F. Mond no es un robot de Korad con acento francés

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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13 min readAug 9, 2023
F. Mond en su casa de Marianao.

En la casa no. 12202 de Marianao, el que quizás fue el escritor de ciencia ficción más popular de los años ochenta en Cuba, nos espera desde su sillón.

Por Sofía Miragaya

Antes de F. Mond, fue Oscar Hurtado. Luego dicen que la ciencia ficción cubana no tiene historia, que apareció así, como un objeto no identificado en el cielo habanero y los extraterrestres nos obsequiaron los relatos de esos mundos extraños que Daína Chaviano también amó. Así, como si fuera tan fácil nacer del polvo de estrellas. Pero los malos historiadores se equivocan. Cuando empezaban Daína Chaviano y F. Mond a leer en voz alta sus primeros cuentos, estaba ya la ciudad muerta de Korad.
<<Voy entre los grandes vientos de Marte/ hacia la ciudad muerta de Korad>>, escribió Oscar Hurtado en un poema sobre una ciudad-cementerio de vampiros esparcidos por los Cosmos. Décadas después, alienígenas más pacíficos de la misma metrópolis irrumpieron en el destino de la Tierra y cambiaron el devenir de sus siglos, mezclando su ADN con los confundidos humanos.
<<¿Saben desde cuándo estamos causándoles dolores de cabeza a los terrícolas? ¡Desde la órbita 457! Y algún día, quizás dentro de 159 órbitas, por mencionar una cifra, en el año 2022, según su computo del tiempo, tengamos que rendirles cuenta>>, escribió un matancero llamado Félix Mondéjar en el año 1987, como quien sabe que es mejor no prescindir de las viejas leyendas…

Ahora estamos en La Habana. Es tan obvio como el Sol rajando las piedras y los huecos de meteorito en el asfalto. Para ser más específicos, estamos en Marianao, allá por el fin del mundo donde las tortugas sostienen los bordes del planeta y un hombre mayor, de unos ochenta y dos años, se mece en un sillón tras la reja de la casa no. 12202.
Lo primero que me dice Mond, al recordarle el propósito de mi visita, es: «Yo no tengo una vida muy interesante, nací como nacen todas las criaturas de este mundo». Luego, cuando suena el teléfono en una mesa de mimbre frente a nosotros, le dirá a su hija Lili: «Sí, sí, ya llegó, está aquí sentada en la sala haciéndome preguntas indiscretas». Al finalizar la entrevista, en un tono más amigable, me dará las gracias por llegarme hasta su casa, aunque continúa estando seguro que tenía mejores asuntos en los que gastar el tiempo.
Y es que Mond quiere asesinar el tono épico de este relato. Mientras su esposa, Mirta, una mujer de baja estatura, cabellos cortos y ojos amables, intenta convencer al complejo motor de un ventilador de aspas que encienda, Mond se mece en el sillón, donde regularmente debe observar el televisor cuadrado de la esquina o leer una de las novelas del librero tras de sí, y sonríe con su propio chiste.
— Bueno, leí que en 1941 nació…
— … en plena Segunda Guerra Mundial, con la cual no tuve nada que ver —me interrumpe.
— Háblale alto, que él ya no escucha muy bien de ese oído —dice Mirta, aún en batalla con el ventilador, y su esposo le recuerda que no debe preocuparse, porque conmigo está utilizando la oreja que nunca le presta a ella.
— Viste, muchacha, viste lo que yo tengo que aguantar —y sonríe— que ese oído solo lo usa cuando hablo yo… él es tremendo jodedor.

Entonces… F. Mond nació en 1941 en Los Arabos, Matanzas, en una casa que, si salías, tomabas por el trillo de la derecha y caminabas media hora, con buena voluntad, llegabas a una laguna y ahí tenías que parar en seco, porque los cocodrilos te recibían con una sonrisa así de ancha. Después vivió en San Miguel del Padrón, donde, según él, no pasó nada interesante, «una casa aburrida en un reparto aburrido» y, luego, finalmente, llegó a esta casa azul en Marianao donde conversamos con el fresco de las persianas abiertas y Mirta se rinde al fin con el ventilador para sentarse a escucharnos. La casa en la que celebró sus quince años, conoció a su esposa allá por la secundaria, se casó, tuvo hijos y murieron sus padres.
El padre de Mond trabajaba en una fábrica cercana donde se daba color a los rollos de tela. «Unos rollos enormes, que se metían en unas máquinas que ya tenían la pintura dentro, a una temperatura tremenda. Mi padre trabajó en esa fábrica hasta que se jubiló».
Cerraron la fábrica y cambió Marianao por completo con el paso de los años. Mirta dice que antes era una ciudad importante, la que describe Mond en el libro Marianao en el recuerdo. El escritor, en cambio, describe lo entretenido que era ver desde su portal, ese mismo allá afuera con los dos sillones de goma verdes, cómo cambiaban los adoquines de la calzada por asfalto y, luego, además, la ampliaban, porque era muy estrecha, y tumbaban un día el portal de una tintorería y, al otro, se levantaba, en el mismo terreno, un nuevo hostal.

