El Problema con las Redes Sociales

Y nuestra insaciable búsqueda por distracciones

Ronaldo Williams
El Circulo
8 min readAug 9, 2021

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Photo by Kelly Sikkema on Unsplash

La profecía cumplida

Conocemos bien las advertencias que Orwell presenta en 1984. Nos hemos memorizado que el destino que la humanidad debe evitar es aquel en que un agente externo se impone sobre nosotros por la fuerza, nos vigila, controla lo que pensamos, y manipula toda la información disponible. Es cierto, en la actualidad, es imposible ignorar ciertas similitudes (aunque menos dramáticas) con el mundo de Orwell, pero, quizás nos hemos olvidado de aquella otra advertencia escrita 17 años anteriores a esa. Una un tanto menos leída y — a juicio personal—un tanto más acertada: Un Mundo Feliz de Aldous Huxley.

Contrario a Orwell, Huxley no planteaba que la gente sería controlada mediante tiranía o autoritarismo, sino de una forma más sutil: por medio del placer. La sociedad que Huxley temía era una que llegase a amar las mismas cosas que la reprimían. En su distopía, todo el mundo es “feliz” y están dispuestos a renunciar a valores humanos fundamentales en pos del avance tecnológico. Los individuos aborrecen la vejez, sexualizan a los infantes, viven sin naturaleza, extinguieron la familia, la monogamia es impensable, y — quizás lo más profético de todo — eluden la realidad con soma (una droga) que llevan consigo a todos lados y sirve para adormecer la tristeza, la ira, el dolor y la soledad. Son seres insaciables de entretenimiento y distracciones, mismos que son utilizados para controlarlos.

La era de la (des)información

Hoy día, es claro que el contenido audiovisual y resumido es el que reina en todos los sitios. Estamos acostumbrados a consumir noticias a través de tuits, videos cortos, imágenes y, con suerte, uno que otro artículo (siempre y cuando no sea extenso). Hemos adoptado la cultura de consumir información masivamente y digerirla mediante imágenes y títulos llamativos, casi no por la palabra escrita argumentada. El problema de esto subyace en lo que afirmaba Neil Postman en Amusing Ourselves to Death: “la forma en cómo las ideas son expresadas afecta en lo que esas ideas se convertirán”.

El lenguaje es el medio entre la realidad y el entendimiento humano. Por esto mismo, la forma en cómo obtenemos la información de lo que nos rodea importa. Para divulgar algo en palabra escrita extensamente, el autor debe sentarse a reflexionar, corregir, investigar y se toma el tiempo para decir algo de la forma que crea más conveniente. De igual forma, en un escrito es más fácil que el lector refute y verifique lo que el autor está diciendo. Por otro lado, en la palabra hablada — o en las imágenes — no sucede eso, pues son medios rápidos, fácilmente pueden omitir información, y resultan mucho más convenientes para el engaño.

Esto no es una afirmación de que no exista contenido valioso en formato audiovisual. El problema es que en redes sociales (uno de los medios donde la gente más se informa), la más de las veces uno no se encuentra con documentales o videos que indaguen en determinado tema político o social. Más bien, lo que obtenemos es contenido diseñado para llamar la atención, que sea fácil de asimilar e — idealmente — sea provocativo. Por eso encontrar noticias falsas es algo tan cotidiano que afecta incluso al que cree nunca haber caído en ellas.

El 10 de Marzo de este año, un tuit de un noticiero mexicano mencionaba que, supuestamente, se pedía cancelar la película Grease por “promover la masculinidad tóxica y abuso sexual”. El tema estaba siendo bastante discutido, por lo que entré a la nota periodística que adjuntaban.

El noticiero se basaba en solo un par de tuits de dos cuentas del Reino Unido escritos con tres meses de anterioridad a su nota. Esto, evidentemente, la hacía una declaración completamente falsa. Se tomaron la libertad de escribir algo pésimo con un título muy llamativo y les funcionó perfectamente. ¿Por qué? ¿Será que son conscientes de que no se analizará la información y, simplemente, se iniciará una discusión por un tema polémico que terminará por beneficiarlos?

