Ama de casa

Fernando Barrera
El Circulo
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5 min readAug 18, 2020
Foto de cottonbro en Pexels

Ya se me acumularon los platos de tres días. Gertrudis lleva dos noches en vela esta semana por cuidar a su mamá. Pobrecita. Vive sola a su edad. Uno se vuelve un lastre para la gente. Tener a Ozi y Mili en casa no ayuda. Benditos sean, aunque los dos tengan catorce no les cuesta ayudarme con la trapeada de la cocina o la tendida de sus camas. No, pobres. Todavía no les toca enfrentarse a la vida. No tengo derecho de regañarlos. Esa es la labor de su papá. El pilar de la familia, el gran proveedor. Protejo su santuario como se debe. Mientras haya ropa limpia, comida caliente y mi casa impecable es suficiente. De todos, espero mi recompensa. De mis hijos es su gratitud; de mi marido, la consumación. Ellos son mi orgullo y mi razón de vivir. Basta con las preocupaciones bobas. Estos platos no se lavarán solos. Dejé la esponja debajo del fregadero: el cloro casi se acaba, las bolsas de basura no las amarré bien, el detergente para las ollas se me endurece y el jabón líquido está hasta el fondo. Queda la mitad. Con las tres torres de sartenes, platos, vasos, tazas de café y refractarios me alcanza.

Empiezo con el agua tibia y el jabón. Como dice el comercial, con tres gotitas quita hasta el cochambre. Me gusta que haga espuma. Tan suave y tersa al tacto. Ver esto me dan ganas de darme un gran baño. Solo Mili tiene en su cuarto la bañera. ¿Por qué le di ese cuarto a esa niña? Debería echarle ganas al ejercicio. Paso la esponja por los platos y tápers. Ni crea que no la cacho subirse unas galletas cuando “acaba” su rutina de zumba. Le vendría bien bajar unos kilitos. Los muchachos no se fijarían en ella. Ya me imagino que le dicen: vaca gorda, la mantecas, ballenata. Ay, mi hija. Debe sentirse desplazada por cosas así. Y las lindas blusas que le compro me las tira a la basura. No importa si son un poquito más chicas que las carpas que usa. Es motivación. Así como yo ahora.

De tanto pensar terminé con los refractarios. Espera, no. Los tengo que dejar sumergidos en cloro. Con esta cosa del bicho raro que mata con solo respirar, uno no puede confiar. Sumerjo y le sigo con los demás. ¿A dónde voy a poner los platos secos? La barra está muy lejos. Ahí tengo la cafetera y los dispensadores de cereal. Y ya rompí una taza en la mañana por mi temblorina. De veras con Oziel. Que le cuesta ayudarme a barrer tantito mientras saco la basura. Bueno, hoy no porque ya empieza la escuela en línea. Mi lindísimo pequeño. No sabrá cómo botar un balón o se cansará al correr unos metros por las escaleras, pero lo compensa con su gran cabeza.

Resuelve cosas a la velocidad que yo tallo con la esponja mis sartenes. Si tienen grasitas me cuesta trabajo. Lo dejo remojar con agua caliente y paso a lo que sigue. Si se quita rápido, le doy una pasada en tres. Yo creo que eso de la inteligencia lo sacó de mí. Su papá solo fue bueno para poner el esperma. Es medio injusto. Es un buen hombre, mi flaquito celulítico. Nunca ha faltado gasto en esta casa. A los chaparros les ha comprado lo que quieren. El mes pasado, por los dieces de Oziel, le dio sus aparatejos de sus videojuegos. Algo de Suish o no sé cómo se llama y a la Mili, su perfume de diseñador. Ay, escuincles. No están para esas cosas de grandes.

Luego mi flaco olvida que yo también tengo gustos. Pero, no importa. Si los niños y él están bien, es lo único importante. ¿Qué importa que yo me tenga que levantar a las cinco de la mañana, poner la lavadora, preparar el desayuno a los baquetones que se levantan diez minutos antes de empezar clases y hacer el café al frígido de mi marido que ni me toca ni por estar en la misma cama?

Ya salió la mancha de grasa de la olla. ¿Cuándo cociné mole? No, eran albóndigas en salsa de chipotle. Ellos y sus caprichos y antojos de último momento. Tuve que salirme en bata al súper para comprarles los chiles, los tomates y la carne molida. ¿Qué le costaba a Germán comprarlos ayer lo que comeremos hoy? Un montón de seguro. “Esa es tu obligación como la dueña de la casa”, según él. Me siento realizada cuando los atiendo, pero no abusen.

Lo bueno es que las ollas y sartenes ya acabaron. Lo pongo sobre la microfibra para dejarlos escurrir. Ya me haré bolas en la acomodada. Esto es para lo que sirvo. Resolverles la vida en la caja de azulejos, adoquines y línea blanca.

Ay, voy a poner música. Una rica cumbia para relajarme. Paso, paso, paso, un, dos, tres. Paso, paso, un, dos, tres. Remojo, tallo, un, dos, tres. Remojo, tallo, un, dos, tres. Súper, a este paso voy a terminar con las tazas y los platos grandes. Casi todo a última hora. Nada más seco, me agacho, acomodo y a trapear.

Los vasos están secos y listos para que los vuelvan a ensuciar. De seguro, Mili terminará clases y va a ir directo por un vaso, ponerle hielo a su refresco de naranja la maldita obesa, malcriada y ni se dignará a saludarme u ofrecer su ayuda. Y me va a dejar el vaso, porque es incapaz de lavar sus cosas, para que yo lo vuelva a lavar. ¿Por qué Gertrudis no me llama? Estoy casi segura de que necesita de mi la pobre. Ellos se pueden cuidar solos. Ella no puede con una mujer de noventa. Tiene que salir mucho. No, mejor yo me voy a cuidarla y que mi marido haga su labor por primera vez en su vida. Termino con los platos y voy a darle una pasada al piso.

Pinol, agua y el trapeador: mis mejores amigos contra el bicho respiratorio. Quito las manchas de grasa del piso. ¿Por qué me desgasto por estos ingratos? Exprimo el exceso de agua y sumerjo la poción de limpieza. Todos los días deslizo el trapeador entre rincones, se ven los rostros de quién pasa, pero nadie mira o agradece porque todo se encuentra en su lugar. Caen algunas lágrimas entre los azulejos. Paso la fibra para borrarlas, como siempre ha sido.

Termino con mi propósito de vida. Me dispongo a salir de mi faena cuando Germán entra temprano a la casa. Sube deprisa al cuarto, lo escucho ir por una de sus maletas, baja, se suba al coche y con solo una mirada supe que me encerraba aquí con sus hijos. Dentro de una casa de revista. Sin que yo. Pueda. Escapar. Solo el llanto contenido cae al mismo tiempo que subo al cuarto de Mili, la saco a patadas, lleno la bañera para enjabonarme de la miseria de ser ama de casa.

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Fernando Barrera
El Circulo

Graduado de economía. Especializado en creación literaria. Amante de la fantasía y ciencia ficción. Todo un litaku: literato y otaku al 100.