Conan Doyle and Company: la literatura de crímenes y la educación sentimental

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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8 min readNov 1, 2019

Por Lorenzo Lunar

Hace algunos años viví mi mejor etapa como lector. Yo era adolescente y no me fue difícil conciliar novias, deportes, fiestas y lecturas. Quizás el mundo era más organizado que ahora. Lo cierto es que no me faltaron esas cosas que hoy siguen siendo para mí de gran importancia en la educación sentimental de los jóvenes.

Mi tío Samuel Cardedo, profesor de Fitotecnia y otras cosas compatibles con la botánica más compleja, era un buen lector. Todas las semanas compraba libros y siempre me regalaba un ejemplar idéntico al suyo. Así fundé mi primera biblioteca. Aquella que un día sacrifiqué para iniciarme como librero y que luego, gracias a ese lindo oficio, recuperé con creces.

Hoy muchas personas recuerdan con nostalgia aquellos tiempos, década para algunos prodigiosa. Añoran los precios de las pizzas, evocan lo asequible de los hoteles, y quisieran volver a viajar en un Colmillo Blanco o en el tren francés… Yo, además, suelo ponerme melancólico al recordar tres colecciones editoriales memorables: Huracán, Cocuyo y Dragón.

Con diferentes formatos y distintas orientaciones, cubrían estas un amplio diapasón no solo para la complacencia de los gustos más diversos, también para la educación estética de una sociedad que comenzaba a educarse en el valor de la lectura.

Desgraciadamente Cocuyo apagó su luz hace años. De esta colección nos quedan ejemplares en los anaqueles de algunas bibliotecas y en las ventas de libros de uso. Huracán y Dragón sí lograron desafiar tormentas y bestias de diferentes layas para, de tiempo en tiempo, resurgir de sus limpias cenizas para satisfacción de los nuevos lectores y de los nostálgicos.

Con Huracán recibí los rudimentos necesarios para interpretar la gran comedia humana, aquella que trasciende las ochenta y cinco novelas que consiguió publicar Honorato de Balzac en su gran proyecto que abarcaba ciento treinta y siete. De esas que salieron de la pluma del que tuvo como nombre de pila Bernard-François Balssa, muchas fueron publicadas en Cuba por esa mítica colección. También gran parte de la obra de Emilio Zolá, Stendhal, Benito Pérez Galdós, Fiódor Dostoievski, León Tolstói, Gustave Flaubert, Charles Dickens y decenas de figuras cúspides de la literatura universal; lecturas que sirvieron para formarme una apropiada cultura humanista que hoy agradezco.

Sin embargo, esa formación estética y humana, esa educación sentimental, hubiese estado incompleta en lo literario –pues también en mi adolescencia tuve la suerte de escuchar a Serrat, Víctor Jara, Patxi Andrión, ver nacer a Los Van Van, encontrarme a escondidas con Los Beatles y ver el mejor cine italiano y francés- sin leerme las propuestas editoriales de la colección Dragón.

Desde sus inicios se encargó de promover lo mejor de la literatura universal –también nacional en sus primeros momentos- en lo referente a ciencia ficción y policíacos. Aquellos libros esbeltos y casi siempre blancos, con el título de la obra y el nombre del autor en la cubierta, apenas si acompañada esta información con una pequeña viñeta, como para que quedase en el recuerdo solo lo necesario. Nombres como Agatha Christie, Dashiell Hammett, Raymond Chandler o Arthur Conan Doyle, solo por mencionar cuatro. Y cada uno con su inolvidable personaje a cuestas, respectivamente Hércules Poirot, Sam Spade, Phillip Marlowe y Sherlock Holmes.

Todavía alguien podrá preguntarse cómo puede educar a un adolescente la literatura de crímenes. Qué educación limpia, qué pureza de espíritu puede proporcionar una literatura que tiene como materia prima el crimen, el odio, la traición y la sangre.

Una respuesta conformista pudiera ser que la literatura policial tiene como objetivo revertir el orden, alcanzar la justicia, hacer valer la ley. Pero sabemos que no es cierto. Si en el tiempo de los clásicos parecía así, mayoritariamente era solo en apariencia. El crimen siempre deja heridas que no las puede restañar el acto de justicia y la imposición de la ley. Sobre todo, cuando sabemos que estos dos términos cada día se muestran más lejanos.

Hay una segunda respuesta a esa interrogación. Gracias a esta literatura, sus autores y personajes, el joven lector -porque la literatura de crímenes tiene un destinatario muy especial en los jóvenes- puede aprender el valor de esas pequeñas células grises que muchas veces condenamos al ocio. Sencilla y grandiosa lección. Llevarse para siempre aquella enseñanza de que un hombre materialista puede estar -y en su esencia lo está- despreocupado por lo material. Descubrir conceptos tan altos como la lealtad y el honor y comprender que el buen hombre prefiere estar alejado de los centros de poder. Definitivamente identificar aquel paradigma de héroe: ese que debe ser un hombre común y corriente y al mismo tiempo un hombre extraordinario; un hombre con sentido del honor, porque lo lleva en el tuétano, aunque no lo piense y, naturalmente, no lo diga; que podría seducir a una duquesa, pero no desgraciaría a una virgen. Un hombre que no admitiría dinero mañoso de nadie, ni insolencias de nadie. Uno que, si hubiera unos cuantos como él, el mundo sería un lugar bastante seguro para vivir.

