Dazra, Chérie

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
Published in
4 min readMar 14, 2024

Ganadora del Premio Ítalo Calvino (2020), Dazra Novak se inspira en la vida de la pintora Rocío García para crear Chérie.

Por Dailene Dovale

Es hermosa la vista desde la Loma del Chaple. Se extiende Santos Suárez a sus pies: la calle General Lee, vacía casi siempre, el parque con sus infancias correteando, con plena libertad entre las máquinas de hacer ejercicios. El barrio se vuelve un conjunto de historias, quizás dentro de los pasillos haya relatos, vidas, gentes con historias asombrosas por descubrir. En la Loma, reina y señora de toda la comarca, parte una historia. La escritora Dazra Novak dibuja una novela, utiliza el pincel que es la palabra para narrar, con altas dosis de ficción, la vida y obra de la pintora cubana Rocío García. Y empiezo a leerla una tarde de inicios de marzo, cerca, muy cerca, del lugar donde ocurren las escenas iniciales.
Ante mí surge Rocío, la niña-héroe con flechas y un compinche, Pedrito. Van camino a vivir aventuras nuevas, esas enriquecidas con la imaginación ¿de la infancia o de la artista? Acaso un poco de ambas. La pequeña que se crea aquí no es un calco de la real, en cambio, contiene su aliento. La novela retrata ese tránsito de la curiosidad inicial por pintar paisajes, apegados a la realidad, fieles a ella, a la búsqueda del estilo personal, de la identidad, un viaje matizado por preguntas esenciales: ¿Por qué pinto? Que bien pudiera ser por qué estoy aquí. La inquietud se plasma, primero con cierta tibieza: «En ese entonces ella era solo una niña, por eso comprendía fácilmente que en el dibujo hay más cosas encerradas de las que perciben los adultos. Los ojos de los adultos no veían, por ejemplo, las verdaderas dimensiones de la casa». Luego de forma abierta. «Uno pinta porque sí, como mismo se respira» se responderá primero, pero las interrogantes evolucionarán en esta obra que es vista, también, como una novela de aprendizaje. Cuáles son los verdaderos matices de las cosas, su honestidad descarnada, se preguntará la protagonista y quien lee no tendrá otro remedio que plantarse frente a ese espejo: ¿Cuánto hay de honestidad en este rostro? Nos volvemos así cómplices, por ejemplo, de la relación entrañable entre la niña-héroe, la mujer-pintora con su padre.
Una de las cualidades que encontré, entre las más destacables, radica en la habilidad de Dazra Novak para pintar escenas cinematográficas, para animar a sus personajes y dotar de vida cada escena, como aquella mujer que se jala los cabellos y piensa en su hijo torturado; el camino polvoriento de la Calzada Jesús del Monte cuando ve marcharse a Pedrito; el instante en que la ciudad da un alarido tremendo o la forma en que consigue abordar un tema tan difícil como el abuso sexual infantil: «Y ella, para no pensar, gracias, mejor se concentraba en detalles como las ruedas, los engarces de los vagones, las señales de tránsito, la altura de las montañitas, para poder pintarlos después y tener así su propio tren. Porque todo se podía pintar… o casi todo».
Si Dazra es una escritora que pinta con cada palabra, Rocío es descrita en esta obra como una pintora que escribe desde las artes plásticas, cada cuadro tiene una historia. Este juego, riquísimo, entre la escritora y la pintora, esta conversación que es sabido nutre las páginas, fue premiado en 2020 con el Premio Italo Calvino. El jurado estuvo compuesto por Roberto Méndez, Carlos Zamora, Gaetano Longo. El primero de ellos declara algo que intuimos desde un inicio: «La obra de la artista plástica Rocío García sirve como punto de partida a este libro que no pretende ser una biografía, sino un homenaje al sentido y ambiente de su obra. Personajes atmósferas, motivos, se entrecruzan en estas páginas donde conviven la violencia con el refinamiento formal, los grises bocetos de la realidad con la fantasía más desatada. Chérie es a la vez la maduración de un estilo y la puerta abierta a una experiencia nueva. El lector puede recibirla como una novela de aprendizaje o reconocerla como un juego interdiscursivo donde las rutas de dibujo, pintura y escritura se entremezclan con insólita exquisitez».
De la niñez en Santos Suárez a la adolescencia y juventud en el Vedado, a la Academia de San Alejandro ―Idelisa sí que tenía razón―, al buque, con los mareos y piernas fuertes de tanto tambaleo, a Moscú, acompañamos a la mujer-artista en la búsqueda constante de la belleza. Una belleza que grita: píntame, no me seas indiferente. Y que aparecerá en tantas partes, también en la voz y rostro de Marina: «Ojos de Marina en la clase y el receso, en la borrachera y en la resaca, en la vigilia y el sueño, en la modelo que debía dibujar y los pocos deseos que tenía de regresar a Cuba. Para dondequiera que mirara veía a Marina sonriente y no podía resistirse cuando le decía, Ro, ven aquí, conmigo, Ro».
Al final de la tarde, en esa larguísima serpiente que es el muro del malecón, termino de leer, voy llegando al cierre de las páginas, ante mí aparece otra vez Rocío, diciéndo que es imposible un mundo sin color. Todavía no lo sé, pero a la mañana siguiente le hablaré de este pasaje a mis estudiantes de Comunicación Social, escribiremos, incluso, un cadáver exquisito bajo esta premisa inicial. Rocío, en la búsqueda de la belleza encontró el color (o su ausencia) como vía para las emociones: felicidad, tristeza, deseo u otras sensaciones todavía más intangibles, como la necesidad de libertad. Al final todo se puede pintar.
O casi todo.

--

--