Chucho Valdés: ¡Felices 80!

Joaquín Borges-Triana
El Caimán Barbudo
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8 min readJul 9, 2021
Foto tomada de la página de Chucho Valdés

La capacidad para sorprender al oyente que tipifica su quehacer corrobora el criterio de que lo mejor que puede generar la música es felicidad y entusiasmo, y ninguna música en el mundo lo hace como el latin-jazz

Este 9 de octubre, esa leyenda del piano que responde al nombre de Chucho Valdés cumple 80 años de fructífera vida. Diversos homenajes han sido programados durante el presente 2021 y varios discos, armados con temas del repertorio compuesto por esta gloria de la cultura cubana, se han concebido para rendir tributo al gran maestro de las teclas.

Cuentan que cuando Dionisio de Jesús Valdés Rodríguez, conocido luego sencilla y llanamente como Chucho Valdés, apenas tenía tres años ya le sacaba al piano con un único dedo la melodía de “La vaca lechera”, por lo cual, su padre decía: “Ese niño viene con luz”.

Los orígenes del hoy renombrado intérprete, doctorado en música por una universidad de Canadá y por el Instituto Superior de Arte, así como galardonado en Cuba en 1999 con el Premio Nacional de Música y en Estados Unidos en nueve ocasiones con el Premio Grammy (seis Grammy Awards y tres Grammy Latino), se remontan a 1941, cuando nace en Quivicán el 9 de octubre de aquel año.

Hijo de Bebo Valdés, otro pianista de la élite musical cubana y pieza clave en el desarrollo del mambo, Jesús Valdés creció instruyéndose dentro de la tradición clásica europea, absorbiendo al mismo tiempo las particularidades de la música popular de su país y del jazz norteamericano, lo que en la actualidad da a su obra composicional e interpretativa una personalidad inconfundible.

Refiriéndose a sí mismo, en una entrevista concedida al periodista J. C. Lemus, Chucho Valdés se define del siguiente modo:

“Soy el más feliz de los esclavos. Comencé a tocar el piano a los tres años y no he dejado de estudiar ni un día. Pudiera pensarse que esto es una esclavitud, pero, ¡qué maravillosa! Vivo para crear, para estudiar la técnica del instrumento y buscar un camino nuevo, una idea nueva, tratando siempre de renovarme.”

A la edad de dieciseis años ya Chucho era pianista de la orquesta de su padre y comenzaba una larga y sostenida carrera de éxitos, que aún se mantiene in crescendo seis décadas después. De ese período inicial, él ha expresado:

“Hasta los quince o dieciséis años tuve una mayor tendencia hacia lo popular cubano, junto con lo clásico, lo estudiado en el Conservatorio. Por entonces, un amigo me instó a oír más jazz, a conocer el trabajo de sus mejores pianistas. Opinaba que no improvisaba lo suficiente y yo lo sentí como una deficiencia. Compré mi primer disco de jazz, del tecladista Dave Brubeck. Me impactó y entré en un mundo nuevo para mí. A partir de Brubeck, estudié a fondo el piano del jazz.”

Tras aquellos primeros pasos como profesional en el reino de la música, vendría una etapa vinculada a la Orquesta del Teatro Musical de La Habana, período en el que tuvo como maestro de armonía a ese grande de la música cubana nombrado Leo Brouwer. Por los mismos años de estadía en dicha formación, crea lo que se conoció como Chucho Valdés y su Combo, con el cantante Amado Borcelá (Guapachá). Apto para empeños mayores, en 1967 fue llamado por Armando Romeu para integrar las filas de la Orquesta Cubana de Música Moderna, un ensamble que marcó pautas en su momento en el ambiente sonoro cubano.