Pero si esto fuera poco para argumentar el papel de la literatura de crímenes en la educación sentimental del hombre tendríamos una última razón: es una literatura que crea hábito. Y ya sabemos que si de hábitos y adicciones hablamos, uno de los pocos que se salvan como puros es el de la lectura. La persona que lee siempre será un mejor ser humano. Más culto, más libre.

Las ficciones literarias alcanzan una categoría que supera la historia bien contada y entretenida. Las buenas ficciones literarias son portadoras también de conocimientos y sabiduría. Los complicados esquemas de las novelas enigma resultan educativos ejercicios intelectuales. Una de las obras que pueden considerarse de referencia en este sentido es El sabueso de los Baskerville, considerada por muchos una de las mejores novelas –si no la mejor- de Arthur Conan Doyle.

Este relato plantea el enfrentamiento de Holmes a un problema de apariencia sobrenatural: la muerte de sir Charles Baskerville ocurrida cuando el anciano caballero daba un paseo nocturno por las afueras de su residencia. Muerte provocada por un sabueso diabólico y fantasmal que desde tiempos remotos se había convertido en leyenda maldita de la distinguida familia.

La noticia de la muerte del anciano le llega a Holmes a través del doctor Mortimer quien acude al detective en busca de ayuda para esclarecer el misterio. El relato de los hechos enfrentará a Holmes a diversas disyuntivas. ¿Puede ser cierta la leyenda? ¿Existe realmente un perro fantasmal? ¿Pesa una maldición sobre la familia Baskerville? ¿La muerte de sir Charles fue causada por un acto sobrenatural o existe una explicación natural que aclare los hechos?

Al plantear estas preguntas, Conan Doyle dispone el juego intelectual que desarrollará Holmes durante el relato: Holmes, con piezas negras, enfrentará al mito que lleva las blancas y ha realizado una apertura desconcertante. Un Holmes materialista que contrapone la ciencia al ambiente fantástico y sobrenatural que decora la historia de la muerte de sir Charles.

Divertidos son los juegos de ingenio del detective desde que, al inicio de la narración, descubre, a partir del bastón que dejó abandonado en la oficina el doctor Mortimer, la identidad de este.

Holmes enfrenta el caso con un sólido argumento de partida: “Si se trata de un asunto que está más allá de lo humano, me temo que esté también por encima de mí. Pero antes de retroceder sobre una teoría de esa clase es preciso agotar todas las explicaciones naturales”.

Es esta novela un diálogo entre dos niveles de realidad situados en extremos totalmente opuestos. Un verdadero desafío entre sabuesos: el perro y Holmes. Un enfrentamiento entre demonios, en el que lo verdaderamente demoníaco, lo único diabólico que aparece es la manera que Holmes tiene de resolver sus casos. Recursos que le hacen parecer ante los demás como un ser sobrenatural por su extraordinaria capacidad para investigar. Esta capacidad tiene un cimiento materialista, y en el diálogo entre lo fantástico y lo realista, después de regodearse Conan Doyle lúdicamente gracias a deliciosas controversias pletóricas de ciencia y filosofía, es la perspectiva realista de la historia la que resulta triunfante. La ficción sentimental de un Holmes que se sabe absolutamente científico y materialista.

Esta obra, publicada en 1902, puede ser la mejor réplica para aquellos que consideran la literatura de crímenes como relatos de chato realismo, despojados de imaginación, calcos burdos de las realidades.

La exploración de diversos niveles de realidad, al igual que la variedad de perspectivas desde las que se puede narrar el relato, son dos de las características que han marcado la evolución del género policial durante su historia. Junto con esto el uso de lo histórico, la contaminación con la novela rosa, la ciencia ficción y con el género ensayístico son señales que se pueden advertir en muchos relatos criminales.

Estas marcas han llamado la atención de muchos escritores que han apostado por el género criminal abiertamente. Otros se han acercado quizás a modo de experimento estético. Muchos han caído involuntariamente en el género.

Así, ya una vez la colección Dragón tuvo la buena idea de compilar una serie de relatos firmados por autores totalmente ajenos al género policial. Textos que de alguna manera pueden leerse como literatura de crímenes. En este regreso de la colección, la Editorial Arte y Literatura ha tenido el acierto de reeditar esa selección de cuentos que en 1981 nos propusiera Agenor Martí, uno de los primeros y más entusiastas promotores de la literatura policial en Cuba.

¿Quiénes son estos autores que “ingenuamente” cayeron en la trampa de un género desdeñado aún por ciertos sectores de la crítica? Pues nada más y nada menos que Julio Cortázar, Graham Greene, William Faulkner, Rynosuke Akutagawa, Sinclair Lewis, Stephen Crane, Anton Chejov y Oscar Wilde, entre otros.

Una selección diversa. Autores de diferentes épocas, de diferentes geografías, religiones y tendencias políticas.

Un compendio que satisfará al más exigente lector y aquel que es asiduo a lo policial disfrutará como si se tratara de una compilación de relatos de Chesterton, Conan Doyle, Simenon, Cain, Irish, Chandler, and Company. Y que al que no se ha acercado al género quizás por algún prejuicio reminiscente, le permitirá evaluar el valor de lo policial, sus bondades y su ductilidad y entrega a otras plumas, otros discursos.

Hoy vuelvo a sentirme un lector adolescente al reencontrarme con esta colección Dragón que se maquilla con un moderno y elegante diseño y una notable calidad de impresión. Saludo a la Editorial Arte y Literatura por esta gestión, y espero impaciente las próximas entregas. Seguro estoy que serán buenas y que contribuirán a educar, en lecturas y sentimientos, a los jóvenes lectores de este tiempo.

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