Una reflexión sobre el trabajo en tiempos de millennials

Catalina Berton
El Circulo
Published in
7 min readJan 21, 2020

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Soy una gran exponente de la generación Y, o la tan detestada “generación millennial”. Soy una de las millennials más millennials que conozco. Cumplo todas las (malas) características que las personas de RR.HH. y los jefes tanto temen a la hora de contratar un nuevo empleado. Por eso me parece que también soy la persona indicada para escribir mis opiniones sobre nosotros, los ¡oh! tan irresponsables millennials.

Primero que nada me gustaría aclarar un detalle (muy importante): no soy irresponsable. Y también me gustaría ampliar el espectro: mis amigos, todos millennials, ninguno es irresponsable. Tenemos estudios terciarios y cada vez somos más lo que tenemos estudios de postgrado. No solo eso, sino que estudiamos con diligencia, peleando con nosotros mismos para conseguir cada vez mejores notas, cambiamos de países para poder estudiar en las mejores universidades y de verdad nos esforzamos por alcanzar una tesis que se asemeje a nuestros intereses para poder hacer un trabajo o investigación que se ajuste a nuestras necesidades. ¿Cómo se explica, si no, que nuestra generación sea la más calificada en la historia?

Entonces, dejando de lado esa falsa acusación de irresponsabilidad, sigamos adelante.

Como gran exponente de mi generación, comencé a trabajar cuando aún estaba cursando la carrera de grado. Estudié comunicación audiovisual y en tercero de facultad empezaron a llamarme para trabajar como runner en diferentes producciones. Para quienes no entienden a qué se dedica un runner, básicamente es el muchacho de los mandados. Sí, llevaba tres años estudiando para ser el muchacho de los mandados y lo hacía con gusto. Eran doce horas de rodaje, de cuidar equipos, de hablar por radio, de ir a comprar curitas si se necesitaba y de mandonear al resto de la producción. Para mi era una aventura estar en medio de la escena del cine de Uruguay, que estaba en pleno crecimiento. No me molestaba levantarme a las cuatro de la mañana, ni terminar de rodar de madrugada. Así pasé de una producción a la otra ganando lo que le pagan al muchacho de los mandados: los viáticos. Y jamás me quejé, porque siempre me dijeron que había que “pagar derecho de piso” y que “por algo se empieza”.

El problema es que diez años después veo que muchos aún siguen empezando. ¿Qué me dicen de eso los enemigos de los millennials?

Entonces me surgió una oportunidad como si me la hubiera ofrecido El Padrino mismo y no me pude rehusar: me uní a la flota de Princess Cruises como fotógrafa.

Para aquellos que dicen que no somos fieles a las empresas en las que trabajamos: tengo un peluche, un osito panda, con un collar del azul de princess y el logo de la empresa (que es una bruja del mar) sobre uno de los lugares privilegiados en mi cómoda. Esa empresa me mostró el mundo. Primero me voló a las antípodas, luego me enseñó un oficio, me presentó a algunos de los amores de mi vida, a amigos incondicionales. Me enseñó diseño, ventas y atención al público.

El osito de Princess y una foto con mi hermana.

Entonces, después de haber recibido bonos por ventas, días libres para ir a conocer la Gran Muralla, un nuevo manager cada tres o cuatro meses… ¿por qué tengo que conformarme cuando un jefe mal educado y con cero capacidad de liderazgo pretende señalarme con el dedo por un error que no fue mío? y, sobre todo, ¿por qué cualquier persona de mi generación debe bancar esa situación en su lugar de trabajo?

La competencia de mi empresa ya no es la empresa del mismo sector que está en la vereda del frente. Ni siquiera la que está en la ciudad de al lado. La competencia de mi empresa, con ese jefe que no tiene idea de qué está haciendo pero se hace el super-macho (o femme-fatal), es mundial. Y yo, como millennial bien educada y viajada, puedo elegir si quiero quedarme acá y bancarme al papanatas que está por hacer rodar la cabeza de todos a quienes tienen abajo con tal de salvar la propia, o me voy a cosechar kiwis a Nueva Zelanda, porque soy la dueña de mi destino.

Me gustaría saber qué persona de las generaciones anteriores elegiría (¡jamás!) la primera opción.

Y, por otro lado, qué culpa tenemos los millennials de:

  • Que se hayan comido el verso de que había que bancarse al jefe papanatas
  • Que ya podrán viajar cuando estén jubilados
  • Que hay que quedarse en la empresa más grande y ser una hebra más en el pajar.

