Critón o del deber

Antonio Molleda
El Circulo
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4 min readMar 23, 2024

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Ramón de Pérez

INTRODUCCIÓN:

En este diálogo, Platón describe a Sócrates como el buen ciudadano que, a pesar de lo injusto de su condena, desea dar su vida obedeciendo las leyes del Estado. Critón y otros sugieren la fuga, y se acude con dinero; pero Sócrates declara que se mantendrá fiel a sus principios.

No cabe ninguna duda que La Apología, El Critón y El Eutifrón, son, ante todo, escritos apologéticos, el sentido de obediencia a las leyes, o, como algunos quieren entender, el camino a la santidad.

EL CRITÓN, O DEL DEBER:

El Critón es una pequeña obra de Platón que, por decirlo de alguna manera, forma parte de una ficticia trilogía (El Eutifrón, La Apología y El Critón) destinada, por encima de cualquier otra cosa, a presentar la figura legendaria de Sócrates y, por supuesto, su doctrina, en una situación de carácter rigurosamente consecuente, es decir, Platón (desde mi punto de vista) no solamente quiere presentar el proceso y la muerte de su maestro, sino que lo que intenta hacer es coincidir lo más perfectamente posible la doctrina de Sócrates con su conciencia de obrar, esto es, obrar de acuerdo con sus propios postulados.

Y si esto es así, Sócrates se nos muestra no como el fundador de la ética, según las palabras de Hegel en su Filosofía de la Historia, sino como un hacedor de su propia ética, que, en su contexto histórico, pienso que coincide en cierta manera con la concepción de hombre virtuoso, aún más, del hombre virtuoso por excelencia.

Un detalle curioso, pero que no deja de ser importantísimo en esta pequeña obra del Critón es el intento de enfrentamiento de las leyes establecidas en Atenas con el hombre virtuoso que hace poco hemos señalado y, yo creo que uno de los factores fundamentales es ese radical enfrentamiento de las leyes con Sócrates mismo, para hacer resaltar, de esta forma, el carácter consecuente y consciente de Sócrates. Tal vez sea por eso, que Platón da vida a las leyes, las hace hablar por boca de Sócrates, utilizando, como es lógico, el propio método socrático de preguntas y respuestas (mayéutica) -aunque es el propio Sócrates quien habla — y utilizando como interlocutor a él mismo, siendo así que Sócrates aparece en cierta manera como el sujeto y el objeto de la obra.

Por otra parte, Platón introduce en esta obra a Critón, por ser uno de los amigos incondicionales de Sócrates, y para crear una causa que dé lugar al ya tradicional diálogo. La figura de Critón es, hasta cierto punto, irrelevante, pues, más que un diálogo, esta obra parece un monólogo de Sócrates o, si se prefiere, un diálogo de Sócrates con las Leyes.

Otro punto importante y a tener muy en cuenta es la última frase que dice Sócrates a Critón: ¡Ea!, pues. Critón; obremos así, puesto que así lo indica la divinidad (Critón 54 e). Parece extraño que después de resaltar convenientemente <<la justicia de las leyes establecidas>> y, de alguna manera, atenerse prudentemente a la <<justicia de estas leyes>>, es decir, que se somete a la consecución de su muerte por no quebrantar las leyes, digo que parece extraño que termine la obra refiriéndose a la divinidad, más concretamente sometiéndose a esta divinidad.

Pues bien, no creo que esto parezca extraño, después de que Sócrates purifica una vez más la idea de justicia y la idea de ley, sobresale en él ese carácter tan peculiar y que, incluso, fue causa de su ejecución, está claro que me estoy refiriendo a ese carácter tan rigurosamente religioso que Sócrates lleva consigo a todas partes. De nuevo, aparece ese intento de ennoblecer la concepción popular que de los dioses se tenía; de nuevo, aparece esa veneración que Sócrates sentía por la divinidad. En la Apología ya surge esa especie de diosecillo que Sócrates lleva consigo mismo (tal vez ese diosecillo sea la rectitud de su propia conciencia). Y esa veneración que Sócrates tenía con respecto a los dioses fue lo que le valió el calificativo que le otorgó Jenofonte de “varón religiosísimo”, tan religiosísimo que prefiere la muerte a desobedecer a los dioses.

Por otra parte, si nos atenemos a aquellas notas con que Sócrates salpica su ética, encontraremos una solución congruente a su última resolución; estas notas son: en primer lugar, la religiosidad, apuntada ya más arriba y que determina los deberes de los hombres para con los dioses. En segundo lugar, la sociabilidad, de tal suerte que en la práctica de la virtud hay que tener en cuenta a los demás, hay que evitar el descuidar, sobre todo, a los ciudadanos y amigos. La tercera nota es la sobriedad. Sobriedad en el uso de las cosas, porque el no necesitar de cosas es un signo de estar más cerca de lo divino. Y, por último, la responsabilidad profesional, porque el fundamento de la vida hay que ponerlo no en la buena fortuna sino en lo eupraxía, en el obrar bien, y el que obra técnicamente bien es útil a los demás y agradable a los dioses.

De estas cuatro notas de la ética privada de Sócrates, dos de ellas se dejan ver con gran nitidez en la presente obra:

La primera, la religiosidad, y la última, la responsabilidad profesional, esto es, el obrar técnicamente bien, porque, que duda cabe, que, al someterse Sócrates a la sentencia, está obrando rectamente, consecuentemente consigo mismo, por tanto, está obrando técnicamente bien, y es útil, por la misma razón, a los demás y agradable a los dioses.

© Antonio Molleda

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