Crónica de un (des)concierto

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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4 min readJun 16, 2022

El cantautor cubano Pablo Milanés se presentará este martes 21 de junio en el Teatro Nacional de Cuba, en La Habana

Por Lys Alfonso Bergantiño

La espera como quien aguarda en el ojo del huracán un caos de emociones insalvable. Gente que cuchichea, avanza hacia sus asientos, agita sus boletos cual licencia al paraíso; rostros pueriles se advierten unos a otros para comprobar que realmente están aquí. Somos unos ganadores — sentencia vulgar de quienes cuelgan una superioridad que no les pertenece. Luces tenues, va a comenzar. Un torrente instrumental se eleva y retumba como si naciera de adentro. Pablo avanza sin urgencia al escenario. Ovación. Ajusta el atril y rompe: Amo esta isla, soy del Caribe / jamás podría pisar tierra firme/ porque me inhibe.

Lo que vendrá a continuación lo podemos imaginar si cerramos los ojos y esbozamos un concierto de Pablo Milanés en La Habana. Ya se va aquella edad, El breve espacio en que no estás, Para vivir y otras más cercanas en el tiempo como Esperando el milagro, del repertorio reciente. Alrededor de 90 minutos de total comunión entre artista y público. Experiencia sensorial: oído, vista, gusto, olfato, tacto, movimiento, equilibrio.
La gente también compra emociones. O, al menos, lo intenta. La abuela de la cola no pudo estar, pero: Pablo, te ama; el adolescente que explora su erotismo de qué callada manera; la que sufre si ella le faltara alguna vez. Cubanos que intentaron, pero no van a sentir en carne propia esta noche la presencia monumental de Pablo Milanés.

¿Cómo no llegamos hasta aquí?

Lunes 13 de junio: la página oficial del cantautor anuncia concierto en La Habana. Días de luz, la gira que comenzó el pasado año por ciudades españolas, llegará al Teatro Nacional el 21 de este mes. El nombre ya es un bálsamo para espantar la penumbra de estos días. La noticia llega como candil y se esparce como pólvora.

La última ocasión en que Pablo cantó en Cuba fue en diciembre de 2019; acompañó a Haydée Milanés en un encuentro íntimo en el Museo Nacional de Bellas Artes. Fue la primera vez que lo vi en vivo. Erizamiento cuando subió a escena y abrió la garganta para que brotara de sus entrañas una energía cósmica cual Zeus en su trono, implacable. Ese día hacía frío, para quienes acostumbramos en este país a culpar, entre otras cosas, al terrible calor diario. Confieso que fui para verlo. ¿Tres canciones? No importaba. Era Pablo y no sabía cuándo podía encontrarlo de nuevo.

Poco más de dos años después, a sus 79, era un hecho la posibilidad de disfrutar de esa voz que cuida con métodos ancestrales, o eso dice y le creo. La disciplina es un arte y el músico de “Yolanda” parece dominarla.

Las entradas están a la venta el miércoles 15 en la taquilla del teatro. Qué lujo vivir en la capital. Tanta gente de provincia merece estar aquí y no podrá, rumié. Ha llovido mucho durante los días anteriores. Curioso florecimiento dejan las catástrofes; la naturaleza encolerizada, arrebata vidas humanas, derriba rabiosa lo que a penas logra sostenerse en pie, y después presume su renacimiento, sin vergüenza, ilesa. Pero estos son días de sol y desde la primera hora la gente ya marca en la cola para sacar su boleto.

La Sala Avellaneda del Teatro Nacional cuenta con capacidad para 2254 personas entre sus tres niveles de observación. Un vistazo ligero me hace calcular a media mañana alrededor de 500 personas. ¡Si no existieran las redes sociales! Maldigo en estos momentos la conexión que hizo que el cartel publicitario se compartiera infinitamente para movilizar a tanta gente. Pero alivia saber que, a pesar de las caras trasnochadas, la matemática asegura que regresaremos a casa con las manos llenas.

Durante la espera para la venta que iniciaría a la 1 p.m. sucedió lo naturalizado en una cola cualquiera en Cuba. Calor, sol, cansancio, no te cueles, yo vengo con cuatro más, cuando llegué tú no estabas, levántate, siéntate, estira rodillas, echa fresco con abanico, cartón o lo que aparezca. Y así, sucesivamente. Con el plus de que la felicidad estaría, esta vez, en un papelito maltrecho que probablemente diría: asiento 499, 8:30 p.m., concierto de Pablo Milanés, y no en ese mismo número para comprar una jaba de pollo, que a estas alturas nadie duda de que es otro tipo felicidad: el alimento del cuerpo que hoy nos sostiene en esta cola para comprar el alimento del espíritu. La cola de la serpiente.

Hay personas de todas las edades. Esta misma gente estará en el concierto, porque Pablo es universal y su música se contagia de una generación a otra. Sus canciones hibernan en muchos. Es increíble el repertorio interno que portamos y aflora con el estímulo indicado, sin necesidad de cliquear ni presionar botón alguno.

Milanés es uno de los fundadores de la Nueva Trova y su voz se pasea, acompañada de orquesta sinfónica o en la complicidad de su guitarra, por todos los géneros: jazz, changüí, bolero, rumba, son. Cuatrocientas canciones y medio centenar de álbumes suyos cantan al amor, el desamor, la sociedad, lo cotidiano hecho poesía. No es un cliché decir que su música es Cuba y la respuesta de la gente a su presentación en la capital lo reafirma una vez más.
Dos mil doscientas cincuenta y cuatro capacidades tiene la Avellaneda. Cerca de trescientas entradas se vendieron al público. Apenas dos horas y nuestras esperanzas volaron lejos con alrededor de dos mil boletos reservados a un lugar con nombre. La matemática, trucada a conveniencia, suele fallar. Regresamos con las manos vacías. Hay quien intenta comprar la emoción y se le escapa. Hay quien intenta… ¿Consuelo? La vieja cinta que tararea interminable: yo no te pido que me bajes una estrella azul…

Puedes escuchar más de su música aquí:

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