¡No hablarás!: la reivindicación feminista en The Morning Show

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
Published in
7 min readJun 14, 2021

--

La serie protagonizada por Jennifer Aniston y Reese Witherspoon sobre abuso sexual en una cadena de televisión dio mucho de qué hablar en 2019. ¿Por qué es importante verla?

Por Mariana Camejo

(SPOILERS a continuación…)

De entre tanto que se ha dicho y escrito sobre esta serie, hay algo que se ha obviado de las reseñas en web: sus silencios. The Morning Show es una historia heredera del movimiento del #MeToo en Estados Unidos. Se adentra en las desigualdades sexistas que permean las dinámicas de poder en una cadena de televisión y cómo desembocan no en violación, sino en abuso y acoso sexual. He ahí la primera razón por la que vale la pena revisitarla. La otra, porque la segunda temporada promete y puede anunciarse en cualquier momento.

The Morning Show evade tener víctimas con lesiones físicas, o que hayan dicho “no” a una relación sexual. Ninguna rechazó de manera expresa al hombre que intentaba desvestirlas; ninguna fue golpeada o forzada. ¿Cómo entonces son víctimas? Uno de los objetivos evidentes de la serie es mostrar lo inocuo del sobreentendido de que solo si una mujer se rehúsa con palabras, gestos, o el uso de la fuerza, es que no hay consentimiento para una relación sexual.

Durante varios capítulos Mitch Kessler (Steve Carell) — conductor del programa The Morning… junto a Alex Leavy (Jennifer Aniston) — , acusado de abuso sexual, se defiende a gritos asegurando que no violó a nadie, que eran aventuras, que es sexo casual, lo cual no es un delito; que se trata de una injusticia. Y aunque a medida que avanza la trama varias personas podrían concordar con Mitch, el testimonio de la sonidista se convierte en el primer indicio de que poco a poco miraremos de cerca la vida privada del personaje.

Ashley, encargada de acomodar los micrófonos en el cuerpo de Mitch, explica que él nunca la obligó pero sí se sintió presionada. Lo que inició con un coqueteo se convirtió en sexo oral sin advertirlo, y más que eso, porque se hizo frecuente no porque ella lo buscara sino porque Mitch decidía dónde y cuándo: a menudo en su camerino, en horario de trabajo. Después de escucharla tenemos la primera alusión explícita al silencio: todos en el programa lo sabían y estaban al corriente de lo que sucedía tras la puerta de Mitch, pero nadie estaba disponible para cuestionar el comportamiento de la estrella (hombre) del show.

— Nunca le dije a nadie pero todo el mundo sabía — confiesa Ashley — . Él me marcó. Robó mi confianza, mi valor propio. Y entonces me estaba ahogando y no había nadie que me lanzara un salvavidas. Nadie. Yo estaba sola. Tan sola. Rodeada de personas pero…

— Aislada — completa la entrevistadora.

The Morning… no se limita a señalar un culpable, sino a culpables en tanto cómplices silenciosos del abuso, sostenedores de un ambiente laboral que coloca a cualquier mujer como posible objeto, disponible a los apetitos sexuales de la estrella protegida del programa.

Alguien podría decir que las mujeres debían imaginarlo y mantenerse lejos. Que las mujeres siempre tienen que saber estas cosas, que tienen que estar preparadas porque todos o la mayoría de los hombres prueban, pujan, intentan. Se trata de actitudes muy bien establecidas en el imaginario popular: culpabilizar a las mujeres de cualquier situación de violencia es común, casi naturalizado.

Y aquí hago un paréntesis — o una digresión — , porque para ver esta serie hice mi propio experimento: le pedí a una amiga no relacionada con el periodismo que viera la serie también. Y hasta muy avanzada la temporada me seguía diciendo que si coqueteas con un hombre eso te puede pasar, que no puedes “darle entrada”, que “el hombre propone pero la mujer dispone” y da igual si se trata de un amigo, de un compañero de trabajo o de tu jefe.

El hecho de que la serie la hiciera cambiar ese sistema de creencias es uno de los indiscutibles méritos del tratamiento de la historia. El punto de giro, ese que te dinamita los estereotipos, está en el octavo capítulo, cuando el espectador queda atrapado en un espacio al que no tiene derecho — porque nunca es posible presenciarlo — pero en el que ve con grotesca cercanía cómo suceden las cosas, cómo un hombre se aprovecha de su posición de poder y de la vulnerabilidad emocional de una mujer para meterle la mano en el pantalón y manosearla sin previo aviso.

Hannah se sentía así. Había ido a Las Vegas con el programa para cubrir los tiroteos. Se encontró a Mitch de casualidad, conversaron; ella estaba en shock por la cantidad de muertes que resultaron del ataque. Mitch parecía dispuesto a consolarla, escucharla en un momento de tristeza; la invitó a su habitación en ese proceso de ayuda y acompañamiento y cuando ella estaba a punto de irse la abrazó. Fue un abrazo demasiado largo. No la dejaba ir. Lo próximo es la mano de Mitch entre sus piernas.

