Los Ídolos
El malestar en la cultura (Sigmund Freud, interpretación libre)
Desde hace bastante tiempo vivimos inmersos en la denigrante dinámica de los idolatrismos. Necesitamos rodearnos por todas partes de ídolos, falsos o no, reales o imaginarios, para justificar nuestra conducta. De esta forma nos encontramos con los típicos ídolos de barrio, los de la comunidad de vecinos, los del colegio y los del trabajo. También tenemos ídolos en el mercado, en el bar donde nos tomamos las copas, en la parroquia, en los periódicos y en los suplementos dominicales que tan ávidamente consumimos. En los canales de televisión, en las pantallas de cine, en las revistas del corazón, en los objetos que celosamente atesoramos, en las veleidades que necesitamos para presumir, para sentir(nos), para identificarnos. En las hábiles conspiraciones que originamos para disculparnos. En las mujeres que deseamos, que necesitamos, que inconscientemente amamos.
Hay ídolos de barro protegidos por una sencilla hornacina. Hay otros de lápiz que perduran a través de las inestables modas. Hay algunos ídolos que nos hacen ver ídolos por todas partes. Los hay que no saben lo que son y los que sin serlo se creen que son. Otros se vanaglorian de su efímera condición. Y es muy probable que nuestras vidas las encontrásemos vacías si no fuésemos capaces de volcar nuestras ilusiones en algún que otro ídolo y dejar que nuestra mente se dejase influenciar por ellos, porque nos han enseñado que lo que más nos gusta que sea verdadero eso es lo que necesitamos creer a ciegas porque esa es la verdad, aunque debería decir su verdad, o nuestra verdad. Y los ídolos sirven para estas cosas y también nos hacen comprender lo incomprensible y olvidar la continuidad.
Los actuales ídolos son los dioses de la multitud, pero la multitud es tan cambiante en sus gustos, que el que hoy sea, a lo mejor, un dios, mañana, quizá, será un don nadie.
El día en que las imágenes cedan su lugar a la realidad ese día ya no habrá nada que adorar porque no será necesario adorar nada.
