Marc Ribot

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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5 min readAug 15, 2019

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Por: Humberto Manduley López

En tiempos en los que se habla de “intrusismo” para referirse a personas que ejercen una profesión sin contar con un aval académico, no se puede soslayar que gran parte del arte producido en el mundo corresponde, justamente, a creadores que nunca han tenido un título colgado en la pared. En la música los ejemplos abundan, desde Sindo Garay y Paco de Lucía hasta Los Beatles y Gismonti. El guitarrista norteamericano Marc Ribot (mayo de 1954) pertenece también a esa categoría de quienes no necesitaron pasar por las aulas para hacer lo que mejor saben hacer.

Mientras debutaba en bandas de punk no despegaba el oído de la escena downtown neoyorkina. Ambos extremos, conectados por el factor común de la irreverencia, lo atraparon. Por cierto, como instrumentista el suyo es un caso inverso al de Santiago Feliú: Ribot es un zurdo que aprendió a tocar a la derecha. Según ha confesado, eso le generó limitaciones que con tiempo y paciencia volcó a su favor. Aprendió lo básico con el profesor haitiano Frantz Casseus y se lanzó a ejercer la práctica con avidez. Desde entonces no se ha detenido.

Su inspiración combina surf californiano y el jazz menos ortodoxo, géneros rurales y el estrépito electrificado de las ciudades, el rock fuerte y la experimentación sin barreras. De esto dan fe su ecléctica discografía y sus cientos de sesiones para otros. La labor a su nombre se reparte en varias direcciones. Tiene discos concebidos solo para su guitarra, acústica o eléctrica (Don´t blame me, 1995; Saints, 2001; Exercises in futility, 2008), explorando sus opciones tímbricas. En otros agrupa material para audiovisuales reales o imaginarios (Shoes tring sym phonettes, 1997; Soundtracks. Volume 2, 2003; Silent movies, 2010), quizás el segmento más abstracto y de “difícil” asimilación dentro de su producción. Y así como en Scelsimorning (2003) apuntaló sus piezas propias, están esos en los que recrea repertorio ajeno, como el Spiritual unity (2005), sobre temas del saxofonista Albert Ayler (1936–1970); el que dedicó a las composiciones de su profesor (Works of Frantz Cassus, 1993) y, por supuesto la pareja que grabó bajo el apelativo de Los Cubanos Postizos.

Estos son posteriores al Buena Vista Social Club(1997) y anteceden al Mambo sinuendo (2002) de Ry Cooder y Manuel Galbán, en la saga que recolocó a Cuba en la internacionalización de un sector de su música. Para el homónimo del colectivo (en 1998) y el Muy divertido, dos años después, Ribot se basó sobre todo -mas no en exclusiva- en páginas de Arsenio Rodríguez (1911–1970), con énfasis en la etapa en que el fecundo tresero cubano emigró a Estados Unidos, y devino referente para cultores del jazz latino y la futura “salsa”.

El resultado resultó sorpresivo, aunque tal vez exasperante para los puristas. Por momentos la guitarra eléctrica se aproximó al sonido característico del tres, salvando las diferencias de texturas, pero también acometiendo la distorsión (“La vida es un sueño”, “Dame un cachito pa´ huele”), y a veces evocaba el estilo “twang” sesentero. Con el refuerzo del órgano en los arreglos, y percusiones que, sin ser muy imaginativas que digamos, sostenían los ritmos con elasticidad, tradujo son montuno, bolero, lamento y guaguancó, desde la mirada de un artista que no quería imitar sino recrear. Y ahí es donde ambos fonogramas pueden gustar o no, según cada cual.

Antes mencioné que Marc Ribot tiene álbumes dedicados en su totalidad a temas de otros, pero esa vertiente (las versiones) aparece extensamente repartido en sus discos. Sus apropiaciones pasan por autores como Paul Desmond, Los Beatles, Los Doors, Duke Ellington, Jimi Hendrix, Howlin´ Wolf y Charlie Haden, entre muchos más. Por lo regular huye del calco, llevando cada tema a su terreno personal. Todo eso mezclado con los que llevan su firma, y donde el reflujo rock se hace mucho más evidente.

