Leo Brouwer

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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5 min readSep 5, 2019
Foto: tonebase.co

Por Humberto Manduley López

Para Isabelle

Arribados sus primeros ochenta años de vida, Leo Brouwer sigue tan activo como lo ha estado durante más de seis décadas. Considerado uno de los guitarristas más importantes del siglo XX, no solo en su condición de ejecutante, sino en su rol creador de obras obligatorias para estudiantes y concertistas, su labor rebasa límites y se inserta en la cultura general. Porque él ha sido (en todas las implicaciones de la frase) un “maestro de juventudes”, un investigador constante, un hombre abierto a un presente evolutivo que resume el pasado y se proyecta hacia el futuro.

En su papel de guitarrista, Leo partió de una formación inmejorable: el conocimiento y decodificación del repertorio mundial de cuerdas pulsadas (laúd, vihuela, guitarra española) y el aprendizaje (breve pero fundamental) bajo la mira de Isaac Nicola. Eso le posibilitó dominar un amplio caudal de estilos y desarrollar técnicas que incluían el empleo de un arco, o golpear la caja de resonancia, que en los tempranos momentos sorprendían por su audacia. Pero, sobre todo, ejercitó un dominio apabullante a partir de un pulso preciso, que saltaba de lo intenso a lo sutil con imbatible expresividad. Esto (y más) le permitió erigirse muy rápido a la cabeza del pujante movimiento guitarrístico nacional.

Para el instrumento, Leo concibió “La espiral eterna”, “Per suonare a due”, “Tarantos”, “Danza característica”, “El Decamerón negro”, “Viaje a la semilla”, los “Estudios sencillos”. Retadoras, están en manos de miles de ejecutantes por todo el planeta. Mientras, en su faena de intérprete de las seis cuerdas, puso credenciales encarando el hermoso “Concierto de Aranjuez” (Joaquín Rodrigo), el ragtime “El animador” (Scott Joplin), la “Danza paraguaya” (Barros Mangoré) o las muy contemporáneas “El cimarrón” (de Hans Werner Henze) y “Material” (Cornelius Cardew), al lado de revisiones a originales de Bartok, Scarlatti, Saumell, Debussy o Britten. Pero, además, ha escrito para solistas en cello, flauta, piano, percusiones, violín, saxofón, contrabajo o coro, así como diferentes combinaciones de estos y otros. En este acápite sobresalen “Los pasos perdidos”, el “Concierto de Lieja”, “Los negros brujos se divierten”, “Manuscrito antiguo encontrado en una botella”, “La región más transparente”, “Exaedros” y “Dos conceptos del tiempo”.

El cine cubano ganó mucho con sus bandas sonoras para La muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo, El hombre de Maisinicú, La última cena, Los sobrevivientes y Hasta cierto punto, dentro de una extensa lista de diferentes metrajes, incluida la mexicana Como agua para chocolate. Asimismo, hizo aportes para televisión, teatro y ballet, logrando que algunas de esas melodías calaran en el subconsciente de varias generaciones, aunque la mayoría desconociera su autoría. En ese sentido es fácil detectar que su trayectoria no escapó a una dicotomía. Recibiendo los más importantes lauros de la cultura en el país, y reacio a cualquier tipo de endiosamiento que lo aleje del pueblo, su trabajo apenas es reconocido de manera mayoritaria. Se maneja su nombre, pero no su producción. Tampoco escapó a incomprensiones y censuras de otras épocas, si bien Leo hizo caso omiso a tales trabas, concentrado en crear.

Desde los años 60, imbuido por igual del aleatorismo(“Conmutaciones”) y la electrónica (“Al asalto del cielo”), como por el rock, el jazz o la música modal hindú, incorporó todas esas fuentes (más la contradanza o la rumba) a su universo imaginativo, a diferencia de quienes preferían quedarse en sus nichos, o rechazaban salirse de ciertos (rígidos) cánones. Quizás en eso pensaba Leo cuando tituló a uno de sus opus “La tradición se rompe… pero cuesta trabajo”. Músico integral, pendiente de cada adelanto, es también un ensayista polémico y brillante, que huye de lo nebuloso o híper-intelectual para, con lenguaje asequible, entregar su personalísima visión del arte en su doble función social y cultural. Lo demuestran decenas de escritos publicados, sus notables conferencias magistrales y audiciones comentadas, y los muy recomendables libros La música, lo cubano y la innovación y Gajes del oficio.

Por años impartió clases en centros académicos. Pero si se habla de magisterio, hay que subrayar su contribución al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, del cual fue director fundador y profesor para sus miembros. Fragua de algunas de las experiencias musicales más destacadas en el decenio del 70, dejó una obra conocida (y otra inédita) a la cual, curiosamente, Leo no aportó de su cosecha directa, sino que más bien orientó y estimuló a aquel ensamble abigarrado de jóvenes y veteranos, aunados por la inquietud y el deseo de quebrar normas. En similar tónica, su paso por el Teatro Musical de La Habana, y su rigurosa labor desde el podio de la Orquesta Sinfónica Nacional (o la de Córdoba, España) dan fe de ese empeño singular y desprejuiciado por la enseñanza.

Si nos atenemos a la magnitud de su legado, llama la atención que la discografía de Leo Bouwer en Cuba sea bastante raquítica. Por un tiempo, piezas sueltas en singles y acoplados se combinaron con algunos LP, destacando Leo-Irakere (1978), De Bach a Los Beatles (1981) y Contemporáneos 10 (1984), donde cada uno muestra una faceta de su quehacer. El primero recogió la antológica presentación en la que el guitarrista compartió escenario con el colectivo dirigido por Chucho Valdés; en el segundo disco (centrado en su instrumento principal) abarcó desde el Barroco hasta el pop contemporáneo, para una auténtica joya de virtuosismo y calidad comunicativa. El último de los tres mencionados agrupó partituras para diferentes formatos y solistas en las vertientes más concertantes, de modo que esta trilogía ejemplifica el ideario de Leo, para quien no hay barreras que separen “lo culto” de “lo popular”. La era digital posibilitó un rescate más exhaustivo de su material, testimoniado en Homo ludens (2004), doble CD básicamente con estrenos, que aunó invitados de lujo y un amplio diapasón composicional.

Además, existe un alto número de grabaciones internacionales de sus temas, realizadas por el argentino Víctor Pellegrini, los británicos Julian Bream y John Williams, el griego Costa Cotsiolis, el japonés Daisuke Suzuki y los españoles del B3: Brouwer Trío, entre muchos más. Por la parte cubana, los guitarristas Rey Guerra, Joaquín Clerch, Teresa Madiedo, Martín Pedreiras, Jesús Ortega, Manuel Barruecos, Aldo Rodríguez, Sergio Vitier, Alí Arango, Josué Tacoronte (con su interesante forma de llevarlo a los aires flamencos), los dúos Confluencias y Con-Trastes, así como otros instrumentistas y agrupaciones varias que han asumido su repertorio. No obstante, quiero mencionar que, desde los terrenos del rock, Síntesis, Arte Vivo, Perfume de Mujer y Quantum también lo han versionado desde sus muy contrastantes maneras de decir.

Estas líneas pretenden dejar — al menos, una mínima — constancia de lo que sería la punta de ese inmenso iceberg caribeño de creación que es el maestro Leo Brouwer. Quedan muchas más notas en su pentagrama de vida que, por obvias razones de espacio, no he podido tocar. Por eso, creo que lo ideal es invitar a la escucha de su música, para celebrar a este gran ser humano que, por suerte para todos, lo tenemos día a día entre nosotros.

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