Los refugios.

Cristhian Beltran
El Circulo
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4 min readMay 5, 2023

Eduardo sintió el desespero, no era un desespero de ira, mas bien era uno que reflejaba la impotencia de arrancar de su ser la tristeza que carcomía su vida. El monstruo latente nunca le abandonaba, algunas veces dormitaba en su interior, pero otras veces se alzaba de forma grosera en sus entrañas.

Buscaba inútilmente hacer ejercicios de introspección, incluso había intentado nombrarlo, pero su negruzca figura y el pánico que le producía se lo impedía, todo nombre tenía identidad, forma, personalidad, pero el monstruo no la merecía. Cerraba los ojos para ir, saludarlo y decirle a la criatura que era hora de que buscase otro huésped; sin embargo, este se ufanaba de su noble intención, reía como quien sabe que las palabras no tienen consecuencia alguna y volvía a pernoctar cómodamente en su aura.

El desespero cesó y la tristeza se apoderó de él, esta vez mezclada con rabia. Siempre ha creído tener dominio absoluto de su ser y aquella rabia resulta ser un recuerdo de que ciertas emociones controlan a su antojo el alma humana, sea quien sea y tenga las ínfulas de grandeza que tenga, fueran justificadas o no.

Se resquebrajó, ahora que lo piensa, siempre fue un cobarde en busca de algún refugio que lo blindase de sus sensaciones y emociones negativas. Siempre pretendió un refugio físico, recorrió el mundo en busca del lugar idílico donde se sentiría en confianza, en plenitud.

Contempló el Obelisco, visitó viñedos y atisbo en el horizonte el monte Condagua en el extremo más sur del continente americano, pese a ello, volvió aun con más vacíos emocionales; recorrió las altas montañas de Machu Pichu, Humantay y aquella que se degrada en siete colores y regreso a su lugar de origen, con un dolor profundo por lo que venía venir, una hondonada más densa y profunda que la anterior, una visita cruda del señor monstruo.

Decidió subir a las tierras colonizadoras visitando el sueño de muchos de su región, aquella tierra prometida pero que también tenía la famosa ciudad del pecado, subió la paradójica estatua de la libertad y volvió estrellándose con la realidad una vez mas ante el hecho de que personas que estaban ya no estarían más.

Busco refugio en las playas antillanas donde los antiguos taínos alguna vez dominaron Centroamérica; compartió la experiencia de sentir la tranquilidad que desborda la pirámide de Chichen Itzá y la amigabilidad mexicana, pero no le era suficiente. Nunca le es suficiente.

Se fue a contemplar el viejo continente, tal vez la historia le cobijase algún alivio a aquel personaje que embellecido en distracciones adormecía sus emociones más profundas y destructivas. Ni el Coliseo Romano, la Torre Eiffel, los Jardines de Luxemburgo, el palacio de Versalles o el Real hispánico dieron consuelo a la temporalidad de su agasajo. No importaba el país, el lugar ni el orden en el que Eduardo los visitó, la señora criatura no se iría de allí.

Entonces y paralelo a ello, Eduardo, inquieto por naturaleza, buscó otro tipo de refugio, uno mental, uno que prolongara su mundo de fantasía y distracción del que no quería salir, al principio se interesó por los homicidios sin resolver, las pugnas y estratagemas que mantenían en una dialéctica fascinante los asesinos y los investigadores, el crimen sin resolver, la pista irresoluta, el misterio. Agatha Christie lo cobijo con su pluma y James Patterson lo introdujo al mundo de la literatura. La estética de los viajes ya no en un plano físico sino metafísico.

Continuó su búsqueda en los anaqueles de la historia universal, primero las versiones oficiales, los fieles retratos documentados y precisos de lo sucedido, la invasión a Polonia, el circulo interno de Hitler, la Unión Soviética de Stalin y su posterior caída; después Ken Follet y García Márquez lo abrazaron en extensas novelas donde la precisión historia se desdibujo con intrincadas historias personales que rodeaban todos los acontecimientos que ya había estudiado.

Las distracciones empezaron a acomodar poco a poco el embeleco interno que se había tejido hace muchos años en su interior y del cual se alimentaba aquella criatura. Después habló con Vargas Llosa y con Borges, quienes lo sumieron en las profundidades mismas del universo.

El mundo se le hizo cada vez más profundo, más largo, más extenso. Las perspectivas de aquella piedra rudimentaria se volvieron múltiples y las aristas del diamante se volvieron un decágono, no, un isodecágono. La realidad se hundió en un rio de misterios y experiencias de las cuales ya no identificaban su fuente, su inicio y su final, su precisión o su ficción.

Lo que había visto en Argentina no recordaba si lo había vivido él o Cross, el investigador policiaco de su infancia; sus recorridos por Francia no precisaban si habían sido suyos o rutas rápidas de la Blitskrieg de Hitler; sus estancias en la Sierra Nevada y en el caribe colombiano de repente se habían convertido en un relato más de García Márquez.

¿Había caído en la locura queriendo huir de su propio Aleph que lo carcomía por dentro? ¿Había muerto y estaba delirando? O ¿había empezado a vivir? Las realidades y los refugios se arremolinaron en un eterna espiral que abarco cada fragmento de su mente. La magia expulsó las oscuras canaletas de la realidad y la que inicio siendo su distracción se convirtió en su salvación. El monstruo se había ido ¿o no?

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Cristhian Beltran
El Circulo

En busca del alivio a través de los intrincados caminos de la escritura cebeltranb21@gmail.com / ig @beltranb21