El pentagrama, signo secreto de la Hermandad Pitagórica.

PITÁGORAS CONTRA LAS HABAS

Una historia real de hipotenusas, sectas y epidemias.

Gabi Liaño
Published in
6 min readJul 5, 2016

--

“Matemáticos”. Así se hacían llamar los miembros de la comunidad secreta fundada por el maestro Pitágoras en el siglo V a.C. Entre la sombra y la razón, Pitágoras fundió las matemáticas y el esoterismo para generar una ciencia, una filosofía y una religión. Este grupo de pensadores, a los que debemos numerosos avances (como el famoso teorema), rendían verdadero culto a su propio conocimiento y vivían en un riguroso ascetismo. Uno de los preceptos más peculiares de esta misteriosa secta era la prohibición rotunda de comer habas. El rechazo visceral de Pitágoras hacia la inocente habichuela es bien conocido, pero hay razones para pensar que esta aversión tiene una explicación y un sentido más profundos que un mero escrúpulo supersticioso o culinario.

Nada sabemos de la vida de Pitágoras y sus matematikoi por palabra de sus protagonistas. Por las biografías posteriores de Diógenes y Porfirio, las referencias en los Diálogos de Platón o la transmisión oral de su doctrina, sabemos que Pitágoras era cultivado en las matemáticas, la música y la poesía, conocimientos que posiblemente desarrolló en sus viajes por Grecia, Oriente Medio y Egipto. Sabemos también que en torno al año 525 a.C. se instala en Crotona (actual Italia), donde comienza una predicación que mezcla avanzados conocimientos matemáticos con una filosofía posiblemente influida por la visión mística de los sacerdotes griegos y babilonios con los que tuvo contacto.

Para Pitágoras, los números son más que fórmulas abstractas, y conforman la sustancia misma de las cosas: son la auténtica materia prima del Universo. Al mismo tiempo, introduce la idea de la inmortalidad del alma y la metempsicosis (similar a la reencarnación). Esta combinación de ciencia y filosofía se transforma en un auténtico credo que gana numerosos adeptos, y Pitágoras se convierte en el excéntrico líder espiritual de la “hermandad pitagórica”. Se cuenta que, para justificar su autoridad espiritual, decide viajar a los infiernos. Para ello, se enclaustra en su sótano durante semanas, para así, al salir famélico y demacrado, narrar a los testigos con todo lujo de detalles sus experiencias misteriosas por el mundo de los muertos. Estas estridencias junto a su indudable talento, convirtieron a Pitágoras en toda una celebrity de la época, y mucho tiempo después de su muerte fue recordado de una manera casi mitológica, como un mesías al que se atribuyó de forma exagerada buena parte del conocimiento y la filosofía de la herencia griega.

Los matematikoi buscaban a través del conocimiento la verdadera pureza. Para ello llevaban un modo de vida comunal y ascético, despojado de posesiones personales y placeres. Se dedicaban a la reflexión, al ejercicio físico y a la oración. Los pitagóricos comían lo menos posible y eran estrictos vegetarianos (Pitágoras es considerado el precursor del movimiento). Sin embargo, había un vegetal del que había que abstenerse: las habas.

Pitágoras (sentado) invita a sus discípulos a comer vegetales, pero pisotea las habas (a sus pies). “Pitágoras defendiendo el vegetarianismo”. Peter Paul Rubens.

Al parecer Pitágoras tenía muchos motivos como para odiar la habichuela; dejando a un lado lo escatológico, para el matemático las habas se parecen a los genitales femeninos y a las puertas del infierno, recuerdo de su prodigioso viaje por el inframundo. Por otro lado, las habas se utilizaban como recuento en los procesos democráticos, sistema con el que Pitágoras no comulgaba. Otra creencia popular era que en las habas anidaban las almas de los ancestros. Como recordamos, los pitagóricos creían en la reencarnación, por lo que les espantaba la sola idea de comer habas ante la posibilidad de comerse a un antiguo amigo felizmente reencarnado en habichuela.

