ANTONIO BUERO VALLEJO (1916–2000)

Joan da Nova
El Circulo
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9 min readJan 24, 2022
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Datos biográficos

Antonio Buero Vallejo nació en Guadalajara en 1916 (el mismo año que Camilo José Cela y Blas de Otero). Aunque fue un lector voraz desde la adolescencia, su primera vocación fue la pintura y cursó Estudios de Bellas Artes en Madrid. Tras una crisis religiosa, crecen sus inquietudes políticas. En 1936 se alista en el ejército republicano. Al término de la guerra es condenado a muerte, pero se le conmuta la pena por treinta años de cárcel. En una de las prisiones que recorrió coincide con Miguel Hernández, a quien hace un espléndido retrato. En esta etapa se despierta su vocación de dramaturgo. Por fin, en 1947, es indultado.

En 1949 presenta Historia de una escalera al premio Lope de Vega. El galardón se otorga a aquel “autor desconocido” y, como ello obligaba a representar la obra en el Teatro Español, Buero accede a nuestro primer escenario oficial, cosa que –dado los antecedentes– hubiera sido poco menos que imposible de otro modo. Como ya sabemos, el estreno de la obra fue un acontecimiento decisivo en el teatro de la posguerra y significó la aparición de un nuevo teatro, cargado de hondas preocupaciones. Además, fue un éxito.

Desde entonces –y pese a ciertos problemas de censura– los más importantes escenarios están abiertos a este dramaturgo inconformista que, sin embargo, atrae al público. Y, con salvedades, sus éxitos se suceden casi año tras año. Varias de sus obras alcanzan centenares de representaciones. Y cosecha importantes premios, entre ellos el nacional de Teatro en dos convocatorias sucesivas: 1956 (por Hoy es fiesta) y en 1957 (por Las cartas boca abajo).

En los años 60, la fama de Buero se consolida y se extiende a Europa y América, donde pronuncia conferencias y donde se estrenan obras suyas (incluso alguna prohibida aquí). En España participa en actividades de oposición política: su filiación marxista es un secreto a voces. En 1971 es elegido miembro de la Real Academia. Su reconocimiento máximo llegará en 1986 con el premio Cervantes, que lo corona como la primera figura del, por lo demás, no muy brillante panorama del teatro español de posguerra.

El 29 de abril de 2000 fallece.

Un trágico de nuestro tiempo

Buero Vallejo es, ante todo, un trágico. En diversos escritos o declaraciones –en particular, el ensayo titulado La tragedia, 1958– ha precisado su concepción del género. La tragedia, para él, supone una mirada lúcida sobre el hombre y el mundo, pero no una visión pesimista. Su función es doble: inquietar y curar.

Inquietar, planteando problemas pero sin imponer soluciones. En ello radica una característica esencial de su teatro: el final de sus obras suele ser un interrogante lanzado al espectador; y es el espectador quien ha de prolongar, con su reflexión personal, aquel drama, aquel conflicto que ha quedado, de algún modo, “abierto”; hemos de ser nosotros quienes completemos el sentido de lo que ha pasado en la escena, quienes ahondemos en el problema y nos preguntemos por sus causas y sus posibles soluciones. Se nos invita, en suma, a tomar partido, a comprometernos.

De ahí que la tragedia de Buero se proponga también curar, en cierto sentido, ya que señala la necesidad de una superación personal y colectiva, impulsándonos a luchar contra todas aquellas fuerzas que se oponen al desarrollo de la dignidad humana, ya sean de moral, ya de índole social, como veremos enseguida. Por eso aunque sus obras sean, en apariencia amargas, Buero se sitúa por encima del pesimismo. Sus “tragedias” proponen exaltantes lecciones de humanidad y encierran incluso una llamada a la esperanza en un mundo más humano, más fraterno, más justo.

Temática general y enfoques

Las obras de Buero giran en torno al anhelo de realización humana y a sus dolorosas limitaciones. La búsqueda de la felicidad, de la verdad, de la libertad se ve obstaculizada –y a menudo rota– por el mundo concreto en que el hombre vive. Tal es la base del aliento trágico de su obra. Pero esa temática, con sus manifestaciones particulares, ha sido enfocada por Buero en un doble plano:

  • Un plano existencial: meditación sobre el sentido de la vida, sobre la condición humana, en la que se entretejen ilusiones, fracasos, soledad… esta meditación, que puede alcanzar dimensiones metafísicas, se halla, sin embargo, situada siempre en contextos muy concretos.
  • Un plano social y, en cierto sentido, político: denuncia de iniquidades e injusticias concretas que atañen sea a las estructuras de la sociedad, a las formas de explotación, o a los mecanismos de un poder opresivo. Y Buero llegaría a decir que, para él, cualquier problema dramático es siempre el de “la lucha del hombre, con sus limitaciones, por la libertad”.

