Los 15 del Festival de Gibara: Álbum de fotogramas
GIBARA CON AROMA DE MUJER
Ocurrió en el epílogo del 15 Festival Internacional de Cine, durante la gala de clausura y entrega de premios… Un conjunto de mujeres tararea “Amigas, cómo ha pasado el tiempo” y no son Elena Burke, Omara Portuondo y Moraima Secada, las emblemáticas de la canción, sino algunos de los rostros más conocidos del cine cubano: Daysi Granados, Coralia Veloz, Tahimí Alvariño, Laura de la Uz, Jacqueline Arenal y María Isabel Díaz.
En citas anteriores por Gibara han transitado Eslinda Nuñez, Mirta Ibarra, Aurora Basnuevo, Adria Santana, Isabel Santos, Luisa María Jiménez, Andrea Doimeadiós… Pero en 2019 se logra reunir, por primera vez, a un sexteto entero de divas de la pantalla nacional. “Todas a una”, cuando toca a la actriz de Una novia para David recibir su Premio Lucía de Actuación por El extraordinario viaje de Celeste García, ellas saltan al escenario del cine Jibá e improvisan a capella la emotiva tonada filinesca.
Esa noche también fue vista Adela Legrá, la Lucía del tercer episodio en la célebre película de Humberto Solás, cuando entregaba al actor puertorriqueño Benicio del Toro un Lucía de Honor. Ya la protagonista de Cecilia, Daysi Granados, había recibido en la velada inaugural su honorífico Lucía, junto con Fernando Pérez (director de Clandestinos, Madagascar…), otro invitado sobresaliente a este festival quinceañero.
Días antes, la tropa de “chicas” había protagonizado un momento igual de estupendo. “Yo no me fui, sólo me alejé un poquito”, parafraseó Laurita a Habana Abierta en el conversatorio dedicado en exclusiva para ellas. A seguidas, la de La película de Ana reclamó sonriente a uno del público: “¡Me oíste Eduardo del Llano!”. La interpelación al cineasta de los cortos de Nicanor fue luego imitada graciosamente por la Arenal (recordada en El Siglo de las Luces), Tahimí (cuya vis cómica resaltó en Lista de Espera) y María Isabel. Todas ellas, con residencia y carreras alternativas en otros países durante los últimos años, estaban requiriendo a gritos su inclusión en nuevas producciones de la cinematografía autóctona.
MI DÉCIMA CITA Y NICANOR X 15
En la uno y la dos, luego en la cuarta y de corrido hasta la novena edición, cubriendo casi toda la época de Humberto Solás y su doctrina del “Cine Pobre”. Ausente en el período de Léster Hamlet; pude retornar ya en 2018 y 2019, durante la nueva era en que el actor Jorge Perugorría lleva las riendas del Festival. Repaso los carteles de las distintas ediciones, expuestos en el lobby del Jibá, y caigo en que son diez, de quince, las veces que he participado en esta fiesta del cine y las artes fundada en 2003.
Se van haciendo extensas mis memorias de un evento donde la mayor parte del tiempo, mi ocupación estuvo dentro del equipo de redacción del Diario del Festival. En las dos últimas citas, sin embargo, he formado parte del Jurado de la Prensa. Para la dilucidación de ese premio dedicado sólo a largos de ficción, van a acompañarme este año otros dos periodistas “históricos”: Joel del Río y José Luis Estrada. De nosotros diría el colega Antonio Enrique González Rojas (miembro de la banda empleada actualmente en la cobertura digital del encuentro), que integramos la camarilla de los “sedimentarios”. Mucha de la gente de cine, de los músicos, teatristas y artistas visuales que deambula la llamada “Villa Blanca” (o “de los Cangrejos”) en esta semana del 7 al 13 de julio, son recurrentes, o sea, también “sedimentarios”. Lo inaudito, más bien, es que Daysi Granados y Fernando Pérez confiesen que esta es su primera ocasión. Gibara seduce y todo el que viene a este pueblo y este Festival procura regresar.
