Las letras escondidas (Parte I)
Poemas inéditos pertenecientes al libro Memoria de la luz
La ciudad que recuerdas ya no existe.
Existe la tarde vacía en una ciudad recobrada
y ajena al contacto de otras pieles,
asfixiada en su calor febril y lento,
el desvío de la mirada hacia el lado que desea,
la caricia en el espejo atravesando la memoria
desde la ciudad que dejaste.
He visto crecer las edades de los árboles,
han muerto las esquinas,
el aire nuevo atravesado por la siesta,
las nubes sobre los cerros.
Las casas se solazan en su abandono
abren las puertas a los gatos.
Visto de amarillo y sal
el cuerpo negado
de aquel hombre que abraza a otro.
La quemadura tiende a rebasar el límite,
la delgada e impoluta marca
atrasa el canto del grillo.
Eres como un terrible pájaro de fuego.
En mi ardor no hay herida ni deseo,
a lo mejor un vago acariciar de voces
y muy dentro, el ruido de tu ausencia.
En las horas muertas
descubro ese ser que me acompaña
entre las sombras
recogiendo lamentos y agua verde
vagando junto al pozo donde mojé las manos.
Mi ceniza
envuelve el transcurso de las nubes
colando un rayo de luz
sobre la perpetuidad silente
de una bandada de pájaros.
Fuiste
una caja llena de instantáneas
iluminadas a contraluz,
la esperanza de las palmeras erguidas
en un archipiélago olvidado,
ilusión de innumerables ojos
cardumen y vástagos silentes
Cuenta en el calendario los días,
sobrepasan el límite de la esperanza.
Ahora sé
que nunca aquí
fui moradora de las cosas.
Sujeta al peso específico ondulante del Destino,
las horas mustias reflejaban a otra,
otra que no era ni fui,
otra que buscaba la naturaleza del mar,
la inexactitud de sus meandros y las costas.
Otro ser inhabitado sin aliento,
redimido, pero no exculpado.
Insensata y torpe navegante
de esta geografía prohibida.