El Cañaguate.

Cristhian Beltran
El Circulo
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4 min readFeb 15, 2023

Sus dos alpargatas empolvadas y terrosas, rotas y remendadas caminaban sin cesar en un círculo impostergable, infinito como el ciclo de la vida según Albeiro Pushaina. Su hijo, o bueno lo corpóreo que quedaba de él había sido acribillado por dos colonos armados, ya para ese entonces no se sabía ni de donde venían ni a quien le daban cuentas, en aquella costa árida repleta de chivos que se estrellaba estruendosamente con el mar hace mucho rato que aquello no importaba. La muerte y el hambre eran los únicos a los que se les daba cuentas.

El sol arreciante del mediodía hacia más difícil que Albeiro continuara con su caminata cíclica, rindiendo homenaje a su hijo mayor, el cementerio estaba vacío. Aníbal, el palabrero de su comunidad le había dicho tres días antes con su bastón maderoso de mando que se sentía impotente, que veía la oscuridad cernirse sobre sus antepasados y sobre las familias de las cinco rancherías que conformaban su comunidad, incluso mientras charlaba con Albeiro esperando el friche del almuerzo se retiró sus lentes oscuros mostrándole sus húmedos ojos, el sufrimiento por lo venidero era imaginable. Aun hoy mientras bordea la tierra se ilusiona con que fuese una simple epifanía, una jugarreta oscura de su mente o de sus dioses por no solucionar los conflictos a través del circulo de la palabra.

¿Pero que esperaban los dioses? Como podría Elías, su hijo de 16 años, lidiar con seres que no entienden el valor de la palabra, entes que hace décadas se les secó el alma con cada gota de lágrimas y sangre derramada en sus propias comunidades, ahora son fantasmas que se alimentan de la tristeza fraterna, no reconocen la hermandad ni la humanidad.

Los Cardones es lo único que nace en la aridez del desierto, pero Albeiro sembró sobre la tumba de su primogénito un Cañaguate, ha dado diez vueltas y le faltan otras seis para representar los 16 años y el ciclo circular pero infinito de la vida, los pies le pesan, pero más le pesa el alma, la tristeza le da puñaladas en su vientre cada vez que recuerda el rostro agujereado de su niño.

Como si la epifanía continuara, antes de dar la última ronda, se estaciona una moto vieja, destartalada, dos fusiles apuntan hacia el cielo mientras aquellos fantasmas cubiertos por telas que reflejan solo la antipatía de sus ojos lo saludan con falsa candidez.

- Don Albeiro, ya que acabo de despedir a sus muertos háganos el favor de desocupar este territorio que es propiedad privada.

- ¿propiedad privada? Este es el cementerio de nuestra comunidad, acá están todos nuestros ancestros, nuestros muertos y próximamente nosotros.

- Se equivoca Señor Pushaina — en un tono frio, la falsa amabilidad desapareció — este documento notariado demuestra que las cuatro hectáreas de estas rancherías incluyendo este cementerio le pertenecen a don Alberto Macalister, hijo del gobernador de esta aldea.

Albeiro no entró en pánico, no se asustó, por el contrario, se sintió en el reino de lo absurdo y a la sensatez de irse le superpuso las carcajadas más altisonantes que jamás hubiera podido soltar, la risa se apodero de él, no era risa burlona ni cómica, eran carajadas revolucionarias, la risa como arma de lucha ante la injusticia, ante la sin razón y la violencia encarnecida de la cual era testigo. Se reía pero con los ojos abiertos de par en par, mirando a los encapuchados que con los papeles en la mano no lograban comprender lo que le pasaba al viejo Pushaina. Ambos se miraron tratando de entender que hacer.

Nunca la risa había sido su contradictor, siempre el llanto, la angustia, la nostalgia e incluso con la rabia habían sabido lidiar, pero jamás con tan extraña reacción de alguien que le acababan de arrebatar la vida de su descendencia y ahora la tierra de sus ancestros. Intercambiaron miradas y en un parpadeo decidieron que lidiarían como siempre lo habían sabido hacer.

Albeiro dio el ultimo circulo arrastrado por sus dos victimarios, sus dos alpargatas empolvadas y terrosas, rotas y remendadas completaron la ronda ya no caminando sino restregando el polvo del desierto mientras la sangre de Albeiro hacia aún más simbólico la despedida de su hijo. Su cuerpo fue tirado en las afueras del cabo, la moto nunca se detuvo, la vida tampoco.

Aníbal en parte se alegro cuando vio en una cuartilla del Heraldo que dos indígenas embriagados de churro se habían encontrado un cuerpo, que al hacerle la autopsia se identificó como Albeiro Pushaina y quien feneció presuntamente por una riña, ese fue el diagnostico y así fue archivado por la Fiscalía. Nadie preguntaba y así nadie tenia que responder.

Anibal llevaba ya varios días tratando de ubicar a su compadre y tenia el alma revuelta pensando en que seria capaz de hacer, la tristeza lo embargo, pero comprendió que no habría vida para él en la ausencia de su hijo, su alma iba a dormitar en el presente de manera constante, la vida se la habían arrebatado y él no había podido hacer nada, arrugo la hoja del periódico regional de su impotencia, y paso la hoja. La siguiente noticia lo conmovió: “el Instituto Ecológico anunció el nacimiento de un Cañaguate en medio del desierto”.

Aníbal contempló la figura a color de un frondoso árbol amarillo hasta que la vista se empaño y dos lagrimas mojaron el diario. Se puso sus lentes oscuros, recogió su bastón de mando del suelo y sonrió.

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Cristhian Beltran
El Circulo

En busca del alivio a través de los intrincados caminos de la escritura cebeltranb21@gmail.com / ig @beltranb21