Me pasa por el lado Eduardo del Llano, quien no es “sedimentario” pero tampoco debutante. Asistente en 2009, y con mucha fortuna pues aquella vez recibió un Premio Especial por su cortometraje Brainstorm, ahora trae a concurso Rállame la zanahoria, el #14 en la saga protagonizada por Luis Alberto García. Recién, en La Habana, el realizador de Monte Rouge estrenó Dos veteranos, la aventura quince de su “cubano de a pié”, ese Nicanor “que todos llevamos dentro”. Así que Eduardo, aunque jure y perjure que no filmará más historias de su entrañable personaje, anda en trajes de quince igualito que el Festival.
A la postre, si bien en 2019 no alcance Del Llano a ser beneficiado en la ronda de premios; se llevará a cambio un rotundo calor de público, la insistencia de tantos por un Nicanor: la película y las promesas de actrices dispuestas a acompañarlo en el siguiente capricho fílmico que se le antoje.
HABLANDO DE CINE (I)
Para los “sedimentarios”, Gibara es reunión del club de “repitentes” y la oportunidad de un primer contacto con los novicios.
Arturo Infante es de los segundos y, tras escucharle sobre su enamoramiento con el lugar, aprovecho para confesar mi admiración por su corto Utopía, de 2004. El sarcasmo de aquella escena donde un cuarteto de “aseres” alternan el juego de dominó con discusión porque “¡el barroco latinoamericano no existe!” y terminan liados a piñazos, significa un hito dentro de ese nuevo cine (“independiente” y/o “alternativo”) que forzó la invención de la llamada Muestra de Jóvenes Realizadores. Le alabo, de paso, su ingeniosa reescritura de los tópicos del cine costumbrista cubano en clave de ciencia ficción para El extraordinario viaje de Celeste García, vista ya en diciembre durante el Festival habanero y traída ahora a la competencia de Gibara.
Al final de la semana, Infante será de los que salga de aquí mentón arriba, cuando se anuncie que su película obtuvo el lauro de Mejor Largometraje de Ficción. Otra favorecida, la trotamundos Ishtar Yasín, recibirá premios de Mejor Fotografía y Mejor Dirección por Dos Fridas. Escoltada por la afamada María de Medeiros en el rol de la enfermera Judith y ella misma intérprete de la pintora mexicana, Ishtar rehúye en su creación las pretensiones biográficas de Paul Leduc y Julie Taymor en filmes anteriores, para devolver realidad y mito envueltos en onirismo esteticista y femenina sensibilidad.
En la ocasión que tuve delante a Yasín, arrugó ella el ceño en gesto de reconocimiento y de inmediato me preguntó por el realizador Tomás Piard. Me tocó darle la pésima noticia de su fallecimiento y entonces evocamos juntos el capítulo de cuando conformamos trío para juzgar la ficción en un jurado de 2010.
El CHOTEO DE DA VINCI Y MUCHO ARTE
Poso por segunda vez en la vida junto al autorretrato de Da Vinci. Hace un par de meses lo hice en el Palacio Real de Turín, delante del minúsculo original dibujado en tinta roja. Ahora me encuentro a la famosa imagen de Leonardo impresa a gran tamaño y por partida doble en medio de la muestra TAMAYO HD, alojada en el hotel Plaza Colón. NOT FOR SALE reza bajo una copia de matiz similar a la renacentista; mientras dice FOR SALE en una apropiación coloreada al estilo pop art de Andy Warhol. Interpreto que el “rey del choteo” en la corte de la plástica cubana, alude a las tesis de Walter Benjamín en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica sobre la pérdida de la “experiencia de lo irrepetible” y la digestión indiscriminada de la tradición artística por el cruento mercado. A su manera implacable y risueña, Reinerio Tamayo hace desfilar lo mismo a la Mona Lisa que al Padrino y su mafia reunida en La Habana o hasta un amargo momento del béisbol doméstico, para devolvernos con su “humor reflexivo” un fresco de la cotidianidad isleña.
