Live action de One Piece: expectativa vs realidad

Dailene Dovale
El Caimán Barbudo
Published in
7 min readAug 28, 2023

Hasta la fecha, muy pocas adaptaciones en vivo han complacido las expectativas de los seguidores del manga en general. Algunos creen que, en este caso, el trabajo asesor de Eiichirō Oda puede marcar la diferencia.

Por Miguel Ángel Castiñeira

Al nakama Daniel E. Camacho

El próximo 31 de agosto, Netflix estrenará los primeros capítulos del esperado live action de One Piece (OP). Se trata de un momento particularmente contradictorio para los admiradores del universo creado por el mangaka Eiichirō Oda: en el éxito o fracaso de la adaptación del cómic japonés (manga), nos estamos jugando la posibilidad de que la historia de la tripulación de los Sombreros de Paja trascienda el no tan estrecho círculo de quienes seguimos la obra. Sin embargo, Netflix está arriesgando mucho más.
Estrenada en papel hace veintiséis años, y hace veinticuatro en su versión animada para televisión, OP se erige actualmente como la novela gráfica más vendida de la revista más importante de su tipo en Japón, la Weekly Shōnen Jump, que es lo mismo que decir: el manga más vendido de la historia, con cifras que superan los 500 millones de copias a nivel mundial. Hasta la fecha, muy pocas adaptaciones en vivo han complacido las expectativas de los seguidores del manga en general. Algunos creen que, en este caso, el trabajo asesor de Eiichirō Oda puede marcar la diferencia. Una seguidilla de trailers, por momentos atractivos, por momentos bochornosos, dan cuenta de la fuerte campaña de Netflix para que su producto logre calar en un fandom nutrido y expectante, además de atrapar la atención de espectadores ajenos al consumo de este tipo de materiales. Se estima que el presupuesto invertido en la producción de la serie supera los 18 millones de dólares por capítulo.
El live action de One Piece enfrenta la presión de tener que superar, o equiparar, una excelente adaptación animada de la serie. En uno de los primeros tomos del manga, un jovencísimo Oda de veintitrés años celebraba con estas palabras la primera versión anime de su historieta:
Es increíble, me dan ganas de llorar. // ¿Por qué lloro? Bueno, [por] esos directores, productores y todos los que están detrás de ese trabajo, con su pasión por entretener a otros. Eso me ha dado mucha fuerza. Mi alma de artista está al rojo vivo. ¡Ouch! // ¡Al final todo ha quedado fantástico! ¡Las voces de Luffy y sus amigos, y todos sus sonidos son incluso mejores de lo que había imaginado!