«No sé por qué hicieron una tirada tan pequeña. Este libro lo piden muchas personas que ya no viven aquí o que se fueron de Cuba,» dice Mirta, alcanzándome nuevamente el tomo grande de Ediciones Boloña. «Claro, por la nostalgia».

El primer libro que publicó F. Mond fue Para verte reír en 1979, una recopilación de Editorial Letras Cubanas de varios textos humorísticos del periódico Juventud Rebelde. Sin embargo, nuestro personaje preferido, ese robot de Korad con acento francés que es monsieur Larx, eximió este primer libro y se coló en Con perdón de los terrícolas, publicado en el mismo año, y Cuentos cubanos de ciencia ficción de 1983, una antología donde Oscar Hurtado, Miguel Collazo y Ángel Arango ceden el batón, o el rayo láser si se quiere, a la nueva ola de ficción especulativa.
El cuento «musiú Larx» narra la llegada a un pueblo campesino de un hombre peculiar, capaz de levantar cercas, curar jóvenes con sus meras manos y desaparecer tras una explosión, en el tiempo en que lo soldados españoles quisieron obligar a marcharse a todo el poblado hacia la reconcentración de Weyler de 1896.
—Bueno, Fico, ahora yo me digo y me pregunto; si la madera no es madera, la cerca no es cerca, la casa nada más que parece una casa y, por otro lado, resulta que Musiú revivió a Ramoncito cuando este parecía que ya se iba a morir…, entonces, ¿qué es Musiú?, ¿Quién es? Vive solo allá arriba, apenas habla, no parece tener interés en nada… No sé, Fico, pero eso está muy raro. Yo nunca había visto una gente tan extraña…— comenta un muchacho dentro del cuento, y es que fue precisamente musiú la primera chispa en la cabeza de Mond del robot que ayudaría a dos parejas de jóvenes en las peripecias de los libros por venir, durante la invasión de La Habana por los ingleses en ¿Dónde está mi Habana? o la venganza de la madre de Leonardo contra Cecilia Valdés en Cecilia después o ¿por qué la tierra?
— Monsieur Larx sale de... es que estoy muy viejo, la memoria me falla mucho. Bueno, salió de aquí, de mi cabeza. Yo soy partidario de escribir lo que me gustaría leer. Entonces, me puse a pensar, a crear un mundo, y, como no había leído sobre ese mundo, lo escribí.
Cuando presentó por primera vez este cuento, F. Mond era parte ya del taller literario Oscar Hurtado, fundado en los años ochenta por escritores del género como Daína Chaviano y Chely Lima. Aunque Mond nunca conoció a Hurtado, la ciudad de Korad está basada en las novelas de este autor.
— Me gustó tanto lo que escribía Oscar Hurtado que dije: tengo que meterme dentro de este mundo. Aunque estuviera completamente convencido de que lo que estaba ahí era falso, era ficción por completo. Pero el quid de la cuestión es que, aunque tú estés convencido de que eso es ficción, también te convences de que es de verdad. Y ese mecanismo sucede también en el lector. El lector lee y, puede ser la cosa más absurda del mundo, pero cuando está en el proceso de lectura y asimilación en su cerebro, él cree positivamente que es cierto.
— Mond, ¿qué cree de la tendencia que se manejaba en ese momento sobre la ficción y su carácter utilitario, ese pensar que debía centrarse solamente en la divulgación de los adelantos de la ciencia?
— Sí, sí, eso fue una tendencia —concuerda, a la vez que sonríe y se queda mirando al techo, como quien piensa: «¡qué barbaridad!».
— Existían algunos del taller que decían «la ciencia ficción es para demostrar leyes de la física, cuestiones técnicas de la vida real». Eso es muy aburrido —y alarga la «i», fastidiado por el recuerdo—. Eso no es literatura. Eso es divulgación científica. La literatura es todo lo que a ti se te ocurre, sea o no sea, se apegue más o menos a la realidad. Es tu fantasía, ¡es tu cosa!
«Luego, estaban lo que te ponían la podrida. Un día leí en el taller un cuento sobre un cosmonauta enviado en una nave espacial a averiguar qué fue lo que pasó en un planeta, porque recibieron una llamada desde una galaxia lejísimo. Es la historia del viaje de ese cosmonauta y todo lo que él fue descubriendo.
«Bueno alguien pidió la palabra y me dijo: «eso no puede ser, porque nunca se manda un cosmonauta solo, así, si había un accidente, uno de los dos quedaba vivo» —aquí Mond tomó aire y su mirada decía que el adjetivo que correspondía no lo pondría él. Luego, volvió a sonreír, porque, en el fondo, le daba bastante gracia—. Y yo le pregunté, cuando me dijo eso, «¿tú estás de parte de los indios o de los cowboys?»