Supersticiones aparte, como ya comentamos en nuestro artículo Religión: el Primer Fuego, los preceptos religiosos actúan muchas veces como normas que introducen hábitos prácticos e higiénicos en la sociedad. En este caso, la precaución religiosa podría ser en torno al abuso de las habas: muy probablemente Pitágoras y sus seguidores expertos en medicina observaron cómo el consumo abundante de habas provocaba en algunas personas graves episodios de fatiga, orinas negras y piel amarillenta. Este mal se llama favismo, y se debe a la intoxicación por un compuesto químico contenido en el haba, la divicina. Este tóxico oxida los glóbulos rojos sanguíneos y los destruye, provocando una anemia que es la causa de esos síntomas.

Pero para la mayoría de la gente, una ingesta generosa de habas significa, en el peor de los casos, una tarde de visitas frecuentes al servicio. Esto es así porque para padecer la enfermedad es necesario además carecer de una proteína, la G6PDH (glucosa-6 fosfato deshidrogenasa) cuya misión es proteger a los glóbulos rojos de la oxidación. Al faltar esta proteína, nuestros glóbulos rojos quedan a merced de la habichuela. La carencia de G6PDH se produce por una mutación genética que por regla general es infrecuente. Sin embargo, esta es mucho más común en las poblaciones de la cuenca mediterránea, Oriente Medio, África tropical y Sudeste Asiático, donde aparece hasta en el 25% de las personas. En estos casos, la alteración aparece en su mayor parte como una “mutación suave” (heterocigótica).

Pero, ¿por qué un rasgo genético tan negativo ha prosperado tanto a lo largo de la historia? La explicación está en el aire: si observamos con detalle el mapa mundial de distribución de la enfermedad, vemos cómo coincide con el mapa de distribución mundial de la malaria. Donde hay malaria, hay carencia de la proteína. La malaria es un enfermedad con intensas fiebres causada por un parásito microscópico llamado Plasmodium. El parásito es contagiado por la picadura de un mosquito, pasa a la sangre, y se introduce en los glóbulos rojos donde se reproduce hasta romperlos en crisis masivas. Pero al igual que éstos, el parásito también es muy sensible a la oxidación, de manera que cuando falta la G6PDH por una mutación suave, la oxidación es lo suficientemente fuerte como para matar al parásito, pero no como para romper el glóbulo rojo.

Plasmodios (anillos azules) de malaria invadiendo glóbulos rojos.

De esta manera, la evolución ha seleccionado en las regiones con malaria a aquellos individuos portadores de la mutación por estar genéticamente protegidos contra el parásito. De manera parecida, el componente tóxico de las habas actúa como un fármaco natural contra la malaria, provocando la oxidación del parásito, pero perjudica a los individuos con la protección natural. Otros productos como la tónica (elaborada inicialmente con este propósito) actúan contra el Plasmodium de manera similar.

Por lo tanto, cuando Pitágoras prohibía a su comunidad el consumo de habas, les protegía con buen juicio del favismo, pero les exponía sin remedio a la malaria. No obstante, el riesgo de contraer malaria no fue quizás la peor desgracia que trajo a Pitágoras la abstención de las habas: el secretismo del grupo, junto a su creciente poder e insolencia contra las autoridades llevó a los matematikoi a ser condenados y perseguidos. Cuenta la leyenda que Pitágoras, huyendo de sus perseguidores, se encontró con un campo de habas. Fiel a sus principios, el maestro prefirió el martirio, y diciendo “ Por aquí no paso”, fue dado caza y asesinado por sus atónitos captores. De tal manera llegó el final legendario de un genio y mesías que, sin embargo, nada pudo hacer contra sus enemigos naturales, las habas.

Ilustración francesa del siglo XVI muestra cómo efectivamente Pitágoras odiaba las habas.

--

--