Lucha contra Bandidos (II): Una historia bien contada

Lys Alfonso Bergantiño
El Caimán Barbudo
Published in
5 min readSep 25, 2020
Foto: Kare Pérez

Cuando Fefita dio clases a mi padre, ya le hincaba en el pecho una tristeza profunda, pero no la decía a sus alumnos. Les contaba, en cambio, de libros, autores, historias de mundos por recorrer y poesía, con la dulzura de quien parece no ha sufrido nunca. Tenía el cabello oscuro, largo, rozaba la cintura, y una cicatriz en el lado izquierdo de su rostro. Unos 24 años. Edad donde las penas suelen tener solución. Penas livianas.

Sus estudiantes en la secundaria básica “Diego Vicente Tejera”, del municipio de Unión de Reyes, en 1980, la recuerdan así: reservada, firme, serena. Con esa candidez que solo tienen las almas del campo, les provocaba la lectura crítica de literatura y estimulaba en aquellos adolescentes el interés por la lengua española y sus interminables normas ortográficas.

Por esa época, mi padre y sus compañeros de aula tenían la misma edad y los mismos sueños, tal vez, de los hermanos Fermín y Yolanda, cuando las ráfagas de grueso calibre atravesaron sus cuerpos imberbes. No les permitieron amanecer.

Josefa Bárbara Rodríguez Díaz, “Fefita”, estaba ahí. Era la hermana menor, tenía siete años la noche que su casa fue atacada. Dormía profundamente en el momento en que las balas de una ametralladora le perforaron el brazo y el cuello. Resucitó del letargo mientras su madre Nicolasa, herida en los muslos, la sacudía y gritaba que habían matado a sus otros dos hijos. Felicia, la mayor, estaba grave.

El asesinato de los niños de Bolondrón, Fermín y Yolanda, el 24 de enero de 1963, fue uno de los crímenes más atroces ejecutados por las bandas contrarrevolucionarias que operaban en Matanzas. Al mando de Francisco Hernández Suárez, “Pancho El Gallego”, los bandidos llevaron a cabo la orden de realizar una acción que trascendiera en el territorio, según instrucciones de Juan José Catalá Coste, “Pichi Catalá”, jefe de los alzados en la provincia. La Finca de Fefita y su familia fue el escenario escogido para la masacre.

Como resultado de las investigaciones de Eduardo Martín Vázquez y Alberto Luberta, episodios como este llegan cada noche de domingo a la pantalla de los cubanos, a través de la serie televisiva LCB: La otra guerra, con dirección de Roly Peña y Miguel Sosa*.

Foto: Renata de la Cruz

La presente temporada, con veinte capítulos de 45 minutos cada uno, nos presenta los hechos ocurridos en Matanzas, territorio donde se formaron desde 1959 hasta 1965 alrededor de 46 bandas con más de 800 alzados, las cuales operaron de diferentes formas para infundir terror y recibir apoyo de familias campesinas.

Si bien se conocen aún más los sucesos del Escambray, el bandidismo en esta provincia occidental es un hecho poco narrado. Sin embargo, el sentimiento permanece aún en familias que tuvieron vivencias cercanas a esta lucha. Hay muchos héroes sin nombre y mucho horror en el recuerdo.

LCB (II) llega a la televisión cubana para contar con imágenes esta etapa de la historia nacional. El audiovisual propone mantenerse fiel a los hechos, se nutre de la realidad y la adereza con toques de ficción, variando el nombre de los personajes y otros elementos, cronológicos por ejemplo, en función de la dramaturgia.

El Pucho Carratalá (Aramís Delgado) encarna al sanguinario Pichi Catalá; áspero, perverso, religioso al punto de consultarle sus decisiones al espiritista Calunga (Uri Rodríguez), quien, al ser atrapado, confesó a los milicianos el escondite del bandido. Por su parte, Felo (Jorge Treto) interpreta en los primeros diez capítulos a Perico Sánchez, que actuó en las zonas de Jagüey Grande y Agramonte.

Tomada del Instagram de Cubaactores

El Gallo (Fernando Hechavarría) está inspirado en gran medida en una de las leyendas de esta lucha: Gustavo Castellón, “el Caballo de Mayaguara”, de quien se dice fue el miliciano que más alzados capturó en la Limpia del Escambray, y cuyas anécdotas están recogidas en el libro homónimo publicado en 1984 por el escritor cubano Osvaldo Navarro, con un excelente prólogo del poeta Rafael Alcides.

Mientras, el personaje de ficción Mongo Castillo, basado en la personalidad de Ramón Treto y representado exquisitamente por Osvaldo Doimeadiós, bien se inserta en el guion con una naturalidad que despierta, desde el humor de sus dicharachos, la sensibilidad de un campesino que enfrenta crudamente los crímenes del bandidismo.

Delicado y preciso ha sido el trabajo con los extras; notable el desempeño de los jóvenes actores Johann Ramos (Cloro), Andro Díaz (Isaac) y Víctor Cruz (El maestro), y ratificada la consagración de Carlos Gonzalvo en su excepcional Guayacol.

Tomada del Instagram de Daliana González

Las interpretaciones femeninas también merecen el aplauso. Guajiras tan duras como el más bravo de esos hombres. Dolidas con el desgarramiento de llorar a sus hijos ensangrentados, pero con la voluntad suficiente para continuar la pelea. Madres, esposas, hijas, bandidas también. De una valentía y convicción imperturbables. Daysi Quintana, Beatriz Viñas, Cheryl Zaldívar, Gabriela Ramírez, Daliana González, Yura López, son algunas de las actrices que destacan en el elenco femenino.

Cada personaje está reflejado con sus matices propios. Los realizadores colocaron el heroísmo en la justa medida: el ser humano, con sus demonios y bondades, puesto en función de una causa común mayor. Tal vez, señalar como una fina observación a la obra, que personajes como los que representan el alto mando militar podían tener una mayor complejidad en sus caracterizaciones psicológicas. En mi opinión, hubiese aportado más verosimilitud a la historia.

No obstante, recrear desde el audiovisual sucesos históricos de tal envergadura depende de un equipo que logre una puesta en escena creíble en todos sus aspectos, y eso lo alcanza LCB. Además del guion y las actuaciones magistrales, con una acertada dirección de arte (Niels del Rosario), donde convergen la música (Juan Antonio Leyva y Magda Galbán), la fotografía (Alexander Escobar), el diseño de banda sonora (Alejandro Padrón), entre otras especialidades que de conjunto permiten exponer una época y sus protagonistas. Resaltar, especialmente, la presentación y los créditos como emotivo preludio.

Por su contundente resultado estético, la serie ha puesto de acuerdo — como pocas veces —a crítica y público en inolvidable aprobación. El audiovisual es reflejo de una Cuba batallando después de batallar, familias divididas, pérdidas irreparables. Quienes sí vivieron los hechos, se descubren frente a la pantalla con los pelos de punta y el corazón apretujado. Así lo compruebo cada noche de domingo al observar las reacciones de mi padre, quien alguna vez fuera alumno de Fefita, cuando era un niño curioso del municipio Unión de Reyes. A los que somos parte de la historia más reciente, nos corresponden hoy otras luchas, otras armas. Pero, sin dudas, nos estremecemos y reconocemos en los rostros de esos héroes anónimos. Héroes de ayer, de hoy y de siempre.

*Sirva este texto como tributo a su memoria.

Publicado en la revista El Caimán Barbudo.

--

--