EL TIEMPO DE LOS MONSTRUOS

Reseñas de El Circo Ambulante

Gabi Liaño
El Circo Ambulante
6 min readOct 11, 2016

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“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”

Esta es la cita de Antonio Gramsci que abre una historia de monstruos, de píldoras, silencios y horas huecas. Una cita que sirve de prólogo y de epílogo; para el director Felix Sabroso, sella el final de un largo camino al lado de su pareja y compañera Dunia Ayaso, fallecida hace 2 años y junto a quien había dirigido sus trabajos anteriores en una dupla inseparable. Es además para él, el prólogo de una nueva etapa como director en solitario. En mitad de algo que acaba y algo que empieza, es ahora El Tiempo de los Monstruos.

Antes de comenzar es importante aclarar que ésta es una película compleja, algo opaca a un primer vistazo. Por ello buena parte de esta reseña está basada en una apreciación personal y seguramente pueda afrontarse desde puntos de vista bien distintos.

Dicho esto, el nuevo estreno confirma el giro de timón en la filmografía de Félix Sabroso, desde sus primeros trabajos mucho más desenfadados (Perdona bonita, pero Lucas me quería a mi o El grito en el cielo) hacia un estilo más grave y seco con La isla interior, para instalarse definitivamente en el terreno dramático.

La última voluntad de Víctor, un director algo pasado de rosca que coquetea con el suicidio, es la de reunir a su antiguo elenco de actores y guionista para sacar adelante una película póstuma. Dicho rodaje tendrá lugar en su antigua mansión, el guión se escribirá durante el propio rodaje y contará en esta ocasión con “el nuevo personaje” desconocido por todos.

Víctor (Javier Cámara), durante su comunicado póstumo.

Pero al parecer rodar una película sin guión ni contenido concreto no es cosa fácil: el trabajo se estanca, las horas se dilatan y la convivencia se retuerce entre los muros de una casa que se va convirtiendo en cárcel. La anarquía del guión da pie a una “guerra de roles”, trastoca el sentido de identidad de cada actor y vuelve la relación con su papel cada vez más febril, hasta un extremo en que es difícil distinguir dónde acaba la película y dónde empieza la realidad.

Con estos elementos Sabroso compone una atmósfera onírica y tediosa, busca una especie de realismo mágico que difumina la realidad y mantiene al espectador en un constante interrogante. Al igual que en La isla interior el guión sigue un esquema coral y se vuelca absolutamente en el mundo interno de los personajes, por encima de la trama o de los aspectos técnicos.

Prácticamente nadie en la mansión se encuentra cómodo en su papel, les cuesta entender qué es lo que el “guión” les está pidiendo y aunque pueden abandonar la casa y el rodaje cuando deseen, lo cierto es que son incapaces de marcharse. Se alimentan casi exclusivamente de las pastillas del enfermizo director, sin las que les resulta imposible meterse en la ficción. Paradójicamente, cuanto más tiempo pasan dentro del guión más aterrador les parece el mundo real.

Al director le gusta un cine pausado y sobre todo reflexivo; la historia (la que nosotros vemos) avanza alegóricamente. Más que un relato lógico, es una reflexión sobre la identidad, el sentido de la vida y la muerte o el propio lenguaje cinematográfico. Se compone más de “pensamientos” o “argumentos” peregrinos que de acontecimientos.

Félix Sabroso, durante el rodaje de uno de sus cortos.

Y eso es un arma de doble filo: por un lado tenemos un planteamiento intrigante, una atmósfera misteriosa y atractiva que sigue un esquema parecido a una novela de Agatha Christie. Nos coloca en el mismo nivel de incertidumbre que los personajes: ¿cuál se supone que es mi papel? ¿Cuál es el plan del director? ¿Dónde está la película? Y sobre todo… ¿qué diablos está pasando? Esta estructura nos obliga a estar muy atentos, esforzarnos y reflexionar sobre el interior de los personajes. Es así como consigue hacernos empatizar fuertemente con ellos; realmente se respira la angustia, la confusión y la impotencia en esa casa.

