Edgar Morin

Estrella Amaranto
El Circulo
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15 min readDec 21, 2019

Aspectos de su biografía:

Sus inicios lo sitúan en el campo de la matemática social en el terreno de la cinematografía, próximo al surrealismo sin abandonar el socialismo, del cual comparte ciertas ideas con Franco Fortini y Roberto Guiducci, así como de Herbert Marcuse y otros filósofos. Crea y dirige la revista Argumentos (1956–1962) al mismo tiempo que sufre una crisis interna; manifestándose en contra de la guerra argelina (1954–1962).
A principios de la década de 1960, Morin comienza a realizar trabajos y andanzas por latinoamérica, quedando impresionado por su cultura. Después elabora un pensamiento que perfeccione el desarrollo del sujeto. En Poulhan y junto a sus colaboradores, lleva a cabo una investigación experimental que concluye con la tesis de la transdisciplinariedad, creándole grandes contradicciones con otros académicos. En la revuelta estudiantil del mayo francés, en 1968, redacta artículos para el periódico izquierdista Le Monde, donde descifra el significado y sentido del suceso.

Con la aparición de la revolución bio-genética, estudia el pensamiento de las tres teorías que llevan a la organización de sus nuevas ideas (la cibernética, la teoría de sistemas y la teoría de la información). Perfecciona su formación con la teoría de la autoorganización de Heinz von Förster. Llegado 1977.

También se complementa en la teoría de la autorganización de Heinz von Förster. Para 1977, elabora el concepto del conocimiento enciclopedante, al que enlaza los conocimientos dispersos, proponiendo la epistemología de la complejidad.

Según el pensamiento de Edgar Morin:

“Consciencia sin ciencia y ciencia sin consciencia son mutiladas y mutilantes”
“Las ciencias humanas no tienen consciencia de los caracteres físicos y biológicos de los fenómenos humanos. Las ciencias humanas no tienen consciencia de su inscripción en una cultura, una sociedad, una historia. Las ciencias no tienen consciencia de su función en la sociedad. Las ciencias no tienen consciencia de los principios ocultos que gobiernan sus elucidaciones. Las ciencias no tienen consciencia de que les falta consciencia.
Pero de todas partes surge la necesidad de una ciencia con consciencia. Ha llegado el momento de tomar consciencia de la complejidad de toda realidad -física, biológica, humana, social, política- y de la realidad de la complejidad. Ha llegado el momento de tomar consciencia de que una ciencia carente de reflexión y una filosofía puramente especulativas son insuficientes. Consciencia sin ciencia y ciencia sin consciencia son mutiladas y mutilantes”.

Morin es el propulsor del Pensamiento Complejo, reparando en el punto ciego que ha tenido, y en parte, sigue teniendo la investigación científica; la ausencia de autoconsciencia, sabiéndose limitada y condicionada por el tiempo y la cultura en la que se gesta, al mismo tiempo que necesita interrelacionarse con otros saberes aparentemente alejados.
Ciencia y Vida se codeterminan. Ninguna puede ser -en el caso de lo humano- ajena a la otra. Este reto de construir una nueva ciencia transmoderna, que parta de los grandes logros de la ciencia en la modernidad, pero que asuma de modo más humilde sus limitaciones, es el gran imperativo en el momento presente para quienes se dedican a incrementar y cuestionar críticamente el conocimiento. La multidisciplinariedad, la complementariedad entre las ciencias físicas, básicas y positivas y las ciencias sociales y humanidades son hoy más necesarias que nunca.

— Sistema frente a reduccionismo —

Su pensamiento discordante lo convierte en uno de los filósofos actuales y aún vivo, más interesantes del mundo. La insistencia de proclamarse ateo indica un claro rechazo del teísmo (creencia en un dios personal), aunque no consigue que el lector tenga la impresión de que sus sugerencias favorezcan extraordinariamente el reencantamiento de la naturaleza o panteización del mundo.

