La herejía de llamarse/ser Bladimir Zamora Céspedes

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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40 min readApr 17, 2020
Bladimir Zamora Céspedes

Por Vanessa Pernía Arias

En su desconcierto por una trigueña que caminaba por el parque, casi lo sorprendió el manotazo en el hombro. Aquel hombre lo escudriñó con la mirada y el ceño fruncido. Él, en su inquietud y asombro, se paró y le extendió la mano; el otro lo saludó lentamente y con su característico tono y la voz ronca le soltó: ¿De dónde tú eres, muchacho? El bisoño periodista respondió que era guantanamero. Y aquel hombre robusto de unos 63 años replicó, esperanzado: Hum, eso está muy bien, eso está muy bien.

Es la tarde del 4 de mayo de 2016 en el patio-bar de la Egrem , en La Habana. Suenan los primeros acordes. El trovador Yunier Pérez, guitarra en ristre, interpreta “Ángel de la trova”, dedicado al Blado, pero el tema esta vez suena diferente, porta un nuevo matiz…

Ahí va el primer acorde / del primer trovador. / Guarde, entonces, de tu ira Dios al rústico y al charlador, / patriota de prosapia yo sí sé / cuanto hay debajo de tu look de perdedor.

Como cada tarde de miércoles, desde marzo de 2009, se realiza la peña del Caimán. Tras el tema de presentación “La canción de la trova”, interpretada por Silvio y Adriano Rodríguez, Fidel Díaz Castro, director de la revista El Caimán Barbudo, anuncia que Bladimir Zamora Céspedes, el Blado, fundador del espacio y amigo querido por los presentes, está ingresado y según los partes médicos, no hay esperanza de recuperación.

Va avanzando la tarde lentamente, entre rones, música y poesía.

Sobre las 6:30, llaman al celular del periodista y crítico musical Joaquín Borges-Triana.

–Me oyes, Joaco…

–(…)

–Me acaban de llamar de Bayamo… Blado se murió.

Apenas termina el trovador de turno, Joaquín, aún con el impacto de la noticia, se levanta y pide silencio. Pasan unos cuantos minutos antes de que pueda articular palabras.

–Me llamaron para comunicarme que Blado falleció. Se nos acaba de ir, no sé si al cielo o al infierno, si al fin o al cabo existieran tales sitios. Lo que sí tengo claro es que dondequiera que él esté, si está en alguna parte, nos pediría que continuásemos la peña. Así pues, a seguir cantando o a tomar ron o cerveza en su nombre — añade Joaquín.

Los trovadores que se suceden, de un modo u otro, evocan a Bladimir. Le dedican sus temas, recuerdan cuándo los invitó al espacio, sus artículos en las páginas de El Caimán

Ahora, el muchacho le rinde homenaje, junto a otros de sus amigos, en la Casa del Joven Creador de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en Bayamo, sitio que fuera su última casa y hogar sobre la tierra, no muy lejos de ese parque donde lo conoció por primera vez.

Cuando murió –comenta– fue en ese lugar donde velaron su cuerpo; dicen que vino al velatorio un carro con jóvenes artistas desde Holguín que participaban en las Romerías de Mayo, una parranda en la cual le hubiera gustado estar. Eran jóvenes que se sentían comprometidos, a los cuales les había legado y defendido mucho.

Esta última casa fue la escogida para la papelería que aquel hombre guardaba con celo de coleccionista en su “Gaveta”. El joven contaba que, al entrar al lugar, había una amplia imagen con la figura reconocible del bardo, periodista y promotor cultural: La foto era de él hablando en público, con una gran bandera cubana detrás y, aunque no se ve, un vaso de ron en la otra mano. Se le notaba emocionado porque tenía los ojos acuosos.

El ambiente se tornó pesado, triste; algunos salían a llamar por teléfono, mientras las guitarras rasgueaban viejos sones y los efluvios etílicos se expandían por el lugar. Así lo supo Paquita Armas Fonseca, la Paca para muchos, vieja amiga de Bladimir Zamora desde que ambos coincidieran en las páginas de El Caimán Barbudo, en la década de los ´80.

Rápido, escribió una nota que apareció poco después publicada en el sitio Cubadebate.

Otros medios la replicaron.

Comenzó a expandirse la noticia.

Comenzaron también los comentarios y condolencias desde varias partes de Cuba y el mundo.

Sobre las 8 y 30 de la noche, Joaquín Borges-Triana ha regresado de la peña del Caimán. Un nuevo vacío lo acompaña en la soledad de su casa en un Centro Habana agitado.

Poco después suena el timbre del teléfono.

–Joaco… Blado no está muerto, fue falsa la noticia, le dice la Paca.

– ¡Qué bueno!

–Pero imagínate… Ya di la información… Ahora no sé qué hacer.

–Pues nada… Lo importante es que el hombre está vivo, digo yo.

Paquita Armas Fonseca –en bata de dormir y pantuflas– confiesa que le molestaron mucho las acusaciones circuladas por la red, luego de que fuera publicada la nota sobre la muerte del Blado, pero entonces la noticia parecía totalmente creíble, pues poco antes los médicos habían asegurado que su situación era crítica y solo cabía esperar. Pensé –añade– que lo único que se debía publicar era El Caimán Barbudo está de luto: Bladimir Zamora Céspedes murió. Ahora pienso que, quizás, fuimos víctimas de la última broma del Blado.

Aquella tarde de homenajes –asegura el joven periodista– se fueron todos al cementerio de Bayamo, en peregrinación hasta su tumba. Bladimir Zamora Céspedes descansa muy cerca de su admirado Sindo Garay: Su nicho está nuevecito, enchapado en azulejos de un color claro con el logo de la revista grabado. Fue una decisión generosa e inteligente ponerlo al lado de Sindo; según cuentan, ningún cubano veneró tanto a Sindo como él. Luego llegó el ron y empezó la trova. Le derramaron media botella encima de la tumba, cantaron los más jóvenes; después, media botella más, rememora.

No había trascurrido 24 horas y ya la noticia era cierta. En Facebook, un espacio ignorado por el Blado, llovieron notas de angustia por su muerte. Aparecieron amigos de diversos lugares, algunos que no lo veían desde el preuniversitario. Mientras, en Bayamo, su tierra natal, se le rendía un merecido homenaje en la Casa del Joven Creador, su última casa y hogar, donde además velaron su cuerpo… A la vez, su nombre se volvió recurrente en la red de redes. Dice Paca, convencida y algo emocionada: “Estoy segura de que con su sonrisa sarcástica, desde algún lugar, me está mirando y dirá, a lo oriental y refiriéndose a Internet: ¿Viste, tú? Esa cagá sirve para algo”.

CONOCIENDO AL CAIMÁN EN SU HÁBITAT

Bladimir Zamora Céspedes –Bladimir con B de Bayamo, como afirmaba cuando le preguntaban por la forma de escribir su nombre– nació el 13 de abril de 1952, justo un mes y tres días después del golpe de Estado de Fulgencio Batista. Y falleció en Bayamo, Granma, el 5 de mayo de 2016. En su lápida, en el cementerio de esa ciudad, se resume en pocas palabras su vida y lo que fue para amigos y conocidos:

“Periodista, poeta, escritor, crítico, rebelde, caimanero, jiribillero, descubridor de talentos, vividor y parrandero”.

En las riberas mismas del río Cauto, en una finca que quedaba al lado del pueblito rural llamado Cauto el Paso,(1) recibió sus primeras clases. Lo más trascendente de su niñez, aseguraba, fue el verano de 1963, cuando fue víctima junto a su familia, como tantos pobladores de esa región, del paso del ciclón Flora por la zona oriental, catalogada como la segunda mayor catástrofe registrada en Cuba. (2) En Las Tunas continuó el sexto grado y mediante un curso intensivo con “maestros muy diestros”, pudo obtener el certificado de estudios terminados e iniciar así la enseñanza secundaria en Bayamo, ciudad que le sirvió de catalizador para su incipiente vocación literaria.

