La Tierra suda, llora, cuenta y Javier extrae ARN

El Caimán Barbudo
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11 min readApr 22, 2020
Javier Luis San Juan Galán. Foto: Naturaleza Secreta/Facebook.

Por Dinella García Acosta

Son las 11 de la noche del martes 14 de abril y La Habana hierve sudor y melancolía. La Tierra, como si no pudiera escapar de la tristeza, ha empezado a evaporarla. Suda, llora y cuenta, y entre sudor y melancolía, cifras. Cuatro, dos, once, sesenta y uno… Hace días medimos la vida en números y siempre a la misma hora.

Son las 11 de la noche del martes 14 de abril y mientras Cuba suda, llora, cuenta y espera la madrugada para conectarse a Internet, Javier está durmiendo. En 12 horas se pondrá una escafandra y entrará a uno de los laboratorios del Instituto Pedro Kourí (IPK) que realiza las pruebas PCR para detectar el nuevo coronavirus SARS-Cov-2. A esa misma hora, Francisco Durán, el doctor que ha sustituido al meteorólogo José Rubiera en la preferencia popular, saldrá en televisión y ofrecerá, una vez más, la actualización de una serie de categorías aprendidas por los cubanos: sospechosos, aislados, ingresados, confirmados, fallecidos.

En el eco de esas cifras estará mi padre y, en los próximos días el microbiólogo Javier y su equipo determinarán si él es positivo o negativo a la enfermedad que nos hace sudar, llorar y contar y que ha contagiado hasta este minuto, en el mundo, a 1 981 239 personas.

A Javier Luis San Juan Galán siempre se le dio bien la ciencia. Aún conserva en su casa los libros de biología de cuando era pequeño. Alto, de tez blanca, rubio y de ojos grandes, Javier tiene ese aspecto de niño nerd que siempre fue bueno en todo.

— ¿Qué asignatura se te daba peor?

— Si te soy sincero, creo que de niño nunca me fue tan mal en ninguna asignatura. De hecho, pienso que fui bastante mejor de pequeño que lo que fui de grande.

Javier Luis San Juan Galán. Foto: Luces Verdes/Facebook.

Pero a Javier de grande tampoco le fue tan mal. Estudió Microbiología en la Universidad de La Habana y se hizo máster en Bacteriología y Micología. Y como rara vez la vida te castiga con una sola pasión, el investigador de 29 años y micólogo del IPK, forma parte del grupo de música de rock pop alternativo Luces Verdes. Junto a otros cuatro jóvenes, compone, canta y toca la guitarra desde que fue “descubierto” por el baterista de la banda, mientras cantaba en un homenaje a Santiago Feliú.

“Soy lo que alguien ve”, dice una de las letras de sus temas. Ayer, antes de acostarse a dormir para resistir después 24 horas despierto, la subía en su Facebook, sin editar, en blanco y negro y sentado en el sofá de su cuarto.

Son las 7 de la mañana del miércoles 15 de abril. A mi padre lo ingresaron en el Hospital Naval a las tres de la madrugada, luego de una placa y un hemograma. Mientras esperaba, me escribía por WhatsApp y me comentaba viejos artículos. Las crisis generan nostalgia y nos cruzan al contén de los fantasmas. Yo le dije que los García resistiríamos. Las crisis también generan clichés. Las personas necesitamos saber que lo vamos a lograr, incluso cuando parezca que la vida te ha dado, de imprevisto, una estocada. Ahora, en una sala junto a otras cuatro personas, tres con gripe y una con dolor de estómago, lee a Mario Vargas Llosa y tose.

72 por 24. Desde hace cuatro semanas la vida de Javier se mide en proporción de tres a uno. Veinticuatro horas de guardia. Un laboratorio para la extracción de ARN. Cero agua y mucho calor. La Tierra suda y Javier también. Pero él no llora; cuenta, pero no llora. Si fuera un animal o una planta, no fuera. Javier es un hongo.

Son las 9 de la mañana del miércoles 15 de abril y el micólogo que se ha presentado voluntario como virólogo llega al IPK. Allí tiene una reunión con la guardia saliente. El día anterior se habrán hecho unas 600 o 700 pruebas. Hoy puede que se hagan casi 1 000. Cuba realiza en todo el país casi 2 000 pruebas PCR diarias. Luego de las cifras intercambiadas, pacientes, fallos de equipo e insumos faltantes, esperan en un salón a que concluya la desinfección de los cuartos. Serán esos de los pocos minutos en 24 horas en que Javier esperará tranquilo.

Entrar en un laboratorio de Nivel de Bioseguridad 2 lleva un protocolo que, de violarse, puede provocar que te contagies. Hay 4 niveles en total y el nuevo coronavirus debería estar en el 1, pero la connotación mundial que ha tenido obliga a tomarlo con más cuidado.

