Mi ansiedad tiene nombre de perro

silvialbuja
El Circulo
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6 min readOct 10, 2021

(Crónica introspectiva)

Lucy llegó a mi vida como un ancla misteriosa que te tira el universo para salir del tsunami emocional en el que te encuentras. Era una schnauzer gris, desprolija y abandonada. Las dos nos reconocimos en la misma mirada, perdida. El poco tiempo que compartimos nos dimos lo que quizá habíamos estado buscando, ella recorriendo las calles de la ciudad y yo los metros vacíos e indiferentes de mi departamento.

Recuerdo la tarde que se llevaron a Lucy. En aquel tiempo yo llevaba meses de desvelo e insomnio. Estaba rota, era una llaga viva y ese fue el pretexto para incapacitarme mentalmente y dejarla al cuidado de personas más competentes. Aquel fue el momento más oscuro y profundo de mi vida. La neurosis se había incrementado y me empastillaron.

Quizá, pienso, que de alguna manera a lo largo de esta existencia, todas tenemos a una Lucy en nuestra historia. Ese evento que detona todos los demonios que llevas dentro. Jamás me imaginé que lo que tenía se trataba con una amplia gama de fármacos terminados en “pram”. Entonces llega ese momento de inflexión en el que te encuentras llorando a moco tendido con mirada de refugiada, suplicando al cosmos, al universo o a Dios que ya no puedes más y que te brinde las respuestas.

Ansiedad ha estado presente a lo largo de mi vida. No hizo falta que pida permiso para instalarse. Apareció la primera vez que mamá me dio un sopapo con bronca. Cuando se peleó con papá y casi se divorcian. Cuando me pusieron frente a todo un auditorio a leer un pedazo de periódico y no pude pronunciar electroencefalografía o cuando no supe el resultado de nueve por nueve. Cuando unos policías invadieron mi casa para embargarnos. Aquella vez, que el profesor me avergonzó frente a toda la clase por no saber donde queda el río Rin, cuando no me sacaron a bailar en la fiesta, cuando mi novio me abandonó por otra, o cuando casi pierdo a la mitad de mi familia en un accidente de tránsito, la lista de eventos es gigante. Ansiedad ha ocupado los titulares de mi biografía.

Quizá la mejor descripción que encontré fue la del futbolista, Andrés Iniesta:

“De repente, uno empieza a encontrarse mal. No sabe por qué motivo, pero un día está mal. Y al siguiente, también. Y así, día tras día. No mejoras. Y el problema es que no sabes lo que realmente te está pasando. Me hacen un montón de pruebas. Todas salen perfectas. Pero mi cuerpo y mi mente se desencuentran, se alejan. Nada produce mayor congoja que no saber qué es lo que te está pasando. La bola se va haciendo más grande. Te encuentras mal y la gente que te rodea no lo entiende

Llegué a casa con el diagnóstico clínico e hice todo lo que pensé adecuado cuando uno comparte estas noticias. Con la formalidad del caso, reuní a mi familia en el salón a explicar algo que yo misma no terminaba de comprender, pero que quizá en el diálogo encontraría alivio. Mi padre me recomendó tomar café, para que me suba el ánimo. Mamá utilizó la frase más trillada en estos casos “T R A N Q U I L I Z A T E”. Y mi pareja, siguió con el consabido, “no pienses más” o “¡Levántate!, no eres la mujer con la que me casé”. Esta última frase que me terminó de atravesar como una banderilla a toro de feria, me sería explicada como un intento de sacudón, para que tomara conciencia, a ver si me reanimaba pronto.

En palabras de la alpinista, Edurne Pasabán, primera mujer del mundo que fue capaz de coronar los 14 ochomiles, es en ese instante en el que comienzas a escalar el ochomil más complicado. Para mí sin ser escaladora, fue como subirme al Everest sin oxígeno notando todo el tiempo una falta de aire constante.

