UN ANILLO PARA GOBERNARLOS A TODOS

El universo de Tolkien y la Tierra Media.

J. Lluch
El Circo Ambulante
15 min readJun 4, 2016

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La ciudad de Gondolin es descubierta, por John Howe.

Año 1917. En plena Iª Guerra Mundial, un oficial del ejército británico se recupera de la “fiebre de trincheras” en un hospital de campaña. Su nombre es John Ronald Reuel Tolkien, y no sabe que las leyendas que escribe para matar el aburrimiento mientras está convaleciente se convertirán en el universo de ficción más influyente de la historia.

Hoy en día todo el mundo ha oído hablar de El Señor de los Anillos. La adaptación cinematográfica acercó al gran público una obra que, sin embargo, llevaba décadas influyendo a la cultura popular. Los relatos de Tolkien sobre Arda, el mundo donde se encuentra la Tierra Media, son el origen de todo un género literario como es la fantasía épica y sin ellos hoy no tendríamos, solo por nombrar algunos ejemplos, ni juegos de rol, ni Warcraft, ni Canción de Hielo y Fuego. Ni las películas de Peter Jackson de los 2000, vaya. Sin embargo, hubo un tiempo en que la obra de Tolkien fue un trabajo de académicos, una joya que solo aquellos interesados en mitologías antiguas, lingüística y filosofía cristiana podían disfrutar. Comencemos por el principio.

J.R.R. Tolkien

Desde la Primera Guerra Mundial, Tolkien trabajó en una mitología propia por pura diversión. Él, una de las autoridades de su época en las culturas centro-europea y nórdica antiguas, se dedicaba a redactar mitos e historias fundacionales para un mundo que poco a poco dejó de ser el nuestro para convertirse en Arda o Eä, “el mundo que es” en quenya, una de las numerosísimas lenguas que creó para él. Su intención no era publicarlas; las escribía para su familia y para sí mismo, como un ejercicio que le ayudaba a meterse en la piel de aquellos poetas del pasado que él estudiaba, y así entender mejor la relación entre las lenguas y las mitologías de los pueblos. Pero todo cambió cuando siendo profesor en Oxford conoció a C.S. Lewis, famoso por las novelas Las Crónicas de Narnia, y a un grupo de académicos de la lengua que se llamaban a sí mismos los inklings. Todos se reunían una vez por semana para poner en común sus obras y discutir de poesía, y fue a ellos a quienes Tolkien decidió mostrar por primera vez algunos de sus pasajes, como un pequeño cuento que había compuesto para sus hijos llamado El hobbit. Si bien alguno de sus colegas estaba bastante harto de historias de elfos (“otra vez putos elfos no” solían decir cuando leía sus poemas), Lewis no solo se mostró entusiasmado con la novela, sino que le animó a publicarla. Sorprendentemente, El hobbit fue un éxito, ya que no solo lo leían niños, sino también jóvenes y adultos. Por ese motivos sus editores le pidieron una secuela, pero acordaron que esta vez estaría dirigida a un público menos infantil.

Trabajar de forma profesional en la escritura no le seducía demasiado, y con frecuencia Tolkien dejaba de escribir por falta de inspiración o por motivos laborales. Así, El Señor de los Anillos tardaría más de diez años en completarse, una novela dividida en tres volúmenes con la que quiso marcar el final de la saga de La Tierra Media, el continente de Arda donde transcurrían la mayor parte de sus historias. Inicialmente no tuvo la misma acogida que El hobbit, pero poco a poco fue ganando público, primero entre académicos, luego entre sus alumnos universitarios, y para los años 60, más de cinco años después de su publicación y más de diez desde que lo acabó, se convirtió en un fenómeno cultural entre los aficionados a la literatura. Tolkien moriría en el 73, no llegando a ver cómo treinta años después de su muerte la adaptación cinematográfica del neozelandés Peter Jackson, que había crecido con sus libros, lo convertía en parte indispensable de la cultura popular. Muchos de los jóvenes de la generación posterior fueron influidos por sus libros, como los creadores del juego de estrategia Warhammer, los diseñadores de videojuegos de Bethesda Softworks, o escritores como George R. R. Martin o R. A. Salvatore, lo que ha significado que el legado de Tolkien se haya expandido a través de sus respectivas obras.

Junto a Ted Nasmith, John Howe realizó varios diseños para la adaptación de Peter Jackson. Como ésta, algunas de sus ilustraciones aparecieron en el film.

