Postales de viajero

Rafael Grillo
El Caimán Barbudo
Published in
7 min readAug 8, 2019

SANTO DOMINGO (MARZO, 2018)

“No más violencia”, dice un muro a sólo 300 metros del lujoso hotel Crowne Plaza. Veo rejas. Demasiadas rejas en el rumbo hacia la peatonal Calle El Conde. Tengo el hábito de asistir al despertar de las ciudades, cuando todavía hay poca gente en las calles. Anoche, en la radio a bordo de un taxi me enteré de la mujer dominicana que secuestró y asesinó a un niño en España. La nota roja recorre el globo y lastima la honra del país y su economía basada en el turismo. Por boca propia del escritor José Alcántara supe del asalto para quitarle el celular a la entrada de su hogar en un barrio de clase alta. Ando a paso rápido, atento a los cuatro costados. Próximo al Altar de la Patria sospecho un acercamiento; inspecciono detrás con el rabillo del ojo y ahí está: un hombre de negro. Pongo el freno de súbito y logro que me sobrepase. Ya lo veo en pleno: bajo y enjuto, negra la piel y la vestimenta, aunque no sabría adivinar si nativo o emigrante haitiano. Estoy parado totalmente, y él se detiene también, un par de zancadas adelante. “Me olió el miedo”, pienso. Se vuelve y me encara. Expectante y rígido, yo luciré cual pingüino antártico. Se dobla hacia abajo y apunta con el dedo a sus pies calzados con altas botas de goma. “No miedo, amigo — dice — , yo trabajo”. Siento vergüenza de mi recelo y le tiendo la mano. Nos saludamos en silencio y así continuamos, solo marchando uno al lado del otro. Frente a la efigie del prócer Francisco Caamaño, él toma su camino, yo el mío. Sin mirarnos otra vez, sin decirnos nada más.

GIBARA (JULIO, 2018)

Siempre se retorna con susto a los lugares del recuerdo. Gibara en la memoria es Humberto Solás de blanco guiando la mar de pueblo en el desfile inaugural; y es un oriundo solidario que abre su casa al participante llegado de lo lejos. Gibara es humildad de pescador y olor a golosinas de mar (Jaibitas y ostiones, anuncia un cartel, por sólo cinco de la frágil moneda nacional); pero también orgullo del hidalgo antiguo, que hasta “tiene una estatua de la libertad porque se la merece” — así tal cual, reza en el pedestal de la señorita con tea, erguida en la plaza principal — . Gibara es el sueño del ángel de Lucía montando en villa remota y pequeña un jolgorio internacional y gigantesco de las artes y el cine. En la versión del regreso, por contraste, Gibara contiene ilusión de opulencia en sus hoteles y hostales ofrecidos a los visitantes de la moneda dura. En portales y parques donde antes hubo collares de semillas y caracoles originarios, se extienden ahora los atuendos y enseres traídos por mercaderes desde Panamá. La Gibara de hoy, sin embargo, cuenta con el Diego de Fresa y Chocolate (Jorge Perugorría) para animar a la gente; y, aunque ya no lleve el epíteto de “Cine Pobre”, todavía está el Festival en pie. “Mejor no amedrentarse a rajatabla por la ola del turismo y sí agradecerle de momento sus vientos de prosperidad”, pienso y dejo que la nueva Gibara de la realidad vaya inundando poco a poco los rincones bucólicos de la nostalgia.

SANTIAGO DE CHILE (OCTUBRE, 2018)

El chileno Mauro, comerciante de vinos, acaba de comprar al precio de 850 mil dólares una residencia en el exclusivo sector de La Recoleta. Lázaro, nativo del Canal del Cerro; y Daniel, del Condado en Santa Clara; llegados hace 8 y 4 años, respectivamente, empeñan la porción mayor de su salario como meseros del Hotel Bonaparte Park Plaza en pagarse el alquiler. “Una lista de víctimas no es sólo una hilera de nombres”, afirma un poster del museo de Santiago llamado de la Memoria y los Derechos Humanos, verdadero pórtico de entrada al Infierno de una dictadura. Mientras, las colinas de Valparaíso ofrecen, ciertamente, vistas panorámicas de un edén terrenal. Recién llegado y escéptico, dije en entrevista para una estación de radio en internet: “La política siempre instrumentaliza los procesos culturales”. Luego de tres días en el evento “¡A Toda Marcha! Debatiendo Izquierdas/ Construyendo Futuros”, junto a tantos hijos renegados del neoliberalismo que proponen una “política transformadora para Chile y el mundo”, la oleada de entusiasmo me contagia y alzo una copa de vino.