Pero esa expo es sólo una de tantas. La aledaña Casa de la Cultura exhibe Todo sobre Pedro…, un homenaje a Almodóvar en su 70 cumpleaños donde Kika, Volver, Hable con ella y demás filmes del icónico español, inspiraron a Nelson Ponce, Mola, Sotolongo, Laura Mas y otras firmas de la gráfica cubana para lidiar en un concurso de carteles. Andando uno se topa a Cirenaica Moreira, Wilfredo Prieto, Rafael Pérez Alonso, Cuty Ragazzone, Gabriel Guerra Bianchini, Casey Stoll, Heidi Hollinger y otros artistas, cubanos y extranjeros, cultivadores de la instalación, la pintura o la fotografía, que a lo largo de la semana participarán inaugurando muestras personales en disímiles puntos de la Villa Blanca.
IDEAS SUMERGIDAS EN UN MAR DE ARTES
El “enemigo rumor” precedente sobre si este Festival merece o no el epíteto “de Cine”, buscaron aplacarlo los organizadores con el reconocimiento contenido ya en el eslogan de que aspiraban a brindar “un mar de artes”. Y aunque no fuera una estruendosa novedad, pues ese fue siempre el anhelo del fundador Humberto Solás, esta vez se empeñaron a fondo en abastecer a los participantes y la comunidad involucrada con una programación heterogénea a base de cinematografía, artes visuales, teatro y música, que aportara una experiencia de consumo cultural sincrética y holística.
La vivencia pasiva de inmersión en el amnios artístico se convoyó, además, con una racional distribución de paneles, eventos expositivos, talleres y acciones de participación comunitaria (ambientalistas y de cultura culinaria, por ejemplo), que fraguaban la cita gibareña también como un espacio para la reflexión, la creación y el beneficio social directo.
Sobre mi impresión de este ángulo del evento ya escribí para la web oficial del Festival un texto titulado “Gibara, expandido y transmedial”; y para no buscar palabras distintas sólo para repetir lo mismo, extraigo de ahí un largo fragmento:
El encuentro denominado Innovación FIC Gibara 2019, compuesto por un Panel sobre uso de tecnologías, experiencias y herramientas de emprendimiento y su impacto en la gestión cultural, seguido de una feria expositiva de proyectos innovadores, encaminados hacia la producción de esos “artefactos” audiovisuales que marcan la nueva hora de la modernidad, fue, en la opinión de este comentarista, la plataforma de lanzamiento y punto de incursión más provocador, y relevante en sus probables consecuencias, de todo el evento.
Mientras, un día antes, el grupo de invitados (Fernando Pérez, Kike Álvarez, Carlos Lechuga, Claudia Calviño, entre otros) al panel “Cine Cubano: desafíos del siglo XXI”, dilucidaban con acierto sobre las posibilidades alternativas de producción que ofrece el ahora en un escenario “más allá del ICAIC” y sobre las encrucijadas de una Ley de Cine que introduce la aparición de un Fondo de Fomento, y de un marco de legalidad que legitima (al menos en el papel) una producción de cine independiente hace tiempo existente y relevante; se presentía, por el contrario, con la insistencia en el enfoque de la “obra artística” y los presupuestos del “cine de autor”, una cortedad de visión acerca de ese fenómeno inexorable entrevisto ya, en un “lejano” 1970, por Gene Youngblood y su Cine expandido.
En ese libro comenzaban a mencionarse, y a otorgarle crédito epistemológico, a ciertas tendencias irruptoras que desde entonces preconizaban la expansión irremediable de los campos de creación y receptación de la Imago, trazando el camino hacia una “era del poscine”, tanto en los términos industriales y comerciales como en los de su receptación por los públicos.
Por suerte, irrumpió al día siguiente Innovación FIC Gibara 2019, para colocarnos realmente y de lleno en el nuevo milenio, con sus fronteras removidas hacia un cosmos de “Imagen Expandida”. En la Feria Expositiva, REMACHESTUDIO enseñó el “efecto de realidad” generado por sus creaciones en 3D; NEWMEN STUDIO trajo los cascos de Realidad Virtual que permiten la sumersión del espectador en un entorno artificial; y ConWiro mostró el sendero de los videojuegos en aplicaciones para móviles y PCs, con sus posibilidades didácticas y de entretenimiento.