Para Edgar Morin, la teoría de Sistemas (von Bertalanffy, 1901–1972), fue un punto de partida y la conocida frase de Aristóteles “El todo es más que la suma de las partes”, el código fundamental. Verificando, como von Bertalanffy, que “entidades (de un orden determinado) integran entidades (de órdenes superiores)”. Para él hay más… La complejidad no es solamente la forma en la que se basa la estructura el mundo, forma o apariencia que la concepción sistémica percibía ya con claridad.

La Realidad Compleja, que se identifica con la realidad toda, cuenta con otras cualidades características, como las siguientes:

1ª Toda entidad real y al mismo tiempo compleja es abierta, es decir, está relacionada y energéticamente integrada en un medio constituido por una hermética red de otras entidades de igual nivel y de otros niveles, por lo que establece un intercambio energético-entrópico e informacional perenne.

2ª Simultáneamente, toda entidad es también cerrada, pues tiene un límite o frontera que establece su campo espacial de existencia. Sin embargo, ningún límite es absoluto ni definitivo, pero puede ser estable durante mucho tiempo.

3ª No es la linealidad sino la circularidad, o mejor, la recursividad, lo que facilita la clave de la naturaleza. A menudo las dinámicas circulares no regresan estérilmente al punto de partida, al contrario son creativas.

4ªToda entidad real y al mismo tiempo compleja muestra, en parte, apariencia de finalidad, aunque sea en su automantenimiento. La teleonomía (término ideado por Jacques Monod, que se refiere a la calidad de aparente propósito y de orientación a objetivos de las estructuras y funciones de los organismos vivos, la cual deriva de su historia y de su adaptación evolutiva para el éxito reproductivo) no es exclusiva de la vida orgánica, aunque si se manifiesta en ella con mucha expresividad. La autoorganización, fundamentada esencialmente en feedbacks es un fenómeno universal asociado necesariamente a la eco-organización.

5ª Algo similar a una autoidentidad rudimentaria se puede percibir en las entidades naturales, debido a su auto-eco-organización. Pese a que resulte algo excesivo hablar de conciencia teniendo en cuenta que no son entidades vivas, sin embargo se trata de un modelo basado en el cierre autoorganizativo más la apertura informacional, por lo que proporciona un fundamento para que la misma pueda teóricamente diseñarse a un nivel muy básico, incluso muy por debajo en la gran cadena de la realidad compleja.

6ª Las propiedades emergentes de las entidades que surgen en los niveles de integración superiores, que postula el sistemismo, son admitidas también por el enfoque de la complejidad, pero se tiene en cuenta que el “yo” también forma parte de la Red de la Realidad compleja, y que en las propiedades y cualidades de todo también él se encuentra, de algún modo, implicado. La “realidad-en-sí” está ciertamente ahí, pero un Mundo sensible e inteligible sólo nace de la interacción entre dicha realidad y el sujeto, sólo nace en la interfacies de ambos, por lo que todo descubrimiento (por ejemplo, de propiedades emergentes) tiene algo de creación, y viceversa. No es de extrañar que los dibujos de Escher sean los iconos predilectos de Edgar Morin.

7ª La naturaleza intrínsecamente compleja de la Realidad no desemboca “hacia abajo” en un nivel básico simple. La complejidad existe en y desde la misma base, afirma con rotundidad Edgar Morin. Pero desde el momento en que la complejidad se define como “la imposibilidad de descomponer algo en partes absolutamente simples aplicando un algoritmo, aunque sea ilimitadamente largo”, cabe concluir que no existe, según Morin, ningún zócalo físico verdaderamente elemental al que todo puede ser reducido. La Naturaleza se da en niveles múltiples, todos de la misma categoría ontológica, que son revelados por la conciencia (la cual es, a su vez, producto de esa misma Naturaleza que ella contribuye a dar forma).