En tal sentido Ceramic Dog ilustra su costado más rockero. Hablo de un trío que desde hace una década completan Shahzad Ismaily en el bajo y el baterista Ches Smith, más invitados de ocasión, y que hasta ahora ha puesto a rodar una poderosa trilogía: Party intellectuals (2008), Your turn (2013) y YRU still here? del año pasado. Pueden sonar a grunge rabioso, a punk filtrado por la sicodelia, o a un noise-rock que no extravía la melodía, pero su contenido es recomendable para quienes buscan sonidos intensos.

A todas estas, y en medio de la espiral de su trayectoria, Ribot arma proyectos temporales a manera de laboratorios de ideas en torno a una premisa esencial. The Young Philadelphians se pretendió como homenaje al soul y la disco de la ciudad de Filadelfia (legó el Live in Tokyo, en 2015); mientras otros no se han concretado en grabaciones, funcionando sólo como vehículos en directo. Sun Ship tributó a la obra de Coltrane; Caged Funk dio otro giro a la música bailable; en Mystery Trio ensayó constantes combinaciones para ese formato; con The Crackers enfiló las apuestas hacia el country (a su manera), y a dúo con David Hidalgo (recordado líder de Los Lobos) se dedicó a revolver canciones de antes y después.

Su abultada agenda de contribuciones también reserva sorpresas. Pasa por la música urbana (Tricky, Cibo Matto), el pop (Maria McKee, Tanita Tikaram, Norah Jones, Marianne Faithfull, Madeleine Peyroux), el jazz (McCoy Tyner, Wadada Leo Smith, Diana Krall, Dave Douglas, Rob Wasserman, Roy Nathanson, Cassandra Wilson), rock de diversa factura (Chuck Berry, David Sylvian, Sheryl Crow, The Black Keys, Robert Plant & Alison Krauss), folclor mundial (Mory Kanté, Dick Annegan, 17 Hippies), la improvisación (Jon Rose, Ikue Mori, Arto Lindsay, Fred Frith), la electrónica (Yuka Honda, Hoppy Kamiyama), el soul (Solomon Burke, Wilson Pickett), la canción de autor (Lori Carson, Elvis Costello, Syd Straw), la poesía musicalizada (Allen Ginsberg), el blues (Shemekia Copeland) y un extenso abanico de músicos latinos (Aterciopelados, Marisa Monte, Ely Guerra, Caetano Veloso, Gal Costa, Susana Baca, Andrés Calamaro, Mikel Eretxun).

Ese variopinto listado, que es apenas un fragmento de sus colaboraciones, no estaría completo si no se menciona su labor para Tom Waits y John Zorn. Con el primero participó en algunos de sus discos seminales, ayudando a redefinir el sonido que desde entonces identifica al cantante de voz tabernera, sobre todo en Rain dogs (1985), Franks wild years (1987) y Big time (1988), junto a una seguidilla más. Con el saxofonista Zorn aparece en una treintena de títulos, muy a gusto en su (aparentemente caótica) compañía, como se constata en Bar Kokhba (1996), Music for children (1998) y parte de la colección Filmworks.

Ha hecho música para danza y espectáculos multidisciplinarios, obras instrumentales y cantadas, rock muscular y jazz para el cerebro (o viceversa), versiones y piezas de su autoría, géneros nacionales y foráneos. Está claro que Marc Ribot deja poco en el tintero. Quizás no todo satisfaga por igual, y es obvio que rara vez regresa sobre su camino. Pero entre el punk desbocado y la miríada de sonidos que ha cultivado, de la cumbia a la electrónica acérrima, sigue buscándose, afanoso, entre las cuerdas de su guitarra.

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