Diana y su hermosa manera de no rendirse jamás

Darío Alejandro Escobar
El Caimán Barbudo
Published in
4 min readDec 10, 2020
Diana Lío junto al miembros de la revista Alma Mater y Darío Escobar. / Foto: Elio Miranda

Después de mi abuela Gladys, no he conocido a nadie que me regañara más amorosamente que Diana Lío Busquet. En una Cuba con una cultura de la conversación y el diálogo tan maltratada, ella aguantaba mis berrinches, apasionados e iracundos, con una mirada sostenida de entendimiento, nunca condescendencia, y esperaba a que terminara, para proponerme una solución. Incluso en las situaciones más complicadas había una palabra y un momento para escuchar y proponer, aunque no fuera suficiente. “No te regales”, me decía una y otra vez, intuyendo los enemigos velados que esperaban cualquier error para desatar la tormenta. Pero cuando la tormenta llegaba Diana hacía honor a su nombre y desplegaba su fuerza moral, la inteligencia de más de 20 años en la política cubana, la entrega absoluta a su patria, hija, trabajo y amor, para hacer entender a quien fuera que no se podía contra ella.

Diana era la personificación guevariana de lo que debe ser un cuadro revolucionario. Ese significado tan mal ejercido hoy por tanta gente. No se rindió nunca, jamás, a nadie; solo a la belleza, al talento, a la juventud, a su país y a su Revolución.

Diana tenía virtudes muy raras en un directivo cubano de hoy: era modesta — demasiado modesta —, sabía desaparecer; no le interesaba la fama ni las cámaras; sabía de economía; sabía de gestión comercial y además editaba un libro, un reportaje, un poema, una crónica. Y lo que no sabía lo preguntaba, lo estudiaba hasta tener nociones.

Era imposible no confiar en ella. Imposible. Había que ser muy mala persona para hacerle daño, aunque nunca falten esas personas. Su desprendimiento era proverbial, casi nada le pertenecía, lo compartía casi todo, excepto su vida privada. Si tuviera que señalarle un defecto, sería su excesiva fe en los demás. Siempre buscaba la forma de ver lo mejor de cada cual. Y su mayor virtud era la lealtad.

Lío, Di, jefa, Dianita, no pedía lo que no era capaz de hacer y soñaba como una niña chiquita cuando algún joven recién llegado de la Facultad de Comunicación, o del ISDI, o de la Asociación Hermanos Saíz, venía a proponerle un proyecto que parecía irrealizable. Diana soñaba contigo y arrimaba el hombro para construir.

La Editorial Abril fue su obsesión, su Utopía, su patria chiquita. Le dedicó la mitad de su vida, no su vida profesional, la mitad de su vida entera, y esa devoción, esa fe en un lugar con potencialidades enormes para la comunicación y el periodismo cubano la llevó a desafiar poderosísimas fuerzas para sacarla del barro en que una vez estuvo. La política suele ser ingrata, pero los lectores no. En cada revista juvenil cubana, en cada libro, en cada niño o joven cubano que ha encontrado su sueño en la lectura estará el trabajo silencioso y extraordinario de Diana. Esa devoción, esa fe, es lo que la mantendrá viva en el recuerdo de tanta gente.

Solo hubo un asunto en lo que Diana lo dejaba TODO y corría, y esa fue su hija Laura. Nada era más importante que la felicidad de su niña. La acompañó incluso en lo que no estaba de acuerdo, la mimó y la educó para ser una mujer de bien. Y Laura es una bella muchacha, más parecida a su mamá de lo que ella quisiera a veces aceptar, y su orgullo más grande.

Toda esa batalla diaria, mensual, anual, de vida de Diana por la Editorial Abril, tiene que ver con demostrarle al mundo, a su hija y a ella misma, una posición ante la vida. Quizás esa es su verdadera herencia. Laura ha quedado huérfana de madre, pero desde ya cuenta con varios hermanos, tíos de adopción y el cariño de mucha gente que amó a su madre hasta el final y que sabremos ser consecuentes y correspondientes con ese sentimiento.

Diana confió en mí para dirigir una revista que imprimía 100 mil ejemplares cada mes. Casi todo el mundo conoce un poco mi accidentada historia de estudiante y a ella se la narré completa y con detalles para que no le hicieran cuentos. Se la conté celebrando algún premio que obtuve en mi primera época del Caimán. Y allí, cuando yo pensaba que me iba a decir cualquier cosa, me dijo que el Saurio siempre estaría ahí para mí, pero por qué no ayudar a levantar otra excelente revista que lo necesitaba, que ella me iba a ayudar, y que era hermoso hacer una revista. Ella había sido directora de Pionero. Sabía de lo que hablaba. Yo, la verdad, me reí, pensé que se estaba burlando de mí hasta que me dijo que al otro día hablábamos, y así fue. En su oficina, y para mi sorpresa, me contó sus planes, no solo con Somos Jóvenes, sino con la Editorial entera. Me preguntó si conocía a más jóvenes periodistas o estudiantes que quisieran venir a trabajar aquí. Yo la ayudé en eso.

Recuerdo perfectamente el brillo, la expresión de su cara, la alegría, la locura de lo que ella quería hacer y que no había casi nada, ni siquiera las condiciones, solo el sueño, pero no pude decirle que no. Y antes de irme, le pregunté con qué contábamos, y me respondió: “conmigo”. La miré medio desconfiado, escéptico y siguió: “No te preocupes, yo hago maravillas de la nada. Mientras más difícil se pone, yo más me luzco”. Y cumplió con creces. Esa era Diana.

Luz para ella, lealtad a su recuerdo y gratitud para su obra.

Publicado en la revista El Caimán Barbudo

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Darío Alejandro Escobar
El Caimán Barbudo

Reportero freelance. Fui Editor Web de El Caimán Barbudo y Director de Somos Jóvenes.