A una década del triunfo revolucionario, la capital abría múltiples posibilidades a la enseñanza y la creación artística. A fines de 1969, Bladimir, con apenas diecisiete años, llegó a La Habana para seguir sus estudios secundarios. Luego, continuó en el preuniversitario Carlos Marx, en el antiguo barrio aristocrático de Siboney. Esta sería una de las etapas literarias más fecundas en la vida de Bladi,(3) un muchacho menudo, de estatura media, con tremendo vozarrón y en quien comenzaba a despertar el espíritu de promotor.

En el mismo albergue del “Carlos Marx”, fundó un taller literario y un boletín que se llamaba Huellas. El poeta Alex Fleites, (4) compañero de andanzas poéticas en esos años, lo describe como un inmenso gestor cultural que, en medio de incomprensiones y con escasísimos recursos, llevaba adelante ese encuentro semanal, en el que –gracias a su blindaje contra las desilusiones– participaron figuras muy importantes de aquel momento.(5)

A finales de la década de 1960, Bladimir recibió un premio literario en un concurso dedicado a las escuelas en el campo. En ese momento, el diario Granma le dedicó una página completa con su poema ganador, una entrevista y comentarios alrededor de su quehacer artístico. Bladimir, comenta el poeta, ensayista y director de la revista La Gaceta de Cuba, Norberto Codina,6 fue el único poeta emergente al cual el Granma haría tal concesión, lo que le abrió las puertas en el año 1971 a la Brigada Hermanos Saíz.(7)

En esos mismos años –e inicios de la siguiente década– aparecerían en el panorama cultural cubano una serie de interrogantes en torno a la creación artística y los creadores, mediadas por hechos en el panorama estético que se venían produciendo desde mediados de los años ’60 y que marcarían un viraje cultural en los márgenes de una época condicionada por muchos de los requerimientos conceptuales del realismo socialista.(8)

En apenas cuatro años se sucedieron las arremetidas contra ediciones El Puente y los jóvenes escritores nucleados a su alrededor, desde las páginas de El Caimán Barbudo, fundado en 1966 como suplemento cultural del periódico Juventud Rebelde, órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC); la censura de los libros Lenguaje de mudos, de Delfín Prats (Premio David de Poesía, 1968); Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, y Fuera de juego, de Heberto Padilla (Premios Uneac José Antonio Ramos de teatro 1968 y Julián del Casal de poesía, respectivamente); la desaparición de la revista Pensamiento Crítico y la disolución del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana.

En medio de las incertidumbres a que fueron sometidos los artistas e intelectuales cubanos en lo que luego se calificó como Quinquenio Gris,(9) los jóvenes que integraban la Brigada Hermanos Saíz, Bladimir entre ellos, se reunían en los jardines de la Uneac; en su gran mayoría, con la voluntad y la vocación de ser poetas, inspirados muchas veces por sus maestros “censurados”, aunque después tomarían rumbos diferentes.

Pedro de la Hoz, entonces un joven poeta que también frecuentaba la casona de H y 17, en El Vedado, actualmente reconocido periodista y vicepresidente de la Uneac, asegura:

Los jóvenes que entonces llegamos a pertenecer a la Brigada, lo hicimos en medio de los rescoldos todavía ígneos de un proceso traumático: la secuela del caso Padilla, los contraproducentes resultados del Congreso Nacional de Educación y Cultura, el anquilosamiento del Consejo Nacional de Cultura, una nueva ola de depuraciones en los predios de la universidad habanera y las arremetidas de El Caimán Barbudo contra todo lo que consideraba «diversionismo ideológico» en la que lo mismo clasificaba el volumen de cuentos del Chino Heras, Los pasos en la hierba, que las indagaciones martianas de Iván Schulman y Manuel Pedro González.(10)

La incursión de Bladimir Zamora en la Brigada Hermanos Saíz posibilitó que Nicolás Guillén, ya devenido Poeta Nacional, publicara los primeros textos del joven poeta en La Gaceta de Cuba. Fue, además, la oportunidad de conocer a importantes escritores como Eliseo Diego y sellar su amistad con otros bardos bisoños como Norberto Codina, Pedro de la Hoz, Víctor Rodríguez Núñez, Alex Fleites y Arturo Arango. Luego vinieron nuevas experiencias literarias de la mano del salvadoreño Roque Dalton, la estadounidense Margaret Randall,(11) y el diplomático y poeta chileno Gonzalo Rojas.

Lo aprendido en las tardes de sábado en la Uneac, lo complementaría con su Licenciatura de Estudios Cubanos, al matricular en 1972 en la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana. Lo cubano que hasta ese momento llevaba raigalmente en su sangre, se consolidó con las experiencias y las clases de maestros como Mirta y Sergio Aguirre, José Antonio Portuondo, Beatriz Maggi, Roberto Fernández Retamar y los entonces jóvenes Cristina Baeza y Guillermo Rodríguez Rivera.

Desde muy joven –comenta Alex Fleites– sorprendía el sentido de pertenencia de Bladimir a la cultura cubana. “Tenía una identidad cultural muy marcada. Estaba atento a temas como la trova tradicional, la poesía del siglo XIX, los padres fundadores de la modernidad en la Isla… Pero de una forma natural, no por imposición o por consigna”.(12)

EL MITO DE EL CAIMÁN MÁS ANTIGUO…

El Caimán Barbudo era, a inicios de la década de los ’70, la revista cultural más importante de la juventud cubana. Desde sus páginas daba difusión al pensamiento, la crítica artístico-literaria y la creación, mediante las colaboraciones de muchos de los nuevos artistas cubanos, entre ellos los integrantes de la entonces Brigada Hermanos Saíz.

En 1972, El Caimán… realiza un dossier(13) especial con la obra de varios de los integrantes de la Brigada Hermanos Saíz. Entre ellos figuraba Bladimir con el poema “Plan de trabajo”, sin imaginar que estaría ligado por siempre a esta publicación cultural.

Él lo recordaría de esta manera:

“En un receso de aquellas calurosas tardes de aula de primer año de Historia del Arte, entró un flaco alto llamado Abel Prieto pidiendo unos poemas para llevar a El Caimán. Le di algunos que traía en el imprevisible equipaje de estudiante, sin demasiada confianza en que se publicaran y sobre todo, en la total ignorancia de que en aquel momento se estaba produciendo un acto sencillo que me relacionaría con esta publicación…”(14)

Un año después, publicaría su primer texto periodístico en las páginas de El Caimán, un comentario titulado “Canto de Ciudad”, a propósito de la publicación del poemario homónimo del villareño Esbértido Rosendi Cancio, premiado en el concurso literario 13 de Marzo, organizado por la Comisión de Extensión Universitaria de La Habana, en 1972.

A partir de entonces aparecen frecuentemente sus contribuciones periodísticas en la revista y, además, sus poemas. Estos primeros artículos, muchas veces en colaboración con Arturo Arango, estuvieron encaminados a la reseña crítica de libros y autores, entre los cuales sobresale “Pleno día a pleno sol”, sobre el poemario Pleno día de Samuel Feijóo.

La crítica constituyó un análisis crudo de la poesía de Feijóo a través de un enfoque pretensioso en contenido y forma del poemario, una manera “ácida e injusta”, como bien lo catalogaría más tarde Arango en el artículo “El Caimán, yo y los que vienen”. Luego indagarían en la obra del poeta Bonifacio Byrne en el artículo “Un poeta de la guerra”, y del autor de Oros Viejos, en “Herminio Almendros, un hombre de los que aman y fundan”.

Este último es un reportaje dedicado a Almendros, a propósito de su fallecimiento y sus aportes a la pedagogía en Cuba, en tiempos en que se había querido silenciar su impronta. Con una profusa contrastación de fuentes e investigación en torno a la obra del autor de Lecturas ejemplares, los nacientes periodistas lograron hacer memoria al publicar valiosos testimonios de intelectuales, entre ellos María Cuyás, Delfina García, Juan Marinello y José Antonio Portuondo.