Con ambos enfoques –y en ambos planos– se entreteje siempre un enfoque ético. Buero Vallejo es, sin duda, un grave moralista. La búsqueda de la verdad, la defensa de la honradez consigo mismo y con los demás, el amor a la justicia, etc. Son elementos constantes de su obra. Esencial es la idea de responsabilidad, unida a la libertad: la tragedia se desencadena por una transgresión moral que un personaje ha cometido libremente y de la que es responsable. Recordando la idea de fatum, de destino, circunstancial a la tragedia, Buero ha dicho que, en su obra, “las torpezas humanas se disfrazan de destino”.

TRAYECTORIA. Etapas

Atendiendo a los contenidos o enfoques de sus obras, en la trayectoria de Buero puede señalarse –aun con ciertas reservas– una primera etapa en que predomina el enfoque que hemos llamado existencial, seguida de una segunda etapa en que prevalece el enfoque social (sin que aquel desaparezca); ello va acompañado de una búsqueda de nuevos recursos escénicos, que aún se incrementa en una tercera etapa.

La primera época iría hasta 1957. Acabamos de señalar el enfoque existencial predominante. Desde el punto de vista técnico, las obras se ajustan –aunque con sensibles innovaciones– a una estética realista y a lo que el mismo autor llamó construcción cerrada. Comencemos por destacar las dos primeras obras.

En Historia de una escalera (1949) nos presenta a tres generaciones de varias familias modestas, con sus sueños o su resignación, con sus amores, con sus rencores, con sus fracasos… Es el drama de la frustración, tanto por el peso del medio social como, sobre todo, por la debilidad de los personajes para ser fieles a sus ilusiones y a sus impulsos mejores.

En La ardiente oscuridad (1950) es una tragedia de compleja significación. A un colegio de ciegos, que viven alegres, perfectamente resignados a su dolorosa vida, llega otro ciego –Ignacio– que no se resigna y que irá contagiando su angustia y su rebeldía a los demás hasta que uno de ellos lo mata para que la comunidad recobre la paz. Aquí, la ceguera es símbolo de las limitaciones expuestas al hombre sea por su condición humana –interpretación existencial– sea por la sociedad –interpretación social–. Y la dialéctica, cuestión que Buero plantea, es ésta: ¿Debemos aceptar nuestras limitaciones y tratar de ser felices con ellas, o debemos sentir trágicamente esas limitaciones y rebelarnos, aunque sea azaroso o imposible el superarlas?

Con ambas obras, Buero Vallejo probó la ambición y hondura de su pensamiento, así como su talento dramático. Sus piezas inmediatamente posteriores, marcaron, sin duda, fechas importantes en el teatro español, si bien son de desigual acierto y acaso se quedan por debajo del nivel alcanzado por los primeros títulos. Recordemos algunas: La tejedora de sueños (1952), Madrugada (1953), Irene o el tesoro (1954). En ellas los planteamientos realistas son compatibles con elementos simbólicos. En ellas sigue el predominio de lo existencial.

La Segunda época. Abarcaría esta etapa obras que van de 1958 y entre ellas se encuentra El Tragaluz. El predominio del enfoque social –que según hemos señalado reiteradamente, corresponde a esa época– no supone, como veremos, un descenso en la atención por el individuo concreto o por las facetas morales. Pero ahora se insiste más en las relaciones entre el individuo y su entorno. Los actos individuales quedan enmarcados en un tiempo y unas estructuras sociales concretas con sus tensiones, sus formas de explotación o de opresión. Y se hace hincapié en las raíces y las consecuencias sociales de los actos. Así, los problemas de la justicia, de la libertad, de la responsabilidad, etc., adquieren dimensiones nuevas y más precisas. Todo ello, claro es, dentro de los límites establecidos por la censura.

Precisamente a la necesidad de sortear tales límites se debe, en parte, que Buero cultivara reiteradamente en ésta época cierto tipo de drama histórico: Un soñador para un pueblo (1958), sobre Esquilache, ministro de Carlos III; Las Meninas (1960), sobre Velázquez. El concierto de san Ovidio (1962) situada en Francia en vísperas de la Revolución; o la posterior El de la razón (1970) sobre Goya.