— Mirar la naturaleza desde la complejidad y el holismo —

La concepción de una Naturaleza esencialmente compleja, de Edgar Morin, le conduce al abandono del Método de Descartes, que parte de supuestos ontológicos falsos y deforma nuestra relación mental, afectiva y práctica con la Naturaleza, con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Pero el nuevo Método no ha quedado ya establecido de una vez por todas.El “método de la complejidad” no es susceptible de ser formulado, como el cartesiano, de una manera simple y escueta; se diría que a dicho método sólo cabe aproximarse asintóticamente mediante tanteos. Sólo cabe aproximarse a él recursivamente, de una manera que recuerda el funcionamiento iterativo de muchos programas de ordenador. Hay que subrayar que el enfoque y método de la complejidad hace referencia explícita a su propia provisionalidad. Si toda teorización sobre lo real es un constructo que modeliza y formaliza algunos rasgos fenoménicos de una realidad incognoscible que, como en-sí, se hurta a todas las teorías, esto mismo hay que aplicarlo al enfoque basado en nuestra percepción de la complejidad cósmica. Y de hecho, así lo admite Edgar Morin. Pero ¿cómo superar una concepción tan universal y comprensiva? Es esta una pregunta que da para mucho, pero aun así algo es posible decir en muy pocas palabras… Un universo complejo presupone una realidad múltiple, contradictorio-complementaria, danzante y fluyente, una Naturaleza heraclitiana.Pero ¿quién puede asegurar que sigue siendo así en profundidad? ¿Es múltiple y compleja la raíz más honda de lo Real? ¿Es múltiple y complejo lo Real-en-sí? ¿Se equivocaron Parménides y los Upanishad? Personalmente, pienso que no se equivocaron. Todo apunta a que Edgar Morin está hoy suministrando una descripción magistral de lo que la tradición hindú de la Vedanta Advaita denomina Maya, la Gran Ilusión Cósmica. Pero lo Real, Lo Simple, sigue oculto tras el velo. De esta forma, una de las corrientes sobresalientes del pensamiento contemporáneo ha conducido, en la línea de Bergson, Whitehead y el mismo Teilhard de Chardin, a la superación del racionalismo reduccionista de tradición cartesiana por un nuevo paradigma holístico, al que Edgar Morin ha contribuido desde el enfoque sistémico de la complejidad.

— El objetivo ahora es salvar a la humanidad. Para ello urge cambiar nuestros modos de pensar y vivir. La idea de metamorfosis, más rica que la de revolución, aporta la esperanza en un mundo mejor —

Cuando un sistema es incapaz de resolver sus problemas vitales por sí mismo, se degrada, se desintegra, a no ser que esté en condiciones de originar un metasistema capaz de hacerlo y, entonces, se metamorfosea. El sistema Tierra es incapaz de organizarse para tratar sus problemas vitales: el peligro nuclear, agravado por la diseminación y, tal vez, privatización del arma atómica; la degradación de la biosfera; una economía mundial carente de verdadera regulación; el retorno de las hambrunas; los conflictos étnico-político-religiosos que tienden a degenerar en guerras de civilización… La ampliación y aceleración de todos esos procesos pueden considerarse el desencadenante de un formidable feed-back negativo, capaz de desintegrar irremediablemente un sistema.

Lo probable es la desintegración. Lo improbable, aunque posible, la metamorfosis. ¿Qué es una metamorfosis? El reino animal aporta ejemplos. La oruga que se encierra en una crisálida comienza así un proceso de autodestrucción y autorreconstrucción al mismo tiempo, adopta la organización y la forma de la mariposa, distinta a la de la oruga, pero sigue siendo ella misma. El nacimiento de la vida puede concebirse como la metamorfosis de una organización físico-química que, alcanzado un punto de saturación, crea una metaorganización viviente, la cual, aun con los mismos constituyentes físico-químicos, produce cualidades nuevas.

La formación de las sociedades históricas, en Oriente Medio, India, China, México o Perú, constituye una metamorfosis a partir de un conglomerado de sociedades arcaicas de cazadores-recolectores que produjo las ciudades, el Estado, las clases sociales, la especialización del trabajo, las religiones, la arquitectura, las artes, la literatura, la filosofía… Y también cosas mucho peores, como la guerra y la esclavitud.

