Los gatos del patio de la cárcel. Cuentuits. Episodio 33.

Un cuento breve de Lydia Davis

MURAKA
El club. DLC
4 min readJul 10, 2020

--

Lydia Davis y un gato.
Escucha en Anchor

El problema eran los gatos del patio de la cárcel. Había heces por todas partes. Las heces de un gato intentan esconderse en un rincón y, cuando son descubiertas, parecen irritadas y avergonzadas como un mono.

Los gatos se quedaban en el zaguán del patio cuando llovía, y, como llovía a menudo, el zaguán olía mal y los presos se quejaban. El olor no procedía de las heces sino de los propios gatos. Era un olor fuerte, un olor que mareaba.

Era imposible echar a los gatos. Cuando los ahuyentaban, no escapaban por la puerta, sino que se dispersaban en todas direcciones, corriendo, casi arrastrándose, con la barriga colgándoles. Muchos buscaban las alturas, de viga en viga, y se quedaban arriba, en algún sitio, para que los presos que jugaban al ping-pong fueran conscientes de que, a pesar del silencio, la bóveda no estaba vacía.

Era imposible echar a los gatos porque entraban por agujeros que era imposible descubrir y se quedaban en el zaguán. Sus pisadas eran silenciosas; podían acechar a una persona mucho más tiempo que una persona podía acecharlos a ellos.

Una persona tiene otras preocupaciones, pero en todo momento de su vida un gato sólo tiene una preocupación. Eso es lo que los hace tan sumamente equilibrados, y por eso el espectáculo de un gato confundido o asustado nos impresiona: sentimos al mismo tiempo compasión y ganas de reír. Un gato se enfrenta a la fuente del peligro o de la confusión, y su único recurso es lanzar un bufido fétido a través de sus encías con manchas.

Todos los presos eran aquel año hombres insignificantes. Habían cometido delitos que no podían ser tomados demasiado en serio y eran tratados con indulgencia. Pero, aunque los hombres insignificantes son propensos a enorgullecerse de su buena salud, aquellos presos empezaron a desarrollar erupciones cutáneas y eccemas. La parte de atrás de las rodillas y del interior de los codos les picaba y la piel empezó a desprendérseles en escamas. Escribieron cartas airadas al gobernador del Estado, que casualmente aquel año era también un hombre insignificante. Los gatos, decían, les provocaban alergia.

El gobernador sintió lástima de los presos y pidió al director de la cárcel que se ocupara del problema.

El director no pisaba el zaguán desde hacía años. Entró y dio una vuelta, descompuesto por el curioso olor.

Al final de un corredor sin salida, arrinconó a un gato macho feísimo. El director llevaba un palo y el gato sólo iba armado con sus dientes y uñas, además de su cara furiosa. El director y el gato se esquivaron un rato, de un lado a otro, el director empezó a pegarle al gato, y el gato correteó veloz a su alrededor, apartándose, sin hacer falsos movimientos.

Entonces el director vio gatos por todas partes.

Después de las actividades de la tarde, cuando los presos habían sido recluidos en sus celdas, el director volvió con un rifle. Aquella noche, toda la noche, los presos oyeron el ruido de los disparos que llegaba desde el zaguán. Los disparos sonaban apagados y parecían llegar de muy lejos, como de más allá del río. El director era un buen tirador y mató a muchos gatos: le llovían gatos del techo, gatos corrían enloquecidos por los pasillos, y vio además sombras que salían volando por las ventanas del sótano cuando abandonó el edificio.

Había una diferencia ahora, sin embargo. La piel de los presos quedó limpia. Aunque el mal olor todavía se cernía sobre el edificio, ya no era cálido y fresco como había sido. Algunos gatos vivían todavía allí, pero el olor a pólvora y a sangre, y la repentina desaparición de sus parejas y gatitos, los había desorientado. Dejaron de criar y acechar en las esquinas, de chillar cuando no tenían a nadie cerca, de atacar sin provocación a cualquier cosa que se moviera.

Esos gatos no comían bien ni se lavaban con cuidado, y uno a uno, cada uno a su manera y a su tiempo, murieron, dejando tras de sí un olor fuerte y especial que duró en el aire una semana o dos y luego se disipó. Meses después, no quedaban gatos en el patio de la cárcel. Por entonces, los presos insignificantes habían sido reemplazados por presos más importantes, y el director había sido sustituido por otro, más ambicioso; sólo el gobernador permanecía en su cargo.

--

--

MURAKA
El club. DLC

Alexander Giraldo. Escribo, estudio música, hago fotografía. Comunicador Social - Periodista IG:www.instagram.com/ojosdperroazul