21 y contando. Textos seleccionados. Día 15.

Manderine
El club. DLC
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8 min readAug 27, 2020

Día 15. DIARIO DE TERROR

Estás huyendo de alguien o de algo. Escribe fragmentos, como si se trataran de cortas entradas de un diario, a propósito de tu huida. El resultado debe ser espeluznante.

¿Quién no se ha sentido perseguido por algo o alguien en algún momento de su vida? Con base en tal idea diseñamos la premisa bajo la que se escribieron los textos de ayer. Algunas historias estuvieron atravesadas por la más dura violencia, otras por elementos sobrenaturales, mientras que otras se basaron en lo que se encuentra en las zonas más oscuras del cuerpo o de la psique humana.

Estos fueron los que más nos gustaron:

Andrés Felipe Jaramillo

AL FIN EN CASA

Mi papá se tomaba las sobras de mi sopa de maíz. Con él nada se pierde, por eso le ha crecido la barriga. No entregué los dibujos de los hongos a la profesora Nubia. Mi mamá estará peinando a Luisita. Yo le hacía las trenzas los lunes y ella se las soltaba el domingo antes de salir al río.

Aquí no hacen sopa de maíz. Tengo mucha hambre. Antes jugaba con Edwin, pero ahora ya no habla conmigo, vive en otra casa. El otro día lo vi pasar corriendo y no me saludó.

Don Carlos me cuida. Él y sus amigos son muy cariñosos aunque hablan con malas palabras. Me regaló esta ropa bonita que me queda pequeña. Hasta me trajo un colorete como el de mi mamá.

A Edwin le pegaba su padrastro. Eso me contó un día y lo abracé. Creo que a don Carlos le dio mucha tristeza porque no dejó que Edwin volviera a verme. Vivía en el primer piso y siempre subía a jugar cuando se habían ido los amigos de don Carlos.

Hace algunos días, un amigo de don Carlos vio un dibujo de mi casa, con las matas nuevas que sembró mamá; y me dijo que sabía por dónde quedaba. Me prometió que cuando fuera por esos lados me llevaría, que estuviera pendiente. Le dije a Edwin que se fuera conmigo. Mi papá no le pega y nos lleva los domingos al río.

Don Carlos dice que no salga a la calle, porque un día dizque los sayayines robaron a una señora. La tisana que me sirve, antes de la visita de sus amigos, me da sueño y me quita el hambre.

Quiero ver a mi mamá y tomar su sopa de maíz, hacerle las trenzas a Luisita y llevarle las tareas a la profesora Nubia. A ella le gustan mis dibujos. Mi papá debe estar preocupado. La otra vez no quería que fuera sola a la finca del tío Oliverio, pero mi mamá lo convenció.

Desde ayer no veo a don Carlos. Tengo frío, la ropa es bonita y me queda pequeña. Hay mucha bulla en la calle. Abajo veo pasar a Edwin corriendo; por eso estará flaco, eso decía mi papá cuando yo corría mucho. Afuera hay policías. El otro día los sayayines robaron a una señora, tal vez por eso están en el barrio.

Nos sacaron de las casas. Encontré a uno de los amigos de don Carlos que también me cuida y me da chicles que quitan el hambre. Me cogió de la mano como lo hacía mi papá. Un policía preguntó dónde quedaba mi casa y le mostré el dibujo. El policía no sabe dónde es.

Salimos del barrio. Van a fumigar, dicen. Nos metimos debajo del puente para no sentir tanto frío. El amigo de don Carlos me dio la tisana y me sobó la espalda como lo hacía el tío Oliverio. Llueve. Un río como en los paseos del domingo. El agua me tapa.

Tengo sueño. Veo a mi papá, a mi mamá.

Al fin en casa.

Jhosuar Felipe Santana

1 de agosto

- 6:00 pm: Mañana iniciaré un viaje. Lo haré, ya que los negocios son ajetreados y la vida se vuelve agotadora con tantos compromisos, reuniones y proyectos. Lo haré para dispersar la mente y reposar el cuerpo.