— ¿A qué edad comenzó a leer, Mond? —pregunto y aún no sé si la respuesta proviene del niño koradiano Iílef, que, con solo par de meses, ya se trepaba a los árboles de la finca o del ingenio de Mond para darle sabor a una pregunta manidísima.
— Desde chiquitico, porque a mí me ponían en el corralito y, entonces, mi mamá llegaba con un libro o con una página o cualquier cosa. Me la daba y decía: «niño, lee, niño, lee» y yo me ponía a leer. Es posible que yo no supiera lo que estaba diciendo, pero a ella le gustaba eso y a mí me complacía también.
Mond estudió en el preuniversitario de noche para trabajar de día en una empresa de investigaciones del suelo para la construcción. O, más bien, viceversa, trabajaba de día para poder seguir estudiando y coger una carrera. Primero, se matriculó en Física, pero, como había suspendido Matemáticas desde el sexto grado, quizás no fue la mejor decisión. Solo habiendo aprobado inglés, decidió cambiarse de ciencia. Caminó hasta la Facultad de Química y le dijeron: «no, todo cerrado, la única que está admitiendo alumnos es Pedagogía. Vas, te matriculas, apruebas primer año y pides traslado para acá».
— Hice eso. Fui al pedagógico, estaba abierta la matrícula, me admitieron en la especialidad de Español, pero cuando llevaba ahí tres meses dije, «qué va, yo no pido traslado, si esto es lo mío». Fui profesor un semestre nada más, nunca me dediqué a eso. Yo necesitaba pasar por el pedagógico por lo que había de Letras.
Después, trabajó para Editorial Letras Cubanas, donde se publicaron casi todas sus novelas con los tres elementos indispensables para que sean verdaderamente mondianas.
Primer elemento o la armazón del cohete: la historia… porque, ¿para qué te vas a ir a buscar una ciudad extraña de otro país?, si en Cuba hay material suficiente para inventar todo lo que uno quiera. Además, había cosas que dejaron cierto rastro de misterio y estaba el atractivo, confiesa Mond, de la investigación, de incluir en las horas de trabajo la lectura de documentos históricos.
El segundo ingrediente, el sabor o la gasolina del cohete, para continuar la metáfora, lo aporta el humor. Hay lectores que tienen grabados en la memoria los chistes de Mond, como el propio escritor de ciencia ficción Yoss, que recuerda el salto de la primera parte de un libro a la tercera, porque, pie de página mediante, «segundas partes nunca fueron buenas» o, ¡cómo no!, la inclusión en el diccionario adolescente del verbo «abotetear».
Y ya, para que pueda arrancar la exploración al Cosmos, necesitamos dos muchachos jóvenes, una piloto y un segundo al mando, Iílef y Celia o Rebeca y David o Julián y Gabriela, depende de la novela en cuestión. «Ese binomio siempre es funcional, aunque sea antagónico», tan funcional y tan antagónico que lo reprodujo en su vida real con dos hijos, Felito y Lili, a quienes le dedicó su tercera novela: «por el vivo desinterés que mostraron acerca de lo que su padre estaba escribiendo».

Fotos de la familia Mondéjar. A la izquierda: F. Mond de niño. A la derecha: Los dos hermanos, Felito y Lili.