Luego, como desprendimiento de la aludida agrupación, surge lo que se denominó Jesús Valdés y su Quinteto, proyecto con el cual intervendría en 1970 en el importante festival de jazz de Jamboree, Polonia. Sobre la participación en este evento, Chucho le ha manifestado a la investigadora colombiana Adriana Orejuela lo siguiente:

“Todos los que habían experimentado con los tambores batá, habían llegado a un límite y habían parado porque no era comercial, porque no se vendía, etc. Y empezamos a tomar de ahí. Vamos a hacer algo que además sea muy universal, vamos a universalizar eso con elementos de jazz […] Entonces se me ocurrió para el Festival de Jazz Jamboree en el año 70, desarrollar eso y fuimos poniendo la Misa Negra, con cantos yorubá, con oraciones en esa lengua, con toques rituales […] fue un escándalo, porque ese día tocaba el Cuarteto de Dave Brubeck, que cerraba el espectáculo, él nos oyó …éramos muy jóvenes, estábamos asustados. Cuando terminó Brubeck nos mandó a buscar, nos dio un abrazo, me dijo que lo que yo estaba haciendo era un nuevo camino para el desarrollo de la música afrocubana y su fusión con el jazz. Me dijo: never stop, fue el mejor premio, mejor que el aplauso del público y fue lo que me inspiró a seguir haciendo más ese trabajo y también a ampliarlo. De ahí nos salió la idea de hacer Irakere.”

Es así que en 1973 nace su agrupación insigne: Irakere, palabra que toma de la lengua yorubá y que significa selva. La idea que motivaba a Chucho y sus compañeros de la macrobanda era hacer una música en la que a partir de los ritmos afrocubanos de origen bantú, yorubá y carabalí se fusionasen elementos provenientes del legado universal.

De inicio, aquella sonoridad en la que, junto a un fraseo jazzístico por parte de los instrumentos de viento y a los tumbaos de piano, se escuchaba una guitarra eléctrica procesada con pedales como el wahy el fuzz, sorprendió a no pocos. Era algo así como la sonoridad del mundialmente afamado Carlos Santana pero con mucha más fuerza en lo percutivo.

El primer tema que el grupo impuso con aquel estilo de trabajo fue “Bacalao con pan”, que toda Cuba bailó y tarareó. La fórmula de orquestación ideada por Chucho marcó de ahí en adelante a las bandas cubanas que posteriormente fueron apareciendo, en especial en lo referido al tratamiento de los metales. Quien desee comprobar lo anterior, solo tiene que escuchar grabaciones de agrupaciones como Afrocuba, Opus 13, NG La Banda o más recientemente Havana d’Primera.

A propósito de Irakere y de su legado en la historia de la música cubana, Chucho Valdés ha declarado:

“Todos y cada uno de los que pasamos por Irakere éramos desconocidos cuando llegamos. Irakere es un laboratorio de supermúsicos: Paquito, Sandoval, Maraca, Angá, Cortés…Irakere está reconocido como lo que fueron los Messengers de Art Blakey o el quinteto de Davis, sitios donde la gente llega y después rompe. Es mi orgullo que se reconozca el trabajo y el aporte de treinta años de música.”

Pero este creador nunca se conformó con los lauros alcanzados por Irakere; y por ello, hacia 1978 se involucraría en una de las experiencias más vivificadoras que ha tenido la música en Cuba en las últimas décadas: un concierto entre su grupo y Leo Brouwer, efectuado en el teatro capitalino Carlos Marx y del que se editase un disco grabado durante la presentación, contentivo de temas propios y de versiones de obras de compositores como Villa-Lobos y Joaquín Rodrigo. Y es que Valdés siempre se ha planteado renovar la visión de su trabajo, por lo cual uno percibe una constante evolución en la concepción de sus creaciones enmarcadas en el afro jazz y el cubop.

En el ánimo de reinventarse, cuando Chucho se lo propone, él se aparta de los clisés que han inundado el mundo del jazz latino o afrocubano, como otros prefieren decir. Prueba de ello la ha ofrecido con discos como el titulado Canciones inéditas: álbum distanciado de los rasgos que han signado su obra y por el que recibiese el Premio Grammy Latino en la categoría de Pop Instrumental durante la tercera emisión de dicho certamen celebrada en el 2002, o con ese otro fonograma suyo, grabado para el sello Engel de la RCA Victor en la vertiente de la música académica y donde, bajo la producción del célebre Max Wilcox (reconocido por su habitual trabajo de productor del polaco-estadounidense Arthur Rubinstein, el mítico pianista clásico ya desaparecido), interpretase obras de compositores como Lecuona, Chopin, Debussy y Rabel.