2 de agosto

- 7:00 pm: Tengo el cuerpo hecho trizas. Siendo sincero, el lugar donde me voy a quedar no es nada lindo, es más bien perturbador, una casa en la colina, aislada de la civilización, ni siquiera entra la red. El letrero debería decir “Hotel te quitamos el aire”, no por la experiencia que tendrás sino por el susto de ver una entrada hecha pedazos, paredes carcomidas y un amistoso anciano que es el botones. Su cara tiene tantas arrugas que parece que un shar pei hubiese tenido un hijo con la reina Isabel, además de que ni siquiera puede pronunciar una frase sin balbucear cosas sin sentido. En fin, trataré de disfrutar mi estadía.

2 de agosto

- 3:00 am: Escuché un sonido extraño que vino de la recepción, como si con las uñas rasgaran icopor, o como si rasguñaran un pizarrón con una regla de metal. Bajé, pero no encontré nada, así que volví al penthouse, pero tengo la sensación de que algo me observa, aunque prefiero no darle importancia y dormir.

3 de agosto

- 10:00 am: Vaya sorpresa, el botones también es jardinero, es extraño verlo cortar el césped con una motosierra y con el casco de un jugador de rugby, hay gente que tiene gustos raros. Sigo pensando que este lugar es singular, en el bosque vi a una niña que apuntaba a la nada, aún tengo la idea de que me están observando.

3 de agosto

- 12:00 pm Ya que este dichoso hotel se encuentra en la nada, no tengo a donde ir, así que me puse a dar vueltas por todo este asqueroso sitio. Estoy sintiendo con más fuerza que alguien sigue mis pasos. Recorreré el sitio para investigar, parece que no tienen personal de limpieza, encontré moho, humedad y hongos en las paredes del primer piso.

3 de agosto

- 5:30 pm: El estúpido botones me impactó mientras divagaba por el hotel, apareció de la nada frente a mí, chocamos y reg´p un líquido extraño en mis vestimentas, lo insulté, lo grité y zarandeé, nunca había visto tanta inutilidad. Él sólo me dijo: es mejor que no te quedes por mucho tiempo.

3 de agosto

- 8:00 pm: La cena ya debería estar servida, el botones no aparece, el único ser vivo que habita en esta lujosa mansión. No lo veo en ningún lado, pero algo me atrae a la habitación del piano, la puerta está ajustada, apenas se ve un destello de luz del que manan sombras danzando. Ese viejo podría tener más acción que yo, puff, por favor, abriré la puerta y lo pondré en su lugar.

3 de agosto

- 8:30 pm: En la habitación no hay nada más que el piano que sigue sonando. No tiene sentido, no repite notas y está cerrado, entonces por qué su sonido es tan estruendoso y plausible. La puerta se acaba de cerrar. Escucho una voz que pronuncia: bienvenido a tu tormento.

La chapa no sirve, no gira. Detrás de mí está el ser desgarbado y excéntrico que se acerca cada vez más.

3 de agosto

- 8:42 pm: Vi su rostro, santo cielo. Sus ojos no tenían parpados ni iris, eran blancos, como si estuvieran completamente muertos. Cuando me dirigía a la puerta de la entrada, tropecé y frente a mí, una vez más, aquel tormento. Entré en desespero y le supliqué que me dejara en paz. Salí corriendo.

- 8:50 pm: Estoy en un baño, me percato de que tiene ventanas. La caída no parece tan alta, voy a aventarme.

3 de agosto

¿???: Creo que estoy perdiendo mucha sangre. La niña que vi en el bosque me tomó de la mano y me trajo a una vereda, pero aquí están el botones y esa extraña figura. Estoy llorando. Caigo de rodillas.

José Higuera

El overol

Siempre era a la misma hora. Las puertas del colegio abrían a las doce del mediodía. Siempre a esa hora en que el calor era más que caliente.

Con mis compañeros -casi siempre éramos más de diez- nos quedábamos parados desde las once y cuarenta junto a un pequeño quiosco en una esquina cercana al colegio. Algunos se compraban cualquier gaseosa y otros hablábamos, no decíamos nada, solo hablábamos de cualquier cosa: futbol, películas, profesores, juegos. Éramos niños.

En el quiosco la conocí. Estaba sentada tomándose una Postobón naranja y comiéndose una empanada: Siempre tenía las manos llenas de grasa. Debía tener cerca de cuarenta años, era robusta y de cabello crespo maltratado, rara vez se lo cogía, y se la veía con grasa, en su boca y su cabello.

Siempre vestía un overol azul. El overol la hacía parecer como si recién a esa hora saliera de la nada de alguna fábrica cercana. No había nada parecido cerca al colegio. La gente no sale a trabajar a medio día, sale en la noche cuando se acaba la jornada laboral, pensaba.

Con el tiempo me di cuenta de que su presencia en el quiosco era regular. Mientras hablaba de nada en esa esquina con mis amigos del colegio, me daba cuenta de su mirada. Siempre estaba mirándome. Siempre las miradas se cruzaban y yo sentía un vacío en el estómago. Siempre le quitaba la mirada.

Un día como cualquier otro, con ese calor casi insoportable, le sostuve la mirada por un rato. Con su mano me hizo señas, quería que fuera a donde estaba ella. Empecé a caminar hacia ella, el vacío en mi estómago era más y más profundo.

— Hola. ¿Cómo te llamas tú? — me preguntó luego de ponerme en el hombro su mano llena de grasa. Era mucho más alta que yo.

— Mario — le respondí usando el nombre que jamás usaba. Todos me llamaban Carlos y podría decir con certeza que nadie conocía mi otro nombre.

Caminé hacia la puerta del colegio después de eso.

Los días siguientes traté de evitarle la mirada, pero no funcionó. Un día se acercó y me preguntó por mi verdadero nombre. Me decía que mis amigos le habían dicho que Mario no era mi nombre, que le mentía. Jugueteaba con preguntas tontas insinuando que era un mentiroso. Yo solo me fui corriendo hacia puerta del colegio.

Seguí yendo al colegio, pero más tarde, trataba de llegar justo al medio día cuando abrían las puertas.

Evitaba volver al quiosco, aunque sabía que ella me seguía con la mirada cuando llegaba. Empecé a tomar otras cuadras para evitar pasar cerca al quiosco. Todo era inútil, sabía que ella me seguía, lo empecé a notar. No importaba qué ruta cogiera, de alguna manera la veía en la siguiente esquina. Trataba de esquivarla cuando pasaba muy cerca de ella, trataba de cambiarme de acera cuando la veía, siempre tan alta, gorda y con las manos llenas de grasa, venir hacia mí.

Ya no podía dormir, ya no quería ir al colegio, las mañanas se volvieron una tortura, las manos me sudaban y apenas llegaba a salvo al colegio, pensaba que podría encontrármela en el camino de vuelta. Mi padre no sabía nada, nadie sabía nada y no quería contarle a nadie.

Un día la ví muy cerca de casa, la vi seguir mi camino. Yo solo empecé a caminar más rápido y más rápido, y más rápido. Ella seguía detrás, siempre con el overol azul y las manos llenas de grasa.

Había caminado mucho y las pantorrillas empezaron a dolerme.

Hacía mucho calor y, aunque quisiera, no podía correr más. Miré hacia atrás y ella seguía allí, cada vez más cerca, y más cerca. Empecé a sudar mientras trataba de caminar más rápido con mis pantorrillas casi entumecidas. La camiseta empezó a pegárseme al cuerpo por el sudor, se sentía como estar bañado en aceite. Entonces sentí la mano y me miré la camisa: estaba llena de grasa.

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