Al recordar Arturo Arango estos incipientes artículos, reconoce el ímpetu de críticos literarios que poseían ambos entonces: “Nos propusimos entregar a El Caimán… un texto al mes, lo que no siempre pudimos cumplir. La gran obsesión de Bladi, de la que me contagió, era la cultura cubana, sobre todo la literatura. Él podía ser un polemista nato, y algunos de aquellos trabajos (como el que dedicamos a Bonifacio Byrne) nacieron de inconformidades con valoraciones que recibíamos de libros de textos o profesores”.(15)

Muchos de estos artículos –entre ellos la reseña sobre La cultura y la revolución cultural, de Vladimir Ilich Lenin– están permeados por la influencia del realismo socialista.(16) Dicho texto reafirma el carácter “sinflictivista” de la cultura cubana de esta época:

Precisamente la “dificultad de la edificación socialista reside en que nos vemos obligados a edificar el socialismo con elementos completamente corrompidos por el capitalismo”, por eso el proletariado como elemento revolucionario fundamental es el único capaz de asimilar esa herencia y crear una cultura que corresponda a sus intereses de clases (…) En nuestro país se trabaja intensamente en la promoción de cuadros técnicos e intelectuales que, con una sólida educación marxista, puedan satisfacer las necesidades que nuestro rápido desarrollo requiere.(17)

Esta reseña es, ciertamente, un ejemplo de la política editorial de El Caimán de los años ’70, ajustada a los criterios políticos de la UJC, organización que le había dado origen en 1966. Además, da fe de las discusiones en torno al papel del arte y el artista en la nueva sociedad y cómo el campo cultural cubano se configuraba en medio de duras luchas por la hegemonía entre el arte y la literatura, por el control de las instituciones de poder en el ámbito de la cultura que, como es natural, se hacían eco de las mismas luchas que acompañaron las principales definiciones ideológicas en el seno de la Revolución Cubana.

Al respecto, resume Arango sus primeras experiencias junto a Bladimir en la redacción de El Caimán:

“La honestidad con que Francisco Noa(18) cumplía sus funciones como director de la publicación apenas bastaba para aliviar los rudos tiempos que se vivían: estábamos en el centro de lo que se ha llamado el Quinquenio Gris, y si algo le debo a mi paso, entonces muy sistemático, por aquel lugar, es haber conocido de cerca la dogmatización y el extremismo y haber roto desde dentro, en discusiones que no tardaron en abrir diferencias hasta hoy irreconciliables con algunas personas, con aquellos gérmenes que estuvieron a punto de malograr mi formación”. (19)

El Caimán de esta época compone un conjunto de transformaciones que se vienen gestando en la sociedad cubana, que luego cristaliza en la coyuntura de los años ’80, donde se inicia una nueva etapa, dueña de otras turbaciones y ansiedades en circunstancias diferentes.

De igual modo, los primeros acercamientos literarios de Bladimir a la obra de José Martí los concretó mediante sus publicaciones periodísticas en El Caimán. El primero de ellos es el artículo, con un marcado estilo ensayístico, “Recordar es hacerse”,(20) que ofrece una valoración abarcadora alrededor del poema “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, dedicado a los ocho estudiantes de medicina fusilados injustamente en esa fecha de 1871 en La Habana, por el cuerpo de voluntarios cubanos al servicio de España.

La generación de poetas emergentes que ya estaban formando parte del quehacer poético cubano y a la que pertenecía el propio Bladimir, centraría también su interés crítico en esos años. Así reseñó los libros de jóvenes poetas, entre ellos Alex Fleites y Luis Berrio, además de detallar la labor literaria de la Brigada Hermanos Saíz, una organización que se venía alzando como aglutinadora de parte de la vanguardia artística en Cuba.

A pesar de su consabida actividad intelectual en la capital cubana y sin romper vínculos con El Caimán, en 1976 obtuvo la licenciatura en Estudios Cubanos y regresó a Bayamo. En esta ciudad comenzó a desplegar una intensa labor artístico-literaria vinculada a la Brigada Hermanos Saíz. A pesar de eso, despertó incomodidad y cierto recelo entre muchos funcionarios del sector cultural, sin voluntad de desarrollar un trabajo semejante al que emprendía él.(21) Tal hostilidad lo motivó a regresar a La Habana en 1979.

Poco después, adquirió un pequeño y antiguo cuarto en la segunda planta de un edificio solariego de La Habana Vieja, en la calle Monserrate, a media cuadra de la barra donde Ernest Hemingway bebió los mejores daiquirís de su vida, y a dos puertas del último refugio de Reinaldo Arenas en Cuba. Allí vivió, en lo que hizo llamar “La Gaveta”,(22) y donde “atesoraba una copiosa cantidad de libros y discos (llegaron a haber más de 2000 títulos), con algunos ejemplares, incluso hasta del siglo XIX, valorados por los conocedores de la materia como patrimonio cultural de la nación. Pero lo que más sorprendía al llegar a aquella mísera habitación, era que allí podía toparse de entrada o salida hasta con el cineasta español Pedro Almodóvar”,(23) comenta Joaquín Borges-Triana.

CUANDO DESPERTÓ, EL SAURIO TODAVÍA ESTABA ALLÍ

El arribo de los años ’80 supuso un giro cultural importante en su vida profesional. Radio Ciudad de La Habana abrió su espectro y se comenzaron a trasmitir programas radiales de gran importancia para el panorama musical de la isla. Entre las propuestas renovadoras de Radio Ciudad estaban los programas “Pisando el Césped” y “Entre 8 y 10”, conducidos y dirigidos por el Blado, cumpliendo una de sus mayores voluntades personales y profesionales: la defensa y promoción de la trova y la música tradicional cubana.

Los programas de Bladimir en Radio Ciudad, afirma Joaquín Borges-Triana, llevaban su espíritu. En ellos proponía a los oyentes una musicalidad que no estaba en el ambiente cotidiano, lamentablemente; iba desde María Teresa Vera y otros trovadores de la música tradicional, demandaba de sonidos de otras épocas y cosas nuevas de otros lugares, más lo que se estaba haciendo aquí. Se daban cita muchos de los nuevos exponentes de la trova de ese momento, como Frank Delgado, Carlos Varela, Heidi Igualada…(24)

Volvieron los lectores a disfrutar el calibre de su periodismo en diversas publicaciones especializadas, entre ellas las revistas Revolución y Cultura, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas y El Caimán Barbudo, que se convertiría sin dudas en su “casa más entrañable”.

En 1980, también se sucedieron cambios importantes en esta publicación: el machón anunció como director a Roberto Romay, ingresó un nuevo jefe de diseño, Pelly, y se estrenaron en el consejo de redacción Bernardo Marqués Ravelo, Víctor Rodríguez Núñez y Leonardo Padura. La renovación de la revista en un 50 por ciento, tanto en la gráfica como en la redacción, provocó necesariamente una reanimación en el interior del mensuario.

Además, la revista comenzó a recobrar el espíritu dialéctico de sus años fundadores que la rigidez de los años ’70 le había negado; al tiempo que también se “recuperaba” de similares confusiones el campo cultural cubano. La publicación rescató los objetivos iniciales con que fuera fundada por Jesús Díaz: abierta, plural, autónoma, hasta donde se podía, con una mirada polémica, errática si se quiere muchas veces, pero distinta siempre.(25)

Esta nueva época de la revista, para Bladimir, marcó la reapertura y el afianzamiento en el ejercicio del criterio. El periodismo, junto a su amor inconmensurable por la vida y obra del Maestro, fue hilvanando el camino hasta descubrir otra de sus obsesiones históricas: la vida del joven Panchito Gómez Toro y la familia toda del Generalísimo. En enero de 1981 publicó el artículo “Panchito Gómez Toro, el amigo de Martí”, un ensayo histórico que deja señas del primer encuentro, en su casa de Montecristi, del adolescente Panchito con el “distinguido luchador del cual le traían noticias los periódicos llegados de Nueva York y las conversaciones en torno a la causa cubana, que eran tema diario en su casa”.(26)

Añadió:

“Martí lo fue a buscar a su trabajo, en el comercio de Juan Isidro Jiménez, para que lo condujera a la casa del padre (…) era sobrio como un hombre probado, centelleante como luz presa, discreto como familiar del dolor (…) A la par de él, niño otra vez el viajero y crecida de pronto la criatura, llegaron, como amigos jurados, a la casa modesta”.(27)

Su exhaustivo espíritu de investigador lo llevó en lo adelante a publicar “La voz de su tercera Margarita”, entrevista a Pedro Vargas Gómez, nieto del Generalísimo y sobrino de Panchito. Este diálogo fue clave para sacar a la luz otros datos y documentos del joven mambí y su familia, los cuales iría publicando y reseñando en las páginas de El Caimán, entre los que sobresalieron: “Siempre llevaba la familia sobre el cuerpo”, una segunda entrevista al nieto de Gómez; “Diario de Panchito. Páginas dominicanas”, sobre escritos de Panchito en su diario personal; “La amistad no es más que amor”, sobre autógrafos –como el de Martí– en el álbum de Clemencia, la hija mayor de Gómez; “Otras cinco cartas de Panchito”, reseña sobre el contenido de las cartas del joven; entre otros textos que luego cristalizaron en Papeles de Panchito, libro editado por la Editora Abril en 1989 y que reúne parte de la papelería del joven hijo del Generalísimo.