SANTA CLARA (OCTUBRE, 2018)

Abro los ojos y todavía están ahí. Desde la terraza del hotel Santa Clara Libre, el verde rascacielos de frente agujereada por los proyectiles de la historia, contemplo al travieso Niño de la Bota y los amantes. A los abuelos con sus hijos y los hijos de los hijos cubriendo el Parque Vidal en plena noche, bañados por la dulce luz de las farolas y las melodías de la retreta. A las moles alumbradas del antiguo Palacio Provincial y el Teatro La Caridad. Al boulevard de vidrieras y neones nuevecitos. Más allá, el frontis ecléctico de la católica Catedral próximo a la puerta del Mejunje, templo de sexual tolerancia y casa de citas para La Trovuntivitis, un “mal de trova” que induce a bailar. La invitación al Encuentro de Literatura Negra Fantoches me propicia al término de cada jornada el espectáculo de una villa inquieta y gozosa en su nocturnidad… Pero si dejo caer los párpados, regresa la pesadilla sobre una ciudad postapocalíptica. La visión de un escenario de desastre causado no por guerra alguna, sino instalado por la apatía, la negligencia y la incultura, esos jinetes insidiosos que perturbaron a Padura hasta lanzar su amarga profecía: “En Cuba las cosas no tienen fijador”… Otra vez abro los ojos, y me pregunto cuánto tiempo seguirán ahí.

CIENFUEGOS (NOVIEMBRE, 2018)

Concuerdo con el Benny forjado en bronce sobre el largo Paseo. Es “la ciudad que más me gusta a mí” también, con su catedral de torres disparejas, el neoclásico teatro Terry y el parque de dos manzanas. Su cementerio jardín y el otro, el de nichos verticales y la Bella Durmiente. El Malecón, los toques afrancesados del Palacio Azul y el Club Náutico de cúpulas verdes, el ecléctico Palacio Valle y el Hotel Jagua, el taíno esculpido por Rita Longa y la paella del Covadonga. Los chalets americanos de madera envolviendo una bahía de aguas límpidas, todavía, que dan alimento a pelícanos y cormoranes, y la Fortaleza de Jagua guardando su entrada. “Es que la llaman La Perla”, canta el Sonero Mayor, sobre la única ciudad tan joven (nada más que 200 años cumple en 2019) declarada Patrimonio de la Humanidad. Hasta logo tienen ya para embrujar a visitantes: “Cienfuegos encanta”. Lo repites y suena como un mantra, Cienfuegos encanta, Cienfuegos encanta… y la seducción de un eslogan de sirena que completa: “Me gustó, me quedé”. Me había gustado ayer, me gusta hoy, me gusta Cienfuegos. Quiero quedarme y no puedo. Paso ahí los tres días justos que dura el Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre. Por la manía de coleccionar llaveros como trofeos de viajes, recorro tiendas ARTEX y puestos de artesanos. Pero los mercaderes de souvenirs ofrecen telas y pieles con vistas del Capitolio y la Plaza Vieja. No de la catedral de torres disparejas y el Teatro Terry. Estamos forzados los turistas y yo a atesorar esas imágenes en la retina del celular. “No están la Bella Durmiente, ni tú…”, le digo al Bárbaro del Ritmo y mi adiós es una queja.

GUANTÁNAMO (MARZO, 2019)

“Vamos a recoger el carnet de identidad de todo el mundo”, dice el agente en tono áspero y adiciona una amenaza: “Al que no se lo devolvamos se tiene que bajar de la guagua y acompañarnos”. Darío me sopla al oído: “La cosa está en candela”. Parece que él no deja de estar al tanto de los sucesos de su tierra natal, porque me asegura: “Hubo intentos de salida ilegal por la Base”. El Punto de Control de carretera parece un hormiguero azul. Intuyo que la dirección de La Habana asentada en nuestras credenciales va a ponernos en situación incómoda y el regreso del policía lo confirma. Nos toca bajarnos a los cuatro y explicar. “Somos periodistas y venimos a ofrecer un curso a los colegas del periódico Venceremos”. Esperamos. Hay movida dentro de la cabina, acaso chequean antecedentes y hacen llamadas telefónicas para corroborar el pretexto. He llegado hasta aquí creyendo que Guantánamo es mucho más que GITMO, la estación naval estadounidense desde 1898 y prisión para presuntos talibanes desde 2002; pero, de momento, estamos atascados y el peso de GITMO se siente sobre la espalda. Al fin, sale uno con aires de jefe, nos devuelve los carnets y dice que podemos volver a la Yutong y continuar viaje. Tres días más tarde, el cantautor Jorge Kamankola, invitado por la Asociación Hermanos Saíz a dar un concierto en la localidad como parte de su gira nacional, no tendrá tanta suerte y deberá pasar una madrugada entera retenido en la estación policial.

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