FEDERICO GARCÍA LORCA

Joan da Nova
El Circulo
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19 min readSep 7, 2020
http://barbarousnights.blogspot.com.es/2010/10/lorcas-drawings.html

Personalidad

Infatigable poeta, autor dramático, director escénico, conferenciante… Su labor le granjeó la máxima admiración y numerosos homenajes, pero también mezquinas envidias. Y su acercamiento cada vez mayor al pueblo le atrajo odios, que condujeron a su asesinato a comienzos de la guerra civil, en agosto de 1936.

La personalidad de Lorca ofrece un doble rostro: de un lado, su vitalidad arrolladora, desbordante de simpatía; de otro –más hondo–, un íntimo malestar, un dolor de vivir, un sentimiento de frustración, como anuncio de su trágico destino.

Poética

Ese malestar, esa frustración, laten en toda su obra, junto a manifestaciones de creación bulliciosa, llena de gracia, hasta juguetona. El tema del destino trágico, la imposibilidad de la realización, será el elemento que dará unidad profunda a su producción poética (y también teatral).

Su actitud ante la creación poética es rigurosísima. El mismo Lorca declara:

“Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios –o del demonio–, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema. La inspiración da la imagen, pero no el vestido. Y para vestirla hay que observar la cualidad y sonoridad de la palabra”.

Es decir, el poeta combina inspiración y trabajo consciente. Así surge una de las poesías más asombrosas de nuestra literatura: una poesía en que la pasión y la perfección, el humanismo y lo estéticamente puro conviven como pocas veces.

A ello contribuye, en buena parte, sus profundas raíces en lo popular. Lo popular y lo culto, con la utilización de metáforas sorprendentes, van también hermanados en su obra: vida y canciones del pueblo vivifican su sabia y exigente creación.

Comprobémoslo siguiendo su trayectoria poética.

Primeros libros

Sus primicias poéticas quedan recogidas en el Libro de poemas, compuesto entre sus 19 y sus 22 años, y publicado en 1921. Su estilo se está haciendo aún: hay influjos de Bécquer, del Modernismo, de Machado, de Juan Ramón. El contenido es muy variado, pero –junto a tonos gozosos– ya domina aquel hondo malestar: es frecuente que evoque con nostalgia su infancia –“paraíso perdido”– y que, frente a su “alma antigua de niño” hable de su “corazón nuevo”, dolorido, “roído por culebras”. Una tremenda crisis juvenil parece atravesar el poeta.

Iba yo montado sobre
un macho cabrío.
El abuelo me habló
y me dijo:
Ese es tu camino.
“¡Es ése!”, gritó mi sombra,
disfrazada de mendigo.
“¡Es aquel de oro!”, dijeron
mis vestidos.
Un gran cisne me guiñó,
diciendo: “¡Vente conmigo!”
Y una serpiente mordía
mi sayal de peregrino.

Mirando al cielo, pensaba:
“Yo no tengo camino.
Las rosas del fin serán
como las del principio.
En la niebla se convierte
la carne y el rocío.
Mi caballo fantástico me lleva
por un campo rojizo.”
“¡Déjame! », clamó, llorando,
mi corazón pensativo,
Yo lo abandoné en la tierra,
lleno de tristeza. Vino
la noche llena de arrugas
y de sombras. Alumbran el camino,
los ojos luminosos y azulados
de mi macho cabrío.

Como se ve en este poema titulado SUEÑO, frente a sus “antiguas inocencias”, nos revela su angustia, en expresiones que sugieren muerte, dolor, amargura; una amargura que es fruto de profundas contradicciones vitales. La métrica combina hábilmente versos de 14 sílabas con versos cortos de la canción tradicional (presencia del estribillo), y nos descubre así características raíces del arte de Lorca.

Entre 1921 y 1931, compone paralelamente tres libros: Canciones (publicado en 1927), Poema del Cante Jondo (que no aparecerá hasta 1931) y Suites (1921).

El primero (Canciones) es muy heterogéneo: hay en él “poesía pura”, vanguardismo, brillantez y hasta puro juego (las imágenes son originalísimas); pero persiste su nostalgia de la niñez, de la pureza (de ahí, sus canciones para niños) y se advierte su sensibilidad para los temas trágicos, como en la CANCIÓN DEL JINETE ,en que aparece uno de esos “hombres malditos”, destinados a morir, como serán tantos personajes del Romancero gitano:

En la luna negra
de los bandoleros,
cantan las espuelas.

Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?

…Las duras espuelas
del bandido inmóvil
que perdió las riendas.

Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!

En la luna negra
sangraba el costado
de Sierra Morena.

Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?

La noche espolea
sus negros ijares
clavándose estrellas.

Caballito frió.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!

En la luna negra,
¡un grito! y el cuerno
largo de la hoguera.

Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?

El tema de este poema es el del destino trágico, encarnado en personajes marginales. Es un sombrío cuadro de muerte, en medio de una naturaleza que parece hacerse eco de la tragedia. Y la métrica, por los versos cortos utilizados y la presencia del estribillo, sigue revelando la fuente popular de la poesía lorquiana.

Poema del Cante Jondo posee, en cambio, una compacta unidad: es el libro de “la Andalucía del llanto” un libro lleno de ayes, de dolor, de muerte. Su significación profunda podría ser ésta: Lorca expresa su propio dolor de vivir a través del dolor que rezuman los cantes “hondos” de su tierra. Por otra parte, su lengua poética alcanza aquí su primera plasmación eminente: esa personalísima identificación con lo popular (tono popular, andalucismo, musicalidad, intensidad lírica…) y esa elaborada estilización culta.

Todo esto puede verse, por ejemplo, en el poema TIERRA SECA, que es un compendio de esa “Andalucía del llanto”: la sequedad, el olivar, la sierra… Algunas de las realidades evocadas parecen tener profundas resonancias simbólicas: “las noches inmensas”, las “hondas cisternas”…

Tierra seca,
tierra quieta
de noches
inmensas.

(Viento en el olivar,
viento en la sierra.)

Tierra
vieja
del candil
y la pena.
Tierra
de las hondas cisternas.
Tierra
de la muerte sin ojos
y las flechas.

(Viento por los caminos.
Brisa en las alamedas.)

Las “flechas” que se mencionan en el verso 15 pueden recordarnos la “flecha sin blanco” del poema LA GUITARRA, que es símbolo de frustración; o tal vez sea una imagen del dolor. La “pena” y la “muerte sin ojos” están ahí para orientar la comprensión en un sentido trágico. Lo demás responde a ese puro arte de sugerir que es propio de la lengua poética de Lorca, ya en su madurez:

Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh, guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.

El libro Suites ha permanecido inédito en buena parte hasta hace poco y es un hondo testimonio de sus inquietudes humanas y estéticas.

El Romancero gitano

Escrito entre 1924 y 1927, se publica en 1928 y alcanza un resonante éxito que acabará por abrumar al poeta. De este gran libro, diría Lorca:

“Mi gitanismo es un tema literario y un libro. Nada más.”

¿Nada más? Hay que pensar que la elección de un “tema” responde siempre a motivaciones profundas. El mismo Lorca confesaba.

“Me siento inclinado a la comprensión simpática de los perseguidos: del gitano, del negro, del judío…”.

Aquí está la clave. Estamos lejos de un juego poético: el poeta canta fraternalmente a esa raza marginada y perseguida. Más aún: ese “constructor de mitos” que fue Lorca (tanto en poesía como en teatro) eleva el mundo de los gitanos a la altura de un mito moderno, parejo en fuerza a los grandes mitos clásicos.

El significado de ese mito es evidente: ilustra el tema del destino trágico que late en toda su obra. Las figuras que aparecen en el Romancero gitano son seres al margen de un mundo convencional y hostil, y –por eso– marcados por la frustración o abocados a la muerte: Antoñito el Camborio, el “Emplazado”, Juan Antonio el de Montilla, Soledad Montoya… En realidad, Lorca confiesa:

“En el libro hay un solo personaje real, que es la pena que se filtra”.

El ROMANCE SONÁMBULO es uno de los más leídos y estudiados de Lorca. Lo que sucede en este romance y en otros que figuran en el Romancero gitano no se puede explicar, se escapa a todo intento de relato. El mismo poeta se consideraba incapaz de explicar éste u otros poemas suyos:

“…nadie sabe lo que pasa, ni aún yo, porque el misterio poético es también misterio para el poeta que lo comunica, pero que muchas veces lo ignora”.