Aunque Papeles… no lleva el nombre de su compilador y prologuista –supongamos fue un error de edición–, es necesario subrayar que es mérito de Bladimir Zamora. De este modo, acercó a sus lectores a una figura que poco se conoce en la historia, más allá de ser el amigo y ayudante de Antonio Maceo, junto al cual descansa bajo los árboles del Cacahual.

Del volumen que contiene la papelería del joven Panchito, reseñó Bernardo Marques Ravelo las siguientes líneas críticas en el texto “Hombradía de Panchito”, para El Caimán:

“Este libro deviene documento aleccionador, además de humanísimo y, por tanto, imprescindible (…) cautiva la papelería de Francisco Gómez Toro: su contundente honestidad, su decir sin paños fríos y sus angustias en primeros planos nos encaran, de manera impar al hombre de brillante inteligencia aun sin pulir por el polvo de la cultura y cuya más genuina obsesión fue la libertad de su patria, en tanto nos revela la belleza de su sensibilidad”.(28)

Bardo además, el periodista no extinguió su necesidad de promocionar gente joven dedicada a la poesía. En estas páginas de la década de los ’80 vieron reflejado su quehacer varios jóvenes poetas que ya despuntaban con el premio David. Es el caso de la entrevista “Seis preguntas para un diálogo”, donde conversa y evalúa el estado de la literatura joven en Cuba con los premiados en 1980: Víctor Rodríguez Núñez, Reinaldo Fernández Pavón y Osvaldo Sánchez.

Sin embargo, el lector continuamente se podía encontrar una crítica a la obra de autores importantes o un acercamiento a su quehacer literario, como sucede en la entrevista “La poesía es un río”, realizada al poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar. Sin darse cuenta se fue convirtiendo, en estos primeros años, en un colaborador en la condición de crítico literario y también como articulista de temas históricos.

Bladimir llegaría a la redacción de la revista –a la plenitud de periodista caimanero– en diciembre de 1986, cuando Paquita Armas Fonseca fungía como directora. Ahora el hecho de estar a diario en la redacción de la revista, en la amplia casona de la calle Paseo en el Vedado, donde se había mudado en 1976, le abrió varias posibilidades de ahondar en otros temas, lo que no había podido lograr siendo un sistemático colaborador.

Como redactor oficial se hicieron más numerosos los trabajos escritos por Bladimir Zamora, teniendo para ello que incursionar en todos los géneros del periodismo cultural y ampliar los temas acorde al perfil editorial de El Caimán. Para entonces no hubo festival, ni fiesta tradicional, artista, hecho histórico, o suceso curioso, “culturalmente hablando”, a lo largo de toda la isla, al que no dedicara sus líneas.

Destacaron en esos años sus comentarios críticos evaluando y valorando la calidad artística y organizativa del Festival de Música de Varadero, uno de los encuentros sonoros más importantes del área latinoamericana. El Festival, en los años en que se desarrolló (1987, 1988 y 1989), se convirtió en un hervidero de artistas que revolucionaban las maneras de componer y hacer música en la región y que en Cuba eran escasamente radiados, televisados o poco comerciales, según criterios del mercado musical de la isla.

El Caimán se privilegió con la perspicacia reporteril de Bladimir, al llevar a la palestra estas voces del ámbito sonoro, mediante entrevistas de personalidad con marcado carácter testimonial o confesional, pues entrecruza el diálogo directo del entrevistado con el lector, entre ellas: “Cada vez estoy más negro”, a Fito Páez; “Ojalá yo te sirva para algo”, a Juan Carlos Baglietto; “No estoy en contra del rock”, a Tania Libertad; “Los Beatles me rompieron el cerebro”, a León Gieco; y “Yo soy un Rolling Stone”, a Gilberto Gil.

A Bayamo regresaría varias veces. Una de ellas para dejar constancia, indignado, de la nula celebración del aniversario del incendio de la ciudad:

Estábamos todavía en enero, cuando nos llegó el rumor de que este año la Plaza de la Revolución de Bayamo se había quedado esperando la celebración del incendio de la ciudad (…) Marcado por la austeridad a la cual estamos obligados (…) en medio de los fuegos artificiales o al calor de las llamas artesanales: ¡como sea! Pero el aniversario del Incendio no puede dejar de celebrarse (…) y no solo por rendir tributo a los padres fundadores de la Patria, sino porque una tradición como esa, ligada a lo más profundo de las reservas morales del cubano, puede en cada ocasión ser vehículo de las más grandes aspiraciones del presente.(29)

Otros festivales y eventos, en su mayoría de carácter musical, quedaron reflejados en las páginas de El Caimán: las Noches de Heredia o el Festival de la Cultura Caribeña, en Santiago de Cuba; los festivales de la Trova Amistad; los concursos Adolfo Guzmán, los premios Cubadisco, los festivales Jazz Plaza, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y El Festival y Concurso Internacional de Guitarra de La Habana, entre otros.

Asimismo, su quehacer radial, unido a su afición por la televisión y el cine, le posibilitaron escribir críticas y comentarios evaluando aspectos como la investigación, la contrastación de fuentes, el estado de la parrilla y el ámbito musical que se ofrecía en ellos.

No hubo una ciudad que visitara Bladimir y no acudiera a su estación radial o televisiva; de ahí surgieron: “Buen motivo para conversar”, sobre el XXV aniversario del ICRT; “Los pineros en su pantalla”, crónica sobre la labor del telecentro de Isla de la Juventud; “Un montero del jazz”, comentario alrededor de un programa de Radio Bayamo destinado a este género; “El break según Telecristal”, crítica al documental del canal holguinero homónimo que obtuvo el primer premio en este apartado en el Festival de la Radio y la Televisión (1989), y “Una onda en el centro del dial”, comentario sobre el programa radial “Onda 2000”, que dirigió, entre otros, el poeta Ramón Fernández Larrea, en el que expone las posibilidades radiales del programa en un futuro:

Cualquiera que sea la motivación de cada programa, la música ocupa la mayoría del tiempo, por lo que cada noche Onda 2000 está sometido al reto de satisfacer a una audiencia elevada sin abandonar su declarado carácter juvenil, que como es de suponer se demuestra o se niega precisamente en términos musicales (…) y, sobre todo, introducir, cada vez con mayor amplitud temática y profundidad numerosos mensajes coherentes con inquietudes que laten en el principal destinatario de Onda 2000: la juventud.(30)

En octubre de1986, en el Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores, Artistas y Técnicos de la Cultura, se decidió fusionar las organizaciones que agrupaban la creación artística joven en Cuba: la Brigada Raúl Gómez García, compuesta por instructores, promotores y técnicos de la cultura; la Brigada Hermanos Saíz, formada principalmente por escritores y artistas visuales, y el Movimiento de la Nueva Trova, que agrupaba nombres de la canción de autor con amplio compromiso social, como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y Sara González. De esa fusión –cuestionada aún por muchos– y con el objetivo de estimular la creación artística y literaria, surgió la Asociación Hermanos Saíz (AHS), joven organización que agruparía a la naciente vanguardia artística.

Su primer presidente sería el poeta Víctor Rodríguez Núñez. Por su parte, Bladimir Zamora, por sus aptitudes de promotor, además de una obra poética consolidada en diferentes antologías, asumió el cargo de vicepresidente en el primer ejecutivo de la asociación. Desde entonces la AHS vería impreso, durante varios años, su quehacer en El Caimán, ya fuera con motivo de algún congreso, aniversario o simplemente la necesidad de debate que creía Bladimir debía existir respecto a la creación joven.(31)

Su obra poética fue creciendo a la par de su quehacer periodístico en las páginas de El Caimán Barbudo, siendo recogida en importantes antologías generacionales, como Nuevos poetas (1975), Poetas de la Colina (1977), Imágenes de la mujer (1980) y Usted es la culpable (1985). En 1987, publicó su cuaderno Sin puntos cardinales (Letras Cubanas) y en 2009, Los olores del cuerpo (Casa Editora Abril).