En un pequeño cuarto de cambio se quitan la ropa de casa y después pasan a un corredor que sirve de antesala a los laboratorios: una especie de pre box antes de entrar a la zona roja. Pijama verde, escafandra, gafas de protección, guantes dobles y respiradores N95. El proceso de vestirse nunca había parecido tan complicado.

El Candida auris es uno de los hongos más resistentes a los medicamentos que existen en el mundo. Capaz de persistir en el medio ambiente, esta especie es la prueba de la versatilidad y de lo increíblemente adaptables que son los miembros de este reino. En cada turno, Javier puede resistir hasta 10 horas sin ir al baño ni tomar agua. Una vez que entra no hay salida ni contacto alguno con el exterior, excepto por teléfono. La escafandra es hermética y el grado de transpiración altísimo. Si no se hidratara bien pudiera sufrir un colapso, pero Javier es un hongo.

— ¿Eres una persona ordenada?

— Muchas veces las personas piensan que el fruto de una investigación exitosa se debe a que hay una idea genial de fondo… Lo cual es cierto pero, además, hay un factor fundamental, la organización. Un grupo talentoso de trabajo, aunque sea muy talentoso, si es desorganizado, imposible que lleve a cabo una investigación con los resultados que se esperan.

“No puedo planificar componer una canción. Escribo porque me lo pide el cuerpo. Es un proceso que sucede de forma completamente aleatoria y estocástica. Si a las dos de la mañana estoy durmiendo y tengo una melodía metida en la cabeza, me levanto y cojo la guitarra, y estoy así hasta que no siento que logré lo que realmente quería con ella”.

A veces pareciera haber un estigma entre los artistas y el orden, como si crear fuera esperar una musa repentina — que también lo es — , y no dejarte todas tus entrañas en un ejercicio de control y búsqueda de tus fantasmas y los del mundo. En definitiva, como dice Javier, “componer e investigar es bastante parecido”.

“Al final, una composición no es más que ponerte a investigar con notas y acordes cuál es la melodía, y la armonía que te hace entrar en sintonía con lo que estás sintiendo en esos momentos. Y la investigación al final es más o menos lo mismo: un problema que necesita respuestas. Cuando uno compone, está investigando la música; y cuando uno investiga, está componiendo experimentos”.

Foto: Luces Verdes/Facebook.

Si alguien lo sabe, a fin de cuentas, es él. Ahora trabaja como virólogo haciendo las pruebas PCR, pero en tiempos normales es micólogo y músico. En su tesis de Maestría, pasó los días detectando mecanismos moleculares resistentes a fármacos para el tratamiento de personas con determinadas infecciones por hongo; y las noches escribiendo letras para su banda nominada a los Premios Cuerda Viva 2020.

Pero antes del nuevo coronavirus, antes de ayudar también en las pruebas del Zika, antes de ser máster, Javier escribía cuentos. Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso, fue mención en el Premio César Galeano con“Perros y rabiosos”: un cuento de tema bélico que habla de las cosas que generan miedo, rabia y estrés en las personas.

Son las 12 de la noche del jueves 16 de abril y se ha ido la electricidad en varios municipios de La Habana. Los mosquitos nos tienen a todos debatiendo entre sudar o morir a picaduras, Javier suda dentro de una escafandra en el IPK y mi papá suda en el Naval. Es su cumpleaños, pero él duerme, no ha esperado a las 12. No he querido despertarlo, pero le he pasado un mensaje para decirle que un día nos reiremos de esto y lo escribiremos juntos. Las crisis también están llenas de promesas. No hay nada que te haga anhelar más la seguridad que el miedo. A la una, cuando aún no ha venido la luz en parte de la ciudad, se levanta. Le he dicho que se baje Telegram en el teléfono. Pero él solo lee a Vargas Llosa, sin llegar a concentrarse y le duele la cabeza.

— ¿Tienes miedo?

— Miedo no creo que sea la palabra, pero trato de ser precavido, en mi casa tengo una situación personal.

El papá de Javier es paciente de alto riesgo. Diabético y con bronquiectasia, tiene más de 60 años y reúne todas las características para ser el individuo de riesgo por excelencia. En casa, luego de 24 horas diarias encerrado en un laboratorio de Bioseguridad 2, se autoencierra en su cuarto. En el IPK, Javier resuelve el problema. En casa, podría ser la causa de uno.

Son las 12 de la noche del jueves 16 de abril y Javier no tiene tiempo para estresarse. Cuando digitaliza la información que los médicos, con sus letras ilegibles en tiempos de normalidad y crisis, le hacen llegar, solo piensa en nombres, números y direcciones. Cuando está en el gabinete, solo piensa en pocillo uno, dos, tres… Son cinco sentidos y todos están puestos en esto.

Si hubiera que escoger el momento más peligroso, estando en un laboratorio en contacto con la enfermedad que hasta este minuto ha provocado la muerte de más de 160 000 personas en el mundo, sería la hora de abrir las muestras. Se trata de un pequeño tubo plástico que contiene el hisopo con el exudado de un paciente, y que al abrirse genera aerosoles. Para ello, se trabaja en una cabina de bioseguridad con filtros de aire certificados.