La comprensión emocional del romance es aparentemente sencilla, pero profundizando veremos que no es tan sencillo. El hilo narrativo del romance es simbólico: el mozo contrabandista, herido por la guardia civil, harto de su vida ilegal, está dispuesto a cambiarla (“caballo, montura, cuchillo”) por una vida “normal” (“casa, manta, espejo”), pero fracasa, ya que el compadre le informa de que la gitana se ha suicidado en el aljibe de la casa.

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

–Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
–Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
–Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
–Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
–Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
–¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

Otro poema muy conocido es el ROMANCE DE LA PENA NEGRA (pág. 12). Lorca lo consideraba “lo más representativo” del Romancero gitano. Es, desde luego, la pieza clave del libro y uno de sus poemas de sentido más claro. Soledad Montoya representa el anhelo vehemente de realización personal (busca –dice– “mi alegría y mi persona”). Con ella dialoga un personaje que representa la voz de la “moderación”, de los límites impuestos por la realidad o por las convenciones. Aquí, late, pues, la tragedia de unas ansias vitales condenadas a la insatisfacción. Así proyecta Lorca ahora, en sus poemas, sus propias obsesiones. La descripción inicial es espléndida, y en todo el romance se mezclan metáforas audaces con expresiones directas, como es característico en Lorca.

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Para comprender los poemas del Romancero gitano, hay que conocer algunas claves interpretativas, sin olvidar la fundamental importancia que tuvo el psicoanálisis (Freud y Jung) en los movimientos de vanguardia europeos de principios de siglo. Y a Jung recurrimos para explicar el sentido “verde”. Dice Jung:

“El verde es el color de la vida…, color asociado con Venus…, es el cuchillo que mata, pero también el falo como símbolo”.

El verde en Lorca aparece relacionado con elementos sexuales equívocos y en muchos casos representa una frustración erótica. Esto puede verse en poemas como PRECIOSA Y EL AIRE :

“¡Preciosa, corre, Preciosa / que te coge el viento verde!”

Lo verde se relaciona con muchos poemas con luna, mar, niños muertosque tienen que ver con la vida y el amor.

El viento es un evidente símbolo erótico en la mitología y así es también en Lorca, como se ve en los citados versos de PRECIOSA Y EL AIRE o en los siguientes del mismo poema:

“Al verla se ha levantado / el viento que nunca duerme”

“El viento-hombrón la persigue /con una espada caliente”

El mar tiene un claro significado de frustración o de muerte. El caballo, símbolo de pasión desde Calderón, representa el elemento móvil y obligatoriamente trágico de un país estático y simboliza los instintos y el jinete, la razón que los rige; en ese sentido antisocial de los instintos hay que entender también “gitano”, como hombre viviendo fuera de la sociedad, al margen de las leyes y convenciones sociales: su tragedia viene de que no puede prescindir de la sociedad (casi siempre hostil) que le rodea.

La noche es un elemento que aparece constantemente en los poemas de Lorca, y dentro de la noche, la madrugada es siempre amenazante. Pero la reina de la noche es la luna, que representa la vida y la muerte.

Como puede comprobarse en los poemas mencionados, por todo este libro estallan unas tremendas ansias de vivir que topan contra la imposibilidad de vivir. Fácil es imaginar hasta qué punto ha proyectado Lorca sobre esos personajes marginales sus propias obsesiones, su “sentimiento trágico de la vida”.

Con el Romancero gitano, en fin, Lorca alcanza un lenguaje inolvidable, inconfundible. Es el punto más alto de la repetida fusión de lo culto (y hasta de lo vanguardista) con lo popular. El viejo metro castellano (el romance) renueva su andadura tradicional. Y caben en él las metáforas más audaces, que, sin embargo, no disminuyen su fuerza apasionada y directa, humanista elemental.

Autorretrato de Federico García Lorca para Poeta en Nueva York

Poeta en Nueva York

Éste es el título con que se recogieron póstumamente (1940) los poemas neoyorkinos de Lorca. Hoy sabemos que pertenecían a dos libros distintos: el título Poeta en Nueva York y otro llamado Tierra y Luna.

La estancia en los Estados Unidos (1929–1930), precisamente en el momento dramático del crack de la bolsa neoyorkina, es un hito crucial en la vida de Lorca. Su contacto con Nueva York –expresión máxima de cierto tipo de civilización– es una sacudida violenta. En aquel mundo tentacular, que convierte al hombre en una pieza de un gran engranaje, el poeta se ahoga y se rebela. Con dos palabras define el ambiente: Geometría y angustia”.

