Paletas para todos

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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9 min readDec 4, 2019

Por Carlos René Padilla

I

Cuando Benjamín se acercó a la maleta abandonada a un costado de la iglesia, el olor fétido le asestó un golpe brutal en la boca del estómago. El recolector de botes se agachó hacia ella temeroso y con cuidado para no aumentar su dolor de espalda. La abrió como si sus pulgares fueran unos cuchillos. Benjamín casi cayó de espaldas cuando descubrió el cuerpo de una pequeña envuelto en un chaleco sucio. Los ladridos de varios perros se fundieron con el potente canto de un gallo que anunció el inicio de otra jornada. De nuevo miró asustado la maleta mientras rezaba un Padre Nuestro a toda velocidad y rogaba que su imaginación le hubiera jugado una broma. El cuerpecito vestía blusa rosa roída, pantalón de mezclilla azul, tenis blancos y medias rojas. Dio un manotazo para atrapar el pedazo de papel que se elevó por una corriente de aire. «Por favor entiérrenla, ella no es culpable de nada, sus padres no quisieron pagar». Leyó el mensaje como si le pesaran las palabras. Volteó para todos lados. El sol era un carbón recién encendido. Los comercios de la plaza tenían las cortinas cerradas como párpados de testigos que no vieron nada. Inclusive la iglesia, dedicada a San Isidro Labrador y a veces llena de pordioseros, estaba esquiva. Un par de palomas se elevaron hasta el campanario y comenzaron a darse de picotazos entre ellas. Benjamín parecía ser el único habitante despierto en el poblado Miguel Alemán. Con el saco de yute lleno de botes de lámina sobre el hombro, comenzó a andar con paso rápido hacia la comandancia, a tres cuadras. Los pasos del hombre levantaban tierra con cada zancada. Benjamín, sudoroso por el esfuerzo, despertó al policía recargado en una silla a punto de ceder por su peso. El uniformado friccionó con la mano su ojo izquierdo para quitarse una lagaña. Benjamín habló sin freno. El agente unió las palabras inconexas, sacó conclusiones. Subieron a la patrulla y el agente encendió las torretas. Cinco minutos después confirmó sus sospechas al ver el cuerpo de la niña. Pidió refuerzos a la capital a través del radio. Las particularidades del hallazgo imprimieron celeridad en las autoridades. En menos de una hora aparece una camioneta de medicina legal y varias patrullas con agentes estatales. Los peritos realizan rápido su tarea. Tratan de ganarle el tiempo a los curiosos. Suben a la pequeña casi con ternura. El especialista cree que la niña, de unos cuatro años, tiene entre treinta y treinta seis horas de fallecida. José Valencia tiene un par de ojos tan rasgados que parece que va hablar en mandarín y no en el español bronco que brota de su pecho. Es el agente ministerial encargado de la investigación. Hace señas a Rodríguez para que se acerque: Forma un grupo y vete a revisar los campos para ver si descubren a los padres y busquen también si hay una denuncia por secuestro, pero pícale. El uniformado asiente y señala a dos compañeros para que lo acompañen. Suben a una pick up y se alejan con las torretas encendidas. El poblado Miguel Alemán, ubicado a cincuenta kilómetros de Hermosillo, también es conocido como La Doce por la calle que lo atraviesa como un tajo de cuchillo. Es un pueblo que araña los catorce mil habitantes, en su mayoría jornaleros agrícolas que llegan cada año de diferentes partes del país. Valencia siguió con las conjeturas ante sus subalternos. La nota daba a entender que los padres no tenían para pagar un adeudo, además de que estaba escrita por alguien que carecía de estudios y que dudó en escribirla, así que lo más obvio era que fuesen jornaleros. Benjamín, sentado en una piedra mientras fumaba un cigarro Faros, vio alejarse a los policías del lugar. Estaba cansado. Las piernas no responden. Dudaba en continuar la recolección de botes o esperar a que abrieran el expendio para tomarse una cerveza que lo ayudara a olvidar la carita infantil que seguramente soñaría esa noche. Mientras Elvia, la empleada de una de las taquerías, llegó como todos los días a las siete de la mañana. Quince minutos después otras compañeras de trabajo ya le habían contado de la «niña de la maleta». Un señor comenzó a echar agua con una manguera donde fue el hallazgo como si así desvaneciera el mal agüero de encontrar una muerta cerca de su negocio. La historia se deformó como el rin de un carro al caer sobre un bache monumental. Horas después se hablada de un cuerpo descuartizado por un amante de la magia negra que lo arrojó afuera de la iglesia. La verdad se supo más tarde con la identificación del cuerpo: Yahaira Costa Lombardo, de cuatro años de edad. Pero lo más grave que descubrió Valencia fue que tenía dos meses y medio que las autoridades habían devuelto la pequeña a sus padres después de quitárselas por denuncias de maltrato.

II

Los jornaleros se quejaron de la polvareda que levantaron las camionetas en los campos agrícolas para localizar a Jerónimo Costa y Rebeca Lombardo. A la pareja de 27 y 29 años, respectivamente, ya no los buscaban sólo para notificarles la muerte de su hija, ahora eran los principales sospechosos del homicidio. Durante días fue común ver a los uniformados llegar a los sembradíos a toda velocidad, hablar con el capataz, juntar a los trabajadores y enseñar la fotocopia donde venían las caras de los padres de Yahaira. Jerónimo, un hombre con el hueso pegado a la carne, bigote delgado, pelo negro y orejas prominentes. La mujer, aparecía con el maquillaje recargado y su mirada retaba a la cámara. Nadie tenía noticias de su paradero. Se volvieron de humo como los cigarros que el agente Rodríguez fumaba uno tras otro. Cayó una pista. Recibieron una llamada alertándolos que la pareja posiblemente iba rumbo al sur del país. La falsa alarma provocó que revisaran los camiones que se dirigían al aeropuerto. También apostaron uniformados en las entradas del mismo y en la central de autobuses. Nada sucedió. Otro cerco infranqueable. Las indagatorias llegaron hasta los archivos de las oficinas del Desarrollo Integral para la Familia (DIF). En el expediente de Yahaira se encontró que sólo en una ocasión se había revisado su reintegración con la familia. Los trabajadores sociales fueron a la Calle Doce para constatar que ella y su hermanito estaban aseados y alimentados. Durante la revisión, los vecinos aseguraron que la pareja trataba bien a sus hijos y que incluso salían a caminar por el ejido los cuatro. Era suficiente para los trabajadores gubernamentales. Eso fue en el mes de junio. La cita de julio se omitió, sin saber las razones y sin que nadie diera información. María Carrasco, vocero del DIF declaró que la niña se reintegró con la certeza de que iba ser atendida y cuidada. Estaban consternados porque Yahaira había perdido la vida. En el archivo de la pequeña, la fecha para una nueva visita era el 4 de agosto. Tristemente, ese fue el día que la encontraron muerta dentro de una maleta.

III

Antonio Reyes aplastó el cigarro contra la tierra como si matara un animal venenoso. Las estrellas y varios focos desperdigados afuera de las humildes casas eran lo único que iluminaba la noche. Observó que Jerónimo, su vecino, se acercaba con paso tambaleante. El recién llegado lo enfocó con sus ojos inyectados de sangre. El mohín de disgusto no le pareció a Jerónimo y retó a golpes a Antonio. Estaba a más de tres metros de distancia pero aún así percibió el aroma a tequila y decidió ignorarlo. Enojado, el buscapleitos sacó todavía una navaja para amenazarlo. Antonio dio lentamente tres pasos hacia su casa sin dejar de mirar a Jerónimo para evitar un ataque por la espalda y cerró la puerta de madera gastada. El hombre, ofuscado por no tener con quién pelear ingresó a su casa convertido en un energúmeno. La oscuridad trajo el grito y el llanto de Yahaira. Después todo quedó quieto. Sólo el ulular de un coyote a lo lejos y el ruido de las hojas al moverse. Antonio alcanzó a ver cómo sacaban a la niña llena de moretes y la bañaban en la pileta del patio. El médico legista dictaminó que el cuerpo de Yahaira era un glosario de violencia. Una contusión fuerte en la cabeza le provocó una hemorragia interna. El perito encontró magullones en la pierna y espalda. Tenía la boca hinchada porque un puñetazo le tumbó un par de dientes. Una fractura anterior en la clavícula no recibió atención médica y Yahaira tuvo que soportar ese suplicio hasta que soldó de manera natural. La declaración de Antonio ubica la paliza el domingo 25 de julio. Según la cronología de la policía y la necropsia, la pequeña debió sufrir un calvario por las lesiones internas. Eso quiere decir que Yahaira permaneció con sufrimiento extremo durante casi una semana. Los padres, en vez de llevarla para que recibiera atención médica que le pudiera salvar la vida, simplemente le dieron analgésicos.

IV

Las autoridades ahora reparten culpas como sacerdotes a sus feligreses. Los verdaderos culpables de esta tragedia son las personas que le quitaron la vida, son los que deben pagar no las instituciones. Afirmó Ariel Ballesteros Patrón, Procurador de la Defensa del Menor y la Familia. Lo cuestionan sobre el hecho de que Yahaira debió entrar a la casa Hogar Unacari, donde hay personal más capacitado para hacer evaluaciones sicológicas. La pequeña fue internada en la casa hogar Esperanza, una institución municipal con sobrecupo. Creen que el veredicto de regresar a Yahaira con sus padres tuvo que ver con esa situación. Elena Lara, directora del DIF municipal, es enfática ante los cuestionamientos. Se hizo lo que se tenía que hacer, no tenemos ninguna falla, porque no omitimos ningún paso del protocolo. La mujer tose y se acomoda los lentes. Los padres de la pequeña acudieron a las citas puntalmente y se mostraron cooperadores. Es decir, según la funcionaria, hicieron lo que decía un papel, un formato hecho en serie. Fue hasta este suceso que los directivos de ambas instituciones volvieron a tener comunicación entre sí. Hoy, aseguran que se mantendrán informados de todos los casos de maltrato infantil y que van a cruzar información. Yahaira llegó el 15 de abril de 2003, cuando recibieron una denuncia anónima en el DIF Municipal. Personal del área fue a la casa señalada donde corroboraron que la niña sufría maltrato. Los moretones en espalda, abdomen, brazos, piernas y cara eran visibles. Ese mismo día la sacaron de su domicilio y fue ingresada en la casa Hogar Esperanza, de Hermosillo. Pretendieron internarla en Unacari, pero al no tener lugar disponible le buscaron espacio en un albergue público. Se citó a los padres el 21 de abril para la primera reunión. Durante un año Jerónimo y Rebeca, los progenitores, recibieron pláticas sobre las necesidades de los hijos, comunicación, buen trato y los cuidados que debían recibir. La niña estuvo poco más de un año bajo los cuidados de la institución. Sicólogos y trabajadores sociales del DIF analizaron el caso y dictaminaron que los padres de Yahaira estaban listos para recibirla. Fue entregada el 11 de mayo de 2004. Creyeron hacer una buena labor, la verdad fue que el 4 de agosto, el día programado para darle seguimiento al caso, los padres de Yahaira ya no asistieron, estaban muy ocupados huyendo de la justicia.

V

Era una niña simpática, platicadora, inquieta y con una gran necesidad de afecto. Así recuerda Rafael Martínez a Yahaira, quien la consideraba una hija más. Parte del proceso que llevó la pequeña para superar el maltrato fue la adopción temporal de una familia. Durante más de un año, Rafael y su esposa Eva fueron los encargados de convivir con ella los fines de semana. Cuando la conocimos en la casa hogar venía golpeada, asustada y con mal desarrollo psicomotriz. El patriarca de la familia ve una fotografía enmarcada entre sus manos. En ella, Yahaira monta un auto de juguete que simula manejar, vestida con un trajecito rosa, sonriendo con sus dientes maltratados, sus ojos negros, profundos, sin un dejo de maldad y sin memoria de los golpes a los que fue sometida. Cuando la niña se enteró de que volvería con sus padres, comenzó a llorar. Eso también entristeció a Rafael, porque además de que iba a extrañarla, ya habían hechos las gestiones para que un odontólogo le atendiera sus problemas dentales. Cuando escucharon por televisión la noticia de que una menor había sido abandonada en una maleta, tuvieron un mal presentimiento. En una ocasión la niña nos preguntó si cuando volviera con sus padres, éstos ya la iban a querer. Los ojos de Rafael se vuelven acuosos, como vibración en un charco. Yahaira, fue enterrada en el panteón Mineros de Pilares a 35 kilómetros del poblado Miguel Alemán. Al caer la noche, cuarenta personas llegaron con el pequeño féretro blanco. Entre los asistentes cooperaron para pagar los mil 400 pesos que costó el ataúd y una corona. Las autoridades sospechan que los padres de Yahaira lograron huir a Chiapas, donde tienen parientes. Rafael, triste, recuerda cómo Yahaira rezaba los domingos por la tarde con sus manitas entrelazadas. Siempre pedía que todos los niños tuvieran paletas para que fueran felices.

Publicado en la revista El Caimán Barbudo

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