Antes, a la hora del Panel, los presupuestos de la hipermedialidad y la generación integrada de contenidos sobre texto, imagen, audio y video, para su distribución sobre páginas web y redes sociales, encontraron vitrina en la plataforma de contenido cultural Cubaness y en Alamesa, de tema culinario.
Acostumbrados en Cuba a quedarnos todavía (y tímidamente incluso) en la etapa de las traslaciones o versiones, principalmente de la literatura al cine — con directores recurrentes: Humberto Solás, en Cecilia y El Siglo de las Luces; Gutiérrez Alea, en Memorias del Subdesarrollo y Fresa y Chocolate; y Eduardo del Llano, con sus cuentos de Nicanor llevados al cortometraje — , o las experiencias de Juan Padrón, del cómic a la animación en sus historias del mambí Elpidio Valdés y de la animación a la literatura con Vampiros en La Habana; en cambio, el vasco Fermín Muguruza aportó la cuota sorprendente con su presentación en el panel de un “artefacto transmedial”, de esa suerte de “constructo” o “marco ficcional abierto” nombrado Black is Beltza.
Independientemente de la originalidad y valores de la pieza de animación cuyo título es alusión a la palabra euskera que significa “negro”, y que es notable en su postmoderno pastiche de realidades históricas y ficción, lo que puso de mayor interés Muguruza sobre la mesa es el recuento de cómo se configura y se va desarrollando un “universo transmedia”, el work in progress de un material narrativo siempre susceptible de ser “recreado”, “reconfigurado” y “ampliado”, no sólo en su diégesis discursiva sino también en la diversidad de medios a través de los cuáles este relato se trasvasa, se ramifica, se distribuye y provoca corrientes de sentido.
De unas camisetas empleadas en un concierto (Fermín es igualmente músico), la idea devino en una novela gráfica. Ulteriormente llegó la expo con las viñetas; detrás la creación del dibujo animado, un fonograma soundtrack y la consecuente gira con las canciones; hasta desembocar en el documental Beltza Naitz, donde al presumible making off se le añade un narrador-personaje que aún incorpora nuevas peripecias.
Toda una trayectoria ejemplar de las oportunidades de despliegue creativo y de implantación racional-sensorial de un nuevo “relato” o “dispositivo de sentido” en un público predispuesto ya, merced a la sensibilidad global que lo envuelve, a prestarse para la asimilación de este tipo de manifestación artístico-comercial.
Ojalá que otra Feria de innovadores ocurra en la siguiente cita de Gibara y que la fusión de tecnología y creatividad propiciada en 2019, tenga algún eco en la reconstitución de un concepto de Cine Cubano que intensifique y agrande sus miras hacia un “multiverso” de incontables posibilidades técnicas y narrativas. Ojalá otro Muguruza, acaso nacional, lleve su propuesta propia al “mar de artes” de mañana.
HABLANDO DE CINE (II)
Reparo en que usa un Kindle idéntico al mío y lo saco de su ensimismamiento preguntándole qué lee. El español responde que la novela El olvido que seremos, del colombiano Héctor Abad Faciolince, y a continuación nos enfrascamos en un diálogo sobre las conveniencias del consumo de libros en dispositivos electrónicos. Como he visto la película suya en concurso, le inquiero a Carlos Marques-Marcet cómo hizo para involucrar a los actores en un aparente ejercicio de naturalismo extremo, donde se exteriorizan las intimidades de una joven pareja abocada a tener un hijo y no se escatima siquiera la visión del parto en vivo. Pero guardo el secreto de que le daré mi voto a Los días que vendrán para el Premio de la Prensa.
No fue fácil elegir dentro de una selección de largos de ficción más sólida que en años anteriores en cuanto al nivel y a la diversidad, en la que estaban también el animado español Buñuel en el laberinto de las tortugas; la propuesta de cine noir del cubano Arturo Sotto: Nido de mantis; una comedia a la alemana: El juego de la silla; y la atrevida historia lésbica Rafiki, de Kenia. Pero la cinta de Carlos recibiría finalmente el galardón, aunque compartido con Animal world. La del chino Can-zhao Lam es una sátira política, irreverente y experimental, filmada en un blanco y negro que resalta de gris mortecino, como testimonio de la experiencia de ser cineasta en un escenario de amplia censura.
