Norman Rockwell. Los hechos de la vida.

El padre insistente

Francisco Belmar Orrego
El Circulo
Published in
3 min readAug 28, 2022

--

Siempre tuve encima a mi padre. No importaba qué hacía, él siempre estaba ahí para repetirme la misma cantinela. Lo extraño era que cuando se trataba de cosas como mi carrera profesional o mis estudios no decía palabra. Ahí sí me dejaba vivir y elegir. Él podía estar enojado o hasta desilusionado por mi desempeño, pero se quedaba ahí callado y sin emitir juicio. El único tópico que lo convertía en un padre insistente era la importancia de la familia.

Cuando uno es un niño esas cosas se nos antojan aburridas. Al menos en mis tiempos, uno solo quería salir, jugar, tener la bicicleta más llamativa, la pelota del mundial de fútbol, o la figurita de acción de la película de las Tortugas Ninja. Ya después, más mozuelo, uno entra en esa etapa rebelde y se narra a sí mismo una historia sufrida acerca de la vida familiar. Podíamos pasar mucho tiempo esforzándonos por encontrar una justificación para sentirnos incomprendidos. Eso también es porque adquiríamos conciencia de los matices en los problemas familiares. Reconoces al tío estafador o a la tía interesada. Le quitas el saludo al primo que solo te da problemas y terminas convencido de que nada bueno puede venir de un grupo de personas que solo tienen en común la sangre.

Muchas veces vi a mi padre siendo víctima de las bajezas de sus familiares, pero aun así el insistía en el valor de la familia. Nunca ha dejado de insistir en eso machaconamente. Él, con su ética inflexible, pone en práctica una moral que va más allá de las contingencias y eso es algo que solo he podido empezar a comprender cuando ya me acerco a los cuarenta años.

Ahora entiendo que su insistencia tiene un valor casi caballeresco. Es una tarea practicada con total compromiso, que es la de portar el fuego y transmitirlo. Se trata de esa vieja costumbre que nos convierte en una civilización: la de mantener viva la unidad de un grupo que, aunque solo tiene en común el origen, es heterogéneo y lleno de pecados. Esa tarea hoy parece absurda, pues en la época del egoísmo se asume que debemos alejarnos, separarnos y disgregarnos frente al más mínimo conflicto.

He ahí que entiendo ahora el valor del padre insistente. Si él no estuviera ahí, repitiendo una y otra vez que hay que actuar moralmente, no podríamos adquirir conciencia de su relevancia en el momento de nuestra maduración. El padre insistente repite el mantra desde que somos pequeños, pero solo como una semilla de moralidad que no habrá de germinar hasta que hayamos vivido lo suficiente. Eso, me parece, es la verdadera educación, pues brota desde la conciencia individual al enfrentarnos a la realidad de nuestro presente y a la finitud de la existencia.

Es posible que hoy en día sean pocos los padres insistentes. Padres e hijos son diferentes por múltiples motivos, pero la esencial es la preocupación por la costumbre que se siembra pensando en el futuro. Cuando los padres y los hijos se plantean como iguales, solo como amigos, es que ese padre renunció a su misión. Así, lo pasado va perdiendo importancia y los que crecen lo hacen pensando solo en la contingencia y en su interés cobarde. He ahí otra muestra de que nos hemos rendido como civilización.

--

--