Ensayo Sobre la Ceguera- José Saramago
Saramago se ha convertido en lo que todo humano, mortal y lector, desea en el fondo de su corazón: ser un referente de intelectualidad, y es que el nombre en si mismo resulta estético, tallado entre consonantes y vocales para recrear epopeyas griegas, o mejor, lusos, de un apellido sacro, romántico y solemne.
Rondando los 16 o 18 años, la memoria me imposibilita saberlo, me encontré en las paginas de “El año de la muerte de Ricardo Reis” relato autobiográfico que me supuso una complejidad insondable pero, que me cautivo por su particular estilo literario, la forma en cómo se desenvolvían las palabras en una prosa armoniosa, en un entramado fino, detallado pero fluido me hizo reafirmar la belleza del autor paradigmático y místico que los anales de la historia ya tallo con la solemnidad de la inmortalidad.
Sabiendo a lo que me enfrentaba, quería leer una de sus obras más reconocidas “El Ensayo Sobre La Ceguera”, lo adquirí pensando que sería un gran desafío como lo fue aquella puberta experiencia con el autor. Sin embargo, no se si por la “madurez” que otorga la lectura acumulativa, o porque José — para humanizarlo- decidió apiadarse de mí y abrirme la puerta a su obra, lo cierto es que el libro es digerible y entretenido, hasta cierto punto.
La idea distópica de una pandemia que genera la ceguera blanca y lechosa a todas las personas está construida a partir de un personaje principal: la mujer del médico. Por cierto, me resulta paradójico que el libro de la ceguera gire en torno a una mujer que ve, como si la ceguera sin un atisbo, sin una mirada por mínima que sea, no valga la pena o no posea en sí mismo entretenimiento.
Los ojos de la mujer del medico se convierten en los ojos del lector y es realmente a través de ella que logramos ver lo oculto a la vista, la naturaleza del ser humano, el abandono forzado a la dignidad humano, lo sublime de las emociones que afloran cuando los ojos se vuelven en distractores para subyugar eso interno y oculto que somos, por bueno o malo que eso sea.
Lo encantador del libro es que, a mi parecer, no tiene pretensiones suntuosas de reflexión sobre la naturaleza humana, o grandes verborreas sobre lo que el autor considera éticamente correcto o no, al contrario, el estupor, el descenso a la realidad cruda y asquienta, revela solo un escenario factible ante la premisa de la ceguera.
Las consecuencias que se derivan de ella son la esencia de la naturaleza: jerarquías de poder, deseo sexual, asociativismo, supervivencia, dolor y alegría en carruseles y, una constante y perpetua búsqueda de sentido a la vida.
Las impactantes escenas de la orgia en la celda del grupo y la revelación de las imágenes vendadas en la iglesia no son mas que muestras del apremiante misticismo contradictorio que tiene el ser humano con sus necesidades y con sus propósitos. Lo real con lo intangible y lo humano con lo divino.
El desespero de la mujer del médico al ver lo que los demás no ven, hacen que su labor y su resistencia se vuelvan nobles y sublimes, soportar la miseria como muchos lo hacen, es el acto protagónico por excelencia. Su reflexión al hecho de que siempre estuvimos ciegos incluso con vista me sitúa al contexto actual ¿Cómo asumiríamos una pandemia actualmente que nos quite la vista? ¿Qué reacción desencadenaría en nosotros que solo somos entes motorizados que se guían por la vista, las marcas, el contenido de redes sociales? ¿Qué sería de nuestro relacionamiento como individuos sin la ola masiva de contenido y universos digitales? Tal vez estemos ciegos ya, con la vista intacta.
Tal vez el caer en una ceguera contagiosa, masiva y permanente nos volvería a despertar del largo letargo en el que encontramos hoy en día.
“entonces la mujer del medico comprendió que no tenia ningún sentido, si es que lo había tenido alguna vez, seguir fingiendo que esta ciega, está visto que aquí nadie puede salvarse, la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza”