminada y los ojos huecos como pozos. Me habló de las casas que se llevó el ciclón y de la gente que se fue a buscar casas nuevas en La Máquina. También me habló de los niños genios de Patana, de esos que desde el prescolar están atentos a la mitad de la pizarra que corresponde a los ejercicios de sexto grado. Me dijo que en la montaña hay niños genios gracias a las escuelas multigrados, que él tiene a la niña Sayonara, que quiere ser enfermera y quedarse a vivir para siempre en Patana.

Dice Mongo que él todavía se acuerda de aquella obra de títeres, “La calle de los fantasmas”, presentada por el Guiñol de Guantánamo en 1997. Y vio cuando el campesino de Patana dijo aquella famosa frase que ha quedado en los anales de la Cruzada: “A mí nadie me jode, a ese muñequito lo están moviendo por atrás”.

En el camino del maestro, están las mariposas, las ruinas de la casa donde nació y de su primera escuela. Están los caracoles polimitas y árboles con flores; está el escondite donde guarda sus botas para el fango y deja sus zapatos de maestro. En el camino están sus marcas, sus historias y su sacrificio cotidiano; está el orgullo de ser útil y su seducción por Patana.

Ramón me enseñó el lugar más hermoso de toda la Cruzada, la cima de la cuarta terraza, desde donde se ven las otras tres y el mar y dicen que también las montañas de Haití. Allá arriba me contó que los pataneros no tienen relojes, que es una ley no escrita, desde el tiempo de los Mosqueda. Me dijo que en Patana el tiempo es otro, un tiempo más lento que el tiempo de la Isla.

PALMA CLARA Y LOS NIÑOS DE LA FLOR DEL CAFÉ

Palma Clara es una comunidad muy pequeña que queda a un costado de La Farola, la carretera que comunica a Guantánamo con Baracoa. Antes la gente de La Cruzada pasaba su última noche allí, pero por cuestiones logísticas, ahora solo se va a hacer funciones en la mañana. Este pequeño pueblecito de cafetaleros es de los sitios más amados por los artistas que hacen el viaje de 34 días. Llegar hasta allí con la alegría y el amor intactos es otro gran reto de la travesía.

Cuando íbamos en el camión nos cogió un aguacero en plena Farola y todos nos empapamos. Lo peor fue el frío tan grande que hacía en Palma Clara y lo más lindo fue la neblina que rodeaba al mágico lugar.

La visión de Palma Clara se queda en la memoria de todos los que pasan por allí y cada uno la retrata en su mente de una forma distinta, sin embargo, el lugar es impresionante desde todos los ángulos. A Palma Clara se llega en los últimos días de La Cruzada con el agotamiento de más de un mes fuera de casa, pero los actores guardan sus energías para dar allí una gran función a un público pequeño pero agradecido. Aún bajo la lluvia hay muchos del pueblo que están trabajando en el campo, los que quedan se reúnen para esperar a los actores, con un sigilo particular que a veces se parece a la tristeza.

El pueblo tiene una estructura muy bonita, las casitas están alineadas y dispuestas de manera simétrica. La gente allí es muy pobre y luego del paso del ciclón Mathew, hace más de tres años, aún no se han recuperado totalmente. A pesar del estado de las casas, la gente en Palma Clara cuida sus jardines y cuando caminamos por cualquier callecita, sentimos el olor de las flores y de la yerba mojada. Las piedras de Palma Clara son lizas y verdes con filigranas grises y su belleza se esconde debajo de la tierra roja de los jardines.

Dicen que hay un proyecto para reconstruir Palma Clara, para arreglar sus casas y hacer nuevas instalaciones para el uso público; mientras llega ese día tan esperado, algunos se mudan hasta Paso de Cuba, donde les ofrecen un apartamento nuevo en un sitio más céntrico, poblado y cómodo. Sin embargo, la mayoría se resiste a abandonar su tierra, su arraigada tradición cafetalera y los hermosos amaneceres en Palma Clara.

En Palma Clara están los mejores actores niños de toda La Cruzada. Ellos pertenecen al proyecto La Flor del Café, creado en el 2002 por Esmérida, la promotora cultural de la zona desde el año 1999. Los niños esperan cada año a los actores y les presentan sus obras, como ocurre en casi todos los lugares por donde pasamos. Lo especial de Palma Clara es el vínculo tan profundo que existe con La Cruzada y el agradecimiento hacia ella que se trasmite de generación en generación, y así lo hace saber Esmérida:

— Nos sentimos parte de la Cruzada, incluso parte del ejemplo que hemos tomado de la Cruzada. Año tras año nosotros también salimos y le llevamos la cultura que tenemos a otros lugares, a lo más intrincado del Consejo donde no hay cultura y nosotros se la llevamos con el proyecto Flor del Café. Y siempre cuando estamos allá en el piso tirados, comiendo, decimos: “Esto nos recuerda a la Cruzada”. Y me gustaría siempre seguir siendo parte de la Cruzada porque a nosotros sí nos encanta todo lo que hacen, y seguir el ejemplo de guerrilleros que tienen esos actores.

Después de las palabras de bienvenida de Esmérida y la actuación de los niños, nos quedamos llorando de la emoción y también lloran ellos y Esmérida y todos los que viven en ese sitio humilde y solitario que, una vez al año, gracias a la Cruzada se llena de conmociones.

DOS NIÑOS PARA UNA ESCUELA EN LA ATENCIÓN

Lo más conocido por esta zona del municipio Imías es Los Gallegos, pues La Atención es un lugar que tiene todas sus casitas regadas por el lomerío. Los caminos pedregosos de La Atención y Los Jagüeyes son un reto para los cruzados que cada año llegan hasta allá; pero los peligros son normales para la zona: barranco de un lado, montaña del otro, una sola vía y piedras, muchas piedras. Cuando llegas a tu destino te quedas dando saltos por el brinca-brinca de casi dos horas de camino.