Esto resulta exótico una parte de la película, pero llega un momento en que se interpone tantos “argumentos”, tantas escenas aparentemente inconexas que tensa demasiado el thriller y nos comienza a distanciar de la trama, a aburrir vaya. Se trata de un problema de dosificación. Una buena intriga sabe introducir en cada momento los elementos necesarios para enganchar poco a poco en niveles de suspense creciente, pero la película nos mantiene durante más de una hora aportando elementos aislados sin herramientas para asociarlos. El lenguaje de la película se vuelve tan jeroglífico que pasa de intrigarnos a aturdirnos, y finalmente a desentendernos. Esto ocurre (brevemente, eso sí) hasta que repentinamente la película cambia de estructura; el ritmo se detiene, la trama se explica y se verbalizan los temas sobre los que reflexiona. Incluso cita explícitamente alguna de sus inspiraciones como El Ángel Exterminador. Este volantazo en la forma de comunicar resulta algo chocante y nos recuerda a algún vicio de directores como Christopher Nolan; películas que siguen un ritmo elegante e inteligente, pero de vez en cuando se frenan en seco para explicarnos qué ha pasado, no sea que seamos un poco dummies.

Con todo la película es un proyecto solvente, que sin ser del todo original — la casa como metáfora de quien está encarcelado dentro de sí mismo es comparable a la de El Ángel Exterminador, o la imagen de la pastilla para decidir entre la verdad o la realidad ya la vimos en Matrix — esta cinta si que lleva el concepto un paso más allá bajo un enfoque “meta” para hablar del propio cine y de los límites de la ficción: la vida es una película sin guionistas, puedes lamentarte del sinsentido o aceptar el gran engaño que es vivir y lanzarte a buscar tu papel.

Aunque por momentos flojee, el conjunto es sólido; la interpretación de los actores (los reales), algunos como Julián López debutando en el drama, está cuidada y muy matizada; todos buscan cambios sutiles de registro, parecen ligeramente más planos y mecánicos cuando se ven dentro de su película y más sueltos y sentidos cuando son incapaces de continuar con su ficción. Podríamos hablar del trabajo Carmen Machi o Candela Peña, pero lo cierto es que la dirección de personajes es tan compacta que igual que dentro de la propia historia, ningún personaje consigue despuntar si no que brillan como conjunto. La dirección pone el acento en los personajes y se nota.

El director Félix Sabroso (en el centro) con el elenco completo en la premiere de El Tiempo de los Monstruos.

Pero el resto de elementos, como la banda sonora o la cámara también se esfuerzan en incluirnos dentro de la historia. Siguen un estilo diegético; esto es que los recursos para contar la historia forman parte de la propia historia. El uso de los silencios, que inundan gran parte de la banda sonora nos dice que el silencio quien domina en esa agónica convivencia. El silencio viene de la propia casa. Llama la atención también el recurso de la “shaky cam” o cámara temblorosa sostenida en mano, que es más que una opción estética y forma parte de lo que está ocurriendo en el sentido literal de la palabra. Siguiendo un hilo dramático, la película sabe ironizar y quitarse un poco de hierro con alguna pizca de humor inteligente pero sin abandonar su gravedad. Todo parece bien orquestado para llevarnos por un camino muy personal que sin duda da forma a uno de los proyectos más atrevidos de entre los últimos estrenos del cine español.

Miguel de Unamuno hablaba de la “niebla” como esa amalgama de pequeñas cosas, rutinas, problemas y afectos en la que nos envolvemos para olvidarnos de la aterradora verdad de la existencia, sin un sentido aparente. Toda esa niebla,que es en definitiva nuestra identidad, no es más que el refugio en el que nos contamos que nuestra vida tiene sentido. Que no somos insignificantes. El Tiempo de los Monstruos se mueve en la fina línea entre la niebla y el vacío, entre la identidad y la verdad, entre el cine y la realidad. Y en este espacio claroscuro , angustiados y perdidos, o dolidos por la pérdida de un ser querido, las cosas de nuestra vida y nuestro mundo se deforman y se convierten en monstruos.

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