A partir del siglo XXI, se plantea el problema de la metamorfosis de las sociedades históricas en una sociedad-mundo de un tipo nuevo, que englobaría a los Estados-nación sin suprimirlos. Pues la continuación de la historia, es decir, de las guerras, por unos Estados con armas de destrucción masiva conduce a la cuasi-destrucción de la humanidad.

La idea de metamorfosis, más rica que la de revolución, contiene la radicalidad transformadora de ésta, pero vinculada a la conservación (de la vida o de la herencia de las culturas). ¿Cómo cambiar de vía para ir hacia la metamorfosis? Aunque parece posible corregir ciertos males, es imposible frenar la oleada técnico-científico-económico-civilizatoria que conduce al planeta al desastre. Y sin embargo, la historia humana ha cambiado de vía a menudo. Todo comienza siempre con una innovación, un nuevo mensaje rupturista, marginal, modesto, a menudo invisible para sus contemporáneos. Así comenzaron las grandes religiones: budismo, cristianismo, islam. El capitalismo se desarrolló parasitando a las sociedades feudales para alzar el vuelo y desintegrarlas.

La ciencia moderna se formó a partir de algunas mentes rupturistas dispersas, como Galileo, Bacon o Descartes; luego, creó sus redes y sus asociaciones; en el siglo XIX, se introdujo en las universidades y, en el XX, en las economías de los Estados, para convertirse en uno de los cuatro poderosos motores del bajel espacial llamado Tierra. El socialismo nació en algunas mentes autodidactas y marginalizadas del siglo XIX, para convertirse en una formidable fuerza histórica en el XX. Hoy, hay que volver a pensarlo todo. Hay que comenzar de nuevo.

De hecho, todo ha recomenzado, pero sin que nos hayamos dado cuenta. Estamos en los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o de la reforma de vida.

Estas iniciativas no se conocen unas a otras; ninguna Administración las enumera, ningún partido se da por enterado. Pero son el vivero del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de compararlas, de catalogarlas y de conjugarlas en una pluralidad de caminos reformadores. Son estas vías múltiples las que, al desarrollarse conjuntamente, se conjugarán para formar la vía nueva que podría conducirnos hacia la todavía invisible e inconcebible metamorfosis. Para elaborar las vías que confluirán en la Vía, tenemos que deshacernos de las alternativas reductoras a las que nos obliga el mundo de conocimiento y pensamiento hegemónico. Así es necesario, al mismo tiempo, mundializar y desmundializar, crecer y decrecer, desplegar y replegar.

La orientación mundialización-desmundialización significa que, si bien hay que multiplicar los procesos de comunicación y «planetarización» culturales, si bien necesitamos que se constituya una conciencia de «Tierra-patria», también hay que promover, de manera desmundializadora, la alimentación de proximidad, los artesanos de proximidad, los comercios de proximidad, las huertas periurbanas, las comunidades locales y regionales.

La orientación crecimiento-decrecimiento significa que hay que potenciar los servicios, las energías verdes, los transportes públicos, la economía plural -y por tanto la economía social y solidaria-, las disposiciones para la humanización de las megalópolis, las agriculturas y ganaderías biológicas, y reducir los excesos consumistas, la comida industrializada, la producción de objetos desechables y no reparables, el tráfico de automóviles y de camiones en beneficio del ferrocarril.

La orientación despliegue-repliegue significa que el objetivo ya no es fundamentalmente el desarrollo de los bienes materiales, la eficacia, la rentabilidad y lo calculable, sino el retorno de cada uno a sus necesidades interiores, el gran regreso a la vida interior y a la primacía de la comprensión del prójimo, el amor y la amistad.