Les damos las gracias por mostrarnos todo lo que no queremos: hipotecar la vida, pasar años pagando la cuota de la casa, la cuota del auto, la cuota de las tarjetas. ¿De verdad se nos puede culpar por poner nuestras esperanzas en la estampa de un pasaporte cuando la mayoría de nosotros hemos visto (hemos vivido) como a nuestros padres le arrebataban aquello por lo que tanto habían luchado? Una vida trabajando por una casa. Llega la crisis y ¡pum! chau casa. Chau auto. Chau aquella dignidad que se le otorgaba a cosas materiales, sostenidas por finos hilos que eran comandados por factores externos. Y, está bien, los baby boomers no la han tenido fácil, la Generación X quedó trancada entre todo ese futuro prometedor de un mundo más pequeño y todas las grandezas que habían cometido sus padres o tíos.

Nuestra mayor tranca son esas tradiciones. Son esas personas que siguen aferradas a la idea de que al éxito lo da una casa grande, un auto nuevo cada dos años y la tarjeta de membresía del club de golf. La misma generación que nos tacha de irresponsables por cambiar seguido de empresa, por querer flexibilidad horaria (es que nosotros sufrimos y expresamos cómo nos dolió que nuestros padres faltaran a nuestros actos escolares, por ejemplo), trabajar para una empresa que se preocupa por el ambiente y todas las demás cosas que esas empresas que se mantienen competentes nos dan: porque saben que nos necesitan.

Entiendo a los directores de empresas que tienen problemas con la visión de futuro y se preguntan: ¿quién quedara en mi lugar? Si la respuesta es una mente en blanco, entonces, ¿qué están haciendo ustedes por moverse hacia adelante en la vida de esta humanidad?

Somos débiles de mente, consentidos. Sí. ¿Qué puedo decir? Es verdad. Lo somos. Algunos psicólogos culpan la cantidad de divorcios, o los padres abandónicos. Puede que tenga que ver con esa seguridad que brindaron los baby boomers cuando aún éramos pequeños (esa casa, ese auto y toda esa estabilidad brindada por la cantidad de cuentas a pagar y responsabilidades de la “gente adulta” de aquella época). Sea por la razón que sea, somos unos debiluchos y en el lugar de trabajo eso pesa: mi jefe me mira mal, mis compañeros no me saludan, nadie me comprende.

(Ahora, jefes, si creen que eso es malo en un lugar de trabajo, imagínense nuestras parejas: dos personas millennials tratando de vivir bajo un mismo techo es como la batalla final de Dragon Ball Z –y si no conocen la referencia, una rápida búsqueda en youtube los pone al tanto).

Esa debilidad emocional es nuestro mayor defecto, porque es nuestra traba para crecer en el mundo profesional. Es la falta de habilidades blandas y el exceso de coaches ontológicos. Aunque los motivos intrínsecos no sean culpa nuestra, somos los que debemos lidiar con las consecuencias. Entonces, me pregunto: ¿cuánto puede una persona durar en un trabajo con la actitud de víctima? No mucho. ¿Cuánto tiempo puede durar una persona sin trabajo? ¡Con la vergüenza que nos da, después de todos los estudios que tenemos, estar sin trabajo! No mucho. Por tanto, ¿cuánto tiempo hasta que el mundo, la velocidad con la que cambian las tendencias, lo rápido que se mueve la competencia, hasta que esas trompadas que nos da la vida nos endurezcan? Tampoco mucho.

Está bien, la mayoría de los millennial no vamos a madurar a los veinte años, casarnos a los veinticuatro y ser madre (o padre) de tres antes de los treinta. A la mayoría de esta generación nos va a costar un par de años de vagar solos por el mundo profesional hasta que la vida nos endurezca y comencemos a dejar de ser las víctimas en el trabajo. Nos hacemos cargo, después de todo, no nos queda otra.

A los que tampoco les queda otra, es al resto del mundo: los millennials estamos acá para quedarnos y, a esta altura (y contra todos los pronósticos) hemos llegado a cargos de mando, bancamos estoicos el estar entre la espada y la pared, como buenos mandos medios, y algunos estamos con cargos que antes no existían y siglas que demandan universidad y aptitudes blandas (como CEO, CFO, CMO y todas esas).

Lo único que pido como exponente de mi generación es que ahora los baby boomers se banquen los berrinches que debieron haber controlado cuando éramos chicos (y no hicieron –emoji con guiño aquí) y que nos tengan fe, porque vamos a llegar.

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Catalina Berton
El Circulo

Escribo como respiro. Fotógrafa y cruzadora de fronteras. CEO de Sud Creative. www.sudcreative.com