Semejante sofocón debieron pasar el resto de los jurados. El de Ficción (además de recompensar a Infante en Mejor Largometraje) se pronunció a favor de la venganza femenina descrita por la iraní Retouch, entre los cortometrajes; pero varios cortos buenos había, como el canadiense Fauve, el islandés Munda, el español Noche de paz y el británico Baghead. El de Documental premió sin discusión a El camino de Santiago del experimentado Tristán Bauer, en largos; y a El cementerio se alumbra del joven cubano Luis Alejandro Yero, en cortos; y optó por otorgar menciones a Las Cinéphilas (Argentina) y El Proxeneta. Paso corto, mala leche (España), en el primer acápite; y a La última hija (Chile) y M/F/X (Holanda), en el segundo.
Fuera de concurso, el público tuvo momentos para refrescar su memoria fílmica con las versiones restauradas de la cubana Fresa y chocolate y la argentina Tango Feroz; y de presenciar lo más reciente de Fernando Pérez: Insumisas; o a una ganadora del año anterior, Los modernos, del uruguayo Mauro Sarser.
No en balde la cara de satisfacción y relajamiento que se le veía siempre a Ariel Montenegro, el responsable del Comité de Selección en La Habana y de las proyecciones cinematográficas por el tiempo del Festival. Pues en la tarea de clasificación a priori acertó; y a diferencia de 2018, en que las funciones del Jibá se le malograban por desperfectos técnicos, esta vez garantizó que las exhibiciones se disfrutaran a plenitud mediante la tecnología adecuada.
DE TEATRO: LA BUENA Y LA MALA NOTICIA
Allá va el actor René de la Cruz, con la ristra de collares de conchas y semillas que lo distingue en los días de Gibara, informando a los paseantes sobre las ofertas de teatro que él coordina. Para niños hay mañanas con Teatro de los Elementos. Estará el arte danzario en la Casa de Cultura con la coreógrafa Maricel Godoy y su grupo Codanza. Sobre las tablas de ese mismo espacio y en las tardes, se ejecutarán las puestas para adultos: 10 millones de Argos Teatro y Hembra, pieza de Junior García montada por Trébol Teatro.
El público no hace quedar mal a Renecito. Abarrota cada función. La pertinencia de que la escena dramática esté representada en el Festival luce ostensible.
Sólo un detalle la empaña, pues si bien es unánime la opinión sobre los valores de la pieza de Carlos Celdrán; muchos de los participantes se cuestionan que a la hora de los lauros hayan decidido dar un Premio Especial del Jurado a 10 millones. Porque será este un Festival al que acuden como invitadas todas las artes pero, en definitiva, la competencia sigue siendo de cine.
OJO DE DRON (ABSOLUTE FLASHBACK)
Hay fechas en que yo quisiera ser un dron, para contemplar desde el cielo la película de la realidad. Hoy es una de esas veces. Día uno, hora del desfile inaugural. El paisaje de una comunidad entera que se apresta a vivir su gran momento del año tiene que ser imponente. Sé que ya han desplegado en la cabecera una bandera cubana colosal, pero desde mi lugar, a ras de tierra y sumergido, uno de tantos, entre la multitud, no alcanzo a verla. Atisbo a la delantera y veo sobresalir la cabeza de Jorge Perugorría. Siento nostalgia por no distinguir ahí la blanca cabellera de Humberto, aunque me alegra, en cambio, hallar a Sergio Benvenuto, su sobrino y cómplice de esa primera etapa del Festival, involucrado nuevamente, ahora como asesor del “Pichi”. Comienza la ruta por Calle Independencia abajo, en dirección al mar. Me rodea la entusiasmada tropa de las artes y hasta un piquete de lugareños, los menos tímidos, que no quieren quedarse sobre las aceras como el resto de sus paisanos, a la orilla del intenso paso de conga. Veo a gente que levanta el brazo para señalar algo. Desde allá arriba un dron nos mira y su cámara registra la escena majestuosa.