Ya no basta con denunciar, hace falta enunciar. No basta con recordar la urgencia, hay que comenzar a definir las vías que conducen a la Vía. ¿Hay razones para la esperanza? Podemos formular cinco:

1. El surgimiento de lo improbable. La victoriosa resistencia, en dos ocasiones, de la pequeña Atenas frente al poderío persa era altamente improbable, pero permitió el nacimiento de la democracia y la filosofía. También fue inesperado el frenazo de la ofensiva alemana ante Moscú, en el otoño de 1941, e improbable la contraofensiva victoriosa de Zhúkov, iniciada el 5 de diciembre, que vendría seguida, el 8, por el ataque de Pearl Harbour y la entrada de Estados Unidos en la guerra.

2. Las virtudes generadoras-creadoras inherentes a la humanidad. Al igual que en todo organismo humano adulto existen células madre dotadas de aptitudes polivalentes (totipotentes) propias de las células embrionarias, pero desactivadas, en todo ser humano, y en toda sociedad humana, existen virtudes regeneradoras, generadoras y creadoras durmientes o inhibidas.

3. Las virtudes de la crisis. Al tiempo que las fuerzas regresivas o desintegradoras, las generadoras y creadoras despiertan en la crisis planetaria de la humanidad.

4. Las virtudes del peligro. «Allá donde crece el peligro, crece también lo que nos salva». La dicha suprema es inseparable del riesgo supremo.

5. La aspiración multimilenaria de la humanidad hacia la armonía (paraíso, luego utopías, después ideologías libertaria/socialista/comunista, más tarde aspiraciones y revueltas juveniles de los años sesenta). Esta aspiración renace en el hervidero de iniciativas múltiples y dispersas que podrán alimentar las vías reformadoras destinadas a confluir en la vía nueva.

Las viejas generaciones están desengañadas de tantas falsas esperanzas. A las jóvenes les entristece que no haya una causa común como la de nuestra resistencia durante la II Guerra Mundial. Pero nuestra causa llevaba en sí misma su contrario. Como decía Vassili Grossman de Estalingrado, la mayor victoria de la humanidad fue también su mayor derrota, puesto que el totalismo estalinista salió victorioso de ella. Hoy, la causa es inequívoca, sublime: se trata de salvar a la humanidad.

La verdadera esperanza sabe que no es certeza. Es una esperanza no en el mejor de los mundos, sino en un mundo mejor. «El origen está delante de nosotros», decía Heidegger. La metamorfosis sería, efectivamente, un nuevo origen.

Si me atrevo a escribirlo es porque sé que no estoy solo: gran parte de mi vida he funcionado dándole demasiada importancia a lo que los demás esperan de mí. No puedo recordar cuándo fue la primera vez que sucedió, pero en algún momento hice algo con el fin de satisfacer las necesidades de alguien más.

Imagino que el resultado entonces fue un guiño de aprobación. Una palmada en la espalda. Un abrazo. Al cumplir con la expectativa que una tercera persona tenía de mí, encontré una extraña certidumbre a la que jugué a llamar calma.

Sin darme cuenta me volví adicto a ella.

A partir de ese día me acostumbré a jugar ese extraño juego. Ponía especial atención a lo que los demás esperaban de mí y me esforzaba en hacer lo suficiente para cumplir siempre sus expectativas. Hacerlo me daba seguridad; no hacerlo generaba en mí una angustia innombrable que me dominaba, que me definía.

Lo hice en la casa, en la escuela, con familiares y amigos y posteriormente en el trabajo. Mi habilidad consistía en detectar siempre a tiempo lo que mis jefes y superiores esperaban de mí. Era como el superpoder de un mutante que hábilmente se abría espacio en esos entornos competitivos y cruentos conocidos como oficinas, a base de complacer a los demás. De cumplir expectativas. Luego, al tener gente a mi cargo, desarrollé aún más esa habilidad para deducir también qué era lo que ellos esperaban de mí.

Me dediqué entonces no solo a cumplir con la expectativa de aquellos que me guiaban, sino que también de aquellos a quienes me tocaba guiar. Para entonces me movía yo con éxito en una empresa editorial en la que me sentía aceptado, apreciado y admirado. Necesitado. Y todo gracias a esa extraña habilidad desarrollada en algún momento que ya ni siquiera recuerdo.

Hasta que sucedió.

Un día me enteré de que tendríamos una reunión con los dueños de la empresa. El rumor corría ya por los pasillos de la compañía: esta sería vendida a un nuevo inversionista.

Todo pasó muy rápido y un par de días después nos presentaron al nuevo dueño de la empresa. El equipo directivo cambió de la noche a la mañana y también lo hizo la esencia de la compañía. Gente que llevaba años en un mismo puesto fue liquidada en cuestión de semanas. Llegaron nuevos rostros, nuevas creencias y también diferentes maneras de hacer las cosas.

Cambiaron las expectativas.

Sin perder tiempo, comencé a tratar de leer lo que se esperaba de mí, a buscar adaptarme a una nueva filosofía, a los nuevos tiempos, a los nuevos retos. Pero quizás por el cansancio acumulado o por los años que llevaba ya trabajando, mi impresionante habilidad se había erosionado sin que yo me hubiera dado cuenta.

Por primera vez en mucho tiempo no supe cumplir con la expectativa de mis jefes.

El efecto fue devastador. Las inseguridades que creía yo domadas dentro de mi cabeza se apoderaron de mí. Me torturaron. Me quebraron. Hacía esfuerzos de día y de noche por volver al sendero, por hacer algo que cumpliera con lo que la nueva era en la empresa demandaba de mí. Al no lograrlo me sentía lastimado, enfadado, injuriado. Después de casi 20 años de trabajo llegaba a un momento y lugar en el que me daba cuenta de que yo no era suficiente.

Reconocerlo dolía. Demasiado. Como pude, seguí trabajando, pretendiendo cumplir, pero sabiendo que el esfuerzo no bastaría.

Un buen día amanecí quebrado. Del corazón. De la razón. De la autoestima.

Mi esfuerzo por complacer a los demás me había llevado a un callejón en el que me encontré de frente con mi cruel realidad: en mi obsesión por estar bien con los demás dejé de cuidar la relación más importante de todas. Movido por el absurdo deseo de cumplir con la expectativa de los otros, me olvidé de mí mismo.

Mi lucha diaria había sido por cumplir a cabalidad con lo que otros esperaban de mí, pero rara vez me di tiempo para pensar siquiera qué era lo que yo mismo deseaba.

Me había dejado arrastrar por esa marea de expectativas, de carencias, de falsas necesidades. Un buen día amanecí sin trabajo, en medio de un mar de confusión, a miles de kilómetros de la idea que alguna vez tuve de mí, pero con la bendición de poder mirar al frente y reconocer de nuevo en el horizonte ese punto luminoso, ese ideal que alguna vez de niño y aún de joven, juré alcanzar.

Resplandecía en el mismo sitio, esperándome. Era la imagen que tenía de mí mismo. Mi propia expectativa. La más importante de todas. La única. La que debería de definir siempre el rumbo, las batallas, el esfuerzo, el día a día.

Si me atrevo a escribirlo es porque sé que no estoy solo. Porque en este inicio de año es momento de creer que nuestras ideas, nuestros ideales y nuestros sueños son más importantes que los de todos los demás. Porque hoy hace un buen día para recordarlos, para reconocerlos, para abrazarlos.

Para perseguirlos de nuevo.

Bibliografía

Revista Anthropos Nº 35–1984.
CIENCIA CON CONSCIENCIA EdgarMorin .&~W
«Humanismo y Conectividad» de Andrés Schuschny: http://humanismoyconectividad.wordpress.com/category/ciencia/page/5/

René Descartes, Discurso del Método, Diálogo, Valencia
Edgar Morin, El Método, vols. 1 a 6, Cátedra, Madrid.

Fuentes: Tendencia 21, recomendado por Nicolas Novoa, escrito por José Luis San Miguel de Pablos es profesor en la Universidad Comillas y miembro de la Cátedra.

Elogio de la metamorfosis
por Edgar Morin.

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