Cumpleaños de Marta Valdés está de fiesta la imaginación

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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7 min readJul 6, 2024

Por Fidel Díaz
Irrumpe una canción cualquiera de Marta y desde ya el alma se entona, con ese canto sedoso, que se amolda a la piel y se adentra en perfecta armonía alma adentro. Bastan los primeros acordes y ya nos dejamos arrastrar revisando la vida, con sus sueños y dolores, razones, pasiones intensas –pero no desorbitadas- amor sereno, desde la más martiana profunda sencillez.
Arte mayor el de esta habanera, Marta Emilia Valdés González, que llegó el 6 de julio de 1934, a una vida que nos premia con sus canciones, con su elegante manera de reseñar la historia musical cubana, con el calado que le caracteriza y el vuelo espiritual inevitable en ella.
Hoy estoy pensando que tal vez existas.
Está de fiesta la imaginación,
desesperada sensación de ti.
Se le ubica en una llamada segunda generación del filin, que ya venía desde los años 40 y aquellas primeras descargas en la casa de Tirso Díaz y su hijo Ángel, en el Callejón de Hamel, en Centro Habana. Jóvenes trovadores y cantores que, influenciados por el jazz y la canción norteamericana que estaba en el ambiente, dieron un giro a la canción trovadoresca. César Portillo, José Antonio Méndez, Angelito Díaz, Ñico Rojas, Tania Castellanos, Frank Domínguez, Rosendo Ruiz (hijo) están entre esos primeros creadores a los que hay que sumar a Aida Diestro, Elena Burke, Omara Portuondo… voces que asentaron piezas que hoy son conocidas en todo el mundo con múltiples versiones como Novia mía, Contigo en la distancia, Tú me acostumbraste, y La gloria eres tú , por mencionar algunas.
Quién serás, que así me invitas a amar,
quién serás, que me has podido dejar
en mi locura, mientras se me escapa
tu posible visión,
y sospecho que tú,
que tú eres nadie,
que está de fiesta la imaginación.
A Marta me la presentó Miriam. No personalmente, debo confesar que mi respeto ante esta creadora es tal, que las veces que la he tenido cerca, en algún evento o concierto, lo he pensado una y otra vez para decirme a abordarla y tartamudear apenas un saludo.
Me refiero a la vez que tengo conciencia de haber conocido, para siempre, a Marta Valdés.
Imbuido en el ambiente trovaroquero, empezando a guitarrear por allá por mis 22 años, habré escogido entre la gran discoteca acumulada en casa, por mis padres y hermanos, el disco de Miriam Ramos. O acaso lo compré yo mismo cuando recorría los puntos de las tiendas de la Habana buscando novedades de La Nueva Trova. Ya para esa época Miram sería la muchacha que me provocaba: ámame como si fuera nueva con su belleza sublime desde su figura al canto (y también viceversa). Habrá sido irresistible aquella carátula con su rostro de perfil buscando un beso del cielo con los ojos cerrados, quien me llevó a elegirla, sin saber siquiera que cantaba a Marta, era su rostro sensual, su nombre y Canción desde otro mundo (de seguro tampoco sabía que emprendía un viaje hacia tan lejos). El caso es que esa noche sería mi música para soñar. No es una frase, tenía por entonces mi tocadiscos personal. Había uno medio escaparate en la sala de casa –medio escaparate, porque mi hermano mayor (en uno de sus arranques creativos) aprovechó que su esposa estaba para la calle y destruyó un escaparate para hacerle un flamante mueble a nuestro amado y admirado tocadiscos que tiraba automáticamente doce long plays consecutivos. O sea que (tras la bronca matrimonial) tuvimos un inmenso tocarate o escapadisco.
Pero el mío era pequeño, una maletica alemana cuya tapa era la bocina. Yo la colocaba tras mi almohada, apagaba la luz del cuarto, y la música me ponía a levitar rompiendo los límites del estado de consciencia.
Fue esa noche, en que la voz de Miriam Ramos, me susurró sus versos al oído:
Sabía que te acercabas aunque no te vi llegar,
todas las aves del monte me vinieron a avisar
anunciando con sus trinos de mis penas el final
y supe que te acercaba aunque no te vi llegar.
Unas campanitas acompañaban su llegada. Y ahí empecé a navegar por el cosmos de Marta… Hay mil formas, Trini, (trinita, trinidad), José Jacinto Milanés, el poeta que tendría que buscar…
José Jacinto,
no sé si usted alguna noche
me ha confundido
con un fantasma,
cuando la niebla es densa sobre la ciudad
y yo camino.
Y entonces era yo el fantasma que salía tras Marta Valdés: Canción sin título, Como un río, Mutis, Aves de madera, Canción difícil… ya estaba raptado. Una y otra vez viraba el disco (recordad que eran de placa, de dos caras) y…
Qué difícil es compartirte con el mundo,
qué difícil es completar tu futuro,
qué difícil no formar parte de tu pasado.
Qué difícil sin ti
Qué difícil a tu lado.
Y mira tú, hasta dónde esa noche con Marta (y tantas otras) que ahora mismo repaso su texto y me veo plagiando. Si bien la historia de mi canción “Te vi pasar” me la inspira una anécdota que me contó Rancaño, no puedo menos que sentir cierto rubor al sentir mi texto en extremo deudor:
Te vi pasar sin otro amanecer
no entiendes los helechos que hay en mí,
ya sé que no hay remedio a este vagar:
no puedo estar contigo ni sin ti.
Quizás pase así, de manera que la vida nos puede colocar en situaciones semejantes; hay quienes dicen que el arte no es más que variaciones sobre un mismo tema. Yo realmente nunca he creído en el “todo está hecho”, que algunos llevan al límite de que el único autor fue Homero y todos los demás inconscientes plagiadores. Pero no nos desviemos en seudo filosofías semióticas.
Hay todavía una canción
alborotando el curso
de mi pensamiento.
Hay todavía una canción
precipitando acciones,
reclamando tiempo.
Marta Valdés fue creciendo en mí, o para decir mejor yo creciendo en ella. Tal vez, ya la había escuchado antes, dudo que entre lo que pasaban diariamente en casa (por el tocarate o escapadiscos) desde mi niñez, no hubiese escuchado alguna de sus piezas emblemáticas. Soy hijo menor (bastante menor) de cuatro hermanos, los cuales entre ellos y mis padres se disputaban sus preferencias a toda hora del día colocando sus discos. De ahí que me pasaba el día oyendo de todo. Por eso dudo ahora que antes de aquella noche plena de Marta Valdés, desde Miriam, no hubiese escuchado antes, (o hasta me supiera):
Llora por lo que nunca hiciste,
por lo que nunca fuiste
y quieres ser ahora.
Llora, llora…
En versión de doña Elena Burke, una de las preferidas de mi hermano Mandy. En todo caso, luego vendría el proceso de hurgar en sus canciones, y ese cantor inigualable que es Pablo Milanés diciendo:
No te empeñes más
en inventar una razón
para marcharte,
tienes que saber
que a mí me sobra vanidad.
Escucharle un concierto en vivo a Marta Valdés, solo una vez… ¿o acaso está de fiesta mi imaginación? En mis noches errantes y altamente ebrias de gozo (y otras cuestiones) de los Festivales Longina, en que uno va de concierto a descarga, a presentación, a trovada, del Mejunje al Museo de Arte Decorativas, o a buscar el amanecer en el Parque Vidal o La Arcada, creo haber subido una noche a la salita del teatro La Caridad, y encontrarme allí a la mismísima Marta Valdés, guitarra en mano cantando sus canciones. Ya me dirán mis hermanos trovunviticos si eso realmente ocurrió o fue un raptus del delirio por tenerla ante mí, cantando… lo cierto (o imaginado) es que me inspiró una paz sublime, de esas de entender que una canción es un acto sagrado, instante irrepetible en que un ser se devela, confiesa su más ignota pasión, pena, encrucijada existencial; que aun siendo esa canción algo creado tiempo atrás, hasta décadas, no está en pretérito, se reactiva, porque el arte siempre es de ahora mismo.
Las caras conocidas
me parecen raras.
Las cosas más absurdas
me resultan claras.
Y ahí está Marta, sola ante mí –claro que habría mucho público- pero no era con los demás, era conmigo ese abrazo invisible, total, de esa cantora que se desangra gota a gota, para inundar otro espíritu, como en ofrenda poética, porque sencillamente no queda otro remedio que entregarse plenamente…
Y si al momento de escuchar
te conmueve mi cantar,
guarda un poco de emoción:
hay por lo menos todavía
letra y melodía
para otra canción.
Hubiese querido levitar por esas noches del Sheherezada o el Pico Blanco, donde los filineros hacían de las suyas, pero no me tocó; por suerte tengo otras trovadas –bendita guitarra que llega de trasmano para salvar el alma- donde todas las suertes de canciones vagan, y las descargas ocurridas se vuelven leyendas, y otras que tal vez ni ocurrieron llegan bordadas por las ganas de que sucedieran.
Palabras,
quisiste con palabras engañarme
fingiendo comprender mi sentimiento,
fingiendo que tenías corazón.
Su primera canción: Palabras, (como quien dice entró con un clásico) dio nombre a su sección dominical en Cubadebate en la que su invaluable testimonio, transita por el ejercicio crítico de la mayor espesura (de conocimiento, estética, altura ética, y espiritual). Escritos que fueron a desembocar a un libro editado por el sello Unión y que debe leer quien aprecie la música nuestra, sus historias y los rostros de los creadores que han sedimentado con sus canciones, el alma patria.
Llora por los amores viejos
que se quedaron lejos
y que tal vez añoras.
Llora por este amor que crece
y, aunque después te pese,
confiesa que me adoras.
Escribo un poco desde esta madrugada, para hacer mi brindis por esa gran mujer de la cultura cubana, que pasa callada entre la gente, esparciendo canciones y palabras para ir más lejos, para que siempre esté de fiesta la imaginación.

Hoy estoy pensando que tal vez existas.
Está de fiesta la imaginación,
desesperada sensación de ti.
Quién serás, que así me invitas a amar,
quién serás, que me has podido dejar
en mi locura, mientras se me escapa
tu posible visión,
y sospecho que tú,
que tú eres nadie,
que está de fiesta la imaginación.
(1955)

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