La hora de la luna
Cada viaje a la Sierra Maestra pudiera ser la misma historia contada varias veces…
Por Dailene Dovale de la Cruz
Todo en el mundo empieza con sí. Clarice Lispector lo tiene claro y yo más todavía cuando José Julián me escribe de una guerrilla, que saldría para el Turquino del 10 al 20 de agosto. «Sí, sí, mil veces sí, Jota», pienso, pero respondo con mesura, no vaya a ser que pase algo y se me enturbie el viaje. Días después estaré en un banco, para cobrar un cheque que tenía mal puesto el nombre, hablando con el maestro Rafael Grillo sobre el excursionismo, las guerrillas y lo duro que puede ser escribir una crónica de cada viaje a la Sierra Maestra, que al final pudiera ser la misma historia contada varias veces.
Pero este cuento es algo diferente, empezó en los trámites para conseguir pasaje; tiene héroes y heroínas, casi de anime, que fueron haciendo este relato posible. Sofía fue la persona que consiguió que el Castillo se rindiera y pudiéramos montarnos en una mole de hierro. Este cuento tiene de fondo el sonido del tren en las paradas y las gaceñigas de Camagüey. Tiene también una ruta flexible. Del Turquino cambió para La Bayamesa-Manguito. Tiene, además, la imagen de las piernas que se estiran en Guisa, los pasos buscando camión para Oro de Guisa y los saltos y juegos de la parte del grupo que se refugia en el combinado deportivo.
Por tener, el relato cuenta con una primera decepción. En vez de un carro, el primer tramo sería completamente a pie. Aquí es donde anoto a los corredores del grupo, Arturo y Edel, con gorra roja y pies demasiado ligeros. Por un tramo intenté ir a su paso y el asma me hizo suavizar. No lo volví a intentar, confieso. En medio del polvo y el verde, nos sorprendió un camión que tampoco nos adelantó demasiado, pero algo es mejor que nada. Luego sería un trillo, más kilómetros y acampar en Guamá. Esa noche me bañé en el río y se me fueron haciendo familiares otra vez más gente linda, María Teresa, Lucía, Marcos, Laura, Aleana, Patricia, Daniel (el Cicla), o el famosísimo Manuel, caracterizado por su discreción... Al día siguiente, continuaríamos la ruta. Llega un punto en que las piernas hacen el tramo solas. Van delante, suben y bajan, se montan en el camión, se bajan en Oro de Guisa, finalmente, y continúan lentamente a veces, otras con un impulso, por caminos cada vez más difíciles y hermosos. Encontrarme con Edel, Arturo o Yoan será una discreta alegría, Amalia, por otra parte, será uno de los personajes más adorables y enigmáticos. Sus cabellos rubios y cuerpo menudo no serán en cambio razón para un carácter dócil, más bien todo lo contrario. Entre hacer un esfuerzo, sentir los cuádriceps arder un poquito llegamos al helipuerto. Allí nos quedamos a dormir. Acampamos y antes de dormir pregunto cosas de filosofía. ¿Para algo tenemos un filósofo en el grupo? Luego descubrié que es mejor todavía preguntarle de política, de la política de cuadros de la Feu, la situación en Gaza por ejemplo. Hihab, el palestino, sería otro personaje interesante al defender de forma apasionada su tierra en las conversaciones y por unos espaguetis que nunca olvidaremos.
El sonido de los árboles asemeja un río. Es un concierto hermoso, pero sin agua también puede resultar una pequeña tortura. Al amanecer, sin pesos extra, nos fuimos para La Bayamesa. Subir, observar el paisaje en su inmensidad, sentir que el grupo se te va haciendo familia con personas peculiares como Lizy, Jonathan, Ana Beatriz, Alí, Antonio o Alex, quién demostró tener más dulzura que el fanguito. Tomarse una foto colectiva frente al busto de Carlos Manuel de Céspedes. Intentar bajar «despesetándose» como lo hacía Camila en el Turquino. Llegar al campamento y resguardarse de la lluvia mientras los macheteros van adelante para aclarar el camino hacia Manguito.
Ahí es cuando el relato se tuerce. La que podía ser la ruta resultaba inaccesible y terminamos caminando por el río, mientras fue posible. Luego, a dormir sin armar tienda de campaña ni nada. Esa noche abracé a un amigo para evitar el frío y rodamos hasta las piedras. Dos veces.
El cuento se acerca paso a paso, lentamente para evitar un caída en las piedras del río, a su punto de inflexión. Después de un día de contrastes, los macheteros buscando camino, el resto en la tranquilidad de la orilla, tocó votar si seguía a la incertidumbre o el esfuerzo del regreso. Ganó la vuelta. Esa noche volvimos a comer en frío. Nos mojamos dos veces. Al día siguiente fue el regreso por río. Haré una elipsis descarada porque me fue re mal en la primera parte del regreso, y si no es por Manuel, el de la mirada hermosa, también hubiera sido un mal recuerdo. De ahí, correr loma arriba y abajo otra vez. En esta ocasión cambia el rol, de gata asustada, pasé a hacer el rol de retaguardia junto a Edel, acompañando al personaje más contestón y divertido a su modo, Daniel, el cicla, héroe también a su modo. Esa noche de viernes tendríamos los espaguetis más ricos de todos, hablaríamos con una campesina que era todo amor y bondad y prestaría dos licras, dos camisas y un pullover de gatico que juro le queda mejor a mi amigo que a mí.
De ahí el relato sigue más rápido, corre loma abajo para toparse que no hay camión en Oro de Guisa. Ahora es Marcos quien va de avanzada y el cuento tiene tanta prisa que cuando una compañera dice: ¿por qué se detienen? sigue su curso hasta Guamá. Es de noche y fue un error. Allí, después de asumirlo y mandar en botella al Cicla, cuyos pies fueron los más afectados, seguimos a Pueblo Nuevo en una marcha bajo la luna, una marcha con una luz tenue y en extremo lenta que, en cambio, por ser colectiva resulta más entretenida. En el pueblo, el cuento deja su imagen bucólica y adquiere tonos de violencia y acción. Frente al discoteca había de la nada machetes y amenazas. También fue escenario de un atentado cuando le regalé a Sofía una almohadilla sanitaria accidentalmente embarrada de mentol. El resto del tiempo, estuvimos tirados en una pequeña placita, para dormir en espera de un camión que al día siguiente nos sorprendió, pero ya avanzado en el camino. Dos o tres transportes después, mientras caminábamos luego por Las Tunas en una noche tranquila de tomar helado y café, Arturo señalará la luna redonda y brillante y dirá: No podrá faltar cuando escribas la crónica.
Aunque ni una pequeña nota conservaba después del río, dije que sí, que es, al final, como empieza todo en el mundo.