Allá arriba, en La Atención, se ven las nubes muy cerquita, se ven las lomas con sus verdes contrastantes, se escuchan los cantos de los pájaros del monte y, también, si el silencio de la altura está bonito ese día, puedes oír las voces de dos niños repitiendo ecuaciones matemáticas y leyendo en voz alta las historias de La Edad de Oro.

Alexandra y Josniel son los dos únicos alumnos de la escuela en La Atención. Los dos en grados diferentes, reciben clases del maestro Idelfrides quien camina a diario 4 kilómetros desde su casa. Para mantener abierta la escuela, que necesita una matrícula mínima de 4 alumnos, el maestro ha inscrito a varios niños de Los Gallegos: una pequeña trampa de amor para que Alexandra y Josniel no tengan que caminar más de cinco kilómetros todos los días hasta la escuela que les corresponde.

Así, entre la ilegalidad, la extraña ley y el amor infinito por el magisterio, el maestro de La Atención aparece entre las lomas con una guitarra al hombro luego de una larga caminata, para enseñarles a sus dos alumnos sobre los números, las letras, las ciencias, el arte y el altruismo. A esa enseñanza se suma La Cruzada, que llega a la escuela con más actores que niños.

Las actrices del Grupo Ríos, de Guantánamo, esperan alegremente a que llegue más público de las cercanías. Y así, en lo que se visten y se maquillan, en lo que llueve y para de llover, en lo que el sol se esconde detrás de la nube y los caballos relinchan, se van sumando gente de la loma a la gran función.

Y nunca se vio por aquel lomerío una función tan alegre; y los niños se sintieron grandes y especiales pues todos los juegos, las canciones, los cuentos, los títeres y las sonrisas fueron repartidas entre dos en partes iguales. Y el maestro feliz de sus pioneros se sonreía en una esquina del aula con el orgullo brotándole por el brillo de los ojos.

Solo en La Cruzada se ven esas cosas: escuelas con dos niños de zapatos tristes y de frentes limpias y altas, maestros con guitarras atravesando las lomas, actrices con el nervio de los grandes escenarios antes de entrar a una aulita humilde de dos pupitres, se ven las lomas y el cielo más cerca como si el mundo se hiciera más pequeño justo en el punto donde se encuentran el teatro y la gente de la montaña.

LA CRUZADA ES UNA OBRA DE FE

Si alguno de los que conocí en la Cruzada relatara su experiencia, seguro hablaría de la cantidad de puestas en escena que ha visto, de sus favoritas y de las que no le gustaron tanto. Mientras yo me sorprendo por primera vez con paisajes increíbles, los pobladores de las serranías guantanameras llevan 29 años viendo obras de diferentes géneros y estilos. Puede ser que un campesino en Los Ciguatos, Tribilín o Barrancadero haya visto más teatro que un muchacho de El Vedado.

Además de un público entrenado y culto, la experiencia de casi tres décadas de intercambio ha generado un movimiento importante en torno al arte y el teatro en la montaña. Un movimiento que se centra sobre todo en las escuelas: pequeñas, grandes, multigrados, secundarias con albergues, de tablas, de mampostería, azotadas por los ciclones, reconstruidas por los propios campesinos, adornadas con las flores silvestres.

Muchos niños que vieron la Cruzada durante su infancia luego estudiaron en las escuelas de Instructores de Arte. Es por eso que Guantánamo va a la vanguardia de las provincias con mayor número de instructores en todo el país. Hoy, algunos de ellos son los que lideran proyectos socioculturales en las comunidades más intrincadas. Mientras los cruzados pasan una vez al año en La Clarita se queda el Teatro Campesino Monteverde; en Chafarinas, el Proyecto Arcoíris; en Yateras, El Amor Toca a tu Puerta; y en Palma Clara, La Flor del Café. Y así, en otros sitios de la montaña, van quedando los hijos de la Cruzada, nacidos del trabajo de los instructores de arte y los promotores culturales,quienes se encargan de ejercitar la alegría y enseñar a los niños el changüí, el nengón, la puntillita y el quiribá.

Aunque cada año se llega a muchísimas comunidades, también se suspende el viaje a otras por la lluvia y el mal estado de los caminos. Y no se puede contabilizar la tristeza de esos niños y esa gente a la que no se puede llegar. Como tampoco se puede contabilizar la alegría y la emoción de cientos de personas alrededor de un escenario improvisado y un retablo de títeres. Nunca vi en la ciudad ni en un festival a tanta gente vibrando con una obra de teatro. Eso solo lo he visto allá, en la montaña, a la orilla del río o cerca de la playa.

Los cruzados son gente de buen corazón, porque no se puede hacer la travesía sin amor, sin la seguridad de hacer crecer a otros con una canción, con un poema. Solo se puede continuar la obra de la Cruzada si se cree firmemente en ella, en su utilidad y en su valor real; ese que no se contabiliza ni se registra en una cámara y que, seguramente, tampoco puedo describir en este relato, mezcla de materia y de memoria.

La Cruzada es, para mí, una obra de fe, otra apuesta por un mundo mejor, un verdadero homenaje al Apóstol y a su fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos”. Es el tributo sencillo y hermoso de un abrazo y una flor silvestre en su pedestal. En ese ir y venir por rumbos martianos fui recogiendo piedras, lustré mis botas antes de la función y canté junto a los cruzados, durante 34 noches, la misma canción:

A Baracoa me voy,

aunque no haya carretera,

aunque no haya carretera,

a Baracoa me voy.

Con la mochila en el hombro,

a Baracoa me voy,

subiendo y bajando lomas,

a Baracoa me voy…

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