Pero es estas obras, la anécdota histórica es, sobre todo, un pretexto para plantear candentes problemas actuales, sorteando a la censura. Como dice irónicamente un personaje de Las Meninas, se cuentan las cosas como si ya hubieran pasado y así se soportan mejor. Pongamos unos ejemplos: Esquilache es el ilustrado progresista que sueña con un futuro mejor para España, y se estrella contra la rutina y los intereses reaccionarios; Velázquez representa al artista amante de la verdad y la justicia, que quiere ser conciencia de su pueblo y es combatido por la hipocresía y la corrupción que rodean al poder; El concierto de san Ovidio es otro drama de ciegos, pero los ciegos son ahora símbolo de los oprimidos, víctimas de explotadores sin escrúpulos; la figura de Goya protagoniza una diatriba contra el poder tiránico e inicuo.

También El Tragaluz tiene algo de obra histórica aunque se sitúe en el presente y aluda a nuestra historia reciente (la guerra civil y sus secuelas). Por lo demás, Buero había abordado ya sin ningún marco o ropaje histórico problemas tan candentes como la represión policial y la tortura en La doble historia del doctor Walmy (escrita en 1964), pero la censura la prohibió y sólo se estrenaría doce años más tarde (1976), ya en la transición a la democracia.

En cuanto a la técnica teatral, esta etapa supone un giro en el arte dramático de Buero Vallejo. Él mismo señaló en 1960 el paso de la “construcción cerrada” a una “construcción abierta” visible ya en Un soñador para un pueblo. Esta construcción abierta supone una superación de la escenificación “realista”. Señalemos sus principales novedades:

  • Sustitución del espacio escénico realista por un “escenario múltiple” capaz de evocar lugares distintos mediante nuevas técnicas de decorado o luminotecnia.
  • Construcción más compleja de la acción, que se fragmenta en cuadros o secuencias con creciente soltura, incluso con rupturas en el desarrollo temporal (elipsis, saltos atrás…).
  • Muy importantes son una serie de recursos de participación que intenta acercar e introducir al espectador en el drama. Buero aborda ciertos procedimientos que permiten penetrar en la conciencia o las obsesiones de los personajes, como el ruido del tren en El tragaluz.

Tercera etapa. Esta tercera etapa viene a ser una continuación o una intensificación de los rasgos que acabamos de ver y se observa un “constante ejercicio de experimentación”. Con ellos, Buero manifiesta su voluntad de no permanecer al margen de las inquietudes experimentales que proliferan en los años 70. Desde 1970, Buero nos ha dado –aparte del estreno de La doble historia del doctor Walmy– las siguientes obras:

  • La llegada de los dioses (1971)
  • La Fundación (1974)
  • La detonación (1977)
  • Jueces en la noche (1979)
  • Caimán (1981)
  • Diálogo secreto (1984)
  • Lázaro en el laberinto (1986)

Casi todas ellas han cosechado éxito de público; la crítica ha sido desigual.

Señalemos el reconocimiento unánime de La Fundación como una de las cimas del autor.

Desde el punto de vista de los temas, acaso lo más destacable es que, en esta etapa, los contenidos sociales y políticos se hacen más explícitos, sin restar sus alcances existenciales. Veamos sólo tres ejemplos:

En La llegada de los dioses aparece de nuevo la ceguera de un protagonista, Julio; pero ahora simboliza la negativa de un joven a “ver” las inquietudes del mundo que le rodea (pero, a la vez y paradójicamente, ese joven es un “vidente”, dotado de especial lucidez).

En la Fundación nos introduce en una celda de presos políticos; uno de ellos, Tomás, trastornado, cree hallarse en un centro de investigación hasta que comprende la situación real y comparte las angustias y las esperanzas de los demás; a la vez, las actitudes de los personajes y los diálogos tejen unas hondas reflexiones sobre el compromiso con la realidad, la lucha por transformarla, el ideal de libertad, etc.

La detonación vuelve a un tema histórico: evoca la figura inconformista de Larra, su creciente desesperación y su suicidio, vistos como consecuencias de una situación social y política (a Larra –dijo el autor– lo suicidó España).

Significación de Buero Vallejo

No cabe duda que nos encontramos ante nuestro primer trágico actual. La trayectoria de Buero resume, como ninguna otra, los pasos que ha seguido el teatro español desde los años 40, con sus preocupaciones existenciales, sociales y estéticas.

Su éxito es verdaderamente singular: la naturaleza sombría, inquietante e inconformista de su teatro no era la condición más adecuada para facilitar su acceso y su permanencia en los escenarios. Sin embargo, se ha mantenido fiel a su idea del teatro, sin más concesiones que las imprescindibles para moverse dentro de los límites de la censura aunque luchando por ampliarlos. Su esfuerzo ha sido, sin duda, decisivo para elevar el tono de nuestra escena.

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