Mirta se rio a carcajadas con la pregunta sobre si Felito y Lili no dejaban a su padre trabajar y emergió del silencio de su butaca, inclinándose hacia delante para escuchar bien lo que diría Mond.
— Ellos no se interesaban por lo que yo escribía... Hubo un momento que estaba tratando de que lo leyeran y se lo di a leer a mi mujer —ahora es él quien la observa fijo— pero mi mujer me dijo, «espérate que estoy cocinando el arroz y se me va a quemar» y no pude tener la opinión de ella; se lo llevé a un amigo mío que estaba muy ocupado acá y allá y no lo pudo leer tampoco, y así fue pasando todo… pero lo del prólogo era para darle un poquito de sabor humorístico a la cosa. En realidad, nunca fue así.
Luego de Cecilia después… y una parodia de varios libros y películas llamada Krónicas koradianas, publicada en 1988, Mond estuvo once años sin escribir. La caída de la Unión Soviética, el Período Especial y el subproducto cultural de la crisis económica, la crisis de papel, golpeó duro a las imprentas cubanas. Además, la cautela sin precedentes y las miradas de reprimenda hacia el humor que trataba los considerados temas serios, noqueó por un round completo la obra de Mond con un libro que estuvo cinco años engavetado.
— Yo no sé por qué aquí la gente, la intelectualidad, le tiene tirria, diría yo, a las cosas humorísticas. Uno escribe cosas humorísticas y las escribe en serio, y ellos: ¡no!, hay que escribir cosas serias sobre temas serios. No se debe jugar con tal cosa, con tal tema, porque eso es muy serio —dice señalando el dedo al frente—. Y a mí esa seriedad no me gusta, sencillamente. Siempre me fui buscando la onda de la risa, porque, ¿qué mejor podemos hacer que reírnos?
— ¿Hubo algo en específico que quisiera publicar y le dijeran que no?
— Estas cosas eran comentarios que se hacían por ejemplo en talleres literarios, en presentaciones de algunos libros… Ah, ¡sí! Vida, pasión y suerte estuvo cinco años guardado en una gaveta, porque nadie quería publicar eso en aquella época. Vida, pasión y suerte es el Nuevo Testamento visto desde el humor y la ciencia ficción, porque Jesús de Nazaret no es más que un hijo de un extraterrestre con una terrícola, que, por supuesto, heredó mil cosas, elementos del padre y de la madre.
Como era meterse con la iglesia, no gustó. A mí me llamaron: «la novela es buena, pero no la podemos publicar, porque tememos que la Iglesia Católica se ofenda».
En la racha de novelas conflictivas, estuvo también Holocausto 2084, publicada en 1999. Una novela catastrófica que narra la sobrevivencia de dos hermanos habaneros y «la destrucción un poco sobrecogedora de la ciudad de La Habana desierta», posterior a que una secta dentro del sionismo lanzara cohetes dirigidos a todos los países del planeta.
Deberían transitar 18 años más antes de que Mond regresara a un optimismo, que, aunque distinto al de la época de los ochenta, trajera de vuelta el ánimo de dos jóvenes, esta vez renovados con el nombre de Gabriela y Julián. Ambos transitan por portales a través de situaciones históricas, como la explosión del Maine o la Segunda Guerra Mundial en títulos de boleros, Hasta que la muerte nos una y Recuérdame.
Dos novelas más cerrarán este nuevo ciclo de ciencia ficción histórica. Lo que Gretel Ávila Hechevarría, directora de la editorial Gente Nueva, presentó como una colección de siete libros, alcanzará solamente los cuatro tomos, porque… desafortunada o humanamente, F. Mond no es monsieur Larx, ese robot koradiano con mal acento francés diseñado para socorrer a los humanos por los siglos de los siglos.

En Cuba no se reimprimen clásicos de acá, salvo excepciones marcadísimas. Mond confiesa haber indagado y regresar de su búsqueda con las excusas de la escasez de papel y la contabilización solo de nuevos títulos en los planes de las editoriales. Sin embargo, sabe que sus novelas se pierden: «A veces me da la idea de que hay alguien que compra 30 mil ejemplares, coge y los quema…Voy a la librería, pregunto «¿tiene algún libro de F. Mond?» y siempre me responden, «no hombre, no, se acabaron hace tiempo».

Dos versiones de Cecilia después o ¿por qué la Tierra? (Editorial Letras Cubanas, 1987), (Editorial Gente Nueva, 2008).

Ya casi es hora de marcharnos. Los libros viejos y nuevos se esparcieron sobre el sofá, observé las fotos familiares y me aproximé a la reja de la casa no. 12202, pensando en que estamos resultando malos historiadores de la ciencia ficción. La Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde quedará bien resguardada en su Loma del Ángel, la cubanía de los primeros siglos intacta, pero, ¿qué hay de la Cecilia de Mond?, peor conservada mientras cuida el futuro de un niño koradiano y abre la segunda generación cubana de un género que todavía no sabemos apreciar del todo.
Mientras me despido de Mirta, y sus ojos amables reflejan los años recorridos en una hora, ella me dice: — Si quieres pregúntame a mí también, que nos conocemos de toda la vida, ¿verdad, Mondéjar? —y la mirada amiga que, de tan compartida, aparece a la vez. — Tenemos muchos recuerdos… Creo que ya estamos llegando a la etapa final.
F. Mond, en cambio, prefiere recuperar el tono épico del comienzo de esta historia, cuando la solemnidad es interrumpida por una risa mal ocultada: — Adiós. Te envío un saludo desde Korad… que, como no existe, seguramente será eterno.

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