Muerte en la campaña
Por Eduardo Contreras Villablanca*
PRIMERA PARTE: A LA HORA MALA NO LADRAN LOS PERROS
I
Los electrodos zumbaban cada vez con mayor intensidad en mis sienes, el dolor de cabeza y las ganas de vomitar me hacían desear la muerte, me revolqué tratando de cortar los cables conectados a mis oídos y testículos. Y cuando pensaba que ya no resistiría más aquel zumbido… abrí los ojos. Respiré aliviado al comprobar que era el teléfono celular que vibraba cerca de mi cabeza. Me sequé la transpiración del rostro y contesté. Era una voz conocida, como en sordina.
— Antonio, disculpa que te llame a esta hora, es que…mataron al Chino.
Pensé que seguía soñando ¿el Chino Daniel? ¿De qué hablaba ese pelotudo del Andrés?
— ¿Me escuchaste? Dicen que fue un accidente, pero yo creo que lo asesinaron.
— Andrés ¿estás borracho? ¿De qué mierda hablas? Mejor que no sea una broma porque yo sí que estoy con trago, no recuerdo ni cómo llegué al departamento y…
— Huevón, el Chino está muerto, son las siete y media de la mañana, si prendes la tele lo vas a ver en las noticias. Despabílate y te llamo en un rato más. Tenemos que hablar.
Me levanté confundido. Las torturas y los electrodos del sueño se mezclaban con la imagen de Daniel muerto. Logré enderezarme, puse los pies en el suelo apartando un cenicero con colillas, y a tientas tomé el control remoto del televisor rescatándolo entre mi colección de discos de Silvio Rodríguez desparramados en el velador.
En la pantalla se veía una camilla con un cuerpo amortajado. Dos personajes de bata blanca la introducían en una ambulancia, mientras la voz del locutor lamentaba la muerte del principal asesor del candidato presidencial bautizado por la prensa como “díscolo”. Esa entonación de niño recitando que se había puesto de moda, me resultó más chocante que nunca. ¿Quién le habría enseñado a los reporteros a hablar como subnormales?
Luego apareció el propio candidato, con sonrisa juvenil y su mechón engominado a lo Ronald Reagan. ¿Por qué seguía con el rostro iluminado? Sus asesores de imagen debiesen haberle explicado que frente a la muerte de un colaborador, no era necesario seguir sonriendo, que sus mohines en ese tipo de circunstancias podían restar puntos en las encuestas.
El tipo decía algo sobre la entrega y consecuencia de Daniel, lo irreparable de su pérdida. Me levanté a buscar una caja de aspirinas que debería haber estado a la vista en alguna parte de mi dormitorio o en la cocina comedor. En ese momento sonó nuevamente el teléfono.
— ¿Viste o no?
— Sí, hablan de un “fatal accidente de asesor de campaña”.
— Tengo mis dudas. El Chino se sentía inseguro, él mismo me lo dijo, pero no tenía nada concreto que denunciar…¡Tenemos que conversar!
— Mierda. Voy a darme una ducha y salgo para tu oficina, ¿te parece?
Colgué y entré al baño, esperando que entre la noticia y la regadera pudiera despejar los mareos provocados por la farra en casa de Marcia.
Mientras me vestía, pensé en las razones de Andrés para llamar. Habíamos sido muy amigos de Daniel, pero yo me había distanciado de ellos últimamente. Mucho antes de que empezaran a apoyar al que hoy era el candidato favorito de la prensa. Quizás él pensaba que yo podía ayudarlo a investigar la muerte del Chino. Mal encaminado iba. Desde que resolví el caso del asesinato de esa guerrillera colombiana en Cartagena, no había vuelto a tener nada que ver con crímenes, ni pretendía verme involucrado de nuevo en asuntos con cadáveres de por medio.
La oficina de Andrés queda cerca de mi departamento, así que me largué a caminar por el sector más antiguo de la capital. Recordé al Chino en Cuba, casi adolescente, predicando la lucha armada, tratándonos a todos de “amarillos” y conciliadores desde el aura roja y negra del MIR. Más tarde moderó su discurso, en la época en que varios partidos comenzaron a entrenar a sus militantes para la guerra.
Daniel había vivido a concho siempre. Sus ojos orientales nos rehuían cuando comenzaron a volver los frentistas hacia Chile. Por eso se sumó al retorno en cuanto pudo, para demostrar que ellos seguían siendo los más corajudos. Se la jugó junto a sus compañeros, y no sé cómo no perdió la vida en esos días. Pero luego del desastre en ese campamento en la cordillera por el sur, decidió descolgarse de su organización.
Por esa época me rencontré con él, andaba arrancando con Andrés que en esos años era un moreno flacucho. Se habían conocido en esa guerrilla abortada. Les pisaban los talones, y me dijeron que querían sumarse al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Los aceptamos y trabajamos juntos casi hasta el fin de la dictadura. Fue la época en que nos hicimos realmente amigos. Cuando el Frente se desmembró les perdí la pista un tiempo. Los volví a ver durante el primer gobierno demócrata cristiano.
A veces nos juntábamos a ponernos al día, acompañados casi siempre de unas botellas de ron. Al principio me criticaron por trabajar en una empresa de investigación de mercados. Les dije que en algo tenía que ganarme la vida, que la revolución, por si no se habían dado cuenta, iba a quedar pendiente un buen rato, y que no podíamos morirnos de hambre mientras esperábamos a que se volvieran a dar las condiciones objetivas y subjetivas de las que hablaba el viejo Carlitos Marx. Con el tiempo como que fueron mutando entre ellos, el Chino se puso a hacer gimnasia y bajó unos cuantos de los kilos acumulados gracias a las sobredosis de pan y ansiedades de la clandestinidad, mientras que Andrés fue alimentando una respetable ponchera a punta de cerveza
De a poco siguieron mis pasos, primero entraron a estudiar a un Instituto y unos años después estaban trabajando en el sector público. Algunos de sus ex jerarcas, eran ahora parlamentarios por otros partidos, o ejecutivos públicos, y uno de esos tuvo la decencia de conseguirles trabajo, a pesar de que Andrés y el Chino nunca quisieron someterse a firmar por alguno de los partidos “correctos”.
Dejé los recuerdos en el departamento, salí a la calle y me recibió un día nublado y frío. Solo el estruendo de los buses no concordaba con la muerte del Chino.
Fragmento del libro ganador del Premio Latinoamericano de Novela Negra Fantoches 2017.
* Eduardo Contreras Villablanca (1964) es profesor de la Universidad de Chile (Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas) desde 1996. Fue discípulo del reconocido escritor Poli Délano y ha publicado las novelas Don´t Disturb: Crónica de un encuentro en Cartagena de Indias (Mago Editores, 2005) y Será de madrugada (CEIBO editores, 2015), Cuentos urgentes para Nueva Extremadura (Editorial Espora, 2016); y Muerte en la campaña, novela publicada en 2018 por el proyecto Ediciones La Piedra Lunar, de Santa Clara.