A pesar de las doce ediciones al año en una época de esplendor editorial en Cuba y la abundancia de poetas existentes en la isla, se hacía difícil reflejar, en su justo momento, el quehacer literario de la mayoría. Por esta razón, con dos poemas del habanero Yamil Santana, Bladimir inauguró, en agosto de 1987, la sección “Por primera vez”, que se convirtió en palco para los jóvenes que se iniciaban en el oficio poético.

Muchos de estos escritores que vieron por primera vez sus textos poéticos publicados en esta sección de El Caimán Barbudo, son hoy autores reconocidos en el panorama literario cubano: Antonio José Ponte, Ronel González, Nelson Simón, Maylén Domínguez, Alfredo Zaldívar, Luis Yuseff, Norge Espinosa, Arístides Vega, Teresa Melo, Edel Morales, Damaris Calderón, León Estrada, Agustín Labrada y Jesús David Curbelo, entre otros.

No obstante, insistía en la crítica literaria de otros autores, entre ellos Alfonso Quiñones, Nancy Morejón y Abilio Estévez. Asimismo, la de otros, cuya obra encontraba, por ejemplo, entre los textos de una librería de uso de la Habana Vieja, como le sucedió con Para festejar el ascenso de Ícaro (1987), del poeta holguinero Delfín Prats.

“Son apenas 70 páginas y sin embargo en esa dramática síntesis se registran, como sugerentes tajazos en la madera, algunas de las más fuertes vivencias protagonizadas por el poeta en los últimos 20 años”, escribe en “Un buen libro para cruzar el año”.32 Y añade sobre el cuaderno de Delfín Prats: “Los críticos podrán reafirmar con este libro la convicción de que la poesía cubana ha tenido como tendencia dominante su expresión lírica…”(33)

Con la firma de Bladimir Zamora, aparecieron en las páginas de esta publicación artículos especiales dedicados a celebrar el aniversario de autores y obras importantes en el panorama literario cubano, caracterizados por un cuidado lenguaje ensayístico y un profundo conocimiento del tema abordado, entre los que destacan: “Inédito de Ballagas”, crítica literaria en torno a la poesía de Emilio Ballagas en sus 80 años, y “Virgilio redivivo”, reseña del libro Una broma colosal, a propósito del 20 aniversario de publicación.

SI ME HABLAS MAL DE LA TROVA, AFÍNATE BIEN LA LENGUA…

A mediados de la década de los ’80, Bladimir Zamora Céspedes era uno de los periodistas más leídos y respetados de las páginas de El Caimán Barbudo, recuerda el dramaturgo, poeta y crítico Norge Espinosa, entonces miembro de su consejo de redacción. Bladimir, añade, dedicaba a la música popular cubana un espacio tan intenso como lleno de frescura.(34)

Para el Blado, “la música era el componente más importante del cuerpo humano después del agua”.(35) Tanto es así que, si nos adentramos en los números de esa década, notamos que son frecuentes artículos o comentarios suyos dedicados a rescatar figuras importantes del panorama sonoro cubano, olvidados o marginados de los medios de difusión, además de interesarse por los procesos discográficos que se producían en la isla.

Estos se convirtieron en guardianes del panteón de su alma: César Portillo de la Luz, figura del feeling; Celina González, reina del punto cubano; Lorenzo Hierrezuelo, fundador del grupo Los Compadres; Rafael Cueto, integrante del grupo Matamoros; Rafael Ortiz, integrante del Septeto Nacional; Maximiliano “Benny” Moré, más conocido como “El Bárbaro del Ritmo”; Sindo Garay, exponente de la trova tradicional cubana; María Teresa Vera, voz imprescindible en la historia de la canción trovadoresca cubana…

Culminando los azarosos ’80 emerge un grupo de juglares devenidos testimonios históricos de esta época: Carlos Varela, Frank Delgado, Santiago Feliú y Gerardo Alfonso serían las voces más conocidas de lo que se ha dado en llamar novísima trova cubana.

Apenas radiados y mucho menos televisados, la llamada “generación de los topos” realizaba conciertos casi clandestinos en diversos escenarios habaneros. Allí las copias de los temas interpretados en vivo eran distribuidas de mano en mano por miles de jóvenes que, interesados en nuevas propuestas sonoras en la isla, se acercaban a ellos. Precisamente el Blado introduciría, a través de sus artículos, a estos “herejes” de la música cubana, en el ámbito sonoro musical, porque creía que aunque las cosas cambiaran de color, en la guitarra siempre habría una voz mal vista o perdida por la incomprensión. Ellos visibilizaban la suerte de una generación que era también la suya.

Bladimir realizó las primeras entrevistas y reseñas de conciertos de Carlos Varela, cuando sus letras eran “desaprobadas” por más de un funcionario. “Una huella en el asfalto” sobresale por el estilo estructural en la escritura del periodista. La entrevista se convierte en una especie de radiografía sobre la vida y obra de Varela, al mismo tiempo que trasluce la investigación de fondo y el conocimiento sobre los temas de la trova por parte de Bladimir, además de su inseparable labor de promotor de nuevas voces.(36)

Del mismo modo, la entrevista “Frank Delgado. Como en un viejo LD”(37) logra un interesante diálogo que deja ver la cercanía del periodista con el trabajo del punzante juglar. Otros artículos de este periodo demuestran la condición trovadicta de Bladimir y su impulso a esa generación de trovadores: “No sonó la flauta por casualidad”, “La gente siempre sueña”, “No se te ocurra quedarte”, reseñando la labor de Carlos Varela; y “No canto para que me entiendan” y “Seré siempre un trovador”, sobre Frank Delgado.

Estas inquietudes e intereses materializaron en 2012, con la publicación por la Casa Editora Abril del libro Trovadores de la herejía, en coautoría con el trovador Fidel Díaz Castro. Este texto reúne ocho canciones de Frank Delgado, Carlos Varela, Santiago Feliú y Gerardo Alfonso, además de entrevistas a cada uno de ellos. Según Fernando Rojas, viceministro de Cultura, en su texto de presentación, “Trovadores es un extraordinario regalo para todos los melómanos y trovadictos de Cuba, Latinoamérica, España y tierras y mares adyacentes (…) porque estos cuatro músicos han incursionado mucho más allá de ritmos propios y las múltiples fusiones que de ellos se ha desprendido…”(38)

Sin embargo, este es una especie de continuidad generacional de su interés por la trova cubana, pues en 2007, bajo el mismo sello editorial, ambos autores habían compilado un cancionero con cien temas de Silvio Rodríguez, Noel Nicola y Pablo Milanés, con el título de Una guitarra, un buen amor, dedicado a los 35 años de la Nueva Trova.

Culminando la década e iniciando los complejos ’90, la nación cubana debió enfrentar una aguda depresión que conduciría a una crisis muy peculiar, de implicaciones fundamentalmente económicas y sociales, que conllevó a tener que promover determinadas políticas de ajuste que permitiesen, primeramente, enfrentarla, sobrevivir y posteriormente, obtener resultados que indicasen una posible salida de la misma.

Esta situación afectó las publicaciones periódicas del país debido a la escasez de papel: decayó el ejercicio del diarismo y la exclusividad noticiosa de la mayoría de los diarios cubanos (Granma, Juventud Rebelde y Trabajadores) que antes de la década de los ’90 llegaron a tirar en conjunto medio millón de ejemplares; los diarios provinciales se convirtieron en semanarios; muchos periodistas del medio impreso pasaron a la radio, mientras otros fueron destinados a universidades y otras instituciones… Por supuesto, El Caimán Barbudo fue una de esas publicaciones que vería la luz impredeciblemente.