Como una rara avis, Valdés tiene la capacidad de saber desviarse de su quehacer dentro de la estructura de grupo, de trío, de cuarteto o de quinteto e incluso del lenguaje propiamente jazzístico, para incursionar en un discurso a piano solo, donde el objetivo es decir cosas diferentes a las que el público espera de un instrumentista como él.

Por dicho camino, Chucho demuestra su enorme cultura musical, evidenciada en las citas de fragmentos autorales y/o apropiaciones del estilo de figuras que van desde Rachmaninov, Chopin, Cervantes, hasta Oscar Petterson, Keith Jarret o César Portillo de la Luz.

Sucede que como pianista, él resulta un tipo dotado de condiciones excepcionales. Su mano izquierda pareciera a veces estar recordando a ese clásico que fuera Ernesto Lecuona, mientras que la derecha de pronto irrumpe con lo que es el propio “estilo Valdés”: la fuerza de lo afro. La mixtura de lo clásico con lo latino, la simultaneidad en ciertos momentos de ambas tendencias, ejecutado sólo por las dos prodigiosas manos es lo que le ha merecido al cubano ser considerado en la categoría de los genios.

Alabado por su técnica, al punto de ser valorado por la crítica internacional como uno de los pianistas vivos mejor dotado en el ámbito del jazz, acerca de la relación entre talento y formación, Chucho ha expresado su criterio en una entrevista publicada por la revista española Jazz Andalucía:

“El talento se tiene y la formación se adquiere. Chano Pozo y otros muchos eran talentos naturales, pero yo, además de músico, soy maestro y profesor, y creo que se necesita dominar también el lenguaje para poder decir cosas. Por supuesto que la técnica sola es algo vacío; mejor ambos a la vez; pero si hay que elegir prefiero una idea buena a una técnica hueca.”

Las composiciones de Valdés en jazz latino o afrocubano poseen la particularidad de dar el máximo de espacio a la creatividad de los otros instrumentistas. Es cierto, el jazz es eso, improvisación musical de cada uno de los músicos, pero en el caso de Chucho tiene una dimensión especial.

De “Mambo influenciado” a “Claudia”, pasando por “Juana 1600”, el danzón “100 años”, la monumental “Misa Negra”, el “Adaggio” de Mozart, “Las margaritas”, “Tierra en trance”, “Shaka Zulú”, “Shangó”, “Stella”, “Pete and Ronie”, “La explosión”, “Mr. Blue” (versión de “Duke”), hasta llegar a piezas más recientes como “Babalú” o “Yemayá”, hay una continuidad estilística y a la vez la presencia de nuevos elementos tanto en lo armónico como lo melódico y lo ritmático.

La capacidad para sorprender al oyente que tipifica el quehacer de Chucho Valdés, tanto en su carrera de solista como al frente de Irakere, de tríos, cuartetos, quintetos o de un proyecto como los Afrocuban Messengers, corrobora el criterio de que lo mejor que puede generar la música es felicidad y entusiasmo, y ninguna música en el mundo lo hace como el latin-jazz.

Quizás por lo anterior, cuando Michael Green, presidente de la National Academy of Recording Arts and Sciences (NARAS), vino a Cuba exclusivamente para entregarle a Chucho Valdés y a Irakere el primer Grammy ganado después de 1959 por un grupo cubano residente en la isla, galardón que por cosas de la política nunca había llegado a sus manos, declaró:

“No hay ninguna duda de que, desde el principio, lo que nos maravilló de Chucho Valdés y el resto de Irakere es la maestría de sus músicos. La calidad es increíble, es impresionante.”

Por todo lo antes expuesto, en mi nombre y en el de las muchas personas que, tanto en Cuba como en el resto del mundo, le admiramos y agradecemos por su música, llegue hasta Chucho Valdés allá en España, donde en la actualidad reside, nuestra más sincera felicitación por los 80 años de fructífera existencia y el deseo de que disfrute de una larga vida, para que continúe regocijándonos con su quehacer artístico.

Publicado en la revista El Caimán Barbudo

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