Reflexiones de café y copas desde el living de casa: Un segundo acercamiento filosófico al «yo»
Segunda parte
¿Qué hacemos con el otro? Acostumbrados a no ser anónimos
Escupió Sartre alguna vez que “cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”, así nomás en plena madrugada, despeinado, con su pipa, en sandalias y bata gris (al menos así lo imagino yo).
Si bien el existencialismo es la corriente filosófica que más me seduce, y Sartre uno de sus exponentes más cabales, esta frase de cabecera siempre me resultó un poco estructurada. Por consiguiente, en estas breves líneas filosóficas pretendo realizar mi pequeño aporte, una humilde adaptación de su frase.
Considero que no solamente las acciones pasadas de otros fijan aquel “hombre que hace” del que habla, sino que hay un ejercicio constante y cotidiano de poiesis eterna sobre ese hombre (sobre cada uno de nosotros), que en cierto modo lo/nos perpetúa en una indeterminación constante; al mismo tiempo, también existe una sobre(in)determinación (parafraseando y jugando un poco con el postmarxista francés Althusser y su concepto de sobredeterminación) recurrente de ese hombre sobre las acciones de un otro.
Por otra parte, el ser humano está seteado para vivir y relacionarse la mayor parte del tiempo más inconsciente que conscientemente. Nuestros actos son más involuntarios que racionales.
Es por ello que en esta vuelta de tuerca que estoy cocinando sobre la frase original sartreana, necesito realizar algunas modificaciones más. Voy a cambiar el tiempo verbal transitivo «hacer» del pretérito perfecto en tercera persona del plural «hicieron» que utiliza Sartre, por el gerundio «haciendo», ya que el ejercicio social sobre todos nosotros es constante e inacabado, y también recíproco, como comenté anteriormente. Por consiguiente, entiendo que uno es lo que intenta hacer con lo que aún están haciendo con él y viceversa: el otro es lo que intenta hacer con lo que aún los otros están haciendo con él. Y resalto el término intentar porque justamente no todo acto humano es racional y meditado.
Todo el tiempo estamos desarrollando acciones sobre el resto de los seres humanos y el resto sobre nosotros, y la mayor parte de esas acciones las generamos sin darnos cuenta.
Traslado esta reflexión de lo que «intentamos hacer», y lo vinculo de algún modo a la cuestión de la tríada filosófica de bar cotidiana «pensar-decir-hacer», donde habitualmente hay uno de los circuitos que falla, ya que generalmente el ser humano pretende hacer lo que dice o piensa, pero rara vez logra cumplir taxativamente lo dijo o pensó. De todos modos, es imposible materializar una idea perfecta de semejante cuestión en este pequeño escrito, debido a que otros procesos por fuera de la filosofía, como la psicología o la sociología, también juegan papeles importantes al momento de brindar algún tipo de respuesta sobre estos temas. Así que vayamos a lo que me compete, mi humilde adaptación sartreana.
Soy lo que intento hacer con lo que aún están haciendo conmigo
Conmigo = Pablo, este soy yo. Qué importancia tiene un nombre para mí, para todos nosotros, en una sociedad determinada y que de algún modo nos determina. Que todos tengamos un nombre de alguna forma nos serena, el hecho de reconocernos por el nombre nos satisface y ¿completa?
Estamos tan acostumbrados a no ser anónimos. Todos y todo en el universo ante los ojos del hombre tiene un nombre, una etiqueta o clasificación. Hay una necesidad voraz del ser humano por rotularlo todo desesperadamente.
De bebes, el Estado como garante de organización social, se asegura que todos tengamos un nombre y además un número pera identificarnos… pero también para controlar y vigilarnos, en términos de Foucault. Así como nada ni nadie puede escapar ante los ojos del gran administrador social, a la especie humana tampoco se le escapa nada al momento de rotularlo todo.
Seres en la Torre de Babel
¿Es para facilitar la comunicación, para diferenciar y a su vez organizarnos que todo tiene un nombre?, estimo que sí. Debemos comunicarnos y así intentar construir la Torre de Babel que antes no se pudo, llegar a la cima, al cielo que antes no alcanzamos. Queremos saberlo todo, ¡queremos todo!
Necesitamos racionalizar el aire, la naturaleza que nos rodea, las personas y sus psiquis, necesitamos racionalizarlo todo, hasta los silencios que muchas veces son inocentes.
El lenguaje crea comunidades, une, pero también separa, privatiza y excluye dentro de muros cada vez más pequeños, miremos el caso de España, donde coexisten cinco lenguas diferentes, por citar un ejemplo.
El lenguaje clasifica, acopla y también segrega. En una misma comunidad, cuando la clase obrera se apoderan del lenguaje del estrato social más alto, estas clases dominantes modifican su lenguaje para alejarse nuevamente, para distinguirse sobre lo que odian. (Acerca de esta cuestión el sociólogo Pierre Bourdieu, a quien admiro enormemente, realiza un excelente análisis en un libro que recomiendo “El sentido social del gusto”).
Por consiguiente, los agentes sociales se encargan de desarrollar estrategias mediante el lenguaje para polarizar a las comunidades que habitan un mismo espacio, después de todo hemos aprendido con el tiempo que la violencia simbólica, ejercida mediante diferentes capitales como el lingüístico, en términos de Bourdieu, es tan inmensa e importante como la violencia física. Además, uno de los rótulos preferidos del ser humano es la humillación y la discriminación, alejarnos del otro, ser y sentirnos diferentes (superiores).
En síntesis, esta cuestión de rotularlo todo emana del ser humano y es tan inevitable como el progreso mismo. Por su parte, el lenguaje es el sistema que le sirve a la especie de herramienta para básicamente ser lo que es, la especie más inteligente y cruel del planeta.
Con el lenguaje amamos y con el mismo sometemos a otras especies. Nos comunicamos para acercarnos, y también para alejarnos. Evitarnos, sí, la comunicación también es evitarnos.
Somos una semilla inmersa en una cultura determinada, y mediante el lenguaje creamos símbolos decodificando las emociones corporales, eso que sentimos. Al buscar una imagen del amor tropezamos con un dibujo de un corazón «que ni siquiera representa el corazón humano»; el dolor, el pánico, la felicidad, el miedo, todo está representado en íconos y símbolos culturalmente aceptados. Es necesario que el hombre plasme los sentimientos y las emociones en algo concreto para no divagar o entrar en confusiones, en definitiva, es necesario esto para comunicarnos mejor y con ello crear hogares, pero también crear armas. Mientras menos explique el hombre sus pensamientos, más feliz será. Una palabra. Rápidamente atravesamos todo, apresurados queremos llegar a la meta sin saber realmente cuál es esa meta ¿Será llegar a entendernos sin palabras para poder alcanzar la cúspide de la tan ansiada Torre de Babel de una vez por todas? Amamos jugar a ser dioses, o al menos meros Prometeos de la cultura del sacrificio.
Para finalizar esta reflexión quisiera volver a la cuestión del yo, a mi yo.
Yo soy, soy un cuerpo, por ende, soy materia y ocupo espacio. También soy un ser que siente, tengo tacto y emociones que transmito muchas veces con palabras. Hay cosas que se sienten y generalmente no se piensan, y difícilmente puedan ponerse en palabras mediante un lenguaje compartido. Sentir un beso también es existir, es ser y no despegarse del yo en conexión con un otro, generando así un sistema de comunicación especulativo, singular e infinito prácticamente imposible de rotular. ¿Será por eso que como especie necesitamos de la poesía en este mundo tan complejo? La poesía como canción, poema o verso, en servilleta o en un mural, la poesía como arte a contemplar.