DIEZ DE PENÚLTIMA
Acaso debiera forzar que fueran quince los segmentos de este texto, pero he decidido dejarlos en diez, tantos como mis participaciones en el Festival… Y me acuerdo ahora de un hombre y de una niña, y de dos instantes de un mismo día. Luego, escribo:
Séptimo día, alrededor de las 4 pm, remonto Calle Independencia arriba, alejándome del mar. Un sol de espanto me calcina, pero urge hoy clavar bien los pies en tierra para cumplir la misión. Me acerco a los nativos y nadie recuerda. Excepto uno, que indica: “Recto, casi hasta la punta de la loma”. Jadeando, alcanzo al número 142 y me desplomo sobre los quicios de la entrada. La nueva prosperidad de Gibara, con sus mansiones restauradas y devenidas hostales, no ha llegado hasta aquí. Frente a la fachada desteñida y la madera achacosa intuyo que los únicos cambios acaecidos, desde ese 1941 en que la familia originaria abandonó la casa para irse a la ciudad que el hijo glorificó en La Habana para un infante difunto, son los obrados por la voracidad del tiempo. Pienso en la famosa novela y me siento uno de Tres tristes tigres. Pienso en “el olvido que seremos” y en si no seremos todos unos hijos de Caín. Me cuestiono qué será mayor, si la fecha de caducidad de la literatura o la de los actos del hombre. Pienso en Borges, no sé al principio por qué, cuando pienso en Guillermo Cabrera Infante. Hasta que caigo en las preguntas de qué sería la historia de la literatura argentina sin El Aleph o la historia de la literatura cubana sin su Premio Cervantes de 1997. Descubro que ya me tengo que ir y que, a unas pocas cuadras de ahí, lo que me aguarda es la alegría…
Desde los albores del Festival, fue crucial para Solás que se cumpliera esta actividad y el sucesor Perugorría ha comprendido su importancia. Él y una fracción de los participantes ya están ahí cuando llego, para retribuir al agasajo que los anfitriones dedican a esos forasteros que les han traído su arte. Desplegados sobre las mesas yacen carapachitos de jaiba rebosados, cocos abiertos para beber su agua y dulces caseros: un menú modesto y a la vez diverso, como lo suele servir la gente agradecida. Al medio de la calle han soltado a los infantes, ataviados para darnos espectáculo. Ellos empiezan a brindar pregones, bailes, canciones. Mucho virtuosismo no hay, aunque sí se les nota el esfuerzo y esta no es ocasión para encasquetarse uno la capa del juicio. Lucen entusiasmados algunos, y compelidos otros; pero los niños no tienen por qué alebrestarse siempre con las cosas de adultos. Una chiquilla regordeta fulgura por la soltura de sus pasillos y su sonrisa de ingenua coquetería. Sobre esa niña concentro las fotos.
***
Leyendo lo que otros habían escrito sobre el evento, en un artículo de Sergio Benvenuto Solás, publicado en IPS y titulado “Gibara pronto dejará de ser una niña”, me encuentro este párrafo:
“Si a inicios de la segunda década de este siglo el certamen declinaba, se gestó en ese periodo una conciencia general alrededor de su importancia y misión, de su ejemplo como apuesta cimera de comunidad-proyecto cultural con impacto en el desarrollo local. Afortunadamente, se dieron las condiciones para que estemos celebrando, al finalizar esta década, su nuevo resurgir, un arribo a los 15 en medio de un visible progreso de la comunidad que acompañó al Festival y le entregó sus máximos encantos desde su exitoso debut en 2003. Años de esfuerzos y vaivenes que, afortunadamente, consumaron la visionaria tesis de su fundador e impulsaron a Gibara a recobrar su lugar privilegiado en la nación cubana”.