Antes de seguir esta reflexión, se impone aclarar que One Piece es un manga shōnen. Eso significa que está pensado para un público juvenil. Su adaptación animada, a cargo de Toei Animation, intenta difuminar un poco esa segmentación, aunque en honor a la verdad lo hace priorizando no dañar la sensibilidad de un potencial público infantil. Por otra parte, OP se diferencia sustancialmente de otros mangas/animes shōnen exitosos a nivel internacional como Naruto, Bleach, Demon Slayer o Attack on Titan: La historia de Oda no hace énfasis en el melodrama, sino en la tragicomedia; no se centra en la espectacularidad de las peleas — esa narcotizante violencia por la violencia que tanto demandan los otakus de hoy día — , sino en la calidad de los muchos relatos que integran ese gran Relato que es One Piece. Pocas obras de su tipo trabajan con tanta minuciosidad el pasado de cada personaje. Ese es uno de los puntos fuertes de OP, junto con la capacidad creativa de su autor para presentarnos siempre escenarios nuevos, autónomos, con un espíritu propio y una situación política compleja y perfectamente distinguible de las anteriores. Y lo hace, además, con envidiable ductilidad narrativa, la suficiente como para enganchar a millones de personas durante los casi treinta años que ha durado la trama.
One Piece destaca por su peculiar visualidad. El empleo de recursos caricaturescos ha sido uno de sus sellos distintivos, algo que llega a un punto culminante cuando el personaje principal, Monkey D. Luffy, despierta su forma definitiva (power-up) durante el arco de Wano. Las polémicas en torno al Gear 5 de Luffy demuestran que hay muchos seguidores y detractores de OP que todavía no acaban de entender las intenciones creativas de su autor.
Tanto a nivel macro como micro, las relaciones de dominación se expresan en OP de manera tal que cualquiera podría entenderlas. Esa máquina de producir sentido que es Eiichirō Oda ha puesto la mira en varios de los más delicados conflictos que acompañan a la humanidad: esclavitud, tráfico de personas, manipulación mediática, crimen organizado, sabotaje a economías en desarrollo, discriminación por cuestiones de diverso tipo. Al mismo tiempo, en OP confluyen elementos representativos de la cultura universal, que van desde ídolos pop hasta grandes obras de la literatura como el Infierno o el Quijote. No obstante, dicho ejercicio de apropiación adolece de superficialidad y no establece jerarquías ni límites entre lo “culto” y lo “popular”, entre lo imperecedero y lo que está destinado a desaparecer por el peso irresistible de su levedad, como diría Kundera.
Como lector del manga, me ha sorprendido la coherencia en el tono que ha logrado sostener OP durante años de trabajo. Mangas shōnen como Dragon Ball, Naruto o Bleach, que aderezan sus primeros capítulos con excelentes situaciones de comedia, con el tiempo eliminan o reducen estos ingredientes. Mientras tanto, aunque OP recurre con alguna frecuencia al criticable fanservice, todavía lucha a brazo partido por mantenerse fiel a sí misma, hasta el punto casi imposible de conseguirlo.
En una primera mirada, puede parecer que el tema de OP es el mismo que el de todos los productos best sellers de estos tiempos: si luchas por tus sueños, tarde o temprano se cumplirán. Sin embargo, el autor introduce en la ecuación un elemento que logra subvertirla por completo: la comunidad como espacio donde sus integrantes se apoyan mutuamente para cumplir objetivos individuales y colectivos. Si el humano es un ser físicamente débil, pero inteligente, y por eso mismo necesita agruparse en sociedades, Oda crea un personaje extremadamente fuerte, al mismo tiempo que mentalmente limitado, que necesita de todos a su alrededor excepto en momentos muy puntuales donde su voluntad lo convierte en una imprescindible carta de triunfo.
Mas no es su fuerza la mejor cualidad de Monkey D. Luffy, el hombre de goma que está destinado a ser el Rey de los Piratas, sino su capacidad para convertir en aliados a todos los que se cruzan en su camino. Así nos dice Dracule “Ojo de Halcón” Mihawk después de ver cómo, minutos después de conocerlo, ya Sombrero de Paja se ganó la confianza del mismísimo Barbablanca.
OP incentiva en el espectador una mirada crítica a la realidad. Para ello se vale del contraste entre la verdad aparente y la verdad objetiva, lo que está en la superficie y lo que ocurre en el subsuelo. Pero hasta en ese sentido la obra rehúye del panfleto. No hay un solo grupo de personajes en OP que podamos identificar como “buenos” o “malos”. Se trata, en este caso, de la capacidad que tienen quienes toman el poder para establecer lo que será o no justo en la nueva sociedad. Como dice un personaje en la Guerra de Marineford:
El valor de los niños que no conocen la guerra, el valor de los niños que no conocen la paz, ¡todo ha cambiado! ¡El que llegue a la cima es el que decide lo que es el bien y el mal! ¡Este es el lugar correcto, este es el lugar definitivo! “¿La justicia prevalecerá?”. ¡Por supuesto que lo hará! ¡Porque el ganador será quien haga su justicia!
Una historia tan dilatada como la de OP (supera los mil episodios en el manga y el anime) no está exenta de imperfecciones. Al contrario. Pero tenemos que recordar que el objetivo del autor no es elaborar una trama compacta, relativamente fácil de conseguir en la distancia corta. En One Piece encontramos una ambición artística quizás equiparable a la de los novelistas europeos del siglo XIX — quienes curiosamente también publicaban sus novelas por entregas — , así como un punto de intersección donde Occidente y Oriente se dan la mano; lo que deja como resultado, en el acto mismo de romper con los códigos del shōnen, una obra de innegable autenticidad artística. Acaso, y quizá sin proponérselo, ¿no fue ese el logro de un tal Miguel de Cervantes con su peculiar novela de caballería?

Piratas, la Marina, el Gobierno Mundial, la Armada Revolucionaria, corsarios, nobles, emperadores del mar, gigantes, tritones, sirenas, tribus de animales antropomórficos, frutas del diablo que permiten adquirir las habilidades más insospechadas, una trama detectivesca que lleva a los protagonistas a seguir el rastro del Siglo Vacío, una imaginación desbordante que nos conducirá a un mundo quizás más grande que el nuestro… Eso y mucho más integra el universo narrativo de One Piece. En tiempos de café instatáneo y modernidad líquida, una obra de más de mil episodios parece una meta imposible de alcanzar. En tiempos de repetición, donde el cliché se impone como un valor artístico — y qué suerte para la industria — , una obra que intenta ser original parece encontrarse en el lugar equivocado.
Aunque respeto el trabajo de las personas que se han involucrado en el live action de One Piece, aunque reconozco que el arco del East Blue es apenas la punta de un iceberg de proporciones descomunales, un ejercicio de calentamiento, una obra de juventud, si se quiere, sospecho que Netflix fracasará en su intento si en realidad pretende vendernos un sucedáneo descafeinado del One Piece que tanto ha logrado conmocionarnos. Más allá de los nuevos comodines cinematográficos por el estilo de “no tiene inclusión forzada” y “es idéntico al original”, sospecho que esta versión live action fracasará en transmitir la esencia de One Piece. Precisamente por eso he desterrado de mí cualquier expectativa. El 31 de agosto sabré si estoy equivocado.

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