El poder del dinero, la esclavitud del hombre por la máquina social, la deshumanización, en fin, son los temas del libro. Y una de sus partes está dedicada a los negros –otra raza marginada–, en quienes Lorca ve “lo más espiritual y delicado de aquel mundo”.

De lo dicho se deduce que, según afirma el poeta, “un acento social se incorpora a su obra”. En efecto, los poemas son desgarrados gritos de dolor y de violenta protesta. Ahora, la soledad, la frustración y la angustia no son solo las del poeta: su “corazón malherido” ha sintonizado con millones de corazones que sufren.

Formalmente, la comunicación espiritual y la protesta encuentran un cauce adecuado en la técnica surrealista. El versículo amplio y la imagen alucinante le sirven para expresar ese mundo ilógico, absurdo, para construir visiones apocalípticas y coléricas. Con Poeta en Nueva York, Lorca consigue renovar su lenguaje (sacándolo de la vía de lo popular andaluz, agotada por él mismo) y alcanza una nueva cima.

De entre los 25 poemas que integran el libro, hay varios que constituyen como su eje central: ante todo, LA AURORA , que, tal vez, el poema más claro y que sintetiza brevemente toda su visión de Nueva York.

GRITO HACIA ROMA es una de las grandes odas de Poeta en Nueva York, y acaso su poema de tono más intenso. Como puede verse, la audacia de las imágenes alucinantes no oculta el sentido del conjunto ni merma la claridad de la intención creadora, ya que hay también versos clarísimos y contundentes. Desde la torre del Chrysler Building, como dice el subtítulo, Lorca lanza ese inmenso grito contra la insolidaridad y a favor de la justicia. Tras su airada protesta, vemos la desbordante humanidad del poeta, su amor a los que sufren y hasta claras referencias a sus raíces cristianas.

Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

Un poema de denuncia de la vaciedad, frialdad y violencia que encuentra es el titulado NUEVA YORK:

Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

Últimos poemas

Tras Poeta en Nueva York, Lorca se dedicará preferentemente al teatro, en el que vierte su nuevo “acento social”. Sin embargo, escribe –entre otros– los poemas íntimos y doloridos del Diván de Tamarit, libro inspirado en ciertas formas de la poesía arábigo-andaluza.

http://pilarbayona.es/lorca.htm

Además, en 1935, compone otra de sus piezas maestras: el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Es una grandiosa elegía por aquel torero que fue gran amigo de los poetas del grupo del 27. En sus 4 partes, de ritos distintos, vuelven a combinarse lo popular y lo culto: el ritmo de romance o de “soleá” alterna con el verso largo, y la expresión directa con las más audaces imágenes surrealistas. El resultado, impresionante por su patetismo, es una de las más hermosas elegías de la literatura española.

Finalmente, entre 1935 y 1936, Lorca emprende un Libro de sonetos o Sonetos del amor oscuro que, en buena parte, han permanecido inéditos hasta hace poco. Los 11 sonetos de esa serie que hoy conocemos son, sin duda, otra de las cimas de su obra y sitúan al autor entre los grandes sonetistas de nuestra lengua. La gloria y el dolor de amar alcanzan en estos poemas expresiones hondísimas.

El soneto AY VOZ SECRETA DEL AMOR OSCURO refleja –como ninguno– ese hondísimo pesar. El dolorido sentir y la fuerza del amor se encierran en expresiones de potente originalidad (pero con raíces en una larga tradición: amor cortés, petrarquismo, etc.):

¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!

Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!

Junto a las exclamaciones, lamentos y súplicas, se alza la intensa y orgullosa proclamación del verso final, impresionante remate:

“¡que soy amor, que soy naturaleza!”

Significación

Dentro de su grupo poético, Lorca es el ejemplo más hondo de esa trayectoria que va del “yo” al “nosotros”. Y lo prodigioso es que su desbordamiento de humanidad y aquel “abrirse las venas por los demás” no supuso ni el menor descenso de exigencia estética. Su arraigo popular y su hondura trágica no dejan de conmovernos, ni su arte de admirarnos.

Su fama, como se sabe, es universal, y –aunque, en parte, se deba a razones extraliterarias– hay en su obra suficientes valores para justificar plenamente el puesto que ocupa.

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