Roma, la función del arte y la amenaza del Imperio Netflix

Oscar Esteban Ramírez
El cine que se lee
Published in
3 min readAug 26, 2019

A muchos les encantó y a muchos otros les aburrió. Y aunque así pasa con todas las películas –con todo en la vida, en realidad–, en el caso de Roma las opiniones se encuentran en lugares radicalmente distintos.

¿Por qué?

A mí me parece una película hermosa. No porque cuente una historia trepidante, con giros inesperados y sucesos que abren bocas y levantan de los asientos al espectador. Nada de eso. De hecho, la historia que cuenta Roma como tal, lo que narra, se puede resumir en tres párrafos. De pronto eso es lo que tanto les molesta a algunos, que después de dos horas de película sienten que no les contaron nada nuevo.

Hay un escena al comienzo de la película en la que Antonio, padre de la familia con la que trabaja Cleo, estaciona el carro dentro del garaje de la casa ante la mirada atenta de todo el hogar. No debe durar más de un minuto, con planos dentro del carro que solo enfocan las manos del padre que avanza y retrocede hasta parquear el vehículo.

Desde ese momento algo en la película hizo click y me conectó. Solo esa escena me hizo recordar la tranquilidad que sentía de pequeño al ver a mi papá manejar. Esa sensación de que todo está bajo control y nada malo puede pasar que se va diluyendo con el paso del tiempo, cuando uno crece y se da cuenta que el superhéroe también es humano. Lograr esa conexión, esa identificación, es jodidísimo. Más aún si se tiene en cuenta que, como en mi caso, el que está del otro lado de la pantalla es un centennial que vive una realidad muy distinta a la de México en los años 70.

Claro, hay otros casos en los que la conexión es mucho más clara. Como un amigo que también tuvo en su infancia una empleada doméstica, con rasgos indigenas ¡Que se llamaba Cleo!

Y ni hablar de personas como mis padres, mucho más contemporáneos a la generación de Cuarón, que vivieron en la Latinoamérica en la que se sitúa Roma y que sienten mucho más cercanos los sonidos e imágenes de la película.

Conseguir, sin importar edad o nacionalidad, conectar y en últimas terminar contando la historia de muchos, es en donde está la magia de Roma. No es casualidad que se cite con tanta frecuencia a Tolstoi y su “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Sobre todo en estos días en que la falsa ilusión de tener la llave de acceso al mundo dentro del bolsillo, hace olvidar que las historias más humanas, más globales, se pueden encontrar escarbando un poco entre el desorden de sabanas de la cama de uno.

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