Haydée Milanés: brazos abiertos al amor

Raúl Enrique Medina Orama
El Caimán Barbudo
Published in
6 min readDec 6, 2019

Supe que Haydée Milanés no era solo la hija de Pablo hace unos trece años. Mi recuerdo más antiguo de la cantante es una escena precisa. Yo viajaba hacia La Habana en tren, desde Villa Clara. Durante siete horas entre Santa Clara y la capital habría calor, escenas pobres del campo, hambre, y nada más.

A los dieciséis años -esa edad vertiginosa-, siete horas de aburrimiento, apretado en un cubículo sin poder hacer mucho, eran un regalo para alguien disperso como yo. De manera que tenía tiempo, un reproductor MP3 prestado y allí, deslizándome de noche hacia lo que entonces creía La Gran Ciudad, escuché el promisorio y dulce susurro de Haydée: “En el muro del malecón…”

Su voz se convirtió para mí en algo inseparable de la atmósfera de La Habana, y a diferencia de otras que también expresaban distintas caras de la urbe, el estado que me provocaba la suya -todavía hoy- era la de una serena felicidad. Lo reafirmo cada vez que escucho sus escasos, pero sólidos discos. Lo sé, sobre todo, el cuatro de diciembre cuando, espantado de todo, me refugio en el patio del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, donde Haydée cierra un año de promover su fonograma Amor Deluxe (Casete Agricultura Digital, 2019) licenciado para Cuba por Bis Music. Es un disco doble que incluye su anterior álbum a dúo con su padre, “Amor” (2017).

Si quieres saber qué se hace con una herencia, cómo convertir algo entrañable, por ejemplo las viejas canciones de tus padres, en un gesto nuevo y hermoso, escucha ese trabajo de Haydée Milanés. Es una vía de dos sentidos. Por un lado, se trata de una vuelta a las mismas canciones de Pablo, esas que cuando suenan te desanudan por dentro; hay muchas vivencias colectivas e íntimas que traen esas melodías de fondo (pongamos que Yolanda es la canción preferida de tu madre, o que en el mejor concierto de tu vida descubres que Pablo es ídolo de tu ídolo Fito Páez).

Sin embargo, Haydée y su equipo, que incluye a músicos de primera, trabajaron durante casi un lustro tallando ese diamante que reveló en 2019, y se las arreglaron para que asomarse a la caja de recuerdos no fuese un rito nostálgico, sino un descubrimiento de nuevas posibilidades. Te divide en dos, y un pedazo tuyo queda mirando al pasado y el otro se va corriendo detrás del rastro en el aire que dejan las voces de las Ibeyi, o Silvia Pérez Cruz, perfectamente empastadas con una Haydée Milanés en estado de gracia.

Fue un esfuerzo de producción notable, durante años grabando en varios países, enamorando a colaboradores. Ahí fue útil, no lo duden, la credencial que le otorga ser hija de su padre, pero eso alcanza apenas para presentarse. Lo demás es profesionalidad y talento, seriedad y humildad. Si no, sería difícil siquiera soñar duetos con Chico Buarque (“Todos los ojos te miran”), Lila Downs (“La vida no vale nada”), Joaquín Sabina (“Hay”), Fito Páez (“Yo no te pido”), Omara Portuondo (“Yolanda” y “La soledad”), Carlos Varela (“Los días de gloria”), Francisco “Pancho” Céspedes (“El primer amor” y “A mi lado”) y tantos otros.

Por si fuera poco, consigue que alguien como el director de cine Fernando Pérez la presente esa noche en el Museo. Fernando la llama “poeta”.

El concierto, anunciado como un repaso de Amor Deluxe, al cabo fue un viaje por varias estaciones de la canción cubana, del bolero y el filin, pasando por la Nueva Trova, hasta sus acentos más contemporáneos. También incluyó en el repertorio de la noche la tradicional canción mexicana “Llorona”, tributo a un país que ha sabido arropar su carrera como a la de una hija de esa tierra.

“Quiero pedir muchas bendiciones, cosas buenas para los cubanos, que pasen cosas bonitas”, dijo casi al comenzar, porque ese día los creyentes honran a Santa Bárbara, o a Changó, la deidad africana.

Foto: Alba León Infante

Coincidentemente, también era el aniversario de la creación sublime de ese santo patrono de la música cubana que es Juan Formell, a quien recordó con el tema “Tal vez”. Cucurucho Valdés, que fue pieza fundamental en una de las etapas recientes de Van Van, la acompañó en varios temas a lo largo de la noche, con esa manera de interpretar el piano en la que pesa toda la historia de la familia de Bebo y Chucho.

Haydée demostró en “Si me pudieras querer” (Bola de Nieve) y “Tú me acostumbraste” (Frank Domínguez) cuánto ha crecido, aprovechando todos los recursos dramatúrgicos que convierten en memorable la interpretación, incluido el silencio, la pausa bien colocada para que podamos asimilar la magnitud de una frase. Es el resultado de un camino de aprendizaje, con hitos como ese trabajo profundo y sensible que hizo revisitando la obra de Marta Valdés, figura fundamental en su carrera luego de que se sumergiera en el riguroso proceso de Palabras (2014).

Uno de los segmentos memorables, para mí, fue cuando alternó un puñado de canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Sobrecoge escuchar a Haydée ir de “Yolanda” a “Unicornio”, y por un momento pareciera que no ha pasado el tiempo y las discrepancias entre ambos compositores no caben en un concierto de “Amor”. Sobrecoge, sobre todo, porque cerca está Pablo y pronto subirá a acompañar a su hija.

Es un monumento vivo. El público lo sabe y apenas asomó por un costado del escenario todos se pusieron de pie y lo aclamaron. Pablo, a la primera, pareció más interesado en disfrutar el concierto como un espectador más, pero pronto sacó de lo profundo esa voz muy suya que permanece en el aire aún varios segundos después de hacer silencio.

Se abrazaron en piezas fundamentales como “De qué callada manera” y “Para vivir”. Luego, en ese canto melancólico: “La Habana será testigo final/De lo que perdí/Mi sueño esencial, mi espacio vital/Y a ti (…) La Habana vendrá, será alguna vez/Lo que un día fue/Vestida de mar, vestida de luz/Como un renacer…”

La ciudad -“mujer que amo con todo mi corazón”, diría Haydée- fue otro de los ríos subterráneos que fluyeron por el concierto. Allí se escucharía “Habáname”, de Carlos Varela, quizás el mejor homenaje que se le ha hecho a esta urbe que también es obsesión y estado de ánimo.

“Yo quiero una Cuba diversa”, afirmó en otro momento, luego de cantar “Pecado original”. En su brazo derecho, llevó toda la noche dibujado un corazón arcoíris. Luego, pediría ayuda para quienes recogen y protegen animales callejeros. Alguien le gritó: “¡Ashé para ti, siempre!”

Juntar sensibilidades y generaciones diversas, en el arte y en la vida, parece la mayor virtud de Haydée Milanés. Su propuesta musical y su activismo cívico delimitan una zona franca para la belleza y la aceptación, un oasis en un país menos tolerante de lo que se quiere ver a sí mismo.

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