Pero El Señor de los Anillos es solo la guinda final de un pastel, el colofón de una historia aún más grande en la que los malos no son siempre los orcos, sino la envidia, la ira, la arrogancia y el destino, una historia en que mortales e inmortales se enzarzan en una batalla épica. Se trata de El Silmarillion, una especie de versión ficticia de todas las mitologías occidentales que ha habido; una obra demasiado grande para acabarse. A la muerte de su padre, Christopher Tolkien reunió muchas de las historias que éste había escrito desde los tiempos de la Gran Guerra, las ordenó y las publicó, permitiéndonos contemplar un universo mucho más grande de lo que los lectores de El hobbit y El Señor de los Anillos habían imaginado. Y podría haber sido más grande, pues aunque el autor no dejó de escribir hasta su muerte, no pudo evitar dejar su obra inconclusa. Así, El Silmarillion recoge la historia de la fundación del mundo y la Tierra Media, pero apenas esboza qué hay más allá. Sabemos que al este de Mordor se encuentran los países de Rhûn y de Khand, habitados por multitud de pueblos como los variags o los aurigas, inspirados en los turcos y los mongoles, que pertenecieron al imperio de Sauron. Más al este estaría lo que quedó de las Montañas Rojas después de que parte de la tierra se sumergiera en el mar oriental, y las tierras de Hildorien, el enorme “bosque salvaje” donde aparecieron los elfos y los hombres, que se extienden hasta llegar al Mar Oriental, tras el cual hay dos continentes más: la Tierra del Sol, que posee las Montañas Amarillas y la Puerta del Día, desde donde ese astro inicia su viaje, y la Tierra Oscura, un yermo donde no llega la luz del día. Ambos continentes carecen de razas inteligentes (que se sepa). Al sur de la Tierra Media se encuentra Harad, un continente similar a África dividido en el Cercano Harad, árido y soleado, cuyos habitantes adoraban a Sauron como un dios, entre los que destacan los llamados “orientales” y el reino corsario de Umbar. Más allá se extiende el enorme desierto de Harad y después selvas, las Montañas Grises y el mar sobre donde antes había habido más tierras. Por último, al norte está el país de Forodwaith, un lugar frío habitado por hombres, lobos y los últimos dragones, la Bahía Helada de Forochel y las Tierras del Frío Eterno llamadas Endor.

La Tierra Media y sus alrededores en la Tercera Edad

Lo que sí relata El Silmarillion es lo que ocurrió en el oeste desde el principio de los tiempos hasta la Guerra del Anillo, tras la cual los últimos elfos abandonan el mundo mortal. Eä comienza cuando Dios, Ilúvatar, crea a los valar, una mezcla de dioses y ángeles, y a sus sirvientes los maiar, y juntos entonan una canción de la que surge el Mundo y la Historia. La novela comienza con este pasaje tan místico, que ha adquirido bastante fama debido a su originalidad y belleza, en el cual Melkor, uno de los valar, trata de destacar sobre la canción de sus hermanos, lo que rompe la armonía y produce todos los conflictos que están por venir. Muchos de estos seres bajarán al mundo para hacer realidad esa visión, incluido Melkor, que se encargará de boicotear la creación con sus ansias de poder. Cuando Ilúvatar hizo despertar a los elfos, Melkor, celoso, atrapó a muchos de ellos y los torturó y corrompió hasta que se transformaron en una cosa totalmente distinta: la horrible raza de los orcos. Lo mismo le ocurrió a los ents, seres parecidos a árboles, que acabaron convertidos en trolls. Solo los hombres, que aparecieron tiempo después, se libraron de la corrupción original de Melkor. Elfos, enanos y hombres se dividirían en numerosos clanes, expandiéndose por el mundo al tiempo que lo hacían sus historias. Tolkien sigue muchas de ellas, pero de entre todas destacan dos por encima del resto: la Guerra del Anillo y la búsqueda de los Silmarils, esta última tan importante y profunda que el propio Silmarillion lleva su nombre.

Luthien baila frente a Melkor mientras Beren espera disfrazado de lobo para robar los Silmarils de su corona. Ilustración del disco “Nightfall in Middle Earth” de Blind Guardian.