El reto del periodismo y los periodistas fue gigantesco. Sin embargo, afrontaron con realismo la nueva situación; ante ellos se impuso la necesidad de suplir con un trabajo más inteligente y creativo los avatares del periodo. El Caimán Barbudo más allá de las treinta y dos páginas mensuales, urgidas por el lector asiduo a los estanquillos y la capacidad de promotor incorruptible de Bladimir Zamora, posibilitó la creación de “El Caimán Oral”, continuidad de la Peña del Caimán, fundada por el Blado en 1986, en los salones de la revista.

Como en años anteriores, pero con mayor periodicidad, El Caimán se vio rodeado de cómplices, visitantes cotidianos e ilustres ocasionales, quienes desde cualquier rincón del país u otra latitud, llegaban en busca de la evidencia del más reciente arte cubano y su respectiva mirada crítica. Como “este animal crea hábito”, decía Bladimir, no podían darse el lujo de cerrar la revista y que quedara en la historia de las publicaciones impresas. Los “caimanes orales” demostraron que el saurio tenía “mucha cola que menear”, sobre todo porque las múltiples necesidades objetos de su atención seguían latentes.

Al rememorar aquellos días, detalla el fundador de la peña: “Sorprendió ver el numeroso público que asistió desde el principio, y también la ejemplar sencillez con que antiguos amigos y colaboradores venían a dar su aporte: Galeano, Carlos Varela, Rine Leal, Abelardo Estorino, los parientes y compañeros de trabajo del Benny… Y también la disposición de los más jóvenes, aquellos que lamentaban oír hablar solo del pasado de El Caimán: algunos de los trovadores de la más reciente promoción, como David Torrens…”(39)

Poco después –rememora Joaquín Borges-Triana, quien se empeña en catalogar la obra del Blado como muy intensa y fructífera más allá de su “look de perdedor”–, participa en el proyecto Semilla del Son, a inicios de los años ’90, en España, junto al musicólogo Danilo Orozco, cuando asesoró al cantante y compositor español Santiago Auserón para recopilar discográficamente grandes figuras de la música cubana.

Entonces –desde su profundo discernimiento sobre la música tradicional cubana, especialmente del son– Bladimir publicó un artículo detallado donde expuso las causas que dieron origen al proyecto, además, evaluó la prominencia que tenía para estos músicos olvidados su relanzamiento en tierras foráneas. De este modo, dejaría plasmado para la historia musical cubana en las páginas de El Caimán su artículo “El son es lo más sublime”,(40) ilustrado con las portadas de los álbumes discográficos que surgieron con motivo de este, a través del cual recorría el origen y resultados del proyecto.

Semilla del Son, organizado por iniciativa de Santiago Auserón, líder de Radio Futura, la banda de rock más popular durante los ’80 en España, decidió impulsar en el país ibérico la divulgación de gran parte de los nombres fundamentales del son cubano. “A partir de un intenso y prolongado tiempo de indagación, de acopio de muy valioso material sonoro, Santiago produjo el proyecto Semilla del Son (…) La primera muestra fue lo que se ha dado en llamar Antología Semilla del Son, una compilación de diecinueve piezas protagonizadas por la mayoría de nuestros más destacados soneros”, (41) añade. Entre estos músicos se encontraban Septeto Nacional, Trío Matamoros, Septeto Típico Habanero, Arsenio Rodríguez y su Conjunto, Celina González, Celeste Mendoza, Joseíto Fernández, Félix Chapotín, Miguelito Cuní… “Luego se dio inicio a los discos monográficos, como un álbum doble consagrado a Benny Moré”.(42)

Es necesario –subrayó Bladimir– que se reconozca al son como una de nuestras raíces culturales más intrínsecas y también a sus máximos exponentes, en el mundo y en Cuba:

Valdría entonces hacer en un futuro cercano cualquier tipo de esfuerzo por aprovechar el interés demostrado por el público y no pocas y prestigiosas instituciones españolas, en el sentido de proyectar cada vez con más frecuencia nuestro inmenso potencial musical, que aún es mínimamente conocido en ese país. Lograrlo tenía por lo menos dos beneficios de elocuente importancia para Cuba hoy, interactuar con la cultura hispana a partir de nuestra más potente manifestación cultural y sacar provechos económicos de nuestra música que todavía frecuentemente va a parar a manos de otros.(43)

Mientras se realizaba este proyecto y los discos de son cubano tenían amplia venta entre el público español, Bladimir publicó una entrevista exclusiva para El Caimán con los tres críticos más importantes de música en la prensa hispana de ese momento: Diego A. Manrique, de El País; Pedro Calvo, de Diario 16, y Ricardo Aguilera, de El Mundo.

El periodista cubano, crítico además, conocía la importancia de que en Cuba se reconociera lo que la crítica de los grandes diarios españoles aportaba sobre nuestra música y sus exponentes. Esta entrevista, titulada “Pasión desnuda”,(44) da fe de la astucia periodística del Blado, y sobresale por poseer una triangulación de fuentes exquisita sobre lo que acontece en torno a nuestro potencial musical; pocos como él han logrado un diálogo que demuestre la contrastación de fuentes y de opiniones respecto a un tema, en determinada temática de la especialización periodística.

Asimismo, sobresalen en su quehacer los Encuentros entre el Son Cubano y el Flamenco, celebrados en Sevilla y que sirvieron de plataforma para el relanzamiento a escala internacional de Compay Segundo, antes del boom del Buenavista Social Club, además de otros músicos cubanos, como Faustino Oramas, más conocido como “El Guayabero”, Eliades Ochoa, Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer y otros que sobrevivían en varias esquina de La Habana Vieja, a la espera de las monedas que pagaban sus canciones.

Bladimir, que estaba vinculado al Departamento de Cultura de la Embajada Española, fue uno de los fundadores de estos encuentros y su crítica en torno a lo acontecido fue decisiva ante las opiniones lacerantes que se generaron alrededor de este proyecto, pues, como era de esperar, creó ciertas disquisiciones entre las empresas discográficas cubanas.

Amparado de un “picante” titular, destacan los sólidos criterios del artículo “Por eso me pica aquí”. Apoyado en nuestra música y los procesos que se han dado en ella, el texto estaba enfocado hacia la empresa del disco cubano que no comprendía por qué los exponentes del son habían ido a relanzar su obra tan lejos de las fronteras insulares.(45)

Bladimir hace un recuento de Semilla del Son, los Encuentros entre el Son Cubano y el Flamenco y los álbumes Afro Cuban All Star, Buena Vista Social Club e Introducing Rubén González, bajo el sello británico World Circuit, mientras “muchas de las mejores agrupaciones cubanas jóvenes se habían estado cocinando en su propia salsa a riesgo de desgastarse en tarimas tratando de demostrar que eran las mejores (…) es importante aprovechar estos felices sucesos, para volcar sobre toda la isla esta fiesta de raíz profunda. No es justo que en Londres, Madrid, París o Roma, haya más posibilidades de gozar el son de altura, que en La Habana, Matanzas, Cienfuegos o Santiago de Cuba”.(46)

Otros textos críticos le continuaron en defensa del son cubano, acompañados muchas veces por entrevistas a los protagonistas de estos proyectos que se dieron cita en Madrid y Londres: “Ahora quieren rascarse aquí”, “¿Podemos competir?”, “Ibrahim Ferrer: ahora sí tengo deseos de vivir”. Y luego, fruto de sus investigaciones y preocupaciones personales y profesionales, en 2014 vio materializado el volumen Cualquier flor… de la trova tradicional cubana,(47) que agrupa aproximadamente 50 temas de este género de la mano de sus más destacados exponentes: Sindo Garay, María Teresa Vera, Compay Segundo, Miguel Matamoros, Manuel Corona, Ignacio Piñeiro…

En la segunda mitad de los años ’90, un nutrido y talentoso grupo de escritores y poetas cubanos, residentes en la isla, comenzó a frecuentar las calles de Madrid. Muchos llegaban a España con la intención de acercarse a Gastón Baquero (1914–1997) y conocer al importante poeta origenista, ausente de Cuba desde 1959. Bladimir Zamora quedó imantado también por la cercanía y la obra del autor de Memorial de un testigo.