Las noticias falsas son un problema del que ya mucho se ha hablado y, de momento, no hay forma de evitar su propagación. Como quiera, parte de la responsabilidad es nuestra. Nos hemos acostumbrado demasiado a que otros mastiquen la información y nos alimenten con ella. Es lo que pedimos. Nos da pereza indagar en los libros, en los textos extensos y en cualquier cosa que no sea inmediata, fácil y entretenida.

Esto también se refleja en los debates presentes en redes sociales, que son reducidos a meras peleas de bandos donde el mejor argumento es tachar al otro con la etiqueta despectiva que esté en tendencia. Asimismo, los discursos de nuestros políticos se asemejan cada vez más a espectáculos dignos de un showman. Sobre esto, el sociólogo Neil Postman señala:

Cuando una población se ve distraída por trivialidades, cuando la vida cultural es redefinida como formas de entretenimiento perpetuo, cuando las conversaciones serias pasan a ser infantilizadas, […] esa misma población se encuentra en riesgo; la muerte cultural es una posibilidad clara.

Una vida brillante

Como a gran parte de la generación Z, me tocó vivir una adolescencia iluminada por el brillo de pantallas portátiles. Crecí con el mundo en la palma de mi mano y, de vez en cuando, lo guardaba en mi bolsillo para experimentar un mucho menos estimulante mundo material. Al inicio de los smartphones, era frecuente escuchar que algunos adultos se quejaran de que aquellos aparatos “pudrían el cerebro”. Por supuesto, no se decía más. El comentario no pasaba de ser una crítica risible que no invitaba a nada. Los años pasaron y, actualmente, nadie se queja de tener uno consigo todo el tiempo.

Tan solo del 2011 al 2018, el tiempo que el adulto promedio pasaba en su teléfono móvil aumentó 4.5 veces, pasando de 0.8 a 3.6 horas diarias. De igual forma, en 2015, se estimó que el 68% de adolescentes utilizaban redes sociales y 78% de ellos poseía un smartphone. Uno puede decir “¿Qué tiene de malo? Las tecnologías siempre irán avanzando y formando parte de la vida diaria”. Estoy de acuerdo. Negarse a ello es ser un necio. Sin embargo, los problemas llegan cuando no se concientiza ni regulan los usos de esas mismas tecnologías.

Según estudios, la frecuente exposición a redes sociales lleva a la constante búsqueda de retroalimentación y comparación social en adolescentes, lo cual está asociado con mayores niveles de síntomas depresivos, afectando con mayor intensidad a mujeres que a hombres.

De igual forma, investigadores encontraron que el uso de smartphones en situaciones casuales de interacción social (i.e. estar en una sala de espera o un salón de clase) reduce directamente las sonrisas que los desconocidos dan entre sí. Sonreír es reconocido empíricamente por ser una forma de invitación y apertura al tratar con otros, más si son extraños. Por eso mismo, el uso de ellos en estos contextos deriva en un comportamiento social, fuera de lo digital, cada vez más socavado.

Dudo que a alguien sorprenda lo que los estudios muestran, son cosas que la mayoría intuía. Sin embargo, también es una de esas cosas que pensamos que “a mí no me pasan”. Sabemos que estar constantemente al pendiente de lo que otros hacen no es sano porque la comparación social es inevitable, pero de alguna manera a nosotros no nos afecta. Sabemos que el estar todo el tiempo con la cabeza abajo nos priva de nuestro entorno y de la posibilidad de interactuar con otros, pero no es más interesante que deslizar un pulgar entre millones de anuncios.

Hiperconectados e insensibilizados

En su libro Irresistible, el psicólogo Adam Alter señala que la frecuente exposición de niños a interacciones digitales puede llegar a afectar permanentemente la forma en que interactúan con otros en el mundo físico. Esto, debido a que la empatía es una cualidad indispensable a la hora de tratar con gente, y la única forma en que la desarrollamos es viendo la reacción que tuvo alguien a nuestras acciones. Es más fácil insultar cuando no ves el daño que ello causa.