Todo el tiempo que Mitch estuvo encima de ella, Hannah seguía en shock.

Los momentos en esa habitación son de una frialdad sin igual; pero, a la vez, se percibe bajo la propia piel esa conmoción que la agobia. Y es que no somos ni siquiera un ojo que mira desde una rendija: estamos ahí, pero a la vez no estamos. Por un momento recordé ese pasaje de After Dark, la novela de Haruki Murakami, en el que asistimos a una escena escalofriante dentro de un cuarto pero solos somos una cámara. Más allá de observar lo grotesco, no tenemos voluntad. Esa misma sensación me invadió al ver al no violador, Mitch, no forcejear, ni gritar, ni amenazar la vida de Hannah y, en esa serie de “no”, comprender la magnitud de la violencia.

Mitch se aprovecha de su condición de estrella, de esa posición privilegiada que otorga el poder, cualquiera sea su naturaleza. Actúa como si él fuera un pedazo de cake que algunas mujeres han tenido la divina suerte de probar. Se nos presenta como el símbolo que condensa las creencias establecidas en el imaginario popular sobre los cuerpos de las mujeres, como aquello que los varones pueden utilizar cuando les venga en gana.

Después de convencernos de quién es Mitch, The Morning… da un paso más y muestra cómo opera el sistema de protección para esos varones. Hannah denuncia a Mitch frente al director de la cadena, Fred Micklen y, sin siquiera conocerla, él le ofrece un ascenso. Le cierra la boca. ¿A dónde ir entonces? ¿Con quién habla una mujer joven, negra, que vive sola en Nueva York e intenta construirse una carrera?¿A quién le dice que la estrella de televisión con la que amanece un gran porciento de teleaudiencia todas las mañanas, abusó de ella? Es un camino sin salida.

Sobre Mitch sabemos que también tuvo una relación larga con otra trabajadora; y descubrimos que la copresentadora es otra de sus víctimas, a pesar de que solo condenara la actitud de Mitch hasta donde no la salpicara, protegiendo también su propio privilegio.

Y aunque aumenta esa lista de mujeres, Mitch está decidido a hablar en público y revelar que Fred Micklen estaba al corriente de lo que sucedía. Busca apoyo con la presentadora que lo sustituyó en el programa, la polémica Bradley Jackson, para contarlo en vivo, en televisión nacional. Y por un momento crees que todo conspira a su favor y contra Fred, crees que Mitch estará frente a las cámaras para enterrar la carrera y el prestigio de su exprotector.

Sí, por un momento crees que va a suceder. Yo también lo creí. Hasta que vi a Hannah tendida en el suelo, muerta de una sobredosis, saturada de revivir la noche en que Mitch le metió la mano entre las piernas.

Y entonces él pierde la posibilidad de hablar en vivo. Las dos presentadoras: Alex, que antes se autoprotegía, y Bradley, que siempre pujó por el sentido ético y comprometido de su profesión, dicen sin previo aviso, en plena transmisión en vivo, que en la cadena no han sido honestos.

— Tenemos información sobre nuestra cadena — dice Alex.

— Creemos que Fred Micklen ha sido fundamental en la creación de un ambiente que silencia a las mujeres que se atreven a denunciar conductas sexuales inapropiadas — sentencia Bradley.

Mitch, que durante toda la temporada ha intentado contar en público su versión y arrastrar a Fred consigo, pierde la posibilidad de ambas cosas. Y ese, lectoras y lectores, es de los momentos más sorprendentes y gratificantes del último capítulo, una decisión de guión que merece elogio.

¿Por qué? Recordemos que históricamente los hombres han tenido la facilidad de crear su propia narrativa. Se dice que la historia que conocemos está contada por los ganadores, y no es casual que los nombres de mujeres no aparezcan a menudo. Incluso para escribir, durante mucho tiempo, las mujeres se agazapaban tras un nombre masculino. Por eso se convierte en reivindicación silenciar al hombre que cree que aún puede ser escuchado, a pesar de la condena pública tras ser descubierto como abusador sexual; un hombre que ha manejado a las mujeres como objetos, cuerpos violables, utilizables y penetrables sin más.

Y ahí la serie tiene un mensaje muy poderoso: no les den el derecho a la palabra. Hay que despojarlos de ella.

Tú, Mitch, ya has hablado demasiado. No solo te enterrarás en el desprestigio sino también en el silencio, en el mejor silencio de toda la historia. No hay oportunidad para los abusadores machistas. Han perdido el derecho a la palabra.

Publicado en la revista El Caimán Barbudo

--

--