Lo que vino después, fue recorrer varias alternativas, como ayurveda, reiki, biomagnetismo, chamanismo, constelaciones familiares, psicología clínica y psiquiatría, en busca de explicaciones que me brindaran respuestas a los arrebatos de llanto incontrolable, repentinos cambios de humor. A las taquicardias, la hiperventilación, mareos, amortiguamientos, intolerancias alimenticias, alergias o a los implacables interrogatorios de disco rayado ¿Qué te pasa? ¿Por qué no puedes controlarte? ¿Por qué no te repones si lo tienes todo: una bonita casa, un buen trabajo, familia, pareja “perfecta”?

El guion que siguió fue comenzar a hurgar en la búsqueda de la raíz del problema. ¿Será culpa de mamá o papá? ¿De las abuelas y el linaje familiar? ¿Tal vez, era una cuestión de un dosha desbalanceado? ¿Quizá la hipocondría venía porque era una Virgo de signo ascendente? ¿Tendría que ver con el karma? O lo más probable era el inicio de una crisis de la mediana edad, sumada a un trastorno hormonal. O lo que realmente me hacía falta era tener un buen revolcón de sexo desenfrenado y llegar al clímax.

Hice todo lo que me recomendaron, calzón rojo para equilibrar mi chacra raíz, corrí diariamente como hámster en jaula dando vueltas por el parque, tomé tisanas y aguas de hierbas extrañas. Comencé a revisar qué es lo que comía y eso lógicamente me llevó a dejar de comer carnes rojas de animales que hayan padecido miedo antes de morir.

Eran muchos los factores que despejar para llegar a obtener un resultado, una cantidad de caminos para llegar a conectar mente, cuerpo, espíritu. Con el pasar de los años he podido determinar que todos estos factores nos atraviesan de alguna manera, y que somos la suma de decisiones que comienzan desde nuestra concepción, infancia y luego las propias, haciendo un caldo de cultivo que revienta en cualquier momento.

El día que perdí a Lucy, me enfrenté a una batalla interna y a partir de ese día en medio del torbellino, dando pataletas de ahogada, escuchando el crujir del corazón cuando se te parte en dos, sintiendo el hoyo en el pecho, acepté todo y comencé abrazar el proceso de sanación de mi alma.

Han pasado ya más de veinte años desde que inicié la reconstrucción de mi autoestima. Soy consciente que aún queda camino por recorrer. Tengo fe en los procesos de cambio, en los saltos al vacío. A veces conviene renunciar a situaciones, cosas, personas, para preservar nuestra propia integridad y salud mental, alejándonos de la manipulación o el acoso psicológico.

Me gusta generar incomodidad con esta historia en mis círculos cercanos. Observo que de alguna manera todo el mundo lleva su cuota de ansiedad dentro, como una condición que se trata de evadir, como pasándose una “papa caliente”, haciendo torpes intentos para mantener el piloto automático encendido, buscando escapatoria en las interminables horas de Netflix, arrasando como termita la alacena, volcándose al shopping y consumismo desmesurado, al síndrome de Diógenes, el trabajo de veinte mil horas, fiestas, drogas, alcohol, Tinder, juegos de vídeo, redes sociales, y un largo etc, que nos mantenga a flote.

Es verdad, a veces el sudor en las manos aparece, mi vista parece nublarse, las gotitas comienzan a posarse y la taquicardia intenta hacer una tímida aparición. Y es ahí cuando escucho mi cuerpo, cambio de aire, tomo distancia para ver la vida con perspectiva. En esos instantes, me regalo unos minutos de silencio para dejar espacio entre un pensamiento y otro, respirar, escuchar el latido del corazón, tomar aliento y SEGUIR

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silvialbuja
El Circulo

Acróbata de letras, navegante de la conciencia; contadora de cuentos, escribo lo que siento y veo. Amo lo que soy, haciendo lo que puedo. @meditaryescribir