Los adultos, en teoría, ya han aprendido eso. Sin embargo, encontrarse comentarios de odio dirigidos a cierto grupo o persona, es el pan de cada día en redes sociales, al igual que encontrar noticias devastadoras que a los cuatro días terminan completamente olvidadas y sustituidas por otras. Nuestra empatía solo dura lo que la tragedia como Trending Topic. Los espacios que han sido creados supuestamente para conectar con el mundo, en realidad, han terminado por alienarnos de él y mostrarlo como un simple escenario de espectáculos, donde esperamos el siguiente acto para aplaudir, comentar y obtener un poco de esa atención.

Ya lo mencionaba Albert Camus en La Peste:

Un hombre muerto solamente tiene peso cuando uno lo ve muerto; cien millones de cadáveres esparcidos a través de la historia, son solo humo en la imaginación.

Bienvenido a un mundo feliz

Adam Alter, en su libro ya citado, menciona que el uso incontrolado de smartphones es catalogado como una más de las “adicciones conductuales”, y afirma que cualquier experiencia puede llegar a ser adictiva si esta es vista como una forma de calmar una angustia psicológica.

Por esto mismo, vale la pena cuestionarse con franqueza si el tomar el teléfono ante cualquier situación poco agradable (i.e. sentarse con extraños, sentirse triste o ansioso, etc.) es un mero reflejo y actitud aprendida o realmente una decisión consciente.

Los habitantes de Un Mundo Feliz, no encontraban formas de lidiar con esos sentimientos, eran dependientes. Sabían que el soma siempre estaba ahí y les proporcionaría un viaje de su realidad. Para ellos eso era tan necesario como el agua o la comida.

No trato de incitar al lector a que cierre sus cuentas de redes sociales y sustituya su smartphone por un Nokia 3310. Pero sí que es necesario un replanteamiento del uso que le damos a estas tecnologías. ¿Realmente es necesario checar diariamente un feed infinito mientras comes con tu familia? ¿De verdad tienes que tomar foto de la puesta de sol para mostrarla a tus amigos, que pasarán de ella en 2 segundos? ¿Es necesario consumir noticias a todas horas, sin siquiera verificar las fuentes en que se basan? ¿Es más importante documentar la cena que estás teniendo a simplemente disfrutarla?

La evidencia apunta a que la exposición prolongada trae consecuencias perniciosas en nuestra interacción con el mundo físico y en nuestro trato con personas de carne y hueso, especialmente en etapas vulnerables como la niñez y la adolescencia. Limitar el tiempo de su uso debe ser algo mejor visto entre todos nosotros.

De la misma forma que, por el bien de su salud física, uno no se alimenta con cheetos todo el tiempo, uno no debería, por el bien de su salud mental, exponerse diariamente en cantidades ridículas de tiempo a plataformas de comparación social, Fake News, indiferencia colectiva, y teorías conspirativas.

El comediante Bo Burnham tiene un verso en su canción Welcome to the Internet donde resume muy bien la filosofía que hemos adoptado: Apathy’s a tragedy and boredom is a crime. No sabemos estar sin los estímulos de los likes, las notificaciones, los comentarios provocativos, los videos antivacunas, las peleas entre ideologías, etc. Estar sentado solo, sin nada más que con los propios pensamientos, es cada vez más raro. No estamos siendo conscientes del tiempo en que buscamos entumir nuestra mente mediante gestos con el pulgar.

A veces uno solo necesita sentarse a leer algo que le interese, desarrollar un hobbie que disfrute, charlar con alguien frente a frente o ponerse a reflexionar en si la forma en que está llevando su vida le es realmente significativa y satisfactoria. Si bien es cierto que nuestros dispositivos nos facilitan la existencia, más aún en medio de esta pandemia, llevar un control de su exposición y de lo que consumimos en ellos es necesario. Buscar distracciones todo el tiempo terminará por extinguir el hábito del pensamiento. Eso que Huxley ya nos advertía.

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