Ese momento puede que lo pille sin haber comido. Últimamente no tienen horario fijo. Mantener el registro de casos y la base de datos actualizada no siempre permite llevar tiempos normales. “Ayer mismo, mi almuerzo fue a las cinco de la tarde porque decidimos trabajar continuo para poder sacar un volumen de muestras grandes que había entrado. A veces, cuando estás trabajando y muy concentrado, pierdes la noción del tiempo. Pero una de las jefas nos dijo que no podíamos seguir haciendo eso, nos podemos quemar. En este tipo de trabajo hay que mantener el estrés controlado, si no, empiezas a cometer errores”.

Foto: Javier Luis San Juan Galán/Facebook.

Son las 9 de la mañana del viernes 18 de abril. A mi padre le tomaron la muestra ayer. Unos médicos con escafandra entraron y le hicieron el exudado en minutos. Curiosa la vida que puede decidir en minutos, cuando a veces el hombre no puede decidir nunca. En la sala ya solo quedan tres pacientes y por videollamada puedo ver las hojas de un árbol moverse tras su cama. Hoy corre un poco el aire. Ha llovido en La Habana después de semanas de sequía. No sé si la Tierra haya cambiado su forma de expresar la tristeza o se le hayan agotado las lágrimas. Llueve con sol. Quizás una mariposa se pose en el árbol. A fin de cuentas, dicen que “el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo”.

“Detrás de cada muestra hay un paciente. No es un simple exudado, es una persona que está detrás. Tenemos que estar muy atentos con cada detalle, cada identidad. Un falso negativo es un paciente que sale a la calle estando contagiado”.

Javier no estuvo en el primer choque, cuando los primeros equipos del IPK confirmaron la presencia del nuevo coronavirus en Cuba. Pero al hacerse mayor la carga de trabajo, se sumó a las guardias. En las primeras noches procesaban más de 300 muestras. Ahora son muchas más. Él y sus compañeros funcionan como una fábrica.

Se trabaja con un extractor automático de 96 muestras y otro más pequeño de 12. El primero se demora dos horas. Durante ese tiempo no paran, procesan el resto. Es una cadena de producción, enganchan una y dejan la otra preparada. Mientras, sudan y se les empañan las gafas. Son muchas muestras y vienen más.

Javier Luis San Juan Galán. Foto: Naturaleza Secreta/Facebook.

Son las 11 de la noche del domingo 19 de abril y Javier se encuentra haciendo su segundo turno desde que comenzó esta historia. En estos momentos tendrá la cara roja y marcada. Consecuencias de horas con el equipo sellado a presión que le protege el rostro. Según él, esto le sucede además porque es narizón. Pero no es su nariz lo que más llama la atención de Javier. Son sus ojos. No conozco a Javier en persona. Lo conocí por unas fotos que le hizo el equipo de Naturaleza Secreta de Mundo Latino publicadas en Facebook. Pero hay ojos que, incluso en fotos, transmiten confianza. “Eres lo que nadie ve”, dice una canción de Luces Verdes.

Son las 11 de la noche del domingo 19 de abril y mi padre se acaba de convertir en contacto de un caso positivo al coronavirus SARS-Cov-2. Ayer en la tarde noche lo movieron de cuarto, y ahora a uno de sus compañeros se lo acaban de llevar unos médicos con escafandra. El resultado que debía recibir mañana de su PCR ya casi no sirve de nada. Tendrá que someterse a otro y esperar. “Voy a poner un consultorio para adivinar el futuro”, me escribe por Telegram. Finalmente se lo ha bajado hoy, justo después que la vida le haya dado, de imprevisto, otra estocada.

No sé si el músico de Luces Verdes haya extraído o extraerá el ARN de mi padre. No sé si a las cuatro de la mañana, sin tomar agua ni café, sudando y con la cara apretada, habrá metido o meterá sus datos en una computadora y su muestra en el extractor automático de 12 o 96.

En 12 horas, Durán saldrá en televisión y ofrecerá, una vez más, la actualización de una serie de categorías aprendidas por los cubanos. En el eco de esas cifras estará mi padre, ahora dentro de un nuevo rango: contacto; y en los próximos días, Javier, el microbiólogo, músico de Luces Verdes y escritor aficionado, y su equipo, determinarán si es positivo o negativo a la enfermedad que nos hace sudar, llorar y contar y que ha contagiado hasta este minuto, en el mundo, a 2 403 963 personas.

Las crisis generan nostalgia y nos cruzan al contén de los fantasmas. Pero los García somos fuertes. Las crisis también generan clichés. Javier y su banda tienen una canción que dice: “Tratando de escapar con mi voz de tanta vida”.

Foto: Luces Verdes/Facebook.

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