El poeta cubano, residente en España, Felipe Lázaro, asegura: “No solo comenzó a ser asiduo de la calle Antonio Acuña 5, domicilio madrileño del poeta de Banes, sino que incorporó varios proyectos de Betania(48) como coautor de la antología poética Poesía Cubana: La isla entera (1995) y del libro Entrevistas a Gastón Baquero (1998)”.(49) Con motivo del cincuentenario del Grupo Orígenes, Bladimir publicaría en las páginas de La Gaceta de Cuba la primera entrevista aparecida en el país al importante poeta cubano después de su voluntario exilio a inicios de 1959: “Gastón Baquero: mi mayor placer es inventar”.(50)

Poco después, en 1994, organizaría, junto a Felipe Lázaro, las “Jornadas de poesía cubana: La isla entera”, auspiciadas por la Secretaría del Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica del Ministerio de Asuntos Exteriores de España y con sede en la Casa de América de Madrid y la capitalina Universidad Complutense. Estas Jornadas poéticas reunirían a escritores residentes en Cuba y otros del llamado exilio.(51)

Sin embargo, la música se había convertido en su obsesión mayor; sus estudios, ligados a sus profundos conocimientos sobre la música cubana, lo llevaron en lo adelante, hasta sus últimos días, a destacarse como uno de los críticos y promotores más importantes alrededor de las nuevas generaciones musicales en las páginas de El Caimán. Su peña, especie de misa espiritual, fue el espacio para sacar a la luz bisoños trovadores que venían dando la pelea, pero cuya obra no era tomada en cuenta. Cantar en la Peña del Caimán era tener, en lo adelante, una carta de presentación para otros espacios.

Enfocado en la producción discográfica cubana, que seguía minuciosamente, escribió varias críticas y reseñas en los que incluía a los noveles trovadores y viejos exponentes de la música cubana, que por estos años verían materializada su obra en un disco: “Nuestra música en el siglo XX”, sobre la antología sonora El Tesoro de la Isla. Un siglo de gran música cubana; “Las más hermosas flores”, disco homenaje a la trova tradicional cubana; “La isla de William”, sobre el CD La isla milagrosa, de William Vivanco; “Una auténtica provocación”, alrededor del álbum del trovador Noel Nicola; “A ver si me tapan la boca”, reseña del CD La voz del Diablo, del proyecto El Diablo Ilustrado, entre otros tantos que merecieron su mirada crítica y en otros casos su promoción.

Muchos de los artistas que hoy forman parte de la novísima trova o el movimiento de la postrova y que han marcado hitos en la canción de autor del país, se lo deben al empeño consagrado de Bladimir y su interés en que estos bisoños artistas trascendieran en las turbulentas aguas de la trova, un género desgraciadamente no comercial.

A inicios del nuevo milenio, publicó varias entrevistas que resultan testimonios profundos sobre la creación joven, enfocadas en la trova: “El hombre de las congas tristes”, a David Torrens; “Ariel Barreiros, música saliendo de la Aguada”; “Vida y milagro de Fernan Bécquer”; “El tres me salvó la vida”, a Yusa; “Ray en su quimbombó”, a Ray Fernández; “Kelvis Ochoa, un músico cercano”; “A mi generación le falta arriesgarse”, a Tony Ávila; “Un trovador silbaba en mis oídos”, al joven bayamés Ormán Cala; “Hay juventud que siente por la música cubana”, a Ramón David.

Guille Vilar, Premio Nacional de Periodismo Cultural, al valorar sus trabajos en torno a la labor de promoción de nuevas generaciones, escribió: “…los integrantes de la Nueva Trova le deben mucho al empeño intransigente y confiado de este bardo. No había concierto, peña o lanzamiento del último disco de cualquier consagrado trovador que él no reseñara en las páginas de su Caimán… Con toda responsabilidad, digo que la historia de la trova cubana no hubiera sido igual sin la imprescindible presencia de un Bladimir Zamora”.(52)

También verían sus primeras palabras críticas en las páginas de El Caimán Barbudo los mejores grupos underground del momento: “A qué suena Mezcla”, sobre el colectivo liderado por Pablo Menéndez; y “Di que sí”, abordaje al grupo de rap Hoyo Colorao. También los festivales dedicados a la trova joven, como el “Longina”, en Villa Clara, la peña A Guitarra Limpia, del Centro Pablo, y Verdadero Complot, organizada por la AHS, recibieron su valoración fundamentada sobre bases sólidas del criterio periodístico especializado.

En 2012, la salud de Bladimir daba señales de franco deterioro, como producto de los ríos de alcohol a los que sometió su vida durante tantos años bohemios. Parecía una burla para quien había asegurado con toda convicción que “hay que beber y ser revolucionario”. Sin embargo, hizo caso omiso de las advertencias médicas y siguió bebiendo hasta que, en 2014, su hígado no aguantó más. Tras un ingreso urgente y el diagnóstico de cirrosis hepática, con la expresa prohibición de ingerir alcohol, a finales de marzo regresa a Bayamo junto a su madre Sonia, su hermano Juan Ramón y otros familiares, sin que esto representase el abandono del espacio ganado por él en las páginas de El Caimán Barbudo, en las que se mantuvo escribiendo hasta el último momento.

A diferencia de sus últimos años en La Habana, donde casi solo tuvo la cercanía de varios amigos, las instituciones culturales de Granma lo acogieron como la personalidad de la cultura cubana que sin dudas Bladimir era, en especial la Asociación Hermanos Saíz local.(53)

Muchos aseguran que Bladimir Zamora no volvió a beber, pero ya era demasiado tarde. El 5 de mayo de 2016 falleció en una cama del Hospital Provincial Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, luego de una broma final a sus amigos. Como era de esperar, su último texto periodístico lo dedicó a la promoción de la trova cubana. Con la entrevista “Yosander: la trova está dando la pelea”, cerraba un ciclo periodístico importante en su trabajo y en la historia de la revista a la cual había dedicado 43 años de labor ininterrumpida, convirtiéndose en “el caimán más antiguo” o “el caimanero mayor”.

Bladimir Zamora arribó a 64 años de una vida desprovista de vejez invalidante, conducta almidonada y odios innecesarios, y eso, aseguran sus amigos, era señal de haber sido un eterno redactor de El Caimán Barbudo, la revista que lo mantenía joven y lleno de fuerzas, como los artículos que publicaba fijamente en cada edición.

Historiar y estudiar la obra periodística de Bladimir es repasar los procesos de El Caimán Barbudo en cuatro tiempos, porque, aunque muchos vieran la publicación como ave de paso, él la sintió como propia, la consideró su hogar, el terreno para echar raíces.

Su obra periodística lo inscribe en los baluartes del periodismo cultural especializado, tan mal llevado en nuestros medios de prensa, porque tuvo lo que se requiere para ello: sensibilidad, investigación, conocimiento, perspectiva crítica, fundamento, autenticidad…

Aunque abarcó los temas que la revista le imponía desde su perfil editorial, la musicalidad de la isla se impuso y como melómano irreductible, eligió, entre tantos destinos posibles, contar la historia de la música cubana, especialmente la trova, y traer a la superficie figuras anónimas que consideraba imprescindibles en nuestro pentagrama.

Pocos críticos tuvieron el don de hablar con pasión acerca de añejos trovadores y convencer hasta al más dudoso de que eran verdaderas glorias de nuestra música; y también de los jóvenes trovadores, que agradecen las primeras reseñas de su obra, donde les alertaba sobre sus puntos débiles y les mostraba un posible camino a seguir.

Campechano y criollo hasta la médula, llegó a incorporar ambas cualidades a su estilo de redacción, sin restar un ápice de rigor y calidad a sus textos periodísticos, ni de autenticidad al discurso de sus numerosos entrevistados. Bladimir Zamora Céspedes se convirtió para muchos en “el mito del caimán más antiguo”, un saurio libre, rebelde, comprometido, autónomo, revolucionario. Vio y vivió muchas aventuras, otros caimaneros, otras caimanadas, y así seguirá desde su bar en una esquina del cielo, celebrando los éxitos de la revista que lo acogió en aquellos turbulentos y habaneros años 70.

NOTAS

1. “Era un sitio sin ningún ambiente artístico. Lo más notorio que yo recuerdo son los bailes de fin de semana, amenizados por el llamado órgano oriental y las peleas de gallo fino en la valla de Cheno”. Bladimir Zamora: “Mi casa entrañable”, El Caimán Barbudo, ed. 394, mayo-junio 2019, pp. 20–21.

