RELIGIÓN: EL PRIMER FUEGO

Adrián González
El Circo Ambulante
Published in
6 min readMay 10, 2016
“La Creación de Adán”. Miguel Ángel

No hay duda de que el ser humano posee una curiosidad insaciable, una sed que lo lleva a preguntarse sobre el mundo que lo rodea, su propósito en él y la relación con sus semejantes. Es el alma del ser humano. Y la religión es quizá su mejor reflejo: forma parte de nosotros, siempre presente y sin embargo tan difícil de entender, y en ocasiones de aceptar. Pero ¿cuál ha sido su papel en la construcción de las civilizaciones? Debido a su naturaleza espiritual y explicativa del mundo, es generadora de la moral y reguladora de la relación entre individuos. Se trata por tanto de la fuente primaria del derecho.

Hoy se da por hecho que para aceptar una explicación como válida hay que demostrarla. Pero la demostración requiere de una condición: el conocimiento suficiente. El contraste de ideas es innato al ser humano, pero a mayor complejidad de la pregunta, mayor acumulación de información se necesita para aplicarlo. Antes del desarrollo de la escritura la transmisión del saber era oral. Este sistema limita la cantidad de conocimiento que se puede heredar generación tras generación, hasta el punto de que no se puede acumular. Debido a esto, las mayores preguntas no pueden ser contrastadas. La religión es un sistema de creencias, normas de comportamiento y organización social que se originó como medio para fundamentar respuestas. Tras la aparición de la escritura y el aumento del saber que se registra, esta herramienta también fue evolucionando, sofisticándose en la misma medida que la sociedad. No fue hasta que el conocimiento y la industria fueron suficientes, que dicha herramienta comenzó a quedarse pequeña. Es hasta este punto donde la religión desempeña su papel civilizador.

“No se trata tanto de creer que el mito sea cierto como entender lo que representa.”

Toda creencia espiritual aporta algún tipo de explicación sobre el origen y naturaleza del mundo. La forma varía de unas a otras, pero todas tienen en común el hacerlo mediante una mitología. Las leyendas, parábolas, hechos sagrados y demás formas místicas son útiles a la hora de transmitir un mensaje eficazmente a una sociedad sencilla. “Las leyendas son lecciones, transmiten verdades” le decía Elinor a su hija en la película Brave de Disney. Y es que explicar una idea basada en la intuición cuando no es posible demostrarla requiere de un gran esfuerzo imaginativo. El fin es transmitir el mensaje, no qué medio se usa para lograrlo. No se trata tanto de creer que el mito sea cierto como entender lo que representa. Así la idea de la reencarnación, común a múltiples religiones, tiene su sentido si se entiende que al morir el cuerpo se descompondrá y la materia que antes lo constituía acabará pasando a formar parte de otros seres vivos. El Yin-yang taoísta expresa el concepto del equilibrio de dos fuerzas aparentemente opuestas. Se puede apreciar este principio en las explicaciones que la física da a la relación de fuerzas del universo. Existe el riesgo de idolatría al perderse en el mito y desatender el mensaje, pero es la única fórmula que prospera en esas circunstancias. A través de este sistema de mitos se establece así una ley natural, que justificaría las reglas del mundo y el resto de leyes.

“Una fuente divina proporciona la persuasión suficiente que la falta de tiempo y entendimiento de la población impiden comprender.”

“Taijitu”. Símbolo asociado al taoísmo

Ante todo, una religión tiene un carácter eminentemente social. En base a la ley natural que establece, dicta una serie de límites y normas de convivencia que son el fundamento de una sociedad. Muchos de los ritos y costumbres religiosas tienen explicaciones sanitarias, como es el caso de los musulmanes lavándose antes de entrar en una mezquita o la imagen bíblica denostada de una serpiente, todo un peligro para una sociedad nómada en el desierto. Pero, ¿cómo inculcar la necesidad de la higiene si se desconoce la existencia de los microbios? Una fuente divina proporciona la persuasión suficiente que la falta de tiempo y entendimiento de la población impiden comprender. La sociedad bajo estas circunstancias necesita de imperativos, no de razones. La visión peyorativa de la promiscuidad en las tres grandes religiones monoteístas como una ofensa a Dios salvaguarda a la población de enfermedades de transmisión sexual y trata de evitar los conflictos sociales. Así, se va constituyendo un código ético y de costumbres que permite generar una moral en torno a la que articular a la población. Esta necesidad de imperativos queda evidenciada en la divinización de corrientes filosóficas y sus promotores. Es el caso del taoísmo, el budismo o el confucianismo. Todas ellas filosofías moralizantes en origen que con el tiempo acabaron convirtiéndose en religiones.

Todo esto permite el desarrollo de un elemento clave de toda civilización: un código jurídico que regule las complejas relaciones individuales. No se pueden diseñar leyes sin una moral que las inspire ni una ley natural que las legitime. Al proporcionar ambas, la religión posibilita la redacción del derecho sin el que una población compleja no puede sostenerse. La religión es el instrumento que legitima al gobernante. En muchas civilizaciones al gobernante se le identificaba como un enlace con el mundo espiritual, incluso como una deidad en sí misma. Los emperadores chinos, japoneses, romanos o los gobernantes de los imperios precolombinos son un ejemplo de un sistema que se sustenta en una cosmovisión religiosa. Se convierte en un sistema ordenador de la sociedad, justificando sus jerarquías y aportando estabilidad. En el antiguo Egipto la religión organizaba a la sociedad en función de las estaciones para aprovechar las crecidas del Nilo y sustentar una sociedad fuertemente regulada en torno a su sistema de creencias. Todo ello crea una identidad como pueblo que permite al individuo sentirse parte de algo mayor. Las religiones se convierten en un medio político, institucionalizándose. Los cismas religiosos en Europa o las conversiones de gobernantes y sus pueblos a otras religiones recalcan ese papel legitimador. “Todas las religiones son obras humanas y, en el fondo, equivalentes; se elige entre ellas por razones de conveniencia personal o de circunstancias.” Averroes

Cuando se alcanza el punto en el que la cantidad de conocimientos es suficientemente grande y la industrialización la generaliza, la religión como fuente de ley languidece. Su papel comienza a relegarse a un plano más introspectivo que social y explicativo. Esta independencia de la primera fuente estimula su separación de la política. Sin embargo su impacto como base de la civilización y de sus leyes es evidente. El principio de la declaración universal de derechos humanos tiene una clara inspiración religiosa al partir de un supuesto imperativo, intrínseco a una naturaleza común: “ Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Supuestos ya expresados en religiones como la cristiana: “Todos somos hijos de Dios e iguales ante él” y “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

En definitiva, el papel de la religión es ser la primera luz del hombre. Arropa el desarrollo de las sociedades hasta que estas se especializan lo suficiente para utilizar otras fuentes de derecho. Y lo hace proporcionando una cosmovisión y un marco moral y jurídico mientras no hay otra fuente de donde obtenerlos. Se trata del primer fuego que nos alumbra e inspira a encontrar otras fuentes de luz.

“Prometeo Lleva el Fuego a los Hombres” Heinrich Friedrich Füger

Por Adrián González para El Circo Ambulante.

--

--