Sólo entonces, transcurridos quince días desde el regreso a La Habana es que me siento estimulado para acometer, lenta, expansivamente, la escritura de este recuento…
ME VOYYYYY… CON HABANA ABIERTA Y CIMAFUNK
“La vida es un divino guion”. Eso nos lo enseñó en el tránsito de entre siglos una Habana Abierta forjada por un puñado de trovadores arrastrados a la diáspora. El team que nucleó a Luis Barbería, Kelvis Ochoa, Vanito Brown, José Luis Medina, Alejandro Gutiérrez y otros, fue el revulsivo, un antes y después para la música cubana, que con sus letras demostró que se puede mirar bien adentro desde afuera y ser agresivo y lírico, cronista y poético, cantautor y músico popular. Del contacto con la música del mundo supieron extraer la sonoridad de pegada global que, felizmente combinada con ritmos autóctonos, hizo emerger la canción cubana del nuevo milenio y hacerla derivar a la movida de lo que suele llamarse ahora fusión o música alternativa.
Después de noches agitadas por los estilos más diversos, con las actuaciones de los cubanos Kelvis Ochoa y David Torrens (sobre canciones de Silvio y Pablo), Qva Libre, Nube Roja, Eliades Ochoa, Zeus, Telmary, Cucú Diamantes y Toques del Río, y los extranjeros Fermín Muguruza, Juan Perro y Nøgen, aguarda presentación de Habana Abierta en el primer turno de la función final.
Será un concierto exclusivo, no uno cualquiera. Separados por la vida, vuelven a estar juntos en escena por primera vez. Su “rockanrol con timba” es la memoria rítmica de mi generación, de la que hay muchos aquí; pero los jovenzuelos son mayoría y tengo dudas al comienzo. Los de entonces ya no serán los mismos; sin embargo, intentan ponerle la energía de siempre y disparan con su irreverencia extrema: “¡Habana Abierta te lo trae de pinga!”. Imitan el grito todos a uno; el público entero corea cada canción, sin importar la edad. Se conocen todas las letras, piden repetidamente: “La natilla. La natilla”. Ya es obvio: Habana Abierta is back.
“Aunque la noche es traviesa”, diría el trovador, y todavía resta un invitado más…
***
Pintado de color oro en su pecho y el rostro, desde el primer día lo estamos viendo en “Black Gold”, la fotografía de Danay Nápoles expuesta en la Casa de Cultura. Pero de carne y hueso arriba hacia el fin de semana, quizás directamente de su gira en Estados Unidos. Desanda las calles con su tumbao gracioso y en restallante camisa de flores. Mi Juliette y yo queremos repetir el gesto de un año atrás y él posa ”sin poses” para un selfie con nosotros. La gloria del Cimafunk nocturno no parece haberse tragado la diurna sencillez del joven Erik Alejandro Rodríguez.
Conversamos un rato y demuestra alegría auténtica por cantar de nuevo en Gibara. No olvida que este Festival hizo parteaguas en su carrera, cuando la estrella en ascenso tras unos conciertos en La Habana de 2018 recibió aquí el espaldarazo de un famoso indiscutible. Subió a escena a instancias de Fito Páez para interpretar a voz pelada “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. El argentino no escatimó elogios: “Dios de ébano”, “Cimafunk, the future”. Y más tarde la profecía se ha ido cumpliendo.
Llega el sábado y la hora de Erik en Gibara 2019. Habana Abierta le precede y deja el listón alto; cualquiera temblaría ante apuesta tan dura. Pero con la cubierta de Cimafunk es un fenómeno indetenible, arrollador. “Ponte pá lo tuyo”, exige y no hay espectador cuyos pies y caderas no le obedezcan, dejándose convulsionar como por un electroshock. El público acata su clamor de “Terapia”. “Voy a parar el tiempo”, advierte y los minutos se nos hacen sabrosamente eternos. A pecho descubierto bajo un enorme abrigo de pieles es hoy más James Brown que nunca, impregnado de seguro por las noches de Nueva York y los Ángeles. Cimafunk anuncia “Me voy pá mi casa” y ya todo el mundo sabe que la gozadera se acabó. “Se acabó, se acabó, se acabó”, repite; y no sólo su concierto, también el Festival terminó y a la mañana siguiente hay que partir hacia La Habana.