2. “El ciclón Flora provocó grandes inundaciones, numerosas muertes y la destrucción de muchas casas y sembrados. Mi familia y yo tuvimos que guarecernos en casa de unos vecinos. Allí sesenta y ocho personas nos salvamos trepados en una barbacoa. Creo que fue lo más trascendente de mi niñez”. Bladimir Zamora: Ídem.

3. Para los amigos de entonces, Bladimir Zamora era simplemente “Bladi”. Quienes lo conocieron después, sobre todo en las dos últimas décadas, cuando su obra era ya apreciada y conocida por todos, preferían llamarlo “Blado”.

4. Alex Fleites, en entrevista con la autora (25/2/2019).

5. Entre ellas se encontraban Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso, Noel Navarro, José Antonio Portuondo, Nicolás Guillén, Hilario González y Teresita Fernández. Bladimir Zamora Céspedes: Ídem.

6. Norberto Codina, en entrevista con la autora (8/2/2019).

7. La Brigada Hermanos Saíz surge en 1962 como una organización colateral de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y estaba integrada por aquellos escritores y artistas que, por su juventud o por causas diversas, no habían podido desarrollar una profesionalidad literaria o artística hasta ese momento.

8. Graziella Pogolotti (Ed.): Polémicas culturales de los 60, Letras Cubanas, La Habana, 2003.

9. Ambrosio Fornet: “El quinquenio gris: revisitando el término”. Narrar la nación, Letras Cubanas, La Habana, 2009, pp. 279–403.

10. Citado en Norberto Codina: “Otra educación sentimental”, consultado en http://www.uneac.org.cu/columnas/norberto-codina-boeras/otra-educacion-sentimental-ii (12/2/2019).

11. Margaret Randall rememora el contexto sociopolítico y cultural en la Cuba de la década de los ’70, su vinculación con la Brigada Hermanos Saíz, y su amistad con varios jóvenes escritores y artistas cubanos, entre ellos Bladimir Zamora, en su libro Cambiar el mundo. Mis años en Cuba, Ediciones Matanzas, 2016, pp. 175–179.

12. Alex Fleites, en entrevista con la autora (25/2/2019).

13. En el dossier fue publicada la obra de otros jóvenes creadores vinculados a la Brigada Hermanos Saíz, entre ellos Pedro de la Hoz, Omar González Jiménez, Margaret Randall, Alex Fleites, José Alberto Lezcano, Roque Dalton…

14. Bladimir Zamora: “No me bailes con chancletas”, El Caimán Barbudo, ed. 304, 2001, p. 20.

15. Arturo Arango, en entrevista con la autora (23/2/2019).

16. Tendencia que asume a la literatura y el arte como una especie de pedagogía y hagiografía, orientados hacia la creación de héroes positivos y la ausencia de conflictos antagónicos en el seno del pueblo, promoviendo lo que muchos han llamado “sinflictivismo”. Tomado de Yuliet Pérez e Isairis Sosa: Despertar al saurio o en busca de las palabras perdidas (Un acercamiento a El Caimán Barbudo en el campo cultural cubano en el período 1966–1980). Tesis de pregrado. Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana, 2009, p. 81.

17. Bladimir Zamora y Arturo Arango: “La cultura y revolución cultural”, El Caimán Barbudo, 1975, p. 23.

18. Francisco Noa fue director de El Caimán Barbudo desde 1973 hasta 1980, cuando lo sustituyó Roberto Romay.

19. Arturo Arango: “El Caimán, yo y los que vienen”, El Caimán Barbudo, ed. 305, 2002, p. 24.

20. Bladimir Zamora: “Recordar es hacerse”, El Caimán Barbudo, diciembre 1974, pp. 14–15.

21. Bladimir Zamora: “Mi casa entrañable”, El Caimán Barbudo, ed. 349, 2016, p. 20.

22. “La Gaveta ni en su mejor momento hubo un mínimo de condiciones para residir: además del espacio limitado no había agua y por tanto era necesario cargarla, la edificación tampoco disponía de un baño donde hacer las necesidades fisiológicas y para ello el Blado tenía que emplear un cubo, con todo lo incómodo y antihigiénico que resulta”. Joaquín Borges-Triana: “Hay que beber y ser revolucionario”, El Caimán Barbudo, ed. 349, 2016, p. 23.

23. Ídem.

24. Joaquín Borges-Triana, en entrevista con la autora (12/2/2019).

25. Yuliet Pérez e Isairis Sosa, ídem, p. 182.

26 Bladimir Zamora: “Panchito Gómez Toro, el amigo de Martí”, El Caimán Barbudo, enero 1981, pp. 14–15.

27. Ídem.

28. Bernardo Marques: “Hombradía de Panchito”, El Caimán Barbudo, ed. 260, julio 1989, p. 23.

29. Bladimir Zamora: “Un incendio que no puede evitarse”, El Caimán Barbudo, ed. especial, abril 1987, pp. 21–22.

30. Bladimir Zamora: “Una onda en el centro del dial”, El Caimán Barbudo, ed. 240, 1987, p. 25.

31 Los jóvenes que hoy integran la Asociación Hermanos Saíz reconocieron su labor con una de sus más altas distinciones, Miembro de honor de la AHS; sin embargo, muchos artistas y asociados se han cuestionado el hecho que no se le otorgara el Premio Maestro de Juventudes, cuando su obra es perfectamente amplia y reconocida.

32. Bladimir Zamora: “Un buen libro para cruzar el año”, El Caimán Barbudo, ed. 243, 1988, p. 29.

33. Ídem.

34. Norge Espinosa, en entrevista con la autora (5/3/2019).

35. Bladimir Zamora: “Buen motivo para conversar. 25 aniversario del ICRT”, El Caimán Barbudo, ed. 234, 1987, p. 12.

36. Bladimir Zamora: “Una huella en el asfalto”, El Caimán Barbudo, ed. 254, enero, 1989, pp. 20–21.

37. Bladimir Zamora: “Frank Delgado. Como un viejo LD”, El Caimán Barbudo, ed. 262, septiembre, 1989, pp. 14–15.

38. Fernando Rojas: “En la trova está lo mejor de nosotros”, El Caimán Barbudo, ed. 369, 2011, pp. 16–17.

39. Bladimir Zamora: “Este animal crea hábito”, El Caimán Barbudo, ed. 274, 1993, p. 22.

40. Bladimir Zamora: “El son es lo más sublime”, El Caimán Barbudo, ed. 274, 1993, pp. 24–25.

41. Ídem.

42. Ídem.

43. Ídem.

44. Bladimir Zamora: “Pasión desnuda”, El Caimán Barbudo, ed. 281, 1997, pp. 20–21.

45. Bladimir Zamora: “Por eso me pica aquí”, El Caimán Barbudo, ed. 283, 1997, pp. 14–15.

46. Ídem.

47. Bladimir Zamora y Fidel Díaz: Cualquier flor… de la trova tradicional cubana, Editora Abril, La Habana, 2014.

48. Editorial hispanoamericana, dirigida desde 1987 por el poeta cubano residente en Madrid, Felipe Lázaro.

49. Felipe Lázaro: “Con Bladimir en la distancia: Cuba y poesía”, El Caimán Barbudo, ed. 349, 2016, p. 26.

50. Bladimir Zamora: “Gastón Baquero: mi mayor placer es inventar”, La Gaceta de Cuba, 1994, pp. 46–47.

51. Entre los escritores residentes en Cuba que participaron se encontraban: Rafael Alcides, Guillermo Rodríguez Rivera, Pablo Armando Fernández, José Prats Sariol, Cleva Solís, Jorge Luis Arcos, Efraín Rodríguez Santana, César López, Delfín Prats, Reina María Rodríguez, Enrique Saínz y Bladimir Zamora. Entre los del exilio: Gastón Baquero, Heberto Padilla, Manuel Díaz Martínez, Nivaria Tejera, Pepe Triana, Mario Parajón, Pío E. Serrano, Orlando Rossardi, León de la Hoz, Alberto Lauro, José Kozer y Felipe Lázaro.

52. Guille Vilar: “Réquiem por un hermano”, El Caimán Barbudo, ed. 349, 2016, p. 26.

53. El Centro de información de la AHS granmense lleva actualmente su nombre y resguarda parte de su papelería.

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