La historia de los Silmarils es una verdadera obra maestra del género fantástico y bien podría pasar por un mito griego o nórdico; en ella se mezcla el épico conflicto entre el bien y el mal con tragedias personales y pequeños actos de heroísmo, cuyos resultados suelen tener más repercusión que las grandes gestas, en concordancia con uno de los temas habituales del autor: la importancia capital de las buenas acciones cotidianas. Todo comienza en la Primera Edad del mundo, cuando no existían ni la luna ni el sol, sino que Arda estaba iluminada por dos enormes árboles que crecían en Valinor, la tierra de los dioses. Los elfos habían nacido en la Tierra Media, pero fueron llamados por los valar para vivir con ellos, dándose la primera separación entre razas: aquellos que se quedaron en la Tierra Media y los que llegaron a ver los árboles. El rey elfo Fëanor pertenecía a este último grupo, y allí forjó los Silmarils, las tres joyas más perfectas que jamás existieron, en un material misterioso que brillaba con luz propia. Los valar bendijeron las joyas y predijeron su importancia en el futuro, y pidieron a su creador que las donara para embellecer el mundo, cosa a la que el rey se negó. Melkor deseaba en secreto hacerse con ellas, y ante la negativa del rey a los valar, trató de convencerle de que en Valinor no estarían a salvo y se ofreció para ayudarle a esconderlas. Pero Fëanor no cayó en su trampa, y como venganza, Melkor destruyó los árboles. Cuando el elfo se ausentó para ayudar ante el desastre que aquello provocó, el vala entró en su casa, mató a su padre y robó las tres piedras, dando inicio a la tragedia, pues Fëanor y los suyos juraron que no descansarían hasta recuperarlas. Eso incluyó masacrar a sus hermanos que se negaron a prestarles barcos con los que regresar a la Tierra Media para perseguir al ladrón, y atacar cualquier reino, amigo o enemigo, que ocultara uno de los Silmaril. Los valar los maldijeron por sus acciones con que no solo no los conseguirían recuperar jamás, sino que la búsqueda les ocasionaría terribles sufrimientos. Y así fue, pues los hijos de Fëanor murieron a causa de su obsesión, y los Silmaril acabaron uno en el fondo de la tierra, otro perdido en el mar, y el último en el cielo como una estrella.

El juramento de Fëanor y su pueblo, los noldor. Por Jenny Dolfen

La historia se desarrolla a lo largo de varias edades, conforme nuevos personajes van haciéndose y deshaciéndose de las piedras, como Beren y Luthien, humano y elfa que para poder casarse debían arrebatarle uno de ellos a Melkor, lo que atrae la ira de los descendientes de Fëanor. Cada uno de los capítulos es una historia en sí misma que tiene como telón de fondo la batalla entre las razas libres del mundo contra Melkor y sus secuaces. El tema principal, a inspiración de las tragedias griegas, es el destino como algo negativo contra el que los personajes se rebelan. Sin embargo, en la obra de Tolkien y al contrario que en los clásicos sí es posible escapar de la rueda, aunque para ello es necesario un terrible esfuerzo y algo de suerte, que se ha de interpretar como la divina providencia, que vela en secreto por los justos. Las fuertes raíces católicas del autor son otra de las claves de la obra, no tanto en cuanto a forma, que trata de imitar a los mitos paganos de la antigüedad, sino en el contenido. El Silmarillion hace una crítica feroz de la arrogancia y el materialismo. Todos los personajes que se encariñan demasiado con un objeto o una idea (como los hijos de Fëanor con cumplir su juramento o los numenoreanos con ser la nación más poderosa) acaban tan obsesionados que no son capaces de darse cuenta de lo mucho que se están corrompiendo hasta que es demasiado tarde. De la misma forma, la motivación habitual de los malvados de Tolkien es la arrogancia, el deseo de ser el más sabio, el más poderoso, incluso el más noble. Solo la humildad y la tenacidad pueden salvarnos aún cuando nuestras fuerzas no sean suficientes, pues como dice Gandalf en El Señor de los Anillos “hay otras fuerzas actuando en el mundo además del mal”. Por último, otro de los pilares de El Silmarillion es la herida que el mal deja en el mundo, un tópico que desarrolla más en sus novelas sobre la Guerra del Anillo, aunque en ese caso enfocado en la huella que deja en las personas. Durante la historia, son muchas las tierras que acaban inundadas por las aguas a causa de la guerra contra Melkor o por la arrogancia de los hombres. El mundo del El Señor de los Anillos es hijo de la lucha entre el bien y el mal, e incluso su forma física es fruto de esa historia. El mal puede ser derrotado, pero cada acto suyo deja una huella imborrable, lo que nos anima a minimizar todo lo que podamos su existencia.

La historia de la Guerra del Anillo cambia el foco principal de los gloriosos días de los elfos a un mundo en rápida decadencia, dominado por los hombres que tratan de sobrevivir lo mejor que pueden ante la amenaza del señor oscuro que sustituyó a Melkor, el maia Sauron. Es contada a través de numerosos apéndices, cartas del autor y por el final de El Silmarillion, pero sobretodo, por El hobbit y El Señor de los Anillos. Tras la caída de los grandes reinos élficos, los hombres comienzan a ganar protagonismo, pero con frecuencia son tentados por el mal, lo que impide que nadie advierta los planes de Sauron hasta que es demasiado tarde. Celebrimbor, un herrero elfo, desea conservar una magia que poco a poco abandona el mundo para poder sanarlo de las heridas que Melkor provocó. Sauron le engaña para que comparta sus conocimientos y juntos logran crear multitud de Anillos de Poder, artefactos con numerosas y poderosas facultades mágicas. Pero el plan de éste es esclavizar a todas las razas libres, y por ello convence al herrero para forjar anillos como obsequio a los grandes señores del mundo: nueve para los reyes de los hombres, siete para los señores enanos, y en secreto Celembrimor, que comenzaba a sospechar de las intenciones de su socio, otros tres para los reyes de los elfos que quedaban en la Tierra Media. Un buen movimiento, porque una vez aprendió todos los secretos de la forja de objetos mágicos, Sauron creó en secreto el Anillo Único, con el que poder corromper a todos los portadores de anillos, a excepción de los tres élficos que habían sido fabricados sin que él lo supiera.

Ruinas de Annúminas, capital de Arnor, en el momento en que transcurre la novela de El Señor de los Anillos.

Las cosas no salen exactamente como Sauron esperaba, pero sí logra multiplicar su poder lo suficiente para tratar de conquistar el mundo. Y casi lo hubiera conseguido de no ser por la alianza entre los elfos y el único gran reino humano que aún resistía frente al mal. Todos sabemos cómo termina esta historia: el príncipe Isildur logra milagrosamente cortar el dedo en que Sauron llevaba el anillo, y como ahí estaba casi toda su esencia, es prácticamente destruido. Pero el príncipe reclama el Anillo para sí y decide conservarlo, pues posee un poder seductor inmenso, lo que no sólo provoca que el espíritu de Sauron sobreviva en el mundo, sino que atrae la desgracia sobre él y el reino, que se divide en dos: Arnor y Gondor. El Anillo, por su parte, se acaba perdiendo. Miles de años después, y aunque el señor oscuro no está del todo presente, la decadencia del mundo no ha hecho más que crecer. Los elfos se marchan, Arnor hace mucho que desapareció y los orcos campan por doquier. Solo hay un sitio en el que parece que nada ha cambiado: la Comarca, una pequeña región habitada por los hobbits.

Las tres razas de hobbits: Pelosos, Fuertes y Albos en español.

Los hobbits son una raza de seres pequeños, más aún que los enanos, cuyos únicos intereses son la comida y la vida apacible. Pero el destino quiere que sean ellos quienes encuentren el Anillo Único de Sauron, a pesar de que éste tiene voluntad propia y deseaba regresar con su amo, que ante la decadencia del mundo parece recuperar su poder. En la novela El hobbit, el encuentro del Anillo por parte de Bilbo Bolsón se relata de forma casual, sin darle mayor importancia; no será hasta los acontecimientos de El Señor de los Anillos que el mago Gandalf, amigo del hobbit, descubra la verdad. Será entonces responsabilidad de Frodo, sobrino de Bilbo, viajar junto a la llamada Compañía del Anillo, integrada por representantes de las otras razas, hasta el volcán en que éste fue forjado, único lugar donde se puede destruir, para poner fin al terror de Sauron de una vez por todas.

El Señor de los Anillos sorprendió a todos los fans de El hobbit por su repentino cambio de tono. Mientras que éste último era un libro para toda la familia con una moraleja sobre el valor de la amistad y los peligros de la avaricia, ESDLA es una novela oscura, con pasajes en ocasiones perturbadores, y densa, contada en un estilo poético más centrado en transmitirnos sensaciones que en darnos una imagen clara de lo que ocurre. Y puede que ésta sea su herramienta más efectiva para transmitirnos su mensaje: que los héroes no lo son porque hayan nacido así, sino que cualquiera puede convertirse en uno si es capaz de resistir ante el mal, por muy grande e invencible que parezca. La trilogía nos pone continuamente en la piel de los protagonistas, tratando de hacernos sentir el mismo miedo y las mismas dudas que ellos. Son muy comunes las derrotas y los enemigos que a priori parecen invencibles, así como las descripciones vagas y aterradoras de la magnitud del mal al que nos enfrentamos. La tentación, la obsesión y el materialismo están presentes una vez más en la obra, representadas físicamente por el Anillo Único, que es capaz de seducir a cada cual con ilusiones de grandeza. El noble Boromir cede ante su poder y traiciona a sus amigos no porque desee emplearlo de forma egoísta, sino porque busca salvar a su pueblo, e incluso Gandalf rechaza acercarse a él, puesto que desea erradicar todo mal del mundo y sabe que el Anillo lo tentaría con eso. No es casual que sean los hobbits, una raza simple cuyas máximas aspiraciones son tener la mesa llena y fumar con los amigos después de cenar, los que mejor lo pueden aguantar. El Anillo puede ofrecer muchas cosas, pero no una vida tranquila y en paz. Ellos representan la humildad, que frente al poder, resulta más eficaz para combatir la tentación de rendirse, y eso es gracias a la capacidad de sacrificio, el último de los grandes temas de Tolkien. Ante la enormidad del mal, son muchos los que deciden rendirse para tratar de salvar la vida en lugar de luchar, pues saben el sacrificio que eso les exigirá. Denethor, senescal de Gondor, desea rendir su ciudad, y el mago Saruman se ha pasado al bando de Sauron al pensar que no se le puede ganar. Por el contrario, el rey Théoden de Rohan, a pesar de verse tentado de no luchar, pues sabe que seguramente le cueste la vida, finalmente se decide a hacerlo, y Frodo continúa su camino aunque sabe que jamás regresará. Una vez todo ha acabado, se ve obligado a marchar de su hogar pues después de todo lo que ha vivido, sabe que jamás podrá tener una vida normal. Es el precio a pagar por el bien, pero es un precio que paga con gusto.

El Anillo Único parece un anillo vulgar hasta que el calor hace que aparezca su leyenda, escrita en la lengua de los orcos pero con caracteres élficos.

La mitología tolkeniana es brillante tanto por su bestial riqueza como por la trascendencia de sus temas. Muy pocos que hayan tenido la oportunidad de asomarse a sus páginas han regresado siendo iguales, pues el mundo que se despliega ante nosotros es a la vez grandioso, emocionante y aterrador. Demostró que la fantasía es un género perfecto para hablar de la naturaleza humana, pues aunque transcurra en mundos maravillosos, los conflictos son los mismos a los que nos enfrentamos continuamente en nuestra mundana realidad pero elevados a la enésima potencia. Lo que aquí sería denunciar una injusticia, por ejemplo, en nuestro lugar de trabajo, en la Tierra Media se puede convertir en una decisión que afecte al destino de toda una raza o que nos cueste la vida. Pero si sus personajes son capaces de hacerlo, ¿qué excusa tenemos nosotros? Por muy grande o pequeño que sea el mal, la decisión a la que se enfrenta el héroe es siempre la misma, en éste o en cualquier otro mundo: dar un paso al frente o quedarse parado. Y todos estamos llamados a ser héroes.

Dejamos una página con ilustraciones de Arda realizadas por Ted Nasmith aquí. Y aquí una galería de John Howe. Son muy recomendables si os interesa el universo de Tolkien.

La historia de Arda y la Tierra Media la podéis conocer a través de estas obras:

  • El Silmarillion
  • El hobbit
  • El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey. Apéndices.
  • Los hijos de Húrin
  • El Libro de los Cuentos Perdidos (1 y 2)
  • Las Baladas de Beleriand
  • Las Aventuras de Tom Bombadil y otros poemas de El Libro Rojo.
  • Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
  • El Camino Perdido
  • The Road Goes Ever On (canciones de la Tierra Media